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lunes, 10 de agosto de 2009

Cartas del Caballero Pelargonium-

.. . . Se supone que en ese lugar informático e inexistente donde todos merodean en torno al aparentemente olvidado estudio de la arqueología ibérica, algunos de los mayores expertos del mundo intercambian sus datos y opiniones. Y sin embargo, tras años de leer artículos escritos por titulados versados en la cuestión, tenía más clara la impresión y la evidencia de una falta de coherencia y de conocimiento sorprendente. Aunque lo que doblemente la sorprendía era la aceptación de que parecían gozar del resto de lectores, aún a sabiendas de la falsedad de lo relatado. Un coro hueco de grillos. Ello corroboraba su inicial impresión de que hoy en día cualquier inepto con un título en la mano puede impunemente, respaldado por ese mismo título, decir cualquier memez y generar la aceptación de otros tantos miles de ineptos que se mueven por inercia en lugar de esforzarse en moverse por sí mismos. Asnos que prefieren la alfalfa del necio titulado a la miel libada por ellos mismos, pensaba. En una de esas charlas a jirones que nacen de la impunidad informática, descubrió con interés los mensajes de José. Nunca se imaginó que correría miles de kilómetros y se alojaría en una habitación con deslumbrantes vistas a la Mezquita para saciar su curiosidad. Aunque alguna vez daba a conocer algún dato, José se dedicaba a intentar transmitir el ambiente del sur de España, sabedor de que en los pequeños detalles residen muchas de las claves que sirven para acercarse a él. Para alguien como ella, procedente de un país frío, viviendo en una metrópolis infinita, cemento sin alma, el paisaje del Sur español tenía algo de austero, pero de auténtico. Dudó por un momento si lo que estaba viendo, desplazándose a toda velocidad a través del cristal del tren, no sería una ficción procedente de su interior. Giró la cabeza para evitar los pensamientos abstractos que la atormentaban, porque venía dispuesta a ser tomada por las cosas y dejarse seducir por el mundo, por primera vez en su vida. En las cercanías de Córdoba, el paisaje se le hizo hasta familiar. No había estado nunca allí, pero reconoció en las descripciones y relatos de José la sequedad de los árboles, el sol plomizo, la presencia en el aire de un velo que se imponía a todos los objetos como una neblina extraña. Pensaba que, a veces, Dios, el destino, la vida o llámalo tú como quieras, te juega malas pasadas y que te sirve cartas marcadas con las que no ligas ni puedes envidar el futuro y luego, todo se desarrolla muy rápido. Como la llegada a Córdoba: el paulatino deslumbramiento de la luz, el olor a asfalto hirviente adornado con un toque de naranjos, edificios convencionales resbalando sobre el taxi que la llevaba a su hotel.... ESTANCIA I Cuando a la mañana siguiente bajó al comedor para desayunar, el mozo de recepción se le acercó enseguida, como si estuviera esperándola. - Buenos días, señora. Acaban de traer esto para usted un servicio de mensajería. - ¿ Para mí?. Pero si yo no conozco a nadie en esta ciudad¡. Perdón, buenos días. - El chico ha entregado en recepción este paquetito donde pone su nombre y el número de habitación, pero si usted lo prefiere daré orden que lo devuelvan. - Bueno, está bien. Démelo entonces. Y muchas gracias de todas formas. Con el paquetito en la mano, Clara se dirigió al rincón más apartado del comedor y se sentó en una mesa, apenas visible desde la entrada, pues pensaba que el recepcionista estaría observándola para estudiar su reacción al abrir el envío que ella manifestó no esperar, pero sin embargo, el joven había vuelto detrás del mostrador donde se afanaba en preparar las cuentas de los clientes que aquel primer día laborable de la semana, se precipitaban en abandonar sus habitaciones y reclamaban el importe de sus facturas y la ficha que accionaba la barrera del parking situado en la planta sótano del hotel. Cuando Clara despegó la solapa adhesiva del sobre de plástico, no había en la estancia más que una muchacha de rasgos sudamericanos que portaba grandes recipientes cromados de color diferente para distinguir su contenido de café o leche y que dejaba, no sin poco esfuerzo, colocados en batería en una mesita cuadrada cubierta con un blanco mantel, junto a la alargada mesa en donde aparecían preparados los diversos alimentos del serf service. Fue al inclinarse para mirar en el interior del sobre, cuando observó un paquete envuelto en papel de regalo. Se asemejaba, por su tamaño y envoltura preciosamente enlazada, a unos de esos regalos de joyería con los que solía "sorprenderla" su ex marido en algunas ocasiones especiales. O al menos, eso creía él, porque Clara, pese a esperarlo, siempre ponía aquel rasgo de sorpresa en su cara mientras interiormente deseaba equivocarse en su pálpito. Sin embargo, ahora, y cuando empezaba a deshacer cuidadosamente la envoltura, percibió, nítidamente, un perfume a nuez moscada. Clara amaba las flores por encima de cualquier cosa en el mundo. Tenía la rara facultad de percibir su aroma en las condiciones y situaciones más inverosímiles, y hasta era capaz de distinguir la inmensa mayoría de todas las usualmente conocidas, con sólo olerlas aunque tuviese los ojos cerrados. Terminó de retirar el papel y, en efecto, ante ella apareció en una pequeña urna de cristal, un esqueje de geranio con su flor blanca, rotunda, fresquísima, con sus nervios rojos y hojas blandas, como recién cortadas. Bajo el estuche de cristal, un papel doblado en cuatro partes anunciaba el mensaje. Clara, liberó nerviosa el geranio de su prisión de cristal y, sin parar de aspirar su aroma a nuez moscada, extendió la nota, desplegándola sobre el plato de desayuno y comenzó a leer: " Señora, Antes de nada suplico humildemente su perdón por el insensato atrevimiento de dirigirme a usted sin conocernos, y también el desasosiego que pueda haberla causado el inusitado recibo de mi mensaje, dadas sus circunstancias. Se preguntará usted quién soy y cómo he dado con su paradero, puesto que a nadie comunicó usted su marcha y a nadie conoce en esta preciosa ciudad califal. Pero todo a su tiempo, señora.

Comprendo que la lectura de esta carta, no sólo calmará su desconcierto, sino que lo acrecentará, pues se sentirá observada, espiada y controlada sin saber qué ojos la miran ni desde dónde la están observando, pero puedo decirle en mi descargo, que le juro por lo más sagrado que jamás le acechará peligro por parte mía. Sé, señora, que mi actitud bordea los límites de la ley y me expongo a que una denuncia suya en Comisaría provoque un mecanismo con consecuencias impredecibles, pero es algo que necesitaba y necesito hacer para seguir vivo. Usted representa la única tabla de salvación para los despojos que quedan de mi alma.


Debo comunicarle que he sido doliente y mudo testigo discreto e indirecto, pero testigo al fin, de los principales acontecimientos de su vida desde hace tres años. He derramado lágrimas amargas de dolor verdadero tanto por el engaño de que fue objeto su única hija como por las circunstancias infames en que se produjo y con las que se condujo su autor; seguí, impotente y mudo, el calvario de las infidelidades conyugales de que era objeto y el entramado financiero urdido para reducirla a despojos. Asistí desde lejos, como herido por el rayo, a la muerte repentina de su señor padre y, en fin, he sido abatido por el testimonio judicial que puso fin a su vida matrimonial después de tantos años. Quizá ahora más que nunca, se pregunte usted quién puedo ser. Y a esa pregunta le daré respuesta, si en verdad lo desea, pero por ahora bástele saber que ya no soy joven y ni mis ojos guardan la luz ni el mirar de la pasada juventud. Eternamente suyo". Cuando Clara terminó de leer, el corazón le latía alocadamente en el pecho. Solo pensar que en aquel momento podría estar observándola hizo que sintiera un escalofrío que le recorrió los hombros hasta la nuca y levantó los ojos buscando con la mirada algún indicio que le permitiera identificar al espía, pero el comedor seguía estando vacío y la camarera colocaba ya las bandejas de beicon humeante. Quiso destrozar el papel que contenía el intrigante mensaje, pero se sintió invadida por los efluvios a nuez moscada que provenían de aquel geranio blanco y notó que los pensamientos del reciente pasado se le agolpaban en la sien. Mientras un nudo le apretaba la garganta, sintió cómo los ojos se le llenaban de lágrimas. Y lloró. Cuando estuvo desahogada, volvió a tomar la flor blanca con nervios rojos entre sus manos mientras pensaba que de cualquier manera que fuera, un hombre que envía flores, nunca podría ser un monstruo. Tranquilizada por ese su propio pensamiento y antes de dar el primer sorbo a la taza de café, aspiró nuevamente la fragancia de la florecilla y musitó " Oh, Pelargonium fragans, qué hermoso eres. Color blanco, como los recuerdos...". Después del desayuno, dió los primeros pasos por el barrio judío en la confianza de que las piedras y hasta el aire, le hablarían. No fue así. Sin embargo, en aquellas callejuelas encontró algo indefinible, inteligente y sutil, como un legado a la eternidad: los movimientos, la actitud de la mirada, la lentitud y el goce de sus gentes. Olió perfumes de plantas para ella extrañas, comió frutas y probó especies para ella desconocidas...y hasta imaginó al mismo Abd al- Rahman recogiéndose el vestido blanco en medio de la noche, inclinado para abrir con sus propias manos, poderosas y bellas, para plantar toda la variedad de geranios, como intentando enraizar en el Sur la felicidad y la alegría: el paraíso perdido.


Pensaba que El Justo, el hombre más poderoso del mundo, había llenado los jardines con las más de doscientas cincuenta especies de geranio y miraba boquiabierta los exuberantes patios del Barrio de San Basilio, con la sensación de vértigo como si se hubiera cruzado con ella un tren imparable que, atravesando el pasado y el presente, se dirigiera hacia el fin de los tiempos, haciéndola añicos.


Sólo entonces, delante de aquellas macetas de geranios prendidas en las encaladas paredes, comprendió la dimensión poética del mensaje que había recibido en el desayuno.

8 comentarios:

juancar347 dijo...

Posiblemente en este relato se encuentren las claves del libre pensamiento; y posiblemente, también, motivados por el frío conservadurismo de una gran mentira histórica, haya tanta gente hoy en día pateándose los caminos en busca de respuestas que ningún académica tiene la capacidad de dar.
Un abrazo

Alkaest dijo...

Es lícito buscar el conocimiento en quien, presuntamente, lo posee y está dispuesto a transmitirlo.
Más lícito es, lanzarse a los caminos para buscarlo por puenta propia, una vez comprobado que quien presumía de poseerlo es tan ignorante como nosotros.
Pero no vayamos a creer que todo el monte es orégano, que encontraremos rápidamente lo que buscamos, o que aquello que encontremos es lo que buscábamos.
Debemos ser muy cuidadosos, en nuestras interpretaciones y apreciaciones, no vaya a ser que acabemos convertidos en algo peor que aquellos de los que escapamos...

Dicho esto, una precisión. Cada cual asocia las cosas por las impresiones que le causan en un determinado momento.
Para mi, el sur, no es solo el pelargonio. Yo identifico el sur con dos elementos mas, que se metieron en lo profundo de mi ser, cuando en la infancia y adolescencia descubrí ese sur: El olor del azahar y el rumor del agua en las acequias.
El pelargonio, en la madrileña ventana de mi infancia, era un símbolo, la evocación en colores de un mundo desconocido, entrevisto tan solo a través de las narraciones, cuentos, anécdotas o historias mil que contaba mi madre de su lejana tierra.
Sin embargo, cuando tuve ocasión de viajar al sur real, lo que recuerdo como seña de identidad, como nostalgia entrañable, junto al color de los pelargonios, es ese perfume de azahar embriagando los sentidos, mientras el agua corre murmuradora por las acequias de los patios.

Ese colorido, ese olor, y ese sonido, todos juntos, despiertan en mi la magia de una patria lejana, a la que, como Ulises y su Itaca, sueño con volver algún día...

Syr dijo...

Efectivamente, amigos, el Sur no es solo pelargonios. Ni siquiera azahar y agua gorgojeante. Es algo, mucho, muchisimo mas: una forma de sentir, de ser, en definitiva, de vivir. Con el conocimiento innato que solo da el crisol de culturas. Porque se es como se ha vivido.

Pero en este Relato no se trata solo de eso. Es cierto que de entre las notas del Sur he optado por el geranio como hilo conductor de una historia ( sin desdeñar el azahar que ya aparece en Cordoba, ni el agua de sus fuentes, plazas y mares, como se ira viendo)que pretende que, a traves de sus variedades, colores y significantes de cada uno, vaya introduciendo en el conocimiento de cada provincia ( sin incurrir en acabar convirtiendolo en una guia turistica) a la protagonista, Clara, al tiempo que intento recuperar el perdido estilo epistolar ( ¿ quien no esperaba al cartero todos los dias en nuestros tiempos mozos?) trazando un manual de autoayuda que intente describir y penetrar en el estado de animo de alguien a quien las circunstacias vitales la han colocado en una impenitente busqueda de la felicidad.

Por eso, como novedad, hemos intentado que el relato quede "programado" para ir apareciendo en entregas sucesivas como la propia plasmacion del ciclo natural de una carta.

Espero que te gusten las sucesivas Estancias.

Esca dijo...

Ma gustao,es refrescante a la vez que calido. Esca

Clea dijo...

La felicidad es interior, no exterior; por lo tanto, no dpende de lo que tenemos, sino de lo que somos.

juancar347 dijo...

Malvis, aquí ya sí que me has liado. Algo no me cuadra. ¿Hablamos del mismo relato de Clara que dábamos por terminado, al menos yo, o es una continuación?. En fin, lo iré descubriendo poco a poco...

SYR Malvís dijo...

Es el mismo, Juancar. Lo que ocurre es que a los que diariamente seguiais su publicacion, lo ibais conociendo segun llegaba la carta, pero una vez concluido, los proximos lectores habrian empezado por el final y desvelado toda la trama. Por eso, unicamente lo hemos puesto en orden de arriba abajo segun se suceden las Estancias, facilitando su comprension e impresion.

Un abrazo.

KALMA dijo...

Hola Malvís!
Qué bonita descripción, suave, como el olor del té, el olor de mi niñez a "dama de noche" y los colores del sur.
Córdoba, amurallada, elegida por romanos, judíos, musulmanes... La mezquita ¡Qué maravilla! Tanto se empeñaron en hacerla catedral y, menos mal, que al menos un rincón original salvaron; aquí voy a hacer una apreciación, que lo mismo no tiene nada que ver, pero me apetece hacer la comparación, en Estambul hay una iglesia bizantina "Santa Sofía" que desde su construcción sirvió como iglesia cristiana, casi mil años, cuando el imperio otomano llegó al poder, añadió en el exterior, 4 minaretes y el interior unos cuantos medallones con símbolos o letras musulmanas y de esta forma se convirtió en mezquita, pero los mosaicos bizantinos con la virgen y el niño ¡Ahí están, todo el interior, la planta cuadrada, inamovible! Como debería de ser.
Córdoba tiene los colores de los patios engalanados en mayo y la mujer morena que pintó Julio Romero de Torres. Muchas gracias por la recomendación. Abrazos.


Publicación 2006
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