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sábado, 16 de noviembre de 2013

Hoy, sólo es Otoño


Aquel día no sonó el despertador, pero ella se despertó a la habitual hora temprana de toda su vida en la que sus conocidos se contaban por barrenderos. Lejos de experimentar un gran alivio, se sintió inútil, vacía,... casi como prescindible. Envuelta en aquel océano de sábanas blancas musitó: "Hoy, ya es tarde".


De repente, se le apropió ese sentimiento fatalista de que no le quedaban cosas que acomodar en el carrito de su vida y con un movimiento reflejo colocó su cuerpo en posición fetal. Los recuerdos comenzaron a agolparse en su mente y, en sólo instantes, hizo un recorrido de los fotogramas de su vida. Ya no volvería a aprender a montar a bicicleta ni volver a bañarse desnuda en las charcas de aquellos arroyos fríos de su pueblo. Ni sentiría la suave y grata sensación de un día de Domingo de Ramos en las merendicas de Gútar sentada en la hierba con su vestidito de estreno. Tampoco, revolotear por la claraboya de aquel teatro que fue su hogar en la infancia y desde la que podía ver sin ser vista; descubrir a los espectadores que se dormían en las butacas o los tímidos escarceos amorosos de las parejas que aprovechaban la oscuridad calibrando el paso de la linterna del acomodador; andar de puntillas por su misterioso mundo de pasadizos y sombras, registrar sus oscuros muebles en búsqueda de algún viejo lápiz de labios olvidado o de un vestido demodé guardado entre bolas de alcanfor. Ni a sentir aquellos miedos provocados por las tablas que, agrietadas por el tiempo, se quejaban de su vejez y que en los estados de duermevela, los transformaban en fantasmagóricas voces de viejos actores que recitaban su guión antes de salir a escena. Ya no  subiría al tejado para saborear el riesgo y las primeras emociones fuertes que la vida le brindó y desde donde podía divisar un mar infinito sobre el que depositar sus deseos y anhelos fantásticos en las velas de cada barquita de pescadores que distinguía como pequeñas luciérnagas en la lejanía del horizonte azul.

Y aquellos recuerdos, martilleaban su cerebro con un "hoy, ya es tarde; hoy, ya es tarde".



Pareciera que ayer, la comida de su homenaje y despedida, había marcado el parón de su reloj vital. Tantos años de esfuerzo, de fiel cumplimiento, de desvelos y profesionalidad, quedaban resumidos en unas palabras elogiosas a su larga trayectoria pronunciadas por el Jefe de Servicio, una plaquita de plata recuerdo de sus compañeros de trabajo y una comida organizada en el Club de Mar. Después, el corte profundo, la sima del recuerdo: la jubilación.

Siempre había pensado que los homenajes de despedida final a la trayectoria laboral, no eran sino una elegía a la supervivencia, porque el único mérito que cabe atribuir al homenajeado es haber sabido sobrevivir encadenado a la rutina del reloj de fichaje, y que bastante premio tuvo con haber mantenido su nómina a final de cada mes.

En fantasmagórica deambulación, contemplaba las habitaciones cerradas y vacías, fotos de sus hijos en reuniones de cumpleaños con los suyos propios, y el segundero impertinente de aquel reloj del salón que parecía machacarle: "Hoy, ya es tarde; hoy, ya es tarde".

Tuvo entonces la sensación de que llevaba años reconstruyendo un esqueleto. Que había pasado años hablando con sombras, perdiendo caricias y momentos que, en la fugacidad del tiempo y en el ritmo vivido, rebotaron en el espejo de su cotidianidad y que, como palomas huidizas, jamás recuperaría. Y el implacable juez de la conciencia se hizo presente en su cabeza, dictando su imperturbable e inapelable  sentencia: "Hoy, ya es tarde".

Miró a su lado un momento para buscarse, y descubrió ese tesoro que siempre permaneció junto a ella, su amor discreto, esa sabiduría instantánea, concentrada en dos ojos que brillaban como destellos de aquel nuevo amanecer.

Todo sucedió entonces como en los cuentos orientales, con la misma naturalidad con la que se acercan los cuerpos que se desean, en ese movimiento instintivo sobre las sábanas, que equipara el día a la noche, el invierno al verano, lo infinito a lo perecedero. Y volvió a sentirse con ganas de volver a nacer para reescribirse con su propia caligrafía, la suya, la única, y descubrir nuevas letras de un alfabeto olvidado que le sirvieran para reconstruir su mundo, si acaso existía, porque hasta entonces, no había pensado jamás que un páramo arrasado pudiera ser una raíz válida y digna para edificar un reino lleno de tesoros, un oasis casi verde en medio de un mar de basuras.


Agotada, volvió a deslizarse en el lecho casi al amanecer. Como un avaro, recopiló sensaciones y olores porque ya nada sería igual. La cercanía de la otra piel, había disparado su sensibilidad hasta extremos desconocidos que desafiarían el tiempo y el espacio y comprendió que no había nada qué decir, que le bastaba saberse unida a él y en paz. Le hubiese gustado eternizar el momento, pero pensó en lo huidizo que es el tiempo y en que no se deja capturar en foto ni tampoco encerrarse en las estrofas de un soneto. El la recibió como en su primer día, y sin resistirse al deseo, como quien no quiere ya renunciar a la esperanza recuperada, sabiendo que nunca es tarde para amar, porque él siempre amó, adentrándose en sus pensamientos, le musitó al oído: 

...."Amor mío, hoy, sólo es otoño. Solamente... Otoño".



*

8 comentarios:

pallaferro dijo...

Otoño, sí. Con paisajes de bellos colores, con paseos en busca de setas, con frescos días con sombrero bajo la lluvia...

Y, ya sabes: a dejar pasar rápido este invierno que se avecina porque, tras la jubilación, nos llegará de nuevo una esplendorosa primavera a nuestras vidas!

Un abrazo del Cerrillo de Costalo

escayoleando dijo...

Que tendrá el Otoño,

Para algunos el Otoño,simplemente está en la caída de las hojas,y ya vendrá otra Primavera,para otros el Otoño,no son solo hojas caídas de un árbol,caen las hojas del recuerdo que recoges y atesoras junto al corazón para vivirlas como una nueva primavera,.
Un saludo Esca

Alkaest dijo...

¿Qué tendrá el otoño, que tendrá...?
Caen las hojas arbóreas, caen las hojas del calendario, caen los recuerdos, caen...
De más joven me producía el otoño una melancólica languidez, sin embargo ahora, menos joven, me gusta la estación, la encuentro reconfortante y acogedora.
¿Simple capricho de la humana condición, o resignada toma de conciencia de nuestra transitoriedad vital?
Misterio.

Salud y fraternidad.

KALMA dijo...

Hola, la sensación de nostalgia que acompaña a esta estación, el otoño, rojizo y frío que da paso al duro invierno... Mañana hago una foto del patio de la Facultad y te la mando, nuestro platanero que mide más de cinco plantas ya está casi desnudo y el suelo, es una alfombra amarilla.
Hablas del otoño de una persona en su jubilación, no sé si es que aún la tengo lejos, pero yo la veo más como ¡Vacaciones! Por fin el tiempo me sonreiría aunque la veo muuu tarde, quien es una institución para jubilar a una persona cuando su mente es más rica que nunca.
Un besote.

Rubén Oliver dijo...

El otoño es la estación más bonita junto a la primavera... Es la estación en que las plantas sienten nostalgia del verano y enrojecen y amarillean, se hacen góticas las espinosas como el cardo, y flamígeras otras para recordarnos aquel verano de fuego, aquel verano del amor...
Un abrazo.

Pilar Moreno Wallace dijo...

¡Cuanta poesía en este otoño!

chis dijo...

El otoño ya está a punto de dar paso oficialmente al invierno.
Aquí en Soria hiela con asiduidad (y algunos días con ganas). El Moncayo está blanco, muy machadiano él.
Mi fecha de nacimiento dice que yo también estoy otoñal.
Bueno, todavía no ha llegado el invierno.

Un fuerte abrazo

Mara dijo...

Una historia de amor. Una bellísima historia de amor. Y de esperanza.
Gracias por compartirla, Malvís.


Publicación 2006
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