Hoy la conflictividad es
tremenda. Se discute todo. Somos más rebeldes, sabemos más de leyes que don
Isidro, el secretario, María Dolores Fernández Novillo, la oficial, o don
Cristóbal, el Juez y, claro, todo es cuestionable, recurrible o denunciable. Se
reclama todo, incluso derechos inexistentes, insólitos y, además, muchas cosas
hasta salen adelante.
Los juzgados antes de
constituirse aparecen ya colapsados. No hay sentido del humor ni cabida a la
ironía. Ahora los jueces son jóvenes muy preparados, pero se ve todo muy
crispado. Así, no se puede trabajar. En mi tiempo había jueces divertidísimos y
muy mayores. Algunos rozaban la senectud o, tal vez yo era muy joven y así me
lo parecían. La primera vez que informé en la Audiencia Territorial de Granada,
con tres Magistrados, veía que el Juez más cercano me animaba con la cabeza,
mientras que el de la izquierda negaba. Salí desconcertado, hasta que supe que
ambos tenían un tic, fruto de la edad.
Teníamos un miedo
reverencial. La Sala imponía y recuerdo los prolegómenos de la entrada como
espacios de tiempo eternos, interminables, donde era difícil controlar el
temblor de las piernas y el birrete calzado en la cabeza. Hoy, un testigo al
ser preguntado por el Juez si prometía o juraba decir la verdad de todo lo que
supiera y por lo que se le preguntara, ha contestado: "¡Eso depende de
lo que se me pregunte"!.
Ya no se producen
situaciones tan graciosas como la de aquella pareja de gitanos que acudieron al
Registro Civil cuando ella dijo al funcionario: "Aquí
que el Curro y yo nos queremos deseparar, y venimos a que nos borre del libro
de los casaos". O aquella otra que se produjo en un
juicio de faltas por agresión y lesiones en la que al ser preguntada la
perjudicada si era cierto que había recibido un golpe en la refriega, ella
contestó: "En la refriega no, un poco más arriba, entre la
refriega y el ombligo".
Sé de un camionero bilbaíno
que vino a Sevilla, a juicio, tras un accidente. El Juez de la tierra y con su
acento seseante, interrogó: "Explíqueme usté el
suseso". ¿Que le explique mi sexo?¿Es que no se nota?",
respondió el vasco con voz de trueno.
Dos individuos que se habían
pegado, recurrieron a un testigo sordo. A cada pregunta que Don Cristóbal, el
Juez de Distrito N-1 le formulaba, el testigo, con la mano en la oreja derecha
decía: "¿Mande?". Don
Cristóbal le hizo acercarse al estrado y le preguntó a gritos: "¡Que
me diga usted por qué sabe que este señor pegó al otro!". Y
el testigo contestó: "Por oídas".
En la actualidad, el
material probatorio que se aporta al acto de la vista ha de ser acompañado
mediante escrito detallado de las mismas. Ya no suceden episodios tan
hilarantes ni graciosos como los sucedidos con respeto a la inmediación
probatoria en aquel juicio por el robo de un loro que cantaba por Marifé de
Triana. La dueña denunció al que se lo había quitado y, como carga de la prueba,
llevó al ave a la Sala. Después de revolotear, le dio un picotazo al ladrón y
con el fiscal bajo la mesa, se posó en el hombro de la señora y cantó "Torre
de arenaaaaa". Aquello y no esto eran periciales irrefutables y objetivas.
Manuel Gila Puertas
Colgdo. Nº 802
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