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domingo, 20 de mayo de 2007

El Maestro de Caza de la Torre Alfonsí

¡Don Patricio, don Patricio! – gritaba Juan mientras subía con paso cansino la empinada pendiente.
Juan era el encargado de las obras. Aunque más que Encargado, a él le gustaba que le llamasen Capataz. Y yo así lo hacía. Lo mismo que a él, siempre, le gustaba llamarme señor Aparejador.

Bueno..., siempre hasta el día en que se enteró de la aparición del término de Arquitecto Técnico. Recuerdo que cuando esto sucedió, Juan evitaba dirigirse a mí, y cuando no podía evitarlo, utilizaba términos ambiguos, casi impersonales.

Un día, tras apurar el café que ritualmente tomábamos antes de “engancharse al tajo”, me miró agobiado y dijo:
- Resulta gracioso, don Patricio, que después de tantos años y tantas obras juntos, ahora, con el lío que tienen ustedes en sus estudios, no sepa yo cómo llamarle, por miedo a importunarle.

Más de media hora me llevó explicarle que la mayor afrenta que podía hacerme consistía, no en utilizar uno u otro término, sino en dirigirse a mí con la mirada esquiva, con los ojos fijos en el suelo o traspuestos en el horizonte, como si hablase con alguien ausente o desconocido. Por eso, le dije que me llamase como acababa de hacer. Porque ese era mi nombre: Patricio. Como lo habían querido mis difuntos padres el día que me llevaron a recibir aguas bautismales a la capilla de la colegiata que, en honor a ese santo varón, flanquea el lado norte de la Plaza Mayor de mi pueblo natal.

- ¡ Don Patricio –continúo mientras tomaba resuello y se despojaba del casco protector para limpiarse el sudor que le corría por la frente- hemos topado con la beta de Cultura!. Así solía denominar Juan al hecho que se producía cada vez que los dientes de la pala excavadora chocaban contra restos arqueológicos y los ponían a descubierto. Y aquella calurosa mañana de junio, la máquina que realizaba los trabajos de excavación y movimientos de tierra de los cimientos en que habría de asentarse el nuevo Parador de Turismo de Lorca, había sacado a la luz un yacimiento arqueológico.

Adoptadas las primeras medidas de aseguramiento, acotamos el recinto y tras su vallado, se procedió a paralizar los trabajos, en tanto Juan me acompañaba en el todo terreno al Ayuntamiento. Después, vendría el consabido parte en el libro de órdenes de la obra, comunicación a los Arquitectos y entrevista con la Concejala de Cultura.

Serían la diez de la mañana cuando abandonamos el Ayuntamiento y, dejando atrás la Plaza Mayor con el coche, accedí por la calle de la Cava dirección a Murcia. Allí, debíamos reunirnos con el equipo de la Dirección del Proyecto para mantener una entrevista en la Consejería de Cultura, Educación y Universidad. El motivo era doble: asegurar que en las actuaciones arqueológicas que hubieran de llevarse a cabo, se respetaran criterios que compatibilizaran la construcción del Parador con la protección de los restos arqueológicos, y que los gastos de las mismas, fueran financiados por la Comunidad Autónoma.

Dos horas de espera fueron necesarias para poder traspasar la puerta de Director General de Cultura, quien con ánimo tranquilizador, nos dirigió estas palabras: “ Señores, no hay nada que temer. No vamos a cargarnos la historia, ni vamos a parar el proyecto del Parador. Como me tiene comunicado el propio Consejero y en sus propias palabras, les diré que también en la ciudad de Roma hay hoteles que tienen como paredes fragmentos de murallas de la época del Imperio. Solamente – prosiguió – si se descubrieran unos restos arqueológicos de tal magnitud que desaconsejaran el uso compatible de las dos infraestructuras, las obras de construcción del Parador podrían ser paralizadas”. Tras ello, y durante el curso de la reunión, los compromisos adquiridos por la Administración Autonómica respecto a la realización de las excavaciones arqueológicas y la asunción de su financiación, sirvieron para tranquilizar a los representantes de las instituciones participantes en el proyecto. El mismo efecto balsámico que para los representantes de Turespaña y del Ayuntamiento de Lorca había tenido la confirmación del compromiso relativo a la realización y financiación de lo concerniente a la excavación arqueológica, lo tuvo para mí el nombramiento de Paco Ramos como responsable del grupo de arqueólogos encargados de la excavación y estudio y catalogación del yacimiento; porque conocedor de su capacidad profesional, el convencimiento del objetivo de compatibilizar obras con la protección de restos, estaba conseguido.

De regreso a Lorca y durante el viaje, una frase atormentaba mi espíritu:
“si se descubrieran unos restos arqueológicos de tal magnitud que desaconsejaran el uso compatible de las dos infraestructuras, las obras de construcción del Parador podrían ser paralizadas”.

Quizá fuera eso lo que me impulsó a dirigirme, de nuevo, a la Ribera de San Miguel, junto al cauce del río del Guadalentín para desde allí, ascender al Castillo por la cara norte. Tras atravesar el flamante túnel de acceso, aparqué el coche en la explanada pequeña existente junto a las obras de cimentación del futuro Parador, con la idea de comprobar la magnitud del yacimiento recién desenterrado. En otro momento, hubiera admirado la fina tracería labrada de la torre gótica del Espolón que dejaba a mi mano izquierda; incluso me hubiera extasiado ante sus dos imponentes alturas de bóvedas de crucería con robustos nervios cargando sobre columnas esquineras, que siempre me sorprendieron como lección de buen hacer y despertaron mi emulación profesional. Pero en aquél momento, únicamente tenía atención para una frase que me martilleaba la conciencia como una máquina perforadora: “si se descubrieran unos restos arqueológicos de tal magnitud que desaconsejaran el uso compatible de las dos infraestructuras, las obras de construcción del Parador podrían ser paralizadas”. Era lo que había afirmado el Director General.

Mientras así pensaba, no pude evitar traer a la memoria los planos del Proyecto en ejecución. Planos para un inmueble concebido para el más alto nivel de exigencia hostelera. Imaginaba sus dos cuerpos, uno con planta baja y dos alturas y, en el otro, una planta baja más tres alturas. Forma escalonada, para adaptarse a la orografía del terreno respetando e integrándose en el conjunto histórico del paraje. Un coste total presupuestado de 14 millones de euros. Pero sobretodo, la fecha de la última certificación y recepción provisional de la obra: finales del año 2.006. Y, sin embargo, las obras podrían ser paralizadas.
Aparté los tubos metálicos que soportaban el cinturón de malla de alambre con el que se había vallado el recinto, y accedí a las obras paralizadas de cimentación con la esperanza de encontrar insignificantes restos en la superficie removida. Al entrar, Andrés, el guarda de la obra, me extendió unos amarillentos papeles rugosos y polvorientos, al tiempo que me decía:
- Buenas tardes, don Patricio. Tome estos papeles que me ha dao pá usté el maquinista. Dice que estaban en los dientes de la pala revueltos con terrones, pero que no ha salio ná más, ni se ha roto ningún cacharro.

Con aire indiferente, introduje aquel rollo informe de viejos papeles en el bolsillo de la chaqueta y me apresuré a ojear el yacimiento para hacer una primera aproximación de su posible importancia. A primera vista, los restos aflorados apuntaban a una estructura urbana, y la cantidad de fragmentos de piezas de cerámica, vaticinaban la existencia de espacios domésticos de viviendas enterradas.

Me temí lo peor. Como necesitado de aire, abandoné la excavación y, traspasando las ruinas de la Iglesia de Santa María y la de San Pedro, comencé a subir hacia la torre Alfonsina. Ante el imponente rectángulo de piedra con zócalos y aristas de sillajeros de treinta metros de altura, uno se siente empequeñecido y no puede sino recordar a Gerónimo Münzer cuando la describió como “ castillo de torre cuadrada que no tiene el reino otro de mayor solidez”. Comencé el ascenso de los 114 peldaños de piedra de la escalera que llevan hasta la desnuda azotea, sin más luz natural que la que se cierne por las afiladas aspilleras que traspasan los cuatro metros de espesor de su muro.

Al llegar al último cuerpo, y para la ascensión del último trecho, preferí hacerlo asistiéndome de la frágil llama del mechero. Rebusqué en el bolsillo de la chaqueta y mis dedos repararon en el manojo de papel viejo que Andrés me había entregado momentos antes.

Presto a utilizarlos como antorcha que me permitiera la culminación de mi ascenso por la oscura escalera hasta la azotea, y aprovechando la luz que penetraba por las únicas cuatro ventanas existentes, gemelas de estilo ojival, comprobé su contenido. Se trataba de una veintena de pergaminos en papel basto y rugoso que, con escritura e ilustraciones polícromas de estilo medieval, incitó mi curiosidad.


Capítulo I.- De la Caza.


El mismo Criador ofrece al hombre en todos los animales, o una presa ventajosa o enemigos que vencer y victorias que alcanzar: le fortalece con el ejercicio de la Caza, y le habilita y enseña con lecciones, correrías y batidas inocentes para hacer, en caso de necesidad, una guerra más peligrosa, para defenderse, o e un poseedor injusto, o de un agresor violento. Y así, los animales todos, tanto los que nos alimentan, como los que nos dañan y perjudican, son verdaderos presentes, que nos hace Dios.


Pero principalmente la Montería y toda especie de Caza son el medio, con que ejercitamos aquel dominio, que el Criador nos dio sobre las fieras.


En vano se remontan al ayre; en vano se emboscan en las Selvas, y aún en vano se esconden y sepultan en las entrañas mismas de la tierra, pues de todas partes las haremos venir á nosotros con la maña, o con la fuerza.


La corteza de un Acebo, y las bayas del malvavisco, o liga, que se halla sobre los manzanos, los perales, los robles y otros muchos árboles, nos da cierto humor viscoso, con que embarrar y poner en prisión las alas de los páxaros pequeños.


Tenemos cien especies de cebo, señuelos y astucias para sorprehender las Aves mayores. Sin trabajo particular cogemos con hilos y lazos las Anades, ó Lavancos, Patos y Gansos montesinos; los Chorlitos, las Perdices o Certetas, los Chorlitos Reales o Pardálos, los Hortelanos y todas las demás aves pasageras.


Sabrá el Hurón entrarse en la madriguera de un Conejo y privarle del asilo, que ya tenía. Los Tejones y las Raposas no encuentran retiro que los Perros de Muestra no busquen, y que todas las demás especies de Perros no asalten.


Tenemos Alcones, Neblíes, Gerifaltes, Sabuesos, Galgos, Podencos y Perros de todas magnitudes y figuras, con los cuales nos entendemos hablando una lengua misma y, según las órdenes que les demos con la señal, con la voz, y aún con la sola intención, parten a la busca, siguen el rastro, y hacen una guerra cruel, vuelven y revuelven ácia todas partes, según lo demanda el logro e la victoria; vuelven a nosotros con ella, y si acaso no la alcanzan, saben, o aprenden a corregir sus descuidos, y ya enmendados, nos tributan de nuevo su vista, su olfato, su ligereza y velocidad para descubrir, asegurar la presa, que es objeto de nuestros deseos.


Es, pues, la caza una diversion de las mas nobles y muchas veces de las mas útiles.


Se ha hallado el secreto de sacar provecho aún de la voracidad de las aves de rapiña, y de que sirvan al hombre, ya sea empleándolas contra aquellas, que entre las mismas aves de rapiña se llama páxaros villanos, ó de quienes se dice no son de casta, por no hacer guerra sino á las especies mas tímidas entre las aves, quales son los Milanos, y los Cuervos, que no guerréan sino contra Pichones, y Gallinas; ya se las emplée contra los páxaros, cuya carne es exquisita; pero que viven lejos de nosotros, nos huyen y evitan con cuidado,
quales son el Faysán, y la Perdiz.


Verdad es que la caza es vista por todos los Caballeros con no poca complacencia; pero poco o cosa alguna se sabe de la escuela, y enseñanza de las aves que la exercitan, por lo que conviene mucho hacer saber tambien de qué modo se instruye los Halcones, Azores y otras aves de rapiña para la caza de Liebres y Conejos, tan bien, como para otra cualquiera, así como del uso y virtudes del perro en la caza.


Ascendí el último tramo de escaleras, a la luz del mechero que calentaba mi mano, y por fin, accedí a lo más alto de la torre Alfonsina. Desde su azotea, la visión es la de un mirador privilegiado: A cierta distancia y a menor altura, las banderas que ondean en la torre almenada del Espolón, enmarcada por el verdor del pinar de Peñarrubia; al sur, cerrando la vega lorquina, la línea de cumbres de Almenara, y al este, tras el barrio de San Cristóbal, la sierra de la Tercia. Nunca ví nada más hermoso que su llanura, ni más espléndido que su río y los huertos que están a su ribera.

Con aquel marco tan incomparable y teniendo en la mano el puñado de papeles arrugados que leía, no me fue difícil
imaginar al infante Alfonso X, pertrechado de ballesta y armadura, cabalgando por las faldas de Sierra Espuña para cazar rebecos y jabalíes.

Busqué acomodo a resguardo de las saeteras y continué la lectura de los viejos legajos.



Capítulo II.- Del exerxicio de la Caza.


Empléanse, según la diversidad de las cazas, el Halcón, El Girifalte, el Alcotán (1), el Sacre, el Esmerejón, el Gavilán, y el Azor; pero generalmente el Halcón y el Azor son los de mas uso y seguros, que los otros.

El Halcón, y todos los que nombramos ántes de él, vuelan muy alto, y se usan para volaterías (2) muy diversas: unos para coger Garzas; otros para Milanos, Chorlitos y Búhos.

El Azor es bueno para volatería baxa: él es astuto, y hace bien la guerra á las Perdices, y guarnece sus corvas uñas de excelente caza. Un Caballero prudente, dexa el Halcón á los Príncipes, y se contenta con el Azor.

Pero estas diversiones traen consigo demasiado y grande gasto, y no conviene sino que acaso se exerciten en esto los Reyes, ó personas poderosas, y en extremo ricas.
El Hombre no puede vivir sólo, y no podría subsistir la Sociedad, que necesita, si todos aquellos que la componen estuviesen dedicados al ejercicio de las armas.
Por otra parte, la Caza no conviene al Pueblo, pues se apartaría de este modo del Comercio, de las Artes, del cultivo de la Tierra.
La Caza no conviene a los Eclesiásticos, porque son deudores de todo el Tiempo que tienen a os pueblos, que no los han descargado de los afanes y cuidados penosos de la vida con limosnas tan abundantes, sino a fin de facilitarles las impetraciones y ruegos para con Dios, el estudio y las funciones y actos proprios de su Ministerio.

La Caza se ha guardado sabiamente para aquellos que deben, por su estado, gobernar y defender a los demás, pues hallan de este modo, aún en la paz, en el descanso y en el noble placer de una diversión que se les permite, un medio de adquirir el carácter de la fortaleza, y de la paciencia que los debe distinguir. La Caza es para ellos una ocasión continuada para ser fuertes, valerosos, vigilantes, cautos, prudentes, terribles e incapaces de temer la fatiga ni recelar el peligro.


Capítulo III.- Del modo de adiestrar a las aves de rapiña.

El modo de adiestrarlos, y ponerlos en exercicio es muy gustoso.

Los páxaros, que se adiestran, ó son unas aves simples, y domesticadas; ó libres, y fieras.

Llámanse aves simples y domesticadas aquellas, que fueron cogidas en el nido, sin haber salido jamás de él. Al Halcón, que se coge de este modo, llámanle Halcón Nievo y al que se coge con red, Halcón del Ayre.


Llámanse aves libres y fieras aquellas que gozaron ya de su libertad antes de cogerlas: Estas son mucho mas dificiles de amaestrar; pero con un poco de paciencia y de destreza se consigue, y como se dice en términos de Cetrería, se las hace llegar a ser graciosas, y de buen servicio.
Quando están, o son muy feroces, se las trata con escasez en la comida, y se hace que padezcan hambre; se las impide dormir tres, ó quatro dias con sus noches: se está siempre con ellas, y de esta suerte se familiarizan con el Halconero, y se hacen en fin á quanto este quiere.
Su principal cuidado es acostumbrarlas á tenerse sobre el puño, á partir quando se las arroja, á conocer su voz, ó su canto, ú otra semejante señal que se les dé, y á volver á su mano en dándole órden de que vuelvan.


Al principio se las ata con un cordelito, ó bramante, de modo que solo se alejen nueve o diez toésas (3) para que de este modo no hayan al dar el reclamo, hasta que estén ya aseguradas, y no dexen de venir á la llamada.


Para hacer llegar el páxaro á este punto, es necesario el señuelo: señuelo no es otra cosa, sino un poco de estofa, ó de madera colorada, con su pico, sus uñas, y sus alas. Tambien y por lo común, es un coginillo de cuero, con dos alas á los lados, imitando la forma de alguna Ave.
A los diferentes plumages, con que se adorna el señuelo, se les dá el nombre de Caxon. ¿Quiérese acostumbrar al Halcón á la caza del Milano, de la Garza, ó Perdigón? Se muda de caxon, según lo que se desea que caze. Para la caza del Milano, no se pone sobre el señuelo, sino el pico, y plumas del Milano, y así á proporcion en las demás aves.

Para cebar el páxaro en su objeto, se afirma en el señuelo carne de Gallina, ú otra; pero siempre escondida debaxo del caxon, ó de las plumas de la caza, que se va a coger; y se le añade azucar, canela, tuétanos, y otras comidas, proprias á enerdecer más el Halcón á una caza que á otra; de suerte, que quando en adelante se trate de cazar de veras, y en realidad, se dexa caer sobre la presa con un ardor maravilloso.
Despues de tres semanas, ó un mes de exercicio en el quarto, ó en el Jardin, se comienza á ensayar el páxaro en el campo, y á Cielo abierto, y se le atan campanillitas, ó cascabeles á los pies, á fin de reconocer mejor sus movimientos. Tiénesele siempre encapirotado; esto es, la cabeza cubierta de un pellejo, que le cayga sobre los ojos, para que no véa sino lo que se le quiere mostrar, y luego al punto que los perros levantan la caza que se busca, el Halconero le quita el capirote, y arroja el Halcón tras la presa al ayre. Es cosa divertida verle entónces, yá remar con sus alas, yá volar de plano, yá de punta, subir, y elevarse como por grados, y á acometidas, hasta perderse de vista en la media region del ayre, y con esta elevacion domina el campo. Estudia los movimientos de su enemigo, y aún el mismo alejarse de la presa la hace suya; pues dexándose caer sobre ella, como una exhâlacion, ó un rayo, la trae á su dueño, que la reclama.

No se dexa de pagar al páxaro, especialmente á los principios, su fiel diligencia, quando vuelve al puño; y así se la dá molleja, y las entrañas de la presa, que ha traído.
Estas recompensas, y las demás caricias del Halconero, aníman al páxaro á obrar bien en órden á su caza, á no ser licencioso, á no llevarse sus cascabeles; esto es, huirse para no volver; y, sobre todo, a no ser despechado, pues del Halcón Montano se dice, que se mata ó precipita quando se le frustra la caza ó se vuelve contra el Halconero y contra qualquier Halcón que le acompañe.


Capítulo IIII.- De la Caza con páxaro á Pelo.


Hay modo y manera de hacer caza con Halcón tal, que hace á pelo y á pluma; esto es, tan pronto para seguir la carrera veloz de la Liebre, como el rápido vuelo del Faysán, ó de otra qualquier ave.

La dificultad para conseguir esto no es muy grande.

Quando el Halcón está ya domesticado, se toma una Liebre viva, y se le quiebra una pierna; ó si no, se toma un pellejo de Liebre lleno de paja, y despues de haber puesto encima de él un poco de carne de Gallina, ó de la que el Halcón guste, y apetezca más, se ata esta fingida Liebre con una cuerda delgada, pero muy larga, a la cincha de un caballo, y haciéndole á este correr, le parece al Halcón, que aquel pellejo es verdadera Liebre que huye, lo qual le convida, é incita á que se arroje sobre ella, y de este modo aprende á conocer á la Liebre, como á presa digna.


Capítulo V.- Del adiestramiento de páxaros de presa para caza de Corzos, Jabalíes y Lobos ú otras Bestias salvajes.

Es lícito y de gran provecho este tipo de adiestramiento é instruccion, la qual puede servir de un remedio quando los Lobos se multiplican.
Desde luego, se acostumbra al Halcón á comer lo que se pone en el cóncavo de los ojos de un Lobo, ó de un Jabalí, ú otra bestia salvaje. A este fin guárdase la cabeza, y el pellejo del primer animal que de estos se caza, y le dexa de
manera que vivo parezca, y ninguna otra cosa han de comer los Halcones, sino lo que saquen de la cabeza hueca de aquella bestia por la apertura de los ojos.

Despues se hace mover poco á poco esta figura mientras el Halcón está comiendo, con lo que aprende á afirmarse muy bien, aunque la muevan á paso precipitado, y violento, yá ácia atrás, y yá ácia delante; y en efecto perdería su comida, si anduviera descuidado. Esto le hace industrioso y atento á aferrarse, y asirse muy bien á aquella cabeza que le mantiene, y á meter su pico por los ojos, por mas que aquel aparente animal se mueva.

Despues de estos primeros exercicios, ponga el Caballero un esqueleto de la bestia salvaje en un carro, y haga tirar de un caballo á toda brida: el páxaro le sigue, y va comiendo sin interrumpirle su pasto la carrera. De este modo quando ya le sacan á caza, jamás dexa de arrojarse sobre la primera fiera que encuentra, y de
plantarse al punto sobre su cabeza, para sacarle á picotazos los ojos; la aflige, la persigue, la detiene dándole así tiempo al Cazador para quitarle la vida sin riesgo; pues la fiera se ve aun mas arrastrada del páxaro, que del Cazador mismo.


Capítulo VI.- Del aprovechamiento y uso del Aguila en el noble arte de la Caza.


Muchas personas usan tambien de las Aguilas para que le provean de los manjares mas regalados, sin haberlas amansado.
En estas sierras de Espuña, que son por su fertilidad de las mas ricas del Reyno, tienen costumbre las Aguilas de hacer su nido en el hueco de alguna roca inaccesible, adonde apenas se puede subir á fuerza de garfios, y escalas.
Luego que los Pastores descubren el lugar del nido, fabrican al pié de la roca una pequeña choza, en la que se alojan, guareciéndose bien de la furia de estas aves, peligrosas y temibles, quando traen alguna presa a sus hijuelos.
El macho tiene el cuidado de sustentarlos por espacio de tres meses, y la hembra sigue despues esta misma ocupacion, hasta tanto que pueden salir del nido. Quando ya tienen fuerza para esto, los padres mismos los alientan, mueven, y hacen remontar el vuelo, a cuyo fin los sostienen con sus alas; y si los ven en peligro de caída, los agarran con sus uñas.

Mientras los Aguiluchos permanecen en el nido, macho y hembra salen á caza á todos los parajes circunvecinos: Capones, Gallinas, Anades, Cabritos, Corderos, Cochinillos de leche, todo les viene á medida de su paladar. Quanto encuentran en los corrales es de su gusto: cogen todo lo que pueden, y lo llevan á sus hijos; pero su caza mejor es en el campo: allí cazan Faysanes, Perdices, Pavas agrestes, Anades montesinas, Liebres y pequeños Corzos.

Al punto que ven los Pastores, que el padre y la madre, dexada la presa, saliéron del nido, plantan escalas, y del modo que pueden trepan á la roca; y quitando lo que las Aguilas habian dexado allí á sus hijuelos, dexan en su lugar las entrañas de algunos animales. Pero no pueden subir tan prontamente, que, ó los padres, ó los hijos, no se hayan comido ya alguna parte. Esta es la causa porque los Pastores nos traen la caza mutilada; mas tiene en recompensa, un gusto muy ventajoso á quanto se vende en las Plazas, y puestos públicos.

Quando ya está el hijuelo bastante fuerte para volar, en lo que tardan no poco, porque le han privado de un mantenimiento excelente, substituyéndole otro muy malo, atan los Pastores, ó encadenan el polluelo, para que el padre, y la madre continúen en traerle de comer, y así lo hacen con parte de su caza, hasta que hastiados de un hijo, que sin término, los consume de trabajo, y de cuidado, el padre primero, y despues la madre, absolutamente le abandonan. El padre va á plantar á otra parte su piquete, la madre sigue a su fiel amigo, y el amor de sus nuevos hijos les hace olvidar el primero, que los Pastores hiciéron perecer en el nido, si ya no es que le lleven por conmiseracion á su casa. Mas, bien lejos de murmurar contra aquel, que crió la Aguilas, y los Buitres, se les da la enhorabuena de su vencindad y cuenta con otras tantas rentas annuales, quantos nidos de Buitres, ó Aguilas tenga en sus tierras.

Los ladridos de los perros de Andrés, el guarda de la obra, llegaban como eco lejano a las almenas de la torre. Anunciaban esa hora crepuscular en la que el cambio de tonos y sombras asemejan apariciones espectrales que estimulan los sentidos de los fieles guardianes, y en la que todos los perros de las huertas de la vega lorquina parecen transmitirse mensajes, unos a otros, proclamando su presencia para que el enemigo, el saqueador o, simplemente, el forastero pasen de largo.


Capítulo VII.- De los Perros en la Caza.


Seguramente, que de todas las habilidades, que puede aprender un perro, no son tan estimables, ni con mucho, como la amistad, tan activa y tan animosa que manifiesta con su Amo; y se ve claro, que Dios ha puesto al perro cerca del hombre, para que le sirva de compañía, de socorro, y de defensa; y los servicios, que le hace son tantos, quantas son las diversas especies, que de perros hay. Así, el Mastín y el Dogo guardan nuestras casas durante la noche, y reservan todo su furor para el tiempo, en que se puede temer designios perjudiciales contra sus dueños. Los perros de los Pastores igualmente saben hacer la guerra á los Lobos, y gobernar, y disciplinar los Rebaños.

Pero de todos los servicios, ninguno tan gustoso al Caballero como el que exercita en el noble desempeño de la Caza.

Entre los perros de caza, el Podenco tiene las piernas muy cortas, para deslizarse por debaxo de las matas, hierbas y malezas. El Galgo, para cortar el ayre con facilidad, tiene el hocico delgado, la cabeza aguda, y un talle y cuerpo ligero, las piernas altas y tan delgadas, que al correr se extiende, y avanza mucho terreno, y excede en ligereza á la Liebre misma, que no tiene mas amparo, que la pronta fuga, y las estratagemas, y astucias, de que se vale; y así el Galgo es absolutamente contrario, tanto en sus piernas, y en la forma y estructura de su cuerpo, como en su exercicio, al Podenco, pues este tiene la vista débil, y la nariz delicada, por necesitar mas de olfato seguro, que de vista perspicaz, quando se introduce debaxo de la tierra, ó entra en la espesura de las ramas.

El Galgo por el contrario, que no sirve sino en una llanura, tiene poco olfato; pero vista aguda para descubrir desde lejos seguramente la presa, por mas vueltas y revueltas que dé.

El Perro de Muestra se agazapa al punto que ve la caza, advirtiendo al cazador con esta seña. Estos perros de muestra son tantos, y tan varios en los nombres (4) como en las funciones y exercicios; pero todos exactos y fieles en lo que se les tiene mandado.

El Cazador, aunque sea de gusto tan delicado, que rara vez quede contento con los que salen con él á la batida, por el mal orden, que le parece, que observan, se pasma de la capacidad, inteligencia y puntualidad de sus perros.

Despues de la caza, y del corto gusto, que no siempre se les concede de un pedazo de lo mismo que cogiéron, se vuelven contentos á su encierro, y á que los aten en él: aquí olvidan su ferocidad, sacrifican su libertad con alegría, y aceptan sin murmuracion, fastidio, ni desdén la comida mas grosera.
Para ellos es bastante haberle procurado a su Señor una cacería abundante, u una diversión honesta.

A medida que la tarde se extingue, el frescor del río Guadalentín se extiende agradablemente por toda la vega de Lorca; los mosquitos y las típulas se mezclan en sus vuelos inestables con las mariposas que aprovechan las últimas horas de luz libando las flores que, copiosamente, cubren todos los rincones del campo. Lentamente, los sonidos de las sombras sustituyen a los del día, y el reclamo gárrulo de los críalos, la estrofa de la abubilla y la cadenciosa llamada del cuco, se troca por el ulular de los mochuelos, el reclamo del autillo, el zizagueo de los pavones nocturnos y los chasqueos metálicos de los murciélagos que se entregan a una interminable persecución de polillas, mosquitos y efímeras, como si estuvieran zurciendo el negro velo de la incipiente noche.

En esa hora incierta entre el día y la noche, apuré los últimos folios del manuscrito.



Capítulo VIII.- De la Caza con Añagaza.


Es la Añagaza una clase menor de caza muy divertida, á que no se puede salir con continuacion; porque además de arruinarse los árboles, desconfian los páxaros de aquel lugar, en que ya se les armó algun lazo.

Como las aves nocturnas son enemigas de todas las otras, así tambien desde la Lechuza, El Buho, El Mochuelo y el Aguila Atahorma ó Marina son universalmente aborrecidas por su triste graznido y melanchôlica voz. Mientras que todas las otras aves previenen al Sol con su canto, y con su música, y al ponerse, le hacen el mismo cortejo á este Astro hermoso, las aves nocturnas le hacen la guerra declarada, ó á lo menos le manifiestan irreconciliable ojeriza, la huyen como á su enemiga, y jamás la quieren tener por testigo de sus acciones, escondiéndose en las grutas mas obscuras, mientras ella baña, y alumbra el Universo. Esperan con impaciencia estas aves la vuelta de las tinieblas, para salir de las prisiones, en que el dia las tenía encerradas, y testifican su alegria con graznidos, y gritos, que no son capaces de otra cosa, sino de poner horror, miedo, consternacion, y espanto en todos quantos las oyen: cada una tiene su voz diferente, conforme a su especie; pero no hay una éntre tantas, que no sea espantosa, y triste. Su figura trae consigo, aún comparada con las bestias, alguna cosa de salvage, de horroroso, de taciturno, y sombrío, y parece verse en su phisonomía pintada la ira, y aborrecimiento contra el Hombre, y contra todos los animales.

Casi todos estos páxaros nocturnos tienen pico corvo, y uñas agudas, y penetrantes, donde una vez asida la presa, no es posible que se escape; y se sirven del tiempo de las tinieblas, y el sueño, para sorprender á los otros páxaros, que duermen, de modo, que aún los mas fuertes tienen no poco trabajo en libertarse, y huir; pero los mas débiles son seguramente su víctima; y así unen la sorpresa á la crueldad, y el artificio al furor.

Después de haber velado solamente para la infelicidad pública, y desgracia comun, se retiran, ántes de salir el Sol, á sus cavernas sombrías, é inaccesibles a la Luz. Ordinariamente prefieren los Castillos y las casas arruinadas á todos los demas retiros; como si la desolacion, y ruína, que allí hay, y que denota, ó la negligencia de sus dueños, ó la decadencia de las familias, fuesen solo para inspirarles sentimientos de alegria á estos páxaros funestos.

De este aborrecimiento público y declarado, se sirven los cazadores para armar lazos á los páxaros incautos, que corren precipitadamente al grito, ó verdadero, ó imitado de una de estas aves enemiga de todas las demas; porque despues de formar alguna cabaña cerca de un bosque, y de cubrirla de ramas de árboles, ponen en diversas partes de la cabaña algunas varetas, ó palitos untados con liga, sobre los quales se vienen á encaramar toda especie de páxaros, para estar más á tiro de insultar al enemigo, cuyo grito a despertado su ira; y cayendo con las varetas mal afirmadas, se ensucian, y embarran las alas en la liga, y pierden la libertad, y la vida en manos de los cazadores, atentos á su caída, y á aprovecharse de su temeridad.

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Cuando a finales del mes de junio finalizaron las labores y trabajos de la excavación arqueológica de urgencia, todos los medios de comunicación de la Región se hicieron eco de la localización de varias piezas cerámicas pertenecientes a seis hanukiyas de aceite de ocho brazos que, catalogadas entre los siglos XII y XV, confirmaban la existencia de un barrio judío en torno a la sinagoga que, también, salió a la luz.

Las obras del Parador prosiguieron. Nunca se dijo nada de un pequeño Manual de Caza. Y sin embargo, la suerte de los hallazgos, resultó ser dispar: mientras las hanukas y los demás restos, fueron primorosamente restaurados y expuestos en el Museo Arqueológico de la Comunidad, para estudiosos y eruditos, los legajos del manuscrito figuran reproducidos en un cuadernillo facsímil que, incluido en la última edición de los trabajos premiados en el VII Premio Internacional de Relatos, palpita sobre las mesitas de noche de 9.000 camas de la Red. Clientes y viajeros, cazadores o no, conocen el Manual del Maestro de Caza de la Torre Alfonsina.

Cada vez que visito las obras, no puedo evitar pensar que esta Torre Alfonsí dio amparo a Alfonso X, Jaime El Conquistador, don Juan Manuel, Alonso de Fajardo....

Cada día que visito las obras, Juan me pregunta si he averiguado quién pudo ser, realmente, el Maestro de Caza de la Torre Alfonsí.



NOTAS DE PIE DE PÁGINA

(1) En algunos lugares se conoce al Alcotán como Cernícalo de huerta.
(2) Volatería es la carrera empleada por un perro para coger cierta especie de caza, o el vuelo empleado por los pájaros para levantar.
(3) Toésa es una unidad de longitud equivalente a seis pies. El pie de Castilla, equivalente a la tercera parte de la vara, se dividía en doce pulgadas y equivalía a 0,3048 metros.
(4) A los Perros de Muestra los llaman en algunas partes Pachones, en otras Perdigueros y en otras Ventores, y son mas cortos de patas que los Podencos.


Autor : Malvis

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Publicación 2006
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