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jueves, 3 de noviembre de 2022

AMAR EN OTOÑO



Había pasado, hacía tiempo, la edad en que es conveniente engañarse para conservar algún misterio en torno a uno mismo que mantenga la ilusión de vivir.
La verdadera belleza siempre provoca nostalgia. Nostalgia de ser otro, de estar en otro sitio, porque la verdadera belleza, la honda, la profunda, es invivible.
Eso pensaba Eva, después de haber hecho el amor, desde la ventana de su habitación mientras contemplaba el paisaje de un rigor casi intolerable, que ahora mostraba una tonalidad sombría. Apurando su cigarrillo, contemplaba el cuerpo aun desnudo de Carlos sobre la cama mientras la ciudad parecía descansar aliviada porque faltaba una noche menos para el último día del mundo. Una noche menos para la desaparición del momento definitivo de echar la vista atrás y rendir cuentas de la vida pasada.
Hasta entonces, sentía que llevaba años reconstruyendo un esqueleto. Había pasado años hablando con sombras. Hacía tiempo que, por culpa de unas experiencias poco gratificantes, no miraba a un hombre con alguna esperanza, pero desde aquella foto, veía a Carlos con esa percepción subjetiva de los que están obsesionados por algo, revestido de una magia especial que la ligaba al mundo cercano. La fotografía la turbó. Esa intromisión de la realidad tangible, de la carne viva y deseable de Carlos en el mundo abstracto y lleno de fantasmas por donde flotaba habitualmente, le había provocado algo más caluroso que admiración.
Y con él encontró un hueco que le faltaba, que no sería capaz de llenar si no lo conocía. Sintió la necesidad de conocerlo. Poder oler su pelo, darle movimiento a su imagen obsesiva en fotografía, se fue convirtiendo, poco a poco, en medio de una involuntaria inconsciencia, en otra de las obsesiones que amenizaban su vida insípida.
Sin embargo, nada más verlo, le pareció que Carlos era de esas personas que ralentizan el tiempo, y eso le gustaba; odiaba a los ansiosos que multiplican la ya de por sí asfixiante velocidad del reloj. Pero a la vez que racionalizaba algunas sensaciones, una parte de su cuerpo deseaba ya a Carlos con todas sus fuerzas. Quería poseerlo como si lo conociera desde siempre. Comprendió que pese a tener los cinco sentidos puestos sobre la vida real, era capaz de aprender mucho. Por eso, lo que encontró más importante, lo que le indicaba que había acertado, fue descubrir que todavía era capaz de desear. Que no era tarde.
Recordó que dos cuerpos, cuando se desean, están movidos siempre por resortes extraños. Qué más daba que en este caso se atrajeran imantados por la intervención de un espíritu, de una afición común. Miró a su lado un momento para buscar a Carlos, y vio todo ese tesoro que había descubierto, esa sabiduría instantánea, concentrada en dos ojos que brillaban en medio de la noche.
Todo sucedió entonces como en los cuentos orientales, con la misma naturalidad con la que se acercan los cuerpos que se desean, en ese movimiento instintivo sobre las sábanas, que equipara el día a la noche, el invierno al verano, lo infinito a lo perecedero. Y volvió a sentirse con ganas de volver a nacer para reescribirse con su propia caligrafía, la suya, la única, y descubrir las nuevas letras de un alfabeto olvidado que le sirvieran para reconstruir su mundo, si acaso existía, porque hasta entonces, no había pensado jamás que un páramo arrasado pudiera ser una raíz válida y digna para edificar un reino lleno de tesoros, un oasis casi verde en medio de un mar de basuras.
Agotada, volvió a deslizarse en el lecho casi al amanecer. Como un avaro, recopiló sensaciones y olores porque ya nada sería igual. La cercanía de la piel de Carlos, había disparado su sensibilidad hasta extremos desconocidos que desafiarían el tiempo y el espacio y comprendió que no había nada qué decir, que le bastaba saberse unida a él y en paz. Le hubiese gustado eternizar el momento, pero pensó en lo huidizo que es el tiempo y en que no se deja capturar en foto ni tampoco encerrarse en las estrofas de un soneto, y sin resistirse al deseo, como quien no quiere ya renunciar a la esperanza recuperada, musitó: ¡ Tanta hermosura, duele¡. Mientras Carlos, furtivamente, apuntaba en la hoja del bloc de la mesita de noche: " Hoy, Eva, ha llorado"; y todavía, para más precisa memoria, agregaba la fecha: Otoño, 9 de noviembre.





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Publicación 2006
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