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lunes, 24 de junio de 2019

CONSEJOS DE SABIOS



Los había quienes contaban su edad en pesetas y los que contaban su ganado por múltiplo de sus dedos de las dos manos. No sabían leer ni contar y por eso cuando les preguntabas cuantos años tenían y cuantas ovejas eran de su propiedad, te respondían diciendo que tenían la edad de quince duros y una peseta, y cuatro dos manos y tres dedos de cabezas de ganado. Eran nuestros abuelos y abuelas, los viejos de Albanchez.

Te comentaban con naturalidad la Vida mientras sostenían en el sobaco izquierdo una gavilla de esparto y entre los labios cuatro o cinco varetas para insertar en el sogueado de pleita que estaban trenzando para fabricar la espuerta que necesitaban para recoger la inminente cosecha de cerezas de su pequeña huerta.

Recitaban como letanía el tiempo de la siembra, la postura de la reja del arado y la técnica precisa del amocafre para arrancar las malas yerbas de los "arroyos" del vergel fértil y crecido porque habían rescatado de la compuerta del caz un reguero guiado con escardillo para su sustento. Conocían el lugar donde crece la esparraguera y su instinto les permitía distinguir la seta de cardo de la de abedul u olivo. Sabían donde anidaba la tórtola, la perdiz y la tronconera y los colores del abejaruco y la oropéndola.

Nos daban una perra gorda los domingos sin pedírsela y escuetos consejos sólo si se lo pedíamos. Tenían enormes manos trabajadas pero suaves en las caricias, orejas grandes para oírte y ojos pequeños para ver las travesuras. Aparejan el borrico con su jáquima, albarda cinchada y serón al que recubrían con la manta para que no se rozaran las piernas en nuestra montura cuando te llevaban a la huerta para que le ayudaras a cargar las primeras peras sanjuaneras, los malacatones  del primer ponche del día de San Juan, y los nísperos y caquis de otoño, dejándote jugar bajo el pasero de cañizo mientras disponían y colocaban los higos y los orejones para las largas y frías tardes de invierno.

Nos hablaban de su juventud, nos contaban las mismas historias y nos llenaban de ternura desde su mecedora del rincón mientras trasteaban en la caja de costura, nos enseñaban los viejos retratos color sepia de su boda o de sus padres, o estampas de santos mientras rezaban el rosario para "echar una tamarilla" cada tarde con Dios.

Adivinaban nuestros gustos e inquietudes sin apenas mirarte. Te conocían. Y conocían todo el mundo que te rodeaba y el que te saldría al encuentro. Hacían gachas con porra el primer día de agosto para prevenir el crudo invierno de Mágina y gazpacho con aceite, sal, vinagre, agua y pepino para refrescar el agobiante verano serrano, y descifraban las "cabañuelas" para predecir la próxima cosecha porque habían estudiado en la universidad de la Vida.

Hemos traducido el respeto y el cariño en un cajón de ladrillo y cemento con mesas de dominó liberando nuestras conciencias. Asumimos el estado de su jubilación desde la única contemplación de perceptores de una mísera paga y nos conformamos creyendo que la sociedad les otorga y compensa por la labor que hicieron. Los arrinconamos a todos en un ghetto, donde entre pastillero, café, bolillos y brisca pasan los días mientras la sociedad busca respuestas a sus problemas cotidianos consultando a Google.

Y ellos callan. Saben que si alguien llama a su puerta que no tiene canas y arrugas, no deben abrirle pues nada tiene que enseñarles. Desperdiciado su potencial humano y humanista, ellos callan, cogen su bastón, se colocan su gorra y suben a paso lento la cuesta para buscar alguien con quien poder hablar en su hogar: el hogar del pensionista.



1 comentario:

Mara dijo...

"Nos daban una perra gorda los domingos sin pedírsela y escuetos consejos sólo si se lo pedíamos. Tenían enormes manos trabajadas pero suaves en las caricias, orejas grandes para oírte y ojos pequeños para ver las travesuras".

Gracias.


Publicación 2006
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