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sábado, 24 de julio de 2010

La siesta



Me encuentro a menudo mejor que en el mundo civilizado, entre la gente que ignora la palabra “aislamiento”
(V. VAN GOGH)





El Hombre del Tiempo había previsto, con mucha antelación, que el sexto verano de este Nuevo Milenio sería especialmente estable.

Esto, traducido al lenguaje vulgar, equivalía a entender que, en aquel rincón del sureste andaluz, sería especialmente caluroso.

Quizá por eso, ya en los albores del mes de mayo, las autoridades municipales habían mantenido reuniones al más alto nivel político y habían acordado la adopción de una serie de medidas que deberían ser aplicadas, con todo rigor, en las localidades y núcleos costeros bajo la influencia directa de su demarcación territorial.

Se publicaron Bandos, y toda la prensa y medios de comunicación social provinciales, se hicieron eco de las decisiones políticas que emanaban de los poderes públicos locales detallando, con profusión y minuciosidad, las medidas adoptadas para combatir lo que ya se preveía como el principal azote que, sin duda, sufriría el litoral.

No hubo oposición. Aquellas medidas se habían adoptado por unanimidad y sin distinción del color político de los integrantes que conformaban el espectro de la Corporación. Los había de derechas, de izquierdas e incluso un influyente grupo político de independientes que reivindicaban una mayor cuota de autogobierno y autonomía para aquella próspera localidad costera. No obstante, todo el paquete de medidas había sido asumido por acuerdo unánime, fruto de un elaborado proceso de lo que, en consonancia con el término en boga en aquella época, se había dado en llamar, eufemísticamente, “ pacto municipal de estado” (otros lo llamaban, simplemente, “talante”).

Y sin embargo, todo resultó inútil.

Con la llegada de los primeros días del calendario meteorológico estival, las tardes se hicieron más largas y las horas de luz, casi eternas.

La anormal ausencia de vientos del Este y de marejadas en la vecina Isla de Alborán, unido a un habitual e insultante cielo azul, impoluto, hacían de aquel rincón un destino apetecible y envidiable.

En sus noches de claras lunas llenas, el mar permanecía casi inmóvil, y sólo el arrullo de una tímida ola de espuma blanca que besa la playa, rompía el hechizo de aquel pedazo de mar que, ahogado en la bahía, asemejaba un tremendo espejo en que la Luna acudía, puntualmente, a mirarse ensimismada ante su propia belleza.

La aglomeración urbanita con la producción de miles de toneladas de residuos que la ostentación de su opulencia genera, viene en hacer el resto. Y es que, lo que para la rutinaria y cotidiana actividad de una sociedad desarrollada sólo merece el concepto de basura, constituye, para otros, un precioso tesoro que les sirve de reclamo y ejerce un poderoso efecto llamada.

Quizá por eso, por todo eso, fueron llegando a oleadas.

De haber sido posible, se habrían podido contar por miles. Pero su propia condición lo impide.

Tampoco podría decir de dónde procedían, porque siempre viajan sin papeles ni equipaje. Lo que sí puedo afirmar es que llegaron por doquier y en los medios de transporte más inverosímiles.

Los había de ambos sexos, de todos los tamaños, edades y colores. Incluso, para algunos, se trataba de su primera travesía aventurera.

Aunque predominaba el color pardo, también los había de color negro azabache que, a la luz crepuscular, irisaban un tono entre verdoso metalizado.

En su égida, habían sorteado a sus enemigos naturales y los remedios químicos institucionales, aguardando, agazapados, en pestilentes lodazales y charcas infectas donde el carrizo y el tupido junco le sirven de cobijo y se erigen en naturales cómplices desinteresados que se niegan a delatarlos.

Durante la noche, reponen las escasas fuerzas que restan tras la agotadora singladura, libando jugo de los cardos que crecen en las frescas riberas.

No siempre la fortuna les sonríe. Muchos perecen en el intento y otros quedan atrapados en el propio néctar que eligieron como sustento reparador. Pero eso no los detiene. Es aceptado por todos como si fuera parte del precio que se ha de pagar. Por eso, nadie ni nada detiene a los que sobreviven.

Y al fin... la recompensa.

El olor de la abundancia que se pudre al sol de los contenedores, invade todos sus sentidos y les confirma que han hecho realidad su sueño: han alcanzado el litoral.

En la sosegada hora de la siesta, casi todos duermen.

Del interior de las habitaciones, rezuma un fuerte olor, mezcla de sudor, yodo y salitre marino, que embriaga a la turba de los recién llegados. Éstos, se reagrupan, se dividen y dispersan acudiendo a los huecos de los ventanales que se abren como celdas en las torres de apartamentos que pueblan el caótico urbanismo de la especulación.

Agazapados en el exterior de la persiana, esperan el momento propicio.

Cuando el ronquido se hace lento, arrastrado y profundo, el sudoroso cuerpo rezuma todo su efluvio estival. Entonces, se lanzan en tromba sobre el cuerpo que, desnudo, yace dormido. Lo toman, lo recorren de punta a punta y, en su alborozo, invaden las cuencas oculares, las comisuras de los labios y lamen con sus lenguas las oquedades del sexo embriagador. Después, zumban y revolotean. Se apropian de la estancia y del cuerpo que, en la laxitud, se desparrama sobre el lecho empapado.

Ebrios de placer, ninguno se apercibe de que, como si se tratara de un movimiento reflejo más de los muchos que le han precedido para espantarlos, esta vez la mano busca debajo de la mesita de noche. Tantea y encuentra el arma que guarda preparada y dispuesta. Después, un dedo índice oprime, con más rabia que fuerza, el botón del aerosol y del bote escapa una nube perfumada letal. Al minuto, todos se agitan, se convulsionan, y enloquecen el aire con sus zumbidos agónicos. Caen al suelo. Muertos.

De nuevo, los mosquitos interrumpieron la siesta. De nuevo, se revela inútil el Bando Municipal que declaró la guerra a las moscas y mosquitos. De nuevo, es verano en Aguadulce.

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EPÍLOGO:

Si has leído de tirón el artículo sin caer en la tentación de pasarlo por impresora de marca japonesa.
Si pasado a papel impreso de mediana calidad, no lo has dedicado al uso poco digno, aunque higiénico, que los clásicos reservaron a la mano izquierda (salvo caso de necesidad en que valdría la indulgencia).
Si al leerlo, por azar, viste, en algún momento, el reflejo de ZP o rememoraste los ancestros del nunca bien ponderado Caldera.
Si durante su lectura alguna vez pensaste lo que yo pienso que pensabas
Si, además de todo eso, sufres por los colores de la camiseta roja y blanca del Poli…

Hijo mío, tú serás….. Torrente!!!.

4 comentarios:

Baruk dijo...

Llevaba tiempo intentando saber la diferencia entre hacer y hechar la siesta, y ahora puedo decir en verdad que entre una cosa y la otra hay muchísima diferencia... hayan o no mosquitos.


Besito de bona siesta

**

KALMA dijo...

Ya lo creo que hay diferencia, ahora ¡Ha siesta se hace y se echa! Diría que por ese orden, jajaja.
Aquí una adicta a la siesta ¡La necesito! Y hablo de adicción porque para los madriles no hay ordenanza que la contemple, jjjj, siempre recuerdo los días de mi niñez, en Gibraleón (Huelva) Esas calles encaladas, que en verano a la hora de marras ¡Dan luz, hacen daño a la vista! Y a dormir la siesta, y como era un obligado, más que hacerla o echarla ¡La liábamos parda! Claro tanto, tanto, que ahora no hay quien me la quite.
Y es que está estrechamente relacionada con el calor, en el sur se adoptan medidas ¡Urgentes y necesarias!
Me gusta mirar las estadísticas y me llama mucho la atención: los paises cálidos, son menos productivos que los fríos y si miras a España, es evidente, las comunidades del norte son más productivas que las del sur, te vas a Canarias y están ¡Aplatanaos! Y es que el calor y el trabajo, porque no tenemos más "web", que sino.
Como soy de estadíticas: Si durmiesen más la siesta los Países Nórdicos, tendrían menos suicidios ¡Qué se llevan la Palma!
Un beso.

Pilar Moreno Wallace dijo...

Yo sí lo he leído de un tirón, ¡cómo no! si es tan interesante y con ese acento de "misterio" que es el buscar al "verdadero protagonista". En fin, el verano ya está casi vencido -por lo menos en Holanda- ya vamos creciendo en dirección a las sombras de los días cortos. Anque estos también tienen su encanto.
Abrazo

Alkaest dijo...

Como soy un "alma cándida", dentro de lo que cabe, y a estas alturas ya cabe poco, no encuentro la relación entre la política y los mosquitos, salvo que acudamos al simbolismo de la basura intermediaria... Mucho menos, comprendo la relación entre las camisetas de colores y los susodichos mosquitos.
Y para colmo, no me cabe en la cabeza, el que tiene que ver un torrente, aunque sea con mayúsculas a modo de nombre propio, con los tales mosquitos.
Seran los "golpes recibidos en la cantera", o la calor que colea, o los muchos años, pero no entiendo nada de nada...
Aunque, a veces, creo que es mejor así.
!Bienaventurados los ignorantes, porque de ellos es la nada cósmica!

Salud y fraternidad.


Publicación 2006
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