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lunes, 25 de agosto de 2008

El síndrome del mojito

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Desde que la generación del Seat 600 inventara la moda de veranear, la civilización patria sufrió el ataque de una nueva plaga.
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Es cierto que cruzar la CN-340 en una angostura rodante llevando parienta, niños, maletas, colchonetas, hamacas playeras, nevera, perro y suegra ( por este orden, que no es aleatorio), no sólo constituía, de por sí, un mérito, sino que, además, era un crisol donde se fundía y purificaba el carácter de una entera generación ( " Manolito, sácate el dedo de la nariz y cuidado donde pegas la pelotilla"; " Pepe, ten cuidado con ese, que tiene muy mala pinta; mira que seguro, esta mañana su mujer lo ha puesto ya calentito en la calle porque lleva cara de mala leche. Así que no vayas a adelantarlo, vaya que se pique", " Papá, para que quiero mear"), aunque sus protagonistas no fueran conscientes de lo que su novedosa actitud estaba propiciando.

Con el paso del tiempo y el desempleo de psicólogos ( artífices más creativos del lenguaje que la propia María Moliner), lo que antes era el regreso de unos días en el pueblo o en la playa, el zafarrancho hogareño para quitar el polvo acumulado en el sofá descubierto de la previsora sábana que quedó olvidada con la prisa de los últimos momentos y las pastillas de la tensión de la abuela, y el agotamiento de hileras de los tendederos que a veces procedían de innecesarias lavadoras, pero presumía ante el vecindario de superarlo en días de disfrute, se reconvirtió en un grave problema. Es decir, que en aquellos tiempos, tras pasarte una semanita en tu pueblo y volver al curro, aquello como que fastidiaba, cabreaba o jodía - según el grado de sensibilidad de cada cual-, pero que ahora, tras pasarte quince días en Las Islas Maldivas, va y te deprime. Lo que antes era puro malhumor, hoy constituye una verdadera enfermedad, un síndrome.

Si en mis tiempos se me ocurre decir a mi padre que, tras estar una semana en Torremolinos comiendo espetón y revolcándome en la arena, sufro de un síndrome postvacacional, de la ostia que me pega me endereza el carácter. Y es que, para alguien que nunca vió el mar y tenía un año que se quedaba corto para tanta faena, eso era algo tan incomprensible como una librería de catecismos en Moscú. Y si te sentías agotado, pues para eso estaba la taberna de Perrete para tomarte unos chiquitos de vino peleón con garbanzos tostaos, o el bueno de don Luís, el cura, que dentro y fuera del confesionario te daba recetas sin cobrar y te recordaba que el verano también se pasa bien a base de misal y rosario (" ¡Rosario, tráeme el misal¡").

Ahora no. Te has pasado ochenta y cinco horas en aeropuertos mirando a ver si cambiaba el " Delayed" de la pantalla que anuncia la salida de tu vuelo que tenías contratado desde febrero; has perdido cuatro días en el viaje transatlántico y otros dos entre el traslado de hotel al aeropuerto, pero las vacaciones de 5 días y 6 noches en el Caribe por 3.175 euros, en hotel de media pensión, ha merecido la pena. ¡Joder que si lo ha merecido¡. Y si no, que se lo pregunten a Vicente, el vecino del cuarto B que se tuvo que chupar enterito el vídeo. Eso sí, que para hacerle más ligero el trago, le pones un mojito porque te has traído la receta original. El ron también, lo que te sirve para contarle a Vicente la anécdota aquella del aeropuerto cuando te registraron la maleta y lograste, no obstante, escamotear la botella al agente de Aduanas.

Luego, la historia se repite, y pasas por el vídeo y por el mojito a toda la charpa de amigos y a la familia. Entonces reparas en lo que dan de sí 3.175 euros, pues llevas treinta y siete días contando los dos días y medio hábiles que estuviste en el Caribe.

Sin embargo, lo que siempre me ha dejado perplejo es que, tras la arrolladora alegría, tardes de vídeos y mojito y presumir de poderío, cuando el protagonista llega a su puesto de trabajo, se le pone cara de avinagrado y empieza a escupir al personal. Se supone que debería ser una balsa marina, un querubín, más, sin embargo, tan pronto como entra en su despacho corrido y ocupa la mesa asignada, se transforma en monstruo. Empieza por padecer el síndrome de Aladino, pues apenas lo rozas, le sale el genio.

Eduardo, catalán él y no obstante amigo, decidió este año armarse de valor y doblar el mapa hispano "hasta donde las pelas aguantaran". La Providencia y la bajada del precio del crudo se aliaron con él y acabó aterrizando en el Sureste. Cansado, cohibido y sin aire acondicionado, tardó en integrarse en su nuevo destino el tiempo que medió entre distinguir un surtidor de una gasolinera y una "tapa" de una ración. Después, conoció paisaje y paisanaje y ya nada resultó igual en su vida. De vuelta, soñaba con rincones como "La bien pagá", " La borrachería" o "La Charca" y sus pesadillas más grandes se limitaban a la angustia que sufría con ocasión de cada consumición pedida, pues dudaba entre acompañarla con espeluznaos, trigo, acelgas esparragas, berza o rabo de toro... Tras dos meses de silencio, cuando me interesé por su salud, únicamente pude obtener una tajante respuesta del Jefe de Recursos Humanos de su empresa: " Estar, está. Ha vuelto de vacaciones exultante y muy creativo aportando ideas originales y novedosas obtenidas, pero, oiga, se encuentra preso del síndrome postvacacional; apenas si habla, ha colocado un inmenso indalo presidiendo su mesa de trabajo y ha presentado ciento treinta y siete curriculum de trabajo en diversas empresas de Almería. Dice que lo de la ingeniería de telecomunicaciones está bien, pero que ya prefiere trabajar sacando miel de los paneles de las colmenas de la alpujarra o estudiar el proceso de la lucha biológica contra las plagas que afectan al pimiento de invernadero". Y aún hay más, me confirma su mujer que ya ni practica el tiro con arco, sino que de vuelta a casa, cada tarde pasa por el súper a comprar hierbabuena fresca con la que macerar el fondo de su mojito. Luego, sentado en la terraza, retorna a su estado de postración, mira el cielo, aspira la pajita y suspira profundamente mientras exclama: ¡ Amanece, que no es poco¡.

Y es que, a estas alturas, hasta mi amigo Pedro, que ha salido de su letargo acedioso, se dedica a macerar ideas para componer relatos y ha sustituido la marihuana de sus tiestos por hierbabuena para componer mojitos. El otro día, mientras degustábamos un delicioso pulpo del Zapillo en salsa, me confesó que a él el síndrome postvacacional le había salido por lo sexual, ya que tantas horas de playa a pezón desnudo habían descubierto su bisexualidad: es decir, que había comprendido que le gustaban las rubias y las morenas. Éste buen amigo, también me invitó a probar su mojito, pero conociéndolo como lo conozco, estoy tentado a declinar la invitación, pues me malicio que me tendrá preparada la silla de tres patas que guarda en la terraza reservada a las visitas.

Pero a mí, ya ese mal ni me afecta. Aquí estoy frente al ordenador como ayer, esperándolas venir. Quizá sea porque nadie como Mayra, la madre de mi nieto, sepa darle el punto al mojito. Quizá, porque haya entendido que a mi vuelta al trabajo encontraré adversarios, que no enemigos, pues el peor enemigo que tengo es mi propio corazón que acabará matándome. O tal vez sea, porque asumo que la vida no es sino una pista de obstáculos que siempre acaba en un hoyo.


Así pues, amigos, ¡ ha llegado Septiembre¡. ¡ Es la guerra¡.




Publicado por Malvís.

8 comentarios:

SYR Malvís dijo...

N. de la R. ( o sea, Nota de la Redacción, para los que no tengan los cuarenta cumplidos).

" Acaba de llamarme Pedro para decirme que, tras leer el relato, ha tirado a la basura la silla de tres patas que tenía reservada a las visitas".

Es decir que... ¡ a buen entendedor...¡.

Lo que no acaba de decirme el malaje es, después de 19:32 minutos de factura Vodafone, si en definitiva le ha gustado el relato o no.
¡ Tenga usté amigos p´a esto¡

Anónimo dijo...

"Tengo un amigo japonés, Manol-Ito Yamamoto. Toma nota, hago foto". Vaya tío, como él no hay otro.

Sayonara.

pallaferro dijo...

De vuelta a las trincheras, viendo que no he salido del todo mal parado (en el trabajo y en el relato) y que el día se me ha hecho largiiiisimo, he pensado más bien:

"Anochece, que no es poco!"

Sayonara!!!

Anónimo dijo...

Como decía mi tiabuela Teresa (que en Gloria esté), con esa chispa que tiene la sabiduría popular:"Con una misa y un marrano al año, sobra misa y falta marrano".
Seguro que en aquel tórrido verano del sur al buen cura ,aun siendo un santo varón, se le quedó corto el misal y le faltó Rosario.

A mí me da por pensar, sentada al fresco playero, que a lo mejor su santidad y su castidad hubiese estado a salvo con un refrescante mojito...o no. Estoy por creer que aun las conserva, sólo que ...¡¡La VIDA cambia!!

Seamos bien pensados!!!

SYR Malvís dijo...

Hola amiga.

Pues para tu tranquilidad, he de decirte que sí. Que aún las conserva. A las dos. A Rosario y a Castidad, aunque a esta última le suele llamar, en la intimidad, Casti.

Alkaest dijo...

¡Sembrao, colega!

Me pido prestado lo del "síndrome de Aladino", para soltarlo por ahí y quedar de asombro. A lo mejor es más viejo que el hambre, pero un servidor desconocia esa gracieta.
A cambio, prometo no enseñarte nunca foto, diapositiva o vídeo de mis vacaciones...

Salud y fraternidad.

SYR Malvís dijo...

Pues, ¡ deseo concedido¡. Y te quedan DOS más.

¡ Anda que si conocieras el síndrome del Albañil¡. Sí hombre, ese que se empeña en ayudar a llevarle el culo hasta la esquina, a toda la moza que pase bajo su andamio¡

Salud y románico

KALMA dijo...

Hola Malvís! Un relato más sembrao que una hamaca en la playa. Como me gusta la cultura del mojito, sin renunciar a los demás cultivos, jejeje ¡Viva la menta o hierbabuena! De hecho, en mi familia hay una quincena que es puro vicio ¡A diario!
Ahora, ya me gustaría a mí tener el sindrome post-vacacional y comentarlo en el "Zapillo", que ya podrás, con esas vistas...
Ahora, de vuelta de vacaciones ¡Esto es la guerra!


Publicación 2006
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