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miércoles, 16 de mayo de 2012

De profesión …superviviente

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I. Lex dura, sed lex.



Cuando el bergantín patera "Foca Monje" navegaba por las aguas del Mar de Alborán al mando del capitán M. Flanagan, sus tripulantes, considerando la iniciativa del contramaestre, decidieron asesinarlo mientras dormía con la intención de apoderarse del barco y del cargamento que llevaba a bordo. Traía la bodega llena de telas, mantas, frutos secos y más de doscientas treinta personas de todas las edades y procedencias del continente africano que habían pagado, por adelantado, mil euros cada uno de ellos y traían en sus bolsillos los otros mil que deberían desembolsar al arribar al sueño europeo, al Dorado, y que seguía la ruta entre los puertos de Orán y Cartagena.

Durante la madrugada, mientras el capitán dormía en su camarote, agotado por la fatiga y el trabajo de un día de intensa tempestad, los conjurados resolvieron informar de su decisión al contramaestre, sin cuya aquiescencia creían aventurada la ejecución. Armados con la Star, serie 90 mm Parabellum del capitán, que con habilidad habían sustraído previamente, se presentaron en el camarote. Uno de ellos, se quedó en la puerta de la habitación provisto de un hacha, en expectativa de lo que pudiera suceder...

Los amotinados se acercaron a la litera y a un metro de distancia, el cabecilla disparó dos veces sobre el bulto de la víctima, logrando que los proyectiles penetraran entre el arrebujado de mantas en que sospecharon su cuerpo envuelto, por la espalda. A pesar del estado en que se encontraba, el capitán se arrojó del lecho y armado con un estoque corrió tras los asesinos, que a través de la cámara se escaparon hasta la cubierta del barco.

El capitán subió tras ellos, pero al asomar la cabeza, el marinero descargó sobre ella un hachazo en la nuca que le hizo rodar escaleras abajo. A pesar de las heridas, de su cojera de la pierna derecha y del golpe, logró reponerse, volvió a subir la escalera y, armado de un remo arremetió contra los tripulantes logrando acorralarlos antes de encerrarlos en la camarilla de proa.

Para conseguir reducirlos de forma definitiva, contó ya con la ayuda de algunos de lo miembros del pasaje que se pusieron de su parte, no se sabe muy bien si por consideración al esfuerzo que vieron desarrollar para defenderse, pese a su cojera, o si para rescatar el precio de su pasaje como, a gritos, había prometido.

Doce horas después del suceso, el buque-patera llegó a un remanso protegido del litoral murciano de Águilas conocido por Calabardina. Nada más llegar, con las escasas fuerzas que todavía le quedaban, tras trasbordar mercancía y hombres a una nave industrial próxima que mantenía en alquiler a través de un testaferro, entregó a los reos a la autoridad judicial de Lorca, quién hubo de abstenerse de su conocimiento, a requerimiento inhibitorio de la jurisdicción de Marina de la Comandancia de Cartagena, que instruyó el pertinente consejo de guerra.

Entre las idas y venidas, careos y declaraciones, y el protagonismo mediático que la noticia le proporcionó, se olvidó, no sólo de atender sus propias lesiones, sino también de sus "pertenencias" que, a buen seguro, pensó, se encontraban a recaudo.

Fue sólo tan luego que la "marea mediática" se hubo calmado, cuando reparó en ambas cosas. Y decidiendo comenzar por lo necesario y posponer lo urgente, acudió al Servicio de Urgencia del Hospital para hacerse revisar las heridas que ya, por entonces, estaban tumoradas y habían formado repliegue produciendo una especie de colgajo con forma de pelota de pinpong, y que, rápida y sagazmente, fueron diagnosticadas, por el galeno contratado de refuerzo, como "algo con muy mala pinta".

Se procedió al limpiado y desinfección de las heridas, con tratamiento quirúrgico cauterizador de las “rastras” dérmicas que la trayectoria superficial de los proyectiles habían producido en la espalda y que, el tiempo de tardanza, había degenerado en puro colgajo. No se atrevió el dermatólogo más que aplicar un recogido final en forma de verruga, con la esperanza que su cicatrización natural terminara regenerando. Con el tiempo, se revelaría que aunque la técnica no consiguió el propósito clínico perseguido, acabaría siendo una especie de predicción meteorológica de altísima precisión, pues dependiendo de los cambios climáticos, era fácilmente observable la transmutación de M. Flamagan desde manso corderito de “Norit” hasta el chacal humano más depredador que haberse pudiera visto.

Entre postoperatorio, curas ambulatorias y algún que otro flirteo con la joven morena que desempeñaba el cargo de Coordinadora de enfermería, habían transcurrido más de quince días cuando por fin pudo desplazarse hasta la nave de Águilas para revisar sus “pertenencias”. Sentado en la segunda fila del autobús de Alsa que hacía la línea discrecional Lorca-Águilas, se mostraba sorprendido en su interior de la enorme comunidad norteafricana y subsahariana que poblaba y discurría por aquella pequeña localidad. También de su enorme mercadillo que, extendido varios kilómetros a ambos lados de la carretera, la jalonaban con coloridos y variopintos puestos en que se ofrecían toda clase de maletas, telas, mantas, dátiles, almendras, pistachos, cacahuetes y demás diversos frutos secos.

Al sólo punto de flanquear la puerta de la nave industrial, se vio sorprendido por una luz cegadora impropia del lugar y que sólo podría explicarse por dos motivos: o porque alguien hubiera instalado en su ausencia un grupo electrógeno para alimentar potentes focos, o que la propia luz del sol de aquel día tan radiante hubiera invadido la estancia. Y era lo segundo, pues como pronto pudo comprobar, era el astro rey el que, encaramado en aquel cielo azul de la hora en que cabalga el demonio meridiano, accedía por el techo de la nave reventada, en más de una tercera parte de su techumbre, la uralita que antes la cubría. Mientras repasaba e inventariaba los “restos del naufragio”, el recuerdo punzante de un “dejá vú” taladró su memoria: “Al fin y al cabo, estos eran tan babosos como aquellos caracoles del gimnasio y también apestaban”, rumió para sus adentros mientras asomaba la cabeza por la puerta de entrada como si esperara la visita de algún funcionario provisto de maletín.

Pero no. No había un funcionario, sino cuatro que, vestidos con flamante uniforme de "hombres de Harrelson", se apearon de un Patrol Nissan negro que, apostado en el polígono industrial de Labardico, llevaban realizando funciones de seguimiento y vigilancia, discretamente camuflados, desde el mismo día en que los vecinos del lugar habían denunciado la presencia de un tumultuoso grupo de inmigrantes ilegales vagando por el polígono industrial hacía ya una quincena. Le pidieron explicaciones a las que en unas no supo y, en otras, no quiso dar. Se aferró a su condición de víctima del motín marítimo y facilitó detalles con especial relieve de cuantos nombres de mandos y graduación del Cuartel de la Guardia Civil, funcionarios y jueces había conocido o visitado, para acabar apelando a su carácter de héroe convaleciente pero, sin embargo, lo que no dejó aclarado fue el detalle de la llave con la que accedió a aquella nave que tenía el techo de Uralita reventado. Fue trasladado a la Comisaría donde la abrieron diligencias policiales y atestado, y tras proceder al precintado y requise del buque que aún permanecía atracado en la Calabardina, le leyeron sus derechos y le pidieron que nombrara abogado para que estuviera presente en su declaración o que, en caso contrario, pedirían le asistiera el que por turno de oficio de guardia le correspondiera.

Fue al momento de su ingreso en los calabozos de las dependencias policiales donde se produciría un suceso que cambiaría el curso de las actuaciones. Requerido para que vaciara sus bolsillos y se desprendiera del cinturón, cordones de los zapatos (seguramente para evitar intento de suicidio en personas pusilánimes, lo que evidentemente no venía al caso), reloj, anillo y demás objetos personales, el capitán introdujo todo en aquel sobre grande que, marcado con su nombre y número de atestado, constituía su particular "peculio". Bueno, todo, todo, no, pues, aferrando su mano derecha al cuello, se negó a desprenderse del Cristo de la Buena Muerte aquel que, casi de tamaño natural, prendía de un cadenón de oro macizo atado a su cuello. Inútiles sus porfías que discurrían entre los motivos sentimentales de su origen, ora regalo de la Primera Comunión de su difunta madre, ora condecoración de su paso por el Tercio y reflejo de su pasada pertenencia y miembro emérito del insigne Cuerpo de Caballeros Legionarios, pues, en agotando la paciencia y el tiempo de servicio de aquel número de la Guardia Civil que había participado en su detención y custodia que durante la discusión había permanecido al fondo de la estancia mirando repetidamente el reloj y que no estaba dispuesto a tener que comerse el arroz pasado ni a aguantar los reproches de su mujer por haber dedicado a su turno más horas de las pagadas en nómina, tras incorporarse súbitamente y sin mediar palabra, le convenció de que "el Reglamento es el Reglamento"; argumentos que fueron expuestos al razonable capitán quien velozmente se desprendió de la cadena y hasta del mismísimo Cristo al tiempo que se sentía morir bajo aquella somanta y lluvia de palos propiciados en la espalda con el correspondiente "bergajo" reglamentario y al jadeado grito de "leña al mono".

Magullado y herido en su amor propio (y más cuando el amor propio coincide con un lugar recién operado), se acogió a sus derechos constitucionales enumerados en la reciente comparecencia y solicitó ser visto por el Médico Forense, unos folios en blanco y un bolígrafo. Con lo segundo, redactó una petición informal de "habeas corpus" que propició su inmediata puesta a disposición ante don Sergio Trepador, juez de instrucción que a la vista del parte de lesiones y las graves tumefacciones apreciadas en la espalda del compareciente (que, hábilmente había omitido su historial clínico), decretó su inmediata puesta en libertad, con cargos, sin fianza y la obligación de comparecer los días 1 y 15 de cada mes a la sede judicial, aperturando el correspondiente juicio oral por lesiones frente al agente que, extralimitado en el ejercicio de sus funciones, con evidente abuso de autoridad, mala leche y brazo alegre, resultó separado del servicio activo y condenado a indemnizar al denunciante con ocho mil euros, que hubieron ser depositados y entregados por la mismísima Dirección General del Ministerio de Interior

II. Fíate de la Virgen y no corras.




De sus casi seis años de estancia en el "país hermano del Sur", M. Flanagan había adquirido un perfeccionamiento, sin límite, en su capacidad de "regateo", más canas, una tez casi aceitunada, el conocimiento de las lenguas francesa y árabe, una úlcera de estómago propiciada por las fuertes especies con que solían aderezar y condimentar los platos y una particular destreza en evaluar tiernos corderillos, prestos a sacrificar. Conservaba, no obstante, su carácter socarrón, su mala leche envidiable, su perspicacia en catalogar a toda persona que cayese bajo sus ojos y, como ya hemos visto, el cadenón de oro al cuello con el rostro, casi de tamaño natural, del Cristo de la Buena Muerte.

Por eso, en cuanto le echó la vista encima al abogado que le habían designado de oficio, lo reconoció como su antiguo albacea testamentario y pensó para sus adentros: "sigue siendo el mismo pardillo adiestrable y el mismo tonto útil".

Y es que por azar (que, como la suegra, siempre está para que el destino se cumpla), se le había otorgado, en forma de designación colegial, al jurista Gabogados quien, acuciado por sus problemas cotidianos y un alzheimer incipiente, no asoció a su "viejo cliente" en la reunión previa que con él mantuvo, para preparar su defensa, en el Restaurante de los soportales de la localidad lorquina. Los preámbulos fueron los de rigor, con una leve presentación y la anámnesis sobre antecedentes penales del defendido al objeto de asegurarse de que estaba "limpio". Por su parte, M.Flanagan, se limitó a ponerle de manifiesto su condición de armador engañado y traicionado, así como su plena confianza en la defensa jurídica de su caso pues, como no tuvo recato en transmitirle, aunque habría podido encargar su defensa al prestigioso penalista don Salvador Pagán, él era de los que seguía confiando en aquel eslogan institucional navideño que de tan amplia repercusión se hizo eco la TV Marroc que rezaba que en este país "la Justicia es igual para todos".

La conversación se desarrolló por los cauces normales, si por normal se entiende la congénita propensión del capitán a desconfiar de todo el mundo, a dedicarse siempre a sus intereses y a estar ojo avizor continuamente, pero eso sí, hablando siempre con autoridad, defendiendo lo suyo y consiguiendo todo aquello que pudiera del otro. Lo único que le confundía era aquella jerga que el abogado, plagada de artículos, iba desgranando mientras sorbía, lentamente, un güisqui servido en vaso ancho y con un hielo que, acompañado de un plato de frutos secos, optaba por desdeñarlos por constituir –según confesó- una especie de cóctel de "criptonita" para alguien que, como él, era alérgico mortal a tales exquisiteces de la naturaleza.

No sería hasta mucho tiempo más tarde cuando el letrado recapacitaría sobre la insistencia de Flanagan en invitarle a comer un cocido con codillo, tocino fresco y mucha morcilla de Mula en aquel día de julio de calor tan insoportable, pero tras haber aceptado una calificación de conformidad con la del Ministerio Fiscal de tres años y seis meses por los delitos imputados de tenencia ilícita de armas, tráfico ilegal y contra el derecho de trabajadores extranjeros, prefirió apreciarlo como un último deseo del reo, sin ofrecer resistencia y, terminada la entrevista se despidió tras ofrecerle su tarjeta de visita para lo que pudiera ofrecérsele. Sólo al preguntarle por su dedicación u oficio para determinar su condición de arraigo en juicio, se limitó a contestarle: de profesión, ¡supervividor!, perdón, quiero decir superviviente¡.


Después, mientras permanecía ingresado en la UCI debatiéndose entre la vida y la muerte del skoc anaprofiláctico producido por ingesta de piñones con los que, según llegó a conocer, se mezcla el relleno de la tan renombrada morcilla de Mula, le leyeron en el diario local la noticia del tremendo terremoto que había asolado a Lorca, destruyendo casi un tercio de sus casas, varios de sus templos y hasta el mismo Juzgado, que hubo de suspender apresuradamente la Vista del juicio oral del buque-patera apresado en la Calabardina, ante el derrumbamiento del techo de la Sala donde se celebraba, y en la que, en los próximos días una vez pasadas las réplicas sísmicas, se comenzarían las labores de desescombro y búsqueda de posibles supervivientes que, concluidas varias semanas después con ayuda de bomberos y perros adiestrados de Huelva, introducían en su página de sucesos la luctuosa noticia del fallecimiento del Presidente del Tribunal y del abogado defensor y prestigioso penalista don Salvador Pagán y la desaparición del resto de las partes procesales.




III. A la luna de.... Daroca


Libre de encierro por ese súbito giro del destino, M.Flanagan llegó a Daroca magullado, cansado del viaje y de la conversación que tuvo que mantener durante todo el trayecto con aquel conductor marroquí del camión del pescado que le recogió, intentando obviar los tremendos picores que sentía en la coronilla de la cabeza y los pinchazos que le quemaban la espalda. Mentalmente, supuso, que unos y otros estarían en relación causa-efecto del impacto de los escombros del derrumbe y la nube de polvo que se formó y a cuyo amparo pudo salir por pierna (su cojera derecha era algo como un relicario, una medalla de guerra, que siempre llevaba presente), pero en realidad la primera no era sino una manifestación de soriasis producida por el estrés que con el tiempo degeneraría en pura calvicie, mientras que la segunda era pura supuración de aquella verruga mal cauterizada.

Se interesó por la historia, cultura, arte y costumbres (sobretodo las cinegéticas) de su nuevo lugar de acogida. Así fue como conoció a doña Soledad Iniesta, licencia en Historia de Arte Medieval, de gran cultura y de costumbres rígidas, pues como las imágenes de aquellas vírgenes que antes se llevaban de casa en casa, en una caja de madera, siempre se sintió con la necesidad de ser adorada privadamente, con mentiras rituales, en silencio y en capilla doméstica como esas imágenes románicas en piedra que se encargaba de explicar a diario en las visitas guiadas que organizaba el Centro de Información y Turismo local donde trabajaba como guía, y que, a fuerza de tanta falsa idolatría le habían cerrado las puertas de su armario y su entrepierna, deviniendo cada vez en más virgen y más pétrea.

Sería en una de aquellas mañanas lluviosas en que, resguardado bajo la portalada del cerrado templo, la conoció. Llegó Soledad provista de chubasquero y paraguas multicolor que servía de cruz de guía de aquel tropel de turistas que habían concertado visita pagada y guiada. Flanagan aprovechó la confusión y las prisas que todos tenían para guarecerse y, abierta la puerta del templo, se mezcló entre el grupo sin abono alguno. Escuchó atento las explicaciones de Soledad e incluso propició alguna ampliación con preguntas de envergadura sobre los rosetones de la bóveda que la misma guía no supo aclarar, lo que le hizo reparar en su figura y provectos ademanes mientras los ojos del capitán se clavaban fijamente en los de la funcionaria. De ella conseguiría la amistad con Sor Claudia que le reportaría la contemplación privada, cuantas veces quiso, del relicario de los Santos Corporales en la Basílica de Santa María (clara prefiguración de lo que a él mismo le ocurría en la espalda), el acceso gratuito a los monumentos y hasta de su sagrario más íntimo y personal.

También, la teoría sobre la datación del original tímpano del templo de San Miguel sobre el que elaboró un trabajo tomando como base una foto en blanco y negro de 1962 que permanecía expuesta en un bar de la calle principal, dando fe, casi notarial, de que la representación primigenia del Pantocrátor había sido sustituida, en algún momento, por la de la imagen del santo de advocación. Con todos estos datos, no sólo consiguió que la Dirección General de Patrimonio repicara el sobrepuesto tímpano y dar a conocer el original en todas las revistas especializadas, sino que su prestigio y respeto se acrecentó cuando le fue concedida una beca para el estudio y catalogación de las pinturas absidiales.

A puerta cerrada permaneció Flanagan más de dos meses en el templo de San Miguel. Había prometido, a la Consejería de Cultura, la exposición pública de su datación y la identificación del maestro y taller de aquellos impresionantes frescos, aunque en sus días de soledad bajo el cuarto de bóveda y en las noches en el cuarto bajo Soledad, se repetía para sus adentros: "¡para fresco, yo¡".

Llegó la pingüe subvención y con ella expiró el plazo concedido. El Ayuntamiento se esmeró en preparar y montar un grandioso escenario en los jardines del río donde se efectuaría la exposición de la primicia a la que acudieron, tal y como previamente tenían anunciado, el Director de Patrimonio, el Consejero y hasta el mismísimo Presidente de la Chunta, junto con las altas jerarquías eclesiásticas y renombrados estudiosos y catedráticos de la universidad maña. Cuando llegó la hora de aquella apacible noche, los focos iluminaron el escenario y los acordes del himno anunciaron la presencia del conferenciante, pero la bajada del telón sólo dejó al descubierto una mesa vacía y una espectacular luna llena que cabalgaba sobre las murallas de Daroca. Mientras tanto, M.Flanagan pagaba el peaje de la A-7 subido a una camioneta cargada con los frescos de la Coronación y los coros celestiales, que habían sido sustituidos en su lugar de origen por unos dibujos de Homer y Marge Simpson rodeados por sus hijos disfrazados de pitufos.


IV. Segundas partes nunca fueron buenas.



Lo de la soriasis craneal, no lo llevaba del todo mal. Fueraparte de la descamación que ensuciaba el cuello y las hombreras de la chaqueta y la calvicie producida, le daba aspecto de un monje gaélico que potenciaba su proyección mediática, pensó. Lo peor era aquel escozor de espalda que no le dejaba conciliar el sueño ni prodigar abrazos con palmada en sus entrevistas empresariales.

Había contactado en el mercado negro de obras de arte (vía internet, claro) con un personaje ávido de poseer el original fresco. La operación, llevada a cabo por un rudo intermediario, policía municipal excedente llamado Benito, se concretó del siguiente modo: Flanagan entregaría los frescos con certificación de autenticidad y cesión de derechos de su reproducción y publicación, incluso en web, a cambio de treinta y seis mil euros; sin embargo, el trato fue puliéndose en atención de los datos personales del comprador y las necesidades del vendedor, como ocurre siempre en cualquier trato que se precie. Al final, y conociendo la esencia del comprador, quedó convenido que la retribución consistiría en una operación estética (lifting facial incluido) y una cirugía con extirpación de verruga y plástica total de la escocida espalda, gratuitas.

Resultó ser como una cita a ciegas. Llegado el día concertado, fue ingresado por Urgencias y trasladado directamente a quirófano. Recibido por el equipo quirúrgico, que lo esperaba, se procedió a su anestesiado total, vía intravenosa, y despojado de sus prendas y objetos metálicos antes de ser trasladado a la mesa de operaciones cubierto por la sábana quirúrgica. Fué en el preciso momento de proceder a desabrochar la cadena de oro del cuello del paciente, cuando los ojos claros del cirujano tomaron valor como si quisieran salirse del marco que delimitaban el gorro y la mascarilla verdes. Después, levantando la sábana que cubría el cuerpo, ya inerte por efecto de la anestesia, palpó la ingle izquierda del paciente y sonrió.

Más de cinco horas duró la intervención. El cuerpo directivo del centro sanitario y, en concreto su director médico, reprocharía más tarde al cirujano el quebrantamiento de los turnos de rotación de quirófano y sus propios compañeros, el atasco que produjo en la lista quirúrgica de intervenciones programadas para aquel día, pero el viejo cirujano, próximo ya a su jubilación, ni se inmutó mientras se aprestaba a subir, desde su despacho de consultas externas, las fotos de la Coronación de la Virgen de Daroca a su página web. Mientras tanto, el recién operado estrenaba experiencia en el tren de Alta Velocidad Zaragoza-Madrid.

No sería hasta que las curas y la cicatrización surtieron efecto, cuando Flanagan se desprendió de las gasas y apósitos y comprobó el resultado de la operación, descubriendo una piel tersa y una ausencia de verruga. Sin embargo, y sin que la chica del tiempo de TV1 hubiera pronosticado entrada de borrasca alguna de las Azores, no se recuerda un ataque tan colérico y de mala leche cuando al desprenderse de la última gasa, comprobó, a modo de tatuaje indeleble y marcado en propia carne, la firma que, preciosamente cosida con punto de cruz y repujada en hilo de sutura, cruzaba su lomo: Giraldo.


* * * * * *

Ayer tarde coincidí en la consulta del urólogo con Andrés Meones que, tras intercambiar risas a cuenta de la noticia aparecida en los diarios de ámbito nacional sobre el episodio del presunto violador de azafatas del AVE, me comentó que lo suyo era raro en tan temprana edad; que al no ser genético, su padecimiento de próstata precoz sólo podría achacarlo a las horas que permanecía sentado ante el ordenador para acabar sus trabajos de tesina sobre "El pensamiento eurígenista y su proyección en los capiteles del claustro románico silense", que le tenía prometido publicar una editorial madrileña.

 
 
 
 
Continuación de la obra magna: De profesión: Gestor

10 comentarios:

pallaferro dijo...

Profesionalmente es bueno evolucionar. Aunque sea de Gestor a "Sobrevividor"... Vete tú a saber cómo acabará este constante cambio de escenarios. Continuará llevando nuestra Foca Monje, por muchas lunas de Daroca, ese signum magister tatuado?

A pesar de no estar en el puente de la Inmaculada Constitución, es un buen relatillo para pasar un buen ratillo.

Un abrazo y felicidades de color rosa.

Baruk dijo...

La segunda “entrega” de la esperada trilogía del Gestor, nos muestra como a pesar de dejar transcurrir dilatados intervalos entre escrito y escrito, sigues conservando tu hábil elocuencia y agudeza poética.

Las aventuras y desventuras de tu completo oportunista, nos ratifican como puede ser de profético, aquel sabio consejo:
"La vida da tantas vueltas y
es tan paradójico su desarrollo,
que lo malo se hace bueno
y lo bueno, malo…"


Siempre aprendiendo de ello, viva la genialidad de la mente, y

FELIZ CUMPLEAÑOS

**

Rubén Oliver dijo...

Felicidades Manuel... Tú sabes que yo a éste tío lo odio ¿no?, pues eso.
Ahora bien, la historia es magnífica y espero la tercera parte... Sí, el hombre es contradictorio por naturaleza.

chis dijo...

Flanagan, nombre con gracia para una historia escrita con tu agudeza habitual.
Un abrazo

chis dijo...

Ah ¡ ... y Feliz Cumpleaños ¡

KALMA dijo...

Hola Malvís! Un gran historia, amena y real como la vida misma como dice una canción: la vida da vueltas y el tiempo volando pasa, pues para lo malo, la segunda parte y por si acaso viene algo peor, aprovecha, o sea la segunda parte también. Un besote.

Alkaest dijo...

Existen personajes, para bien o para mal, que siendo reales son más de ficción que los de ficción...

Líbrenos la Diosa de tales sujetos, porque de una u otra manera, como dicen por el sur: "Si no te la hacen a la entrada, te la hacen a la salida".

Salud y fraternidad.

juancar347 dijo...

En realidad, no pensaba comentar. Y bien que lo siento, porque me produce mucha tristeza ver como se desperdicia un gran talento haciendo referencia a una persona que no se lo merece, y a la que mejor sería sepultar definitivamente en la fosa del olvido. Eso, si no me confundo de persona, claro está, pues hasta un obstuso como yo en este caso habla sólo por referencias y ninguna de ellas buena.
Por lo demás, ¿qué puedo decir?. El estilo, impecable; la profundidad, sobrecogedora y el conjunto, un poema. Capote al toro, Maestro, que usté lo vale y en los ruedos de la vida, las banderillas de hoy pueden ser las orejas de mañana.
Un fuerte abrazo

Pilar Moreno Wallace dijo...

¡Qué extraordinaria historia! Me ha dejado sin palabras; es una verdadera novela. Interesante desde el principio al final.

Un saludo desde Holanda, y las gracias por tu visita al blog y tu comentario sobre mis "paisajes". Me nombras a Claudio de Lorena; sus paisajes también tienen una especie de "angel", Brill, de Breda, no lo tengo muy cercano en mi lista de preferidos, y Poussin.

Anónimo dijo...

Malvís,

qué no habrá en tu cabeza, en tu corazón, en tu imaginación. Vértigo me da el pensarlo. ¡Qué bien tramas, narras y describes!

Me ha divertido tu relato, aunque no he entendido muy bien el final. Tendré que releer la primera parte de la trilogía.

Que seas muy feliz en tu año nuevo.

http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=MKC-Jd7KN64

Un abrazo virtual,

Almu


Publicación 2006
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