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sábado, 28 de febrero de 2009

EL NEGOCIADOR

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Desde el día en que finalizó el master, no se había enfrentado a un caso profesional tan peliagudo. Es cierto que abrió consulta, pero sus clientes, a los que prefería llamar pacientes, sólo presentaban problemas conductuales de integración o, cuando más, de orientación profesional.

Sin embargo, aquello era distinto. Por eso, cuando recibió el encargo del propio Comisario Godoy, quedó abrumado. Aunque orgulloso, estaba sobrecogido ante la responsabilidad del reto profesional al que se había de enfrentar.

Los hechos, en esencia, se habían producido en fechas ya lejanas. Concretamente en la Navidad pasada, hacía ya dos meses. En esos precisos días en que el sentimiento está más florecido entre los humanos, y por eso tenía aquellos tintes macabros de dificultad. Cuando los deseos de paz y felicidad se convierten en saludo cotidiano, el corazón y el ánimo toman la lengua como parrilla de salida, y los balcones y ventanas se engalanan con guirnaldas y luces de colores intermitentes, se había producido el secuestro de aquellas cuatro inocentes criaturillas.

Quizá fuese esa misma circunstancia el motivo por el que casi nadie reparó en su trascendencia. Pensaban que todo pasaría a convertirse en mera anécdota y que, pronto, la situación quedaría resuelta. Era Navidad y, a buen seguro, el sentimiento entrañable que rodea esos días tan especiales, terminaría por reconducir a la normalidad aquel suceso. Naturalmente.

Pasaron, no obstante, los días y la situación se enquistó. Por eso, cuando el mes de enero rozaba su fin, comenzaron las primeras actuaciones.

Todo resultó infructuoso. El acceso al secuestrador no dio resultado alguno. Desconectado de teléfono y haciendo oídos sordos a toda petición de liberación de rehenes, aquello parecía no tener fin. La angustia crecía. El acceso al edificio se veía dificultado por la antepuerta del enrejado que protegía la blindada principal, y la operación contemplada respecto a la intervención de recursos especiales de asalto, descolgándose por la fachada o escalándola, fue desechada por el peligro que entrañaba para la seguridad tanto de los liberadores como de los propios vecinos del resto del edificio. Hasta Lola había intentado su liberación tirando de esas pequeñas criaturas desde la terraza del piso superior hasta que el desgarramiento de alguna pieza de su vestimenta, le hizo desistir en su empeño libertador.

Así las cosas, en el mes de febrero se decidió recurrir a los servicios de un profesional para intentar mediar en la resolución del secuestro.

Cuando Pedro recibió el encargo, tras sacudirse del aturullo de la primera impresión ( ¿"por qué yo?"), se dispuso a repasar los protocolos convencionales de actuación aprendidos para este tipo de situaciones. Mantuvo reuniones con los afligidos afectados por vínculo directo de las víctimas e intentó extraer el perfil psicológico del autor de la injustificada retención.

Fue de este modo como comprendió la dificultad real a la que se enfrentaba. Se trataba de un varón octogenario que vivía en el tercer piso. Debajo, exactamente, de sus interlocutores y afectados quienes le proporcionaron toda clase de detalles: varón, viudo, bastante sordo, militar de alta graduación jubilado, y sólo. También le comentaron que antaño había sido jovial, educado y de carácter afable, pero desde que casó a la nieta que con él convivía y ésta abandonara el hogar del abuelo para establecerse con su reciente marido en casa propia en Marbella, la soledad había sacudido al viejo como la estera a una alfombra persa ajada, a la que se sacara su más escondida borra. Que, repentinamente, su carácter se agrió y presentaba, desde entonces, quejas vecinales por cualquier acción cotidiana por insignificante que aquella fuese. Hasta el punto de considerar, incluso, que el goteo imperceptible del riego de las macetas de geranios del vecino de arriba, suponía una " invasión de su espacio", en clara alusión a un término propiamente acuñado en el Cuerpo de Artillería al que perteneció en su juventud.

Pedro entendía que las especiales características personales de aquel secuestrador harían perecer las estrategias psicológicas de los manuales al uso. Por otro lado, las técnicas de supervivencia adquiridas en la vida militar del autor, hacían previsible un largo asedio y ya habían transcurrido dos meses desde la última Navidad. La soledad y la sordera, tampoco contribuían a facilitar su labor.

Fue tras la inspección ocular del lugar, mientras tomaba una fría cerveza con melva en salazón en aquel kiosco que presidía la plazuela donde se ubicaba el piso objeto de la intervención, donde le estalló la idea. Ordenó desatar el extremo del cordón donde se encontraban adherida la fila de los cuatro papanoeles, en hito de iniciar la ascensión. Al momento, la fila de muñecos rojos con borla y saco blanco cayó quedando, éstos, sujetos únicamente por el extremo inferior de la guita que el vecino del tercero mantenía, desde aquella Navidad pasada, y conscientemente aprisionada con su toldo azul recogido; de tal guisa que, ahora, más daba la impresión que los muñecos estuvieran ascendiendo al tercero, que ser decoración navideña del cuarto piso del edificio.

El resto fue tan sólo cuestión de tiempo. En plena Cuaresma y con un balcón adornado aún por cuatro papanoeles, el interfono de aquel tercer piso no encontró momento de respiro. Las chanzas y bromas de que fue objeto su morador, tampoco.

Fue la presión social la que terminó por minar su tozudez, desmoronándolo. Y al día siguiente, aprovechando el momento calculado en que el vecino solía salir a pasear a Mongui, el vecino del tercero subió el tiro de escalera y, sigilosamente, depositó la cuerda de los cuatro papanoeles frente a la puerta cerrada de sus dueños. Sin petición de rescate alguno.


Pedro, humilde como siempre, rechazó premios, homenajes y recompensa. Se limitó a comentar que no había sido producto de la psicología aplicada, sino de un conveniente cambio de postura.


Simplemente eso.

11 comentarios:

pallaferro dijo...

Me alegra saber que el negociador no empleó ninguna táctica intimidadora hacia el secuestrador.

Ahora sólo falta la terapia a los papanoeles para que superen el Síndrome de Estocolmo!!

Un abrazo.

Pilara dijo...

El tiempo que ha estado cuidando de que no se le escapasen sus navideños prisioneros no ha deparado en la falta de compañía y la soledad que es la que lo hace entrar en esa guerrilla domiciliaria.
Yo ahora me protegería la retaguardia al salir del portal pues, acabado el secuestro, me imagino al abuelete apostado en el balcón estudiando la estrategia para un nuevo ataque. No sabemos el arsenal que pueda tener almacenado... sólo con unas pistolas de agua se lo podría pasar en grande!

Besitos.

Pilar Moreno Wallace dijo...

Me ha encantado el texto, porque desde el primer momento atrae y te envuelve en la historia. Quizás por estar fuera de España mucho tiempo o puede ser que sea algo típico de la región, pero no sé exactamente qué quieres decir con "malva en salazón" ... mis disculpas.

Baruk dijo...

Muy bueno! He ahí la prueba de que cada escalera tiene el vecino plasta de turno. Eso si eres afortunado.

En mi escalera por ejemplo, hay tres "joyas" y a cada cual peor!!

Saludines

Anónimo dijo...

Los ancianos a veces hacen tonterias, para llamar la atención sobre su soledad. besos carmina

SYR Malvís dijo...

Es cierto que en el relato intento recrear un insignificante hecho que, sin embargo, trascienda en su tramiento para hablar del más grave problema humano de nuestro siglo: la soledad. Gracias, a todos, por valorarlo

La melva, amiga Pilar, es un pescado azul parecido al atún, pero más pequeño y muy habitual en nuestro Mediterráneo. Su proceso de preparación, salazonado, es el siguiente:
1. Tronchado (descabezado con rotura de la espina)
2. Escalado, eviscerado y lavado.
3. Salado y estibado. Se colocan alternativamente capas de pescado y de sal en la chanca o pila sin drenaje entre 15 y 30 días, dependiendo del tamaño.
4. Lavado en su propia salmuera, retirando los restos de sal sólida. Posteriormente se escurre.
5. Empipada, sellado y renovación de sal: las melvas se trasladan a los barriles o pipas disponiéndola en finas capas alternas de sal nueva (resalado), dejándola curar durante un tiempo que el salazonero estime oportuno.
6. Secado ligero (oreado).

Es una "tapa" tradicional en ambientes marineros. Necesitas volver. ¡ Pronto¡

Baruk dijo...

Eh, alto ahí!!, que las tres "joyas" de mi escalera ni son ancianos ni estan solitos, muy al contrario!... o sea, que son plastas de nacimiento!!

Anónimo dijo...

"Si no puedes con tu enemigo únete a él". Las técnicas militares aprendidas durante mi servicio a la patria siempre han dado resultado. No hay mejor solaz para un guerrero en barbecho que contar con cuatro jóvenes insumisos a quien domar.Pero no hay remedio peor que revivir el gusanillo adormecido(cualquiera de ellos). En el pecado llevas la penitencia.

Una vez completa la leva, vaticino que para la próxima navidad un vecino ancianito saldrá a desfilar vestido de Coronel Papá Noel de Artillería, seguido de un sargento excedente de cupo del cuerpo jurídico militar y un soldadito a cuatro patas con uniforme de Infantería de Tierra de Burberrys. La plaza Virgen del Mar pasará a llamarse Plaza de Armas Tomar y el furriel del Kiosko proveerá de la munición necesaria.

"Ave Cesar, cervezuri te salutant"


Almería, día D y hora H.
("No te queda mili ni ná").

Anónimo dijo...

Queridísima Baruk, hay fronterizos que se empeñan en "despertar" al animal que llevamos dentro. Insisten en "conocerte e intimar" y no dudan en presionarte llegando casi al acoso.
Tendrás que demostrarles que una relación de buena vecindad pasa a ser perfecta cuando nunca ves al vecino cerca ...¡¡Que el
roce (comunitario) lo que hace...
son ampollas!!

Paciencia y un fuerte abrazo!!

Baruk dijo...

Además, no entiendo que empeño en secuestrar a cuatro churrimanguis papanoeles, si al menos hubiera sido una veleta con guantes!

... esa si que me la quedo yo y no la devuelvo!!

KALMA dijo...

Hay que ser muy gruñón para retener, nada más y nada menos, que 4 ¡4 papanoeles! ¡Qué difícil es la convivencia comunitaria!
Y ahora que lo pienso, a los alumnos, les llamo "clientes" jajaja. Saludos.


Publicación 2006
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