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martes, 26 de marzo de 2019

GREGUERÍAS JURÍDICAS.


Hoy la conflictividad es tremenda. Se discute todo. Somos más rebeldes, sabemos más de leyes que don Isidro, el secretario, María Dolores Fernández Novillo, la oficial, o don Cristóbal, el Juez y, claro, todo es cuestionable, recurrible o denunciable. Se reclama todo, incluso derechos inexistentes, insólitos y, además, muchas cosas hasta salen adelante.

Los juzgados antes de constituirse aparecen ya colapsados. No hay sentido del humor ni cabida a la ironía. Ahora los jueces son jóvenes muy preparados, pero se ve todo muy crispado. Así, no se puede trabajar. En mi tiempo había jueces divertidísimos y muy mayores. Algunos rozaban la senectud o, tal vez yo era muy joven y así me lo parecían. La primera vez que informé en la Audiencia Territorial de Granada, con tres Magistrados, veía que el Juez más cercano me animaba con la cabeza, mientras que el de la izquierda negaba. Salí desconcertado, hasta que supe que ambos tenían un tic, fruto de la edad.

Teníamos un miedo reverencial. La Sala imponía y recuerdo los prolegómenos de la entrada como espacios de tiempo eternos, interminables, donde era difícil controlar el temblor de las piernas y el birrete calzado en la cabeza. Hoy, un testigo al ser preguntado por el Juez si prometía o juraba decir la verdad de todo lo que supiera y por lo que se le preguntara, ha contestado: "¡Eso depende de lo que se me pregunte"!.

Ya no se producen situaciones tan graciosas como la de aquella pareja de gitanos que acudieron al Registro Civil cuando ella dijo al funcionario: "Aquí que el Curro y yo nos queremos deseparar, y venimos a que nos borre del libro de los casaos". O aquella otra que se produjo en un juicio de faltas por agresión y lesiones en la que al ser preguntada la perjudicada si era cierto que había recibido un golpe en la refriega, ella contestó: "En la refriega no, un poco más arriba, entre la refriega y el ombligo".

Sé de un camionero bilbaíno que vino a Sevilla, a juicio, tras un accidente. El Juez de la tierra y con su acento seseante, interrogó: "Explíqueme usté el suseso". ¿Que le explique mi sexo?¿Es que no se nota?", respondió el vasco con voz de trueno.

Dos individuos que se habían pegado, recurrieron a un testigo sordo. A cada pregunta que Don Cristóbal, el Juez de Distrito N-1 le formulaba, el testigo, con la mano en la oreja derecha decía: "¿Mande?". Don Cristóbal le hizo acercarse al estrado y le preguntó a gritos: "¡Que me diga usted por qué sabe que este señor pegó al otro!". Y el testigo contestó: "Por oídas".

En la actualidad, el material probatorio que se aporta al acto de la vista ha de ser acompañado mediante escrito detallado de las mismas. Ya no suceden episodios tan hilarantes ni graciosos como los sucedidos con respeto a la inmediación probatoria en aquel juicio por el robo de un loro que cantaba por Marifé de Triana. La dueña denunció al que se lo había quitado y, como carga de la prueba, llevó al ave a la Sala. Después de revolotear, le dio un picotazo al ladrón y con el fiscal bajo la mesa, se posó en el hombro de la señora y cantó "Torre de arenaaaaa". Aquello y no esto eran periciales irrefutables y objetivas.

Manuel Gila Puertas
Colgdo. Nº 802





1 comentario:

Mara dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.

Publicación 2006
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