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viernes, 15 de abril de 2011

EL ÚLTIMO TEMPLARIO

A Juankar, Quizá, el último Templario

Un día de invierno me dirigía a Maarat con una caravana armenia, cuando otra un tanto descompuesta se cruzó en nuestro camino. Nos dijeron que estábamos locos al tratar de llegar a Maarat. Que todo el mundo huía de la ciudad y de los lugares vecinos, porque estaba siendo atacada y saqueada por un ejército de mamelucos, mandados por un hombre enormemente alto, de pelo dorado y un pequeño lunar blanco en el único ojo que le restaba, el hombre más cruel y sanguinario que se pudiera imaginar, un tal al-Malik al-Zahir Rukn al-Din Baibars al-Bunduqdari, autoproclamado Sultán del Cairo y Damasco.

Nos hablaron de miles de muertos, de violaciones y crímenes horrendos contra mujeres y niños, de perros y hombres asados y comidos por los mamelucos. No perdieron tiempo en muchas explicaciones y nos sobrepasaron precipitadamente. Fue entonces cuando decidí no arriesgarme y di la vuelta. Al quedarme rezagado en la contemplación de la desbandada a distancia, la vi. Llevaba sus ojos extraviados, me acerqué a ella y los dos nos detuvimos mirándonos. Su mirada pasó un instante por la mía y se quedó en ella para siempre. Mi caballo piafaba inquieto ante su belleza o quizá ante aquella respiración agitada al borde del llanto o del desvanecimiento. Quedé fascinado. Concebí la salvación en un sólo segundo de nuestras vidas y, sacando mi pie derecho del estribo, le tendí la mano. Creí que no podría izarla a la grupa porque caería antes desfallecida. Ella se repuso, tendió la mano y metió su menudo pie en el estribo que momentos antes yo había dejado libre. La subí como una pluma y de inmediato me envolvió el olor cansado, de ámbar y sufrimiento, que exhalaba su cuerpo cubierto por ropas ajadas. La apoyé en mi brazo izquierdo, cuya mano aferraba el arzón y, retrasándome en la montura, espoleé suavemente al caballo. Antes de desmayarse, me dijo en un susurro que se llamaba Jafira.Tenía dieciséis años y yo cuarenta y dos. Y la amé.

La amé como desde el principio de los tiempos. Mientras galopábamos, vi sus ojos adormecidos, confiados, abiertos ya en lo más profundo de mí mismo. En Hosn al Akrad nos encontramos con una multitud de campesinos que, para resistir un probable asedio, habían reunido sus reservas de ganado, aceite y trigo. Ayudé a organizar grupos especializados en diversos menesteres, reparando y cerrando puertas, llenando el aljibe y situando hombres en saeteras y almenas, afianzando las partes más peligrosas de aquel castillo inexpugnable por el grosor de sus muros y su triple recinto amurallado.

Acordamos que, si al fin llegaban los mamelucos, tendríamos que cortar el acueducto para evitar posible envenenamiento del agua y, tras revisar por penúltima vez los pertrechos, nos pusimos a orar. Yo lo hice junto a ella, en quien había cedido la fiebre y su rostro dibujada una tenue sonrisa. Ella, tomó mis manos entre las suyas y el castillo quedó en silencio. Quise que aquel momento durara siempre, que no cesara la emoción de sus manos que me eternizaban con su instantáneo amor. Pero poco a poco, fue subiendo el rumor de la llanura y el pánico y la rabia se instalaron en nuestros corazones, y las lenguas que antes rezaban, ahora se volvieron maledicientes.

Los soldados de Baibars empezaron a escalar los muros y los nuestros, aterrorizados, comenzaron a abandonar las defensas. Se me ocurrió una estratagema para salvar a los campesinos, pues sabiendo que los sitiadores carecían de víveres, decidí abrir las puertas del castillo dejando escapar parte del ganado. Los soldados se abalanzaron sobre los animales renunciando al combate. En el desorden, salí por sorpresa para tratar de llegar a la tienda del Sultán y acabar con su vida. Casi lo consigo, ya que la guardia había descuidado su custodia con el festín. Los soldados de Cristo resistimos los ataques de la turba infiel. Baibars sintió disminuir sus fuerzas por el desánimo de sus seguidores ante la inexpugnabilidad de las defensas del Risco. Y entonces, se sirvió del engaño. Aquella paloma mensajera fue el principio de nuestro fin. Dando pábulo a la misiva que portaba, creyeron ver en ella la firma del Gran Maestre que aconsejaba la rendición por imposibilidad de prestar refuerzos con qué socorrerlos y, desmoralizados, rindieron el fuerte el Sultán.

Aprovechando el tumulto y las frías tinieblas, todos los habitantes del castillo salieron y desaparecieron sin esperar el contraataque de los mamelucos, esperanzados en el salvoconducto prometido a los vencidos. Todos menos yo. No fue un acto valeroso el mío, sino de amor hacia mi compañera. La noche anterior al asalto, había recaído en su enfermedad y yo descubrí un refugio en una estrecha rampa abovedada que corría por uno de los muros interiores. Buscaba un cobijo mejor, sobretodo para mi compañera, cuando al apoyarme a oscuras en una depresión de los sillares, vi una débil luz al otro lado y noté que una piedra cedía girando con suavidad sobre sí misma. Miré a mi alrededor y comprobé que estábamos solos. Empujé más la piedra hasta descubrir un hueco por donde un cuerpo humano podría pasar. Hice que ella accediera a la secreta cámara y luego entré yo para recolocar la piedra de cierre. La luz interior tenía sonoridades húmedas y llegaba por otro boquete más pequeño practicado a pocos metros de nosotros.

Nos quedamos unos instantes callados tratando de imaginar las posibilidades de la situación, y de pronto comprendimos que todos habían huido sin tener en cuenta nuestra ausencia. Antes de que los infieles ocuparan el castillo, hube de arriesgarme a buscar víveres y ropas y encontrar el medio de cerrar bien por dentro la cripta, a cuyo efecto trabé una piedra triangular alargada en un surco que se prolongaba de la piedra móvil al inmediato sillar fijo. Nadie podría abrirlo desde fuera. Ni por casualidad ni de propio intento. Encontré provisiones e hice varias visitas a los depósitos de ropa y víveres hasta que tuve la certeza de que el tropel de hombres había entrado en el castillo. La cripta daba al aljibe, desde cuyo fondo veíamos pasar cubos de agua por el hueco abierto a poca altura del suelo. Escuchábamos unos ecos extraños de voces cristianas, árabes, ofertas, discusiones indignas, sometimientos vergonzosos de cristianos que se humillaban a los vencedores, usurpadores de nuestra tierra y de aquel castillo. Sin embargo, fui infinitamente feliz en aquel tiempo de perdición, hasta una madrugada en que desperté junto al cuerpo frío de mi amada. Estaba muerta. Nunca la había poseído más que con la intensidad de mis ojos, con toda la fuerza de un amor que era un absoluto olvido. Sus pupilas aún me miraban fijas desde la muerte. Aún me miran hoy desde las almenas de Hosn al Akrad, sobre el espanto confundido de los Cruzados del Santo Sepulcro. Pasé muchas horas llorando mi suerte ante su cuerpo sin vida y luego enterré en la honda calma del castillo a la mujer que había sido el único amor de mi vida. Antes, besé todavía sus labios inertes para que me contagiara la muerte. Sólo llegué a saber de ella su nacimiento en Antakya, el exterminio de su familia, su huida con aquella caravana y su extraordinaria belleza que al fin me hizo invulnerable.

Después, yo también salí. Viajé, sin rumbo, de Siria para Chipre y Creta. Recordé y olvidé a la vez. Comprendí el mensaje del pálido reflejo de una luz que vuela sobre la voluntad y la tristeza, sobre el temor, el deseo y la intimidad.

Quemé hábitos, y rompí mi espada. Y ahora... sólo rezo para los ojos de Jafira, aún vivos por encima de mí, en ese viento encendido sobre la irredenta fortaleza, sobre el espanto confundido de los espectros que siguen gimiendo desde las almenas del Risco de los Caballeros.

8 comentarios:

Pilar Moreno Wallace dijo...

Uxa, que tan largo tiempo buscó a su Cazador de sueños, se siente identificada con el amor que este caballero siente por su amada. También ella teme que cuando llege a encontrar "la luz de su vida", solo esté frente al recuerdo de una felicidad que nunca pudo conocer.

A tu comentario en mi blog siguen etas palabras:

Saber elegir.
La solución está en el equilibrio
más allá del juego.
La fortuna no entiende de números
ni de sentimientos.
Enfrentarse lleva a perder.

Muchas gracias por tu visita.

un abrazo.

juancar347 dijo...

La pérdida de Tierra Santa, significó, a la postre, también el fin del Temple. La nostalgia y la aflicción surgen cuando se es consciente de que se ha perdido algo. Algo que quizás hayamos tenido al alcance de la mano y no hemos sabido ver. Algo que ya no se va a volver a recuperar. Tal vez sea este el destino de un viejo caminante con corazón templario: buscar y buscar por los caminos; mirar los símbolos, las claves en las piedras hasta descubrir aquéllo que tanto ansía. Románticamente podemos llamarla Janilla; pero conscientemente, creo que en realidad se llama Juan Carlos. Honrado con esta entrañable entrada y dedicatoria; aunque, para ser honestos, todavía sigo creyendo que a mí me quedaría mejor el traje que al amiguete que está conmigo en la foto. Y para que no me comparen con Judas Iscariote, prefiero la cruz paté a la de Santiago. Sin ánimo de ofender, claro está. Un abrazo que espero darte en persona muy pronto, Pequeñín, que todos sabemos que eres muy Grande.

Syr dijo...

Pilar, seguí las tribulaciones de Uxa con fruicción, porque era la Búsqueda. Y ahora me alegro de que en el relato veas un humilde reflejo de su caminar impenitente. Gracias por tu presencia y por regalarnos parte de tus sentimientos en todos tus trabajos.

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También a tí, Caminante, te he seguido más cercano. Te he visto rebuscar sus lugares, sus símbolos, sus tradiciones y reposar gozoso bajo la sombra del conocimiento del más excelso y humilde especialista del tema.
Por eso pensé ¿ por qué no?. ¿ Por qué no en otra vida, en otro mundo paralelo?. He visto quebrar la espada de tu carácter, sustituir el hábito por el vaquero y la chupa acorde con los tiempos y hasta hemos podido comprobar que aunque lleves armadura, ésta se ha hecho vulnerable al sutil abrelatas del cariño.
No reniegues de la foto, porque nos hiciste pasar tiempo en Úbeda para poder conseguirla. Lo que importa es la idealización de ese Último Caballero irredento porque una vez sintió y no se resigna a renunciar a la búsqueda de su Yo Personal.
Por qué no habrías de ser tú, amigo mío.

Salud y románico

KALMA dijo...

Hola! ¡Qué entrada más bonita Malvís! Aunque bueno, esta bruja a Juancar más que caballero templario, por aquello de traerlo al inframundo lo califica de otra forma o formota según el día. Has mezclado conocimiento, realidad y sueño y nos has regalado tus emociones, gradia y un beso.

Rubén Oliver dijo...

Que relato más romántico, jolín...casi me saltan las lágrimas...aunque el final es un poco triste, como la vida suele ser...

Abrazos.

Alkaest dijo...

¡Pero que labia tienes, charrán!
No me extraña que, algunos, te apoden "Sultán de Mágina".
Y que otros te teman, más que a un político en ejercicio...

Mejor será no incurrir en tus iras, porque si alabando y homenajeando, eres quien eres. ¿Quién serías, si de herir con la pluma se tratase?

Me descubro ante vos, noble sultán de las letras, aunque retrocediendo un poco, no vayáis a ceder a la tentación, de acariciar mi "iniciática cicatriz" con vuestra afilada pluma...

Salud y fraternidad.

Fendesplaytex dijo...

Ayer (o antesdeayer) salió en la tv un programa de viajes por el mundo, hablaron de una zona de Israel donde perdieron una batalla fundamental, en una colina, los cruzados contra Saladino. Comentaron sus condiciones de vida, comidas, aventuras...Desde luego eran hombres muy especiales (aún queda alguno de esos por aquí, por los Madriles y lagunas negras, a quien rindo pleitesía).

Hoy el único cruzado reconocible es el mágico (yo que es ya voy siendo mayor) que también ha dado mucha guerra. Admiro las dos versiones del asunto, ambas muy atractivas, pero, débil carne, me decanto por una de ellas. La solución en la mente de quien lo lee: ¿vale acaso más un enlatado caballero que una bella dama...? En caso de duda...

Rubén Oliver dijo...

Cruzado... ¿mágico?...¡Sluuurp!


Publicación 2006
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