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viernes, 28 de noviembre de 2008

Una cuestión de conciencia

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.Sr.Director, le agradeceré que publique la carta que adjunto en el periódico que tan acertadamente dirige. Estoy seguro de que no atenta contra ninguna norma ética y por supuesto no afecta a ningún político conocido. Yo, la verdad, no quería, bien lo sabe Dios, pero ella me insistió, me insistió tanto, que tuve que darle la razón.

“Ya verás tú lo que haces, Prudencio, pero esto no puede seguir así, nosotros no podemos continuar con esta carga en la conciencia y alguien tendrá que decírselo. Es tu jefe. Tú sabrás. Pero, claro, hay que hacerlo de forma que no hieras sus sentimientos, a nadie le gusta enterarse de que su esposa se la está pegando con el Subdelegado de Pozos y Minas , que está en el despacho siete del piso de arriba del Ministerio, justo encima del suyo. Don Virginio no se merece eso”.

Mi jefe, Don Virginio Humano, era el responsable del Departamento de Aguas Aéreas y Subterráneas del Ministerio de Obras Terrestres y Urbanismo (MOTU). Había venido a Almería hace unos 5 años, trasladado desde Cuenca, al parecer por problemas respiratorios. Necesitaba el clima marino y además un año antes había enviudado y quizás había sido bueno el cambiar de aires. Aquí, poco después, conoció a Margarita, la adjunta del Subdelegado, y poco a poco cayó en sus redes, acabando por casarse el año pasado, después de varios episodios que aún se comentan.
Bueno, lo cierto es que ella me insistió:

“Tienes que ser tú quien se lo diga, Don Virginio es una buena persona y no se merece eso. Pero claro, habrá que buscar una forma conveniente”.

Ella, que en otra vida anterior habría podido ser consejera de Lucrecia Borgia, me lo soltó de repente:

“Tienes que hacerlo como la otra vez. Que sí, que tú escribes muy bien y ya sabes que Don Virginio es como tú, siempre lee el periódico en la cafetería a la hora del desayuno, empieza como tú, con el artículo de Manuel Alcántara, luego los sucesos, las esquelas y por último las Cartas al Director. Seguro que es capaz de leer entre líneas; cuentas lo que le pasa a un vecino, le cambias los nombres, pero dices lo más importante. Él lo entenderá y no pasará por la vergüenza de ser el último en enterarse”.

Claro, ante esto no hay quien pueda alegar nada. Las mujeres tienen un poder especial, mi abuelo decía que eran de azúcar (bueno, decía otra cosa, pero no me parece correcto entre caballeros). Ella me insistió y yo que no. Que a nosotros qué nos importa, si sólo estamos de la casa al trabajo por las mañanas y por las tardes a llevar a las niñas a la piscina, al baile, al pediatra, a las fiestas de cumpleaños y a casa de tus amigas. Cada uno con su vida que haga lo que quiera.

Yo, que vine trasladado de Correos hace tres años, estoy muy bien aquí con mi negociado de Aguas Menores.

También se lo puede decir Rafael Manuel, el imbécil del jefe de negociado de Aguas Mayores; está mas cerca de su despacho, es su hombre de confianza, su mano derecha y mitad de la izquierda. Pero no, él está soltero; tendré que ser yo.

Don Virginio, mi jefe, es un hombre de costumbres castellanas, de poco más de sesenta años. Como ya le dije antes, vino de Cuenca, viudo y sin hijos. Bueno, lo de viudo, más o menos, más bien que menos. La cosa se destapó cuando Juan García, el conserje, recibió de allí una invitación de un amigo de la mili, para asistir a la boda de su hija. Juan no quería ir, no había visto a su amigo desde que estuvieron en el Sahara, pero su mujer insistió. Al llegar, Cuenca es muy pequeña, le esperaba su amigo, conserje también pero en la delegación del Ministerio de Salud y Obras Menesterosas.

“Hombre Juan, cuánto tiempo, y a propósito, tú que vienes de Almería, ¿no conocerás a Don....?”.
La historia era una pena, una verdadera pena. Don Virginio se había casado hacía diez años con Doña Carmelina, farmacéutica, rubia y veinte años menor que él. Ella era de educación estricta y él estaba todo el día en la oficina, mañana, tarde-noche y partes del sábado; el peso de la responsabilidad. Ella tenía en la farmacia a una sobrina del alcalde que no había donde colocar, y se pasaba todo el día en su chalet, en una preciosa zona residencial a las afueras de Cuenca, lo que no distaba más de tres kilómetros de la farmacia.

Un puro jardín era el barrio y es así como conoció a Nelson Wenceslao (el Guajiro le llamaban, para acortar), un joven inmigrante cubano que se buscaba la vida como jardinero de exteriores y las más de interiores.

Y pasó lo que tenía que pasar. Doña Carmelina, joven de rígida educación, no era muy amante del vicio de fumar, lo justo, el pitillo reglamentario de los sábados, pero aquel turgente puro habano de después de la siesta le había descubierto placeres insospechados. Cuenca es muy pequeña; el divorcio fue rápido y Don Virginio tuvo que marcharse con el cigarrillo entre las piernas para no ser la mofa de sus bienintencionados vecinos.

Lógicamente, en la oficina nadie sabe nada, nadie dice nada y Juan solamente se escribe con su amigo para contarle sus problemas con la próstata, a nadie le interesa la vida de nadie.

Y ahora pretende ella que yo le diga que su esposa, la de ahora, se la pega. Hombre, lo suyo con Margarita se veía venir. Recuerdo que hace casi tres años, recién llegado yo de Correos, y aprovechando la celebración del Día de Andalucía, fuimos a Murcia, lógicamente al Corte Ingles.
Aquello parecía el Paseo, la mitad de mis parientes, con sus respectivas, estaban allí.

Lógicamente, todas habían pensado lo mismo. Después de admirar una preciosa, preciosa, camisa de casi veinte mil pesetas, tuve que admitir que ella tenía buen gusto, que hacía juego con el pantalón, divino, que se acababa de comprar y que las cosas buenas duran una barbaridad. Lógicamente, lo cargué todo a la tarjeta y ya pasó a ser un asunto interno del banco.

Justamente al salir, bajando al parking, allí estaba Don Virginio, ayudando a Margarita a cargar unas bolsas grandes con edredones y unas más pequeñas que parecían de ropa interior de esa que sale en las películas que a mi cuñado tanto le gustan y que ve hasta cuando están codificadas; dice que con las gafas de sol mejor que el cinemascope. Yo por supuesto no dije nada en la oficina, bueno ella se lo dijo a la mujer de Juan, pero no hay cuidado.

Por eso le digo que me veo en la obligación de pedirle que publique la carta que está en la hoja siguiente. Por favor, aunque incluyo una fotocopia del carnet de identidad, le ruego que en la firma sólo ponga las iniciales; ésta es una ciudad muy pequeña y todos nos conocemos. No quiero que pase como la otra vez, que ya le dije yo a ella que no teníamos que meternos en lo del Jefe de Correo Bastante Urgente. ¿Qué nos importaba a nosotros lo de su mujer y el guardia jurado de la puerta?. Tanto ir a Madrid, tanto ir a Sevilla y mientras su mujer con el de la porra. Pero bueno, ella insistió, ya sabe lo de aquello que tienen de azúcar. Ella insistió. Era una cuestión de conciencia.-
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11 comentarios:

Anónimo dijo...

...Te lo advertí!!
En las ciudades pequeñas hay que andar con mucho cuidado o al final acabas en "El Yugo"!!
Hasta el camarero nos servía, sin preguntar, la manchada batida y la copita de anís...Nuestra relación comenzaba a ser sospechosa...

...Te lo dije! Acabarán por "echarte la lengua encima"!!!...

Anónimo dijo...

Si es que ya lo dice el refrán:

Quién no la corre de casado, la corre de soltero

... o ¿era al revés?

Anónimo dijo...

¡Mira que eres corta, Mari Pili!

Si los rumores eran por el de Aguas Subterráneas... y vas tú y levantas la liebre!!

Lo que yo diga, ¡más corta que las mangas de un chaleco! ...

¡¡Si no fuese por tu afición al tabaco!!

Anónimo dijo...

"Dios me libre de las lenguas mansas, que de las bravas ya me libro yo". (refrán anónimo propio)

Las vacas padecen la lengua azul, a otras bestias se les pone moradas de mordérselas para intentar no hablar del vecino, pero al final sucumben. Algunas se hacen sangre y mueren autoenvenenadas.

No hay que hacer caso de la gente desconocida; los mejores "elogios" siempre vienen de la boca de un pariente.

Hasta luego, que me voy a darle a la lengua.

Anónimo dijo...

A Virginio Humano le informamos que su Margarita se la está pegando con el de Pozos y Minas!

Firmado: El Prudencio de Correos

Anónimo dijo...

el Buen Dios aconsejo: no desearas la mujer (hombre), del projimo.
Claro que El ya sabía, por ser Dios
que todos (todas), iban a caer en la trampa del "azucar" claro.
un beso carmina

Anónimo dijo...

Yo me acabo de enterar ahora. Es lo que pasa, que luego todo se sabe, y esta es una ciudad muy pequeña, qué le importa a nadie la vida de nadie ( ¿y si ellos son felices, los tres?). Lo bueno es repartir lo bueno, lo otro es malo. En la vida, como en el café, más vale solo que con mala leche, tambien se puede tomar un café cremoso a medias (me pido la espumilla). Vuelve a tomar anís en buena compañía y yo la siesta en la gloria.

Un abrazo y un medio beso de mi media naranja (digo por su parte ácida, tambien tiene otra de azucar y vamos compensado).

Anónimo dijo...

Pero, yo pensaba que el "azúcar" era para ayudar a pasar mejor lo de "Amaos los unos a las otros... y ahora resulta que tiene restricciones...

Anónimo dijo...

Un pajarito me ha chivado en qué pensaba el pensador. ¡Ni siquiera él es de piedra!

http://www.flickr.com/photos/alhambra2006/2277085816/

¡No tenemos remedio!

Alkaest dijo...

¿A qué tanto aspaviento? Al fin y al cabo, de casta le viene al galgo. Ya un remoto bisa-tata-rabuelo de Don Virginio, quien sobre cornudo reincidente debe ser gafe rematado, dicen que tuvo también lo suyo... No me gusta hablar más de la cuenta, pero dicho señor, Don Adán creo que se llamaba, se metió en camisas de once varas por hacerle caso a su parienta, una real hembra creo que nombrada Doña Eva la cual, afirman, debía tener un "azucarillo" de categoría. "Que comas de la fruta", le insistía. "¡Ay, Adán, que el médico te lo tiene recomendado! Que si no te quedas canijo y sin energías", volvía a insistir. "Hazlo por mi, hombre, ¿que trabajo te cuesta?", remachaba. Y claro, el remoto bisa-tata-rabuelo de Don Virginio, cató de la fruta.
A Doña Eva, le engordó el "ego" mientras pensaba: "Lo tengo dominao...". Don Adán rumiaba: "Si es que no tengo personalidad..." Doña Serpiente se partía de la risa, sobre lo tontos que le habían salido aquellos muñecos parlantes al Jefe del Emporio La Creación.
A Don Adán y Doña Eva, aquel follón de la fruta les costó ser desahuciados del adosado con parcela.
Y al Jefe, le costó aguantar el pollo que le montó su parienta: "Si es que eres tonto el haba. ¿A quien se le ocurre, poner juntos en un jardín un hombre con una mujer y una serpiente parlanchina? ¡Si hasta el más simple, sabe que eso es dinamita!
Y no me vuelvas por aquí hasta que arregles el estropicio..."

Salud y fraternidad.

Anónimo dijo...

¡¡Si la envidia fuese tiña...!!

Yo le aconsejaría, Sr. Virginio, que aplicase lo de "A palabras necias..."

Como bien se encarga de adoctrinarnos la Santa Madre Iglesia, para no dejar las conciencias tranquilas y porque ya se sabe que la ociosidad es el principio de todos los males, se puede pecar de pensamiento, palabra, obra u omisión...
El que esté libre de pecado que tire la primera piedra...pero cuidado al tomar impulso no pierda el centro de gravedad porque seguro ya ha sido convenientemente condecorado.

Afectuosos saludos.


Publicación 2006
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