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viernes, 11 de julio de 2008

Aquí durmió Bin Laden

ff.
En el nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso, tú, su servidor y caíd del castillo de Maldás, Abd-Alá, príncipe de los creyentes, has jurado, con el auxilio de Dios y con su ayuda, venganza eterna al nombre del cristiano de Cardona.

Y yo, entre gritos, blasfemo. Sola. Presa. Traicionada por amor.

¿Quién osa pedir mi arrepentimiento?. ¿Acaso tú, Bremond hermano mío, o eres tú Folc, heredero del vizcondado?.

Me revolcaré en el infierno disfrutando de los placeres que en vida me negasteis y podré, por fin, poner camino al castillo de Maldás.

Porque yo soy Adelais, hija de Ramón Folch y Enguncia, vizcondes y señores de Cardona, nieta de don Fernando Juan Ramón Folch de Cardona y descendiente directa del mismísimo linaje de Ermemir.

¿Acaso te han contado que me oyen gritar en la noche?. Mentira. Gritan las atormentadas almas de los inquisidores que aquí tuvieron su tribunal. Yo, en cambio, gimo de placer porque mi esposo Abdalá viene a mi lecho y está conmigo hasta que el primer rayo de luz ahuyenta el sueño. Llega cabalgando, con su caballo blanco ricamente enjaezado con fina gualdrapa, por la Torre hasta la Montaña de Sal. Trae su armadura de cristiano completa, con visera enrejada y lanza, para no ser reconocido.

Cabalga encorvado, como la luna de su bandera. Y sus ojos brillan como ascuas de hoguera.

Fue en una luna de Ramadán del año 457 cuando le conocí.

Mi padre, el gran y tolerante vizconde, le había convidado para establecer relaciones cordiales de vecindad. Fue una gran fiesta. En la plaza de armas, junto a la torre del homenaje, habían extendido largas mesas con los manjares más caros y deliciosos de la tierra: toda clase de pescados, carnes y las frutas más gustosas y exóticas que la gente hubiera probado jamás.

Después del festín, la tierra entera tembló. Asomados a los muros en talud, a los baluartes con garitas, a las casamatas y a los polvorines, vimos subir el ancho camino, en zigzagueante rampa, a una manada de bravos zaínos. Desde las partes altas, alternativamente, de frente y de espaldas, se veían subir los toros al castillo atravesando los tres portales consecutivos. Traspasado el segundo, el cuerpo de guardia no pudo contener la manada de reses bravas que, a trote, rebasaron el sistema defensivo de la fortaleza y accedieron a la alargada planicie que corona el monte en su mitad occidental. Sólo un caballo robusto, que portaba en su grupa a un caballero con armadura, entró detrás de los bravos. Después, se cerró con carros la plaza y el caballero, con lanza en mano los fue atravesando por el lomo con el acero.

Banquete postrero, donde los convidados bebieron y danzaron con bellas bailarinas cubiertas de sedosos velos, al son de panderetas y laudes.

En el centro del jardín, buscando flores, fui sorprendida por ti. Súbitamente los pájaros callaron y el aire quedó inmóvil entre el cielo y la tierra, como una pesada montaña salada. Levanté la vista y ante tus negros cabellos, fina nariz y noble porte, me sorprendió un indiscreto rayo de luna, posando la mirada en tus labios. Un flujo de sangre subió a mi rostro y un rubor me inflamó mientras me trastornaba toda.

Nos enamoramos y juramos amor eterno.

De flores rojas y blancas te regalé una cruz y tú, la hiciste reproducir con piedras del río Cardener.

Un blanco fanal, colgado en la pared superior de la torre del homenaje, fue la contraseña de nuestros furtivos encuentros. A su visión, tú respondías con largas cabalgaduras desde Maldás a Cardona, envuelto en la nocturna sombra que cada seis lunas se convertía en nuestra fiel aliada.

Pérfidas palabras de Bremond que, con engaño, me hizo atravesar estancias del castillo y me condujo a la Cámara Dorada. Formado el tribunal, mis hermanastros Bremond, Folc y Eriball, dictaron su sentencia. Fui conducida por la sólida escalera, a la plataforma superior. Traspasamos la reja baja y fuerte que encamina a la habitación redonda y obscura. Era una habitación horrible, obscura como una prisión y triste como una tumba.

El siniestro chirrido de la reja, delató el movimiento de la pesada puerta claveteada que detrás de mí se cerraba. Quedé sola y el día se volvió noche extraña en aquel sepulcro. Se me puso carne de gallina porque creí que el fin del mundo llegaba. No volví a ver a criatura viviente alguna. Olvidada del mundo, sin escuchar voz humana y sin ver otro rostro que el de mi mudo carcelero, no recibo más luz que la que puede penetrar por el cuadrado pequeño que cierran dos barras cruzadas de hierro. Pan y agua. Amor e incomprensión. Intolerancia, en suma.

El terrible silencio terminó por acallar mis llantos. La obscuridad, despertó todos mis miedos.

El aire traía tus lamentos. La tristeza y el llanto se apoderaron de los Campos de Bergés.

Una lluvia de flechas y dardos cubrió el cielo de Cardona. Las ráfagas de aire me traían retazos de tu coraje arengando a las huestes a una lucha a muerte. En el suelo, chorros de sangre que corren entre mis pies. Al final, la tristeza se apoderó de Cardona cuando diste muerte a mis hermanos.

Tiempos vendrán, Abdalá, en que no crucen las aguas del Estrecho bajeles sarracenos. Viles pateras, réplicas hermanadas con la de Caronte.

No refulgirán los yelmos en la campiña del Bergés. Sudor de bruñidas espaldas moras, relucirá al sol, desde los campos bajo plástico de Almería a los de cielo abierto del Maresme.

Centros de Acogida de Inmigrantes. Modernas Torres Minyona. Intolerancias envueltas en papel con sello oficial.

Tus huestes serán legiones de pacifistas, antirracistas y antixenófobos que llegarán, en oleadas, desde Tarifa al Cabo de Creus. Sus blancos estandartes – blancos como el fanal de nuestra contraseña de amor -, portarán consignas integradoras. Una sola tierra, una sola raza.

Hoy me han dicho que los nobles se reunieron con mi padre, el vizconde. En Barcelona, los nobles entran y salen del Salón del Consejo. Se reúnen en círculos, hablan y vuelven a entrar. Le han sugerido que me perdone.

¿Perdonar?. Mi única culpa es la de que mi amor no haya sido lo suficientemente valioso como para comprar la voluntad de mi mudo carcelero. Amor fuerte, cizalla con la que romper los hierros de la alta ventana de mi celda. Amor largo, cuerda con que descolgarme hasta el foso. Amor grande, escalera con la que salvar la hondura del foso. Amor poderoso en fin, caballo en que montar para correr a refugiarme en tus brazos.

¿Has visto esa estrella fugaz?. Las estrellas fugaces son amantes desesperados en busca de su amada. Abdalá es ahora una estrella fugaz que viene a acompañarme cuando el castillo duerme. Entra en la Torre y me susurra al oído palabras tiernas de amor. Me dice que me sigue amando y me ata con sus brazos, me anuda con sus piernas y yo grito de placer. Desnuda, sus labios me recorren.

¡Qué estrellada está la noche! ¡qué quietud!

Hace frío, Abdalá. No vengas esta noche.

Envuelta en una manta, esta noche seré yo la que salga a buscarte.

De nuevo es primavera, aunque en esta Torre hace frío. Los campos amanecen blancos de escarcha. ¿ No hueles a jazmín?. Hubo un tiempo en que nuestro pendón ondeaba en lo alto de esta atalaya.

Castillo. Iglesia de San Vicente.

Torre de la Minyona, prisión de virginidad. Capilla de San Ramón, templo de fértiles parturientas.


¡Oh tu, viajero!. Escucha el penar de la doncella. Siente el relinchar del caballo que monta el sarraceno, por amor, converso.


Torre Minyona...... ¿Qué ha sido de ti, antaño de ancha y poderosa base cilíndrica, abaluartada, y hoy tan desmochada?.


Alta torre cuadrada del campanario, también derrocada.

Bellísimas torres truncadas por la violencia, ambas.

Montaña de sal......

Habitación 712..... Graffiti. Aquí durmió Bin Laden



Malvís

3 comentarios:

Anónimo dijo...

"El terrible silencio terminó por acallar mis llantos. La obscuridad, despertó todos mis miedos".

SYR Malvís dijo...

Muy, muy recientemente, Almudena, sentí la necesidad y se presentó la ocasión de visitar esa Torre Minyona, símbolo de intransigencia, infertilidad forzada, pero también de amor. La capilla de San Ramón, patrón de parturientas. Iglesia de San Vicente, la Mina de Sal, el Cardener.... Todo un puzzle de sensaciones contradictorias a la par que maravillosas.

Creía cumplir un destino y una promesa hecha antaño, y una convención de exotéricos, casi lo frustra. Pero al fin, los astros convergieron y en la habitación 212, donde un día lejano escribiera este relato, se produjo, de nuevo el milagro del amor.

Saludos

Eva dijo...

y envuelta en la dulce fragancia de la flor de jazmín, un sueño me transcurrió en un segundo.

Un bello y eterno sueño
...que sólo tiene un dueño.


Publicación 2006
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