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sábado, 20 de marzo de 2010

LA ESCALERA DEL DESTINO

Primera parte: El padre
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Aquel convento dominico convertido en Hospicio-hospital de la caridad segoviano, fueron las primeras murallas de su vida. Sus días transcurrían entre la enfermería y sus claustros, de hospiciano a ayudante de enfermero. A los once años, ya había aprendido a vivir al lado de todos los mendigos, inválidos, idiotas y niños abandonados. De aquellos primeros años, Bonifacio Bronca Sánchez siempre recordaría cómo le llevaban a acompañar los entierros, pues el Hospicio recibía donativos por parte de los familiares de los finados por la presencia de los niños. Con los trajes de calle y una vela en la mano, recorrían las calles de Segovia desde la ribera del Eresma hasta el cementerio, dando una mayor emotividad al cortejo fúnebre. Otras veces, lo llevaban a la plaza Mayor, a la Caja de Reclutamiento, para el sorteo de los quintos, a sacar las bolas del bombo. En cada sorteo, Bonifacio no podía dejar de soñar con el futuro de aquellos soldados cuando eran enviados a tierras lejanas....

A veces, servía de maniquí y modelo improvisado de artistas itinerantes y alumnos en prácticas que, buscando la fealdad de la miseria, quedaban impresionados por los rasgos de Bonifacio.

Con su carácter afable, pronto consiguió ayudar en las faenas del hospital. Fue así como aprendió a poner ventosas, hacer sangrías, poner vendajes y apósitos, mientras retenía y guardaba en su memoria las anotaciones de los recetarios sobre dietas y remedios. Siempre cerca de la muerte y de la enfermedad, no era raro que en más de una ocasión, Bonifacio acabara infectado de piojos, viruela y hasta de cólera. Siempre recordaría la sala de héticos donde se aislaban a los tísicos, la caja de ánimas con la que se llevaba a los muertos a enterrar, sin mortaja, llantos ni testamento y toda la vida le acompañarían los olores de aquel recinto, el hedor que exhalaban las salas a primeras horas de la mañana antes de vaciar las bacinas inmundas, el olor a cloroformo, los gritos de los locos encerrados en el cuartucho, las risas de las prostitutas de la sección de higiene, los latinajos con que el padre Agustín despedía a los moribundos, ni los ojos y manos de tantos y tantos muertos, olvidados para la vida y en la muerte.

Fue Jacinto, aquel anciano de gran corazón que nunca admitió ser sangrado porque no comprendía cómo unos bichos pudieran mostrar más interés por la sangre que por las patatas, el que a la postre cambiaría la vida de Bonifacio aquel día de un triste verano en que la tartana de Gaspar, el corsario, cumplió con el encargo de recoger el cuerpo inerte de Jacinto dejando, junto al colchón remendado, un billete de lotería que Bonifacio recuperó, más como recuerdo del enfermo que como pellizco de la Fortuna. Otros huérfanos, como él, iban a cantar, por el mismo orden, los números impresos en aquel trozo de papel y lejos quedaría aquella Casa de Expósitos.

Bonifacio Bronca fue siempre un ejemplo de humano que se labra su propia vida y destino. Pese a haber sido agraciado por la lotería, se incorporó rápidamente al mundo laboral en aquellos difíciles años de la postguerra. Botones de una Mutua Patronal, aprovechaba los innumerables desplazamientos, en bicicleta, que le imponía el desempeño de su trabajo como recadero, para derrochar ese gracejo innato que le hizo tan querido. Raro era el día en que Bonifacio, entre recado y recado, no apareciera en la mutua con cinco o seis propuestas de afiliación de amigos, conocidos o, simplemente, transeúntes que el azar colocaba en su misma ruta. Con tal curriculum, a nadie extrañó que, a los diecinueve años, ocupara el puesto de comercial y que, dos más tarde, acabara convertido en Director Provincial. Sus nulos conocimientos en labores de gestión se veían ampliamente compensados por su singular carisma, que hacía del centro de trabajo que regía un verdadero oasis laboral, envidia de todo el entramado organizativo de la Mutua matriz, en franca expansión.

Guiado por un fino olfato comercial y asesorado por amigos de la pandilla del orfanato, a la postre convertidos en subasteros, se decidió a presentar plica cerrada con oferta en la secretaría judicial que, al final, le abriría las puertas como adjudicatario de una fábrica de plástico venida a la quiebra. La expansión de la agricultura extratemprana bajo invernadero y la conocencia con el Presidente de la Cooperativa de Autónomos del Campo, resultaron ser factores decisivos que cambiarían el destino de Bonifacio. Así, a los veinticinco, se encontraría fotografiado en grandes paneles que cubrían lienzos medianeros de bloques de viviendas construidas en régimen de comunidad, y hasta en spots publicitatarios de la televisión local, desplegando, no su trayectoria empresarial sino la vertiente más altruista de su alma como donante benefactor de tiendas de campaña de plástico en cuantas catástrofes sísmicas, monzónicas y tsunámicas (se dice así ¿ no?) se producían en las antípodas de su lujosa residencia.

No es de extrañar que, con tales antecedentes, Bonifacio Bronca llegara a convertirse en una preciada presa en el mundo del cinegético arte del sexo opuesto, para quienes, si en los comienzos solían opinar que tenía feo hasta el nombre, ahora justificaban su querencia tirando hasta de morfología semántica. Y es que, como decía mi pobre madre ¡qué no tendrá el dinero, que hasta lo falso lo hace verdadero¡.

Resultó ser Carmen Segura Fortes, la de los Almacenes Segura, la que logró conquistar tan preciado trofeo. Menuda, rubia y de ojos más azules que el mismísimo mar de julio, acabó llevándose el gato al agua y al Bonifacio al altar y, seis meses más tarde, descubriendo el secreto de su éxito.
Dudaron cómo llamarlo, pero al final y por consejo de un amigo suyo, genealogista aragonés que ejercería de padrino en la pila bautismal, acabarían imponiéndole el nombre de Armando, como aquel tatarabuelo suyo destacado en la Guerra de Cuba que acabó entroncando con los Trujillo de Chile, según les dijeron.


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Así es como llegó al mundo Armando Bronca Segura.




Segunda parte: El hijo. -"Tócame un fado"

Armando disfrutó de una niñez propia de la acomodada cuna que le vio nacer. Su aspecto físico, prolongación de los mejores genes maternos, y carácter afable y benefactor por parte de padre, hacían reunir en él las cualidades que cada cual soñamos en nuestro yerno perfecto. Desde el jardín de infancia hasta Primaria, no se recuerda celebración navideña del colegio mixto concertado que lo educó, donde Armandito no ocupara lugar en la representación del portal, bien de Niño Jesús, ya de ángel estrellado guiador de pastorcillos insomnes, o de Virgen María, dependiendo de la edad y de la tutora de turno. De bondadoso carácter y con impecable expediente académico, Armando podría haber llegado a ser Ingeniero Industrial o Presidente de ONG, pues méritos nunca le faltaron, de no haberse topado en su trayectoria vital con Antonia. Y no es que Antonia fuera uno de esos amores precoces que acaban enquistándose en tu destino hasta tener que extraerlos por vía de matrimonio. No. Doña Antonia era, por aquel entonces, una cincuentona progre que, tras convalidar la Diplomatura de magisterio por vía de la UNED, se había encontrado con la licenciatura de Psicología con la que accedió, por méritos propios, al cargo de directora de aquel Instituto en que Armando cursaba su último año de Bachillerato. Y digo lo de méritos propios, si por propio se tiene al cónyuge, alcalde a la sazón del municipio donde se ubicaba el mentado centro educativo a quien la política lo rescató de la enseñanza arrastrando en su ascenso a la prójima, que pasaría a ocupar la plaza de directora que Juan dejó excedente durante el desempeño de su cargo público, al tiempo que liberada de las funciones de orientadora mediante nombramiento de la correspondiente sustitución en régimen de interinidad. O sea, todo un agudo recetario de creación de empleo para tiempos difíciles.

Era por mayo, y suele ser por mayo, no sólo cuando la calor sino la proximidad de los exámenes finales, las aulas huelen a mezcla de desodorante, humanidad pubertaria, tenis de marca, feromonas y tensión, hasta el punto que el aire se hace tan irrespirable que, a veces, incluso da la sensación que pudiera cortarse. Fue en uno de esos días cuando, por un quítame allá esas pajas, se fraguó una disputa en melé que terminó con la agresión mutua de toda la tercera fila de la clase. Ante la indeterminación del iniciador y la disciplina del silencio como código asumido entre colegas, doña Antonia optó por señalar a quien tenía todas las papeletas, no en sus antecedentes, sino en su filiación: Armando Bronca Segura.

Tamaña injusticia, no sólo dejó a Armando huérfano de viaje de estudios pese a haber sido su grupo quien más dinero recolectó en rifas y cuestaciones, sino que introdujo en su alma la primera duda acerca del reflejo de justicia divina y del derecho natural en este valle de lágrimas. Dejó, pues, de conocer Roma al mismo tiempo que proseguir en su temprana vocación de miembro de la carrera judicial mientras acababa reflexionando que debería seguir el consejo paterno para dedicarse a velar por la salud y bienestar de los más necesitados. Y así lo hubiera hecho, si el corte de Selectividad en aquel año académico no hubiese truncado sus sueños y los de su padre, porque resultando ser tan alta la nota media establecida, Armando no pudo acceder a la licenciatura de Medicina y hubo de conformarse con matricularse en Veterinaria. Al fin y al cabo, como diría su propia madre, cuidar la salud del mejor amigo del hombre no es sino devolverle a la mascota lo que ella estaría dispuesta a hacer por ti y, además, la bata del trabajo también es blanca.

La clínica veterinaria de Armando era de lo más considerado de la ciudad. Anexa a ella, los buenos dineros de sus padres le procuraron una tienda especializada en toda clase de mascotas donde se podían adquirir desde vestidos, chucherías, disfraces y cualquier detalle relacionado con la higiene animalística. Los bajos del edificio albergaban una clínica con salita de recepción, sala de espera de los dueños, archivo de historias clínicas, aseos para desahogo de vejigas vehementes, consulta, despacho y tres quirófanos. Todo era perfecto y Armando Bronca era un profesional reputadísimo entre sus conciudadanos. Y digo era, porque un traspiés del destino quiso que el dueño de aquella perra que no pudo aguantar la anestesia en la rutinaria operación de limpieza bucodental fuera don Ángelo D´orronsoro, prócer tan respetado como reconocido mafioso en aquella ciudad provinciana quien acabaría no sólo cagándose en toda la reputadísima madre de Armando, sino que al abonar la factura se cuidaría de dejar liquidado el valor añadido y la retención correspondiente del lóbulo de la oreja izquierda y la cauterización del ojo derecho de Armando, que pudo salvar el pellejo gracias a haber tenido la suerte de que la perra Pruna (que así se llamaba la fenecida) no era la favorita del capo.

Decepcionado y tuerto, Armando abominó de la ingrata profesión y con tal guisa, no sólo acabó resultando premiado en el Carnaval de aquel año, por la autenticidad de su disfraz de pirata, sino que acabó enrolado en la Marina Mercante. A veces le pasaba por la cabeza amputarse una pierna para encontrar esa dignidad que le otorgara más romanticismo al clásico papel, pero la inquietud de que la prótesis ortopédica no ajustara con suficiencia clara al futuro muñón, le hacía desechar la idea. Así que, terminó por tatuarse un dragón en el hombro izquierdo y colocarse un arete en el único lóbulo que le restaba.

Embarcó en calidad de sanitario en el "Corsario de los Vientos" pero su período de adaptación no acabada por terminar. En repetidas ocasiones hubo de ser rescatado a pié de atraque porque no superaba la rampa de embarque y sus mareos a bordo ocupaban la camilla de la enfermería casi con exclusividad. Los pocos días de calma en que se atrevía a abandonar el camarote ponía a prueba la paciencia de los marineros que, mocho y fregona en ristre, no cejaban de limpiar rincones y cubierta de los incesantes vómitos que prodigaba Armando, que revolvía su estómago como si de un calcetín se tratara. Los demás miembros de la tripulación respetaban a Armando y hasta sentían por él cierta ternura, pero había noches en que deseaban que reventara siempre que se cuidase en no mancharlos más.

No se sabe si fue el hastío o la compasión la causa de que el capitán del "Corsario" no pusiera inconveniente en desenrolar a Armando en aquella travesía que los llevó a atracar al puerto de Vigo. Allí, Armando, conoció a Sentila.

En la cantina del puerto, el vino de Ribeiro y el dinero fresco obtenido del pago del sueldo "a la parte" de los marinos, ayudaban a la convocatoria, pero la principal atracción era Sentila. Y no es que la moza tuviera grandes encantos como para enloquecer a la numerosa clientela que en el lugar se congregaba, sino que tenía un especial don que le hacía sonar el acordeón de manera hechicera. Aquel tocar cautivaba.

Armando se enamoró de ella enseguida, no por sus ojos negros y empavonados, sino por la forma de cómo acariciaba aquellas teclas nacaradas de marchito color pajizo, como de tabaco, que tenía la caja negra ornamentada de filigranas de plata y fuelle de piel, que apoyaba grácilmente en sus pechos mientras movía su cabellera pelirroja al compás de la melodía. Decían que era medio bruja y que tenía una mancha encarnada junto al pezón de la teta izquierda que era un antojo que había tenido su madre comunista durante el embarazo, pero Armando no dio crédito a las habladurías de marineros borrachos. Ligado por la mirada entregada de ella, Armando se acercó y le dijo: ¡ Tócame un fado¡. Hubo fiesta de balde hasta el amanecer en que, cogidos de la mano, dominados por un pálpito de novios y como herederos de un pacto secreto, avanzaron con los pasos de su gran amor hasta el cobijo de una habitación de alquiler en el barrio del Mercado. Armando apartó los pelos de la cara con una delicadeza que a ella le encharcó el alma y se perdieron en las caricias primeras. Sentila lo dejó hacer. Ella tenía suficiente con sujetar el remolino de placer que le hurgaba el estómago y le subía en espirales concéntricas hasta la garganta. El tacto suave de sus manos sobre la piel, los labios recorriéndola toda, los murmullos cariñosos, le daban tranquilidad. Se sentó encima y pospuso el encuentro para mirarlo detenidamente. No reparó en su ojo ni en la oreja cercenada y, derretida por aquel hombre, pronto lo envolvió entre sus piernas mientras él se agarraba a sus pechos con urgencia.

Armando sólo comprendería la verdad del embrujamiento de Sentila, cuando fue capaz de renunciar a todo y, desoyendo a sus padres, emprendió la bohemia con aquella mujer. Él, prefería llamarlo amor.

Anteanoche, los Servicios Sociales remitieron al Centro de Transeúntes a una pareja de indigentes que encontraron ateridos, entre cartones, en la boca del Metro. Es una pareja como tantas otras que nos visitan en los días en que la ola de frío se hace sentir en la ciudad. Sin embargo, ésta me llamó la atención porque caminan siempre de la mano y casi no hablan. De vez en cuando se miran dulcemente, sonríen con complicidad y se besan. Entonces, ella infla el fuelle de su acordeón y entona un fado.



16 comentarios:

Alkaest dijo...

Al margen de la poética y la retórica, impecables, del emotivo relato, ficticio como la vida misma... Te prevengo que cuides, no de los "idus de marzo", sino de los dueños de la perra "Pruna", sosias de aquella literariamente fenecida por tu pluma. Pues me temo, que no será de su agrado tu "perricidio", manque sea licencia poética y exigencias del guión...
Su rancio abolengo carolingio, y la sangre layetana que por sus venas corre, los hace más peligrosos que al capo don Ángelo D'orronsoro...

Y el que avisa no es traidor.

Salud y fraternidad.

SYR Malvís dijo...

Ya he comenzado a recibir los primeros anónimos amenantes. Y para evitar los próximos del genealogista afectado, un amigo me ha recomendado abrirme un Apartado de correos.

Un abrazo

pallaferro dijo...

La vida es sueño. Y como si de un sueño se tratara, aquí van desfilando por la pluma de Malvís, a la par que por su mente, enhebrando uno tras otro los personajes, reales, ficticios o disfrazados. Imágenes mentales de la fantasía, de la realidad vivida, de cerca o de lejos, de la historia, de la Escalera del Destino.

Tuve un profesor que defendía que la historia es como una campana que va y viene, que sube y baja, que pica y repica, que se repite en ciclos. Ciclos de la rueda de la Fortuna.

Así que, ¿Qué es la vida? Un frenesí, una ilusión, una ficción... En definitiva, la vida es sueño. Y los sueños...

(Pues eso)

Pruna dijo...

GRRR...RRRR....quién es el guapito que se va a atrever a limpiarme los dientes?? GRRRRR....BUF ARF AFR GRRRRR

Baruk dijo...

Reconozco que la primera vez que leí este relato me pareció un torbellino desmesurado de vivencias condensadas, tuve que leermelo de nuevo para empezar a entender la fina ironia que se oculta tras esa escalera del destino.

Y es que similar a la serpiente que se muerde la cola, el hospicio en donde empieza su vida el padre es el lugar que la historia escoge para que la termine el hijo, aunque eso sí, la experiencia de haber estado a ambos lados de la escalera la han saboreado muy bien los dos.

Y para ser sincera, a la tercera vez que lo he leído he reconocido esa ingeniosidad bien estructurada que hace de éste uno de los mejores relatillos que has escrito.

Felicidades.

SYR Malvís dijo...

Es que creo, Baruk, que desde nuestro nacimiento, cada cual está marcado por el piso de la meseta de escalera que nuestros predecesores han sido capaces de adquirir. No tenemos mérito ni elección posible.
Después, la libertad individual se encarga de que cada cual decida subir o bajar los peldaños de ese edificio vital, con su propio destino, según sus ambiciones o sentimientos. Porque todo se relativiza en la individual búsqueda de cada Historia Personal hasta el punto de lo que para unos es bajar en la escalera material, para otros es subir en su propia riqueza espiritual hacia el fin supremo: la felicidad.
Otra vez has vuelto a ser la que desentrañas el núcleo fundamental del mensaje, pues efectivamente, el hijo ha regresado a la "carbonera" donde se gestaron sus desconocidos orígenes, pero esta vez lo ha hecho por causas y motivos distintos y diferentes. Lo que fué el subsótano del padre, Armando lo ha convertido en el fundamento de la vida que desea vivir, por amor.

Gracias por tu fina y sutil percepción.

Rubén Oliver dijo...

Me ha gustado el relato,es muy curiosa su moraleja.
Tan sólo una precisión,donde dice "ético",debe decir "hético",si a lo tísico nos referimos;y no a lo moral.
Un abrazo.

Polvorilla dijo...

A veces cuando te leo pienso en aquellos malditos "comentarios de texto" que cuando me obligaban a realizarlos pensaba:"¿y yo que sé lo que quiso decir el autor?" porque no es lo que narras, sino lo que queda oculto tras la narración donde me gustaría verte. No sé si sólo pretendes un divertimento narrativo bien hecho, o si me vas a obligar a pensar más allá..¿qui lo sa?. Hay un hermoso lugar entre tus palabras que atisbo a comprender, pero tal vez no del todo. Eso sí, lo de poner un acordeón y un fado me ha llegado al alma. La próxima vez busca un chello o un saxo, sólo para mí.

Pilar Moreno Wallace dijo...

¡Qué historia! No se quita de la cabeza. Mi imaginación vuela acompañada de todas las imágenes.

Esca dijo...

Malvis ,Malvis,
sigues revoloteando los tejados de Segovia con tus vuelos llenos de recuerdos, añorando esos tejados blancos en invierno. Sus calles recuerdas como espejos donde se reflejaba la luna coqueta ella como ninguna,y entre tasca y tasca y algun vinillo que otro que te calentaba tu cuerpo como tu Almeria.
Malvis Malvis,
pájaro viajero que anida donde le viene en gana y que hace amigos allá donde vaya, sigue en Almeria añorando su Segovia del alma.
Malvis Malvis,
pajaro viajero con sus alas cortadas.
¿Cuándo volarás libremente a tu antojo?

Anónimo dijo...

Aviso que vuelvo con miedo a este mundo y que, aunque no porto arma alguna, traigo la armadura puesta y el escudo lasser activado porque… de nuevo voy a discrepar.

Malvís, creo que a este estupendo relato, otro relato de amor, le falta también, desde mi punto de vista, algo. Perdóname la tozudez, la insistencia. Aquí, hay amor, pero no hay bienestar ni independencia. Amor se asocia a pobreza, a miseria, a casi locura. ¿No hay manera de que en alguno de tus relatos el amor salga bien del todo?

Hago recuento y recuerdo que en el relato anterior (de nuevo gracias por él), ella era sordomuda, y en las cartas del caballero Pelargonium, él tiene una gravísima enfermedad... Sin duda que puedo leer que quieres resaltar que el amor, el verdadero amor, puede existir bajo cualquier circunstancia. Pero...

¡Apiádate de mí, que tengo una nostalgia horrible de lo bien que me sentaban cuando era joven las comedias americanas donde todo acababa felizmente! No, es broma, Malvís. Debe de ser que necesito normalidad y plenitud en mi vida. Además, yo he visto en la realidad el amor que sale bien. Cierto que no en mi caso ni en el de la mayoría de las parejas que conozco, pero lo he visto. ¿Tú, no? Y recuerda cómo fue que te pidiera un relato de encargo: frente a aquél relato donde quedaba patente lo que no había que hacer en la relación con el ser amado, buscaba algún relato donde se dijera cómo hacer una buena relación con él. Hasta el momento he recolectado: no hablar y querer mucho sin palabras, vivir la locura del amor y no preocuparse de la miseria, aceptar la enfermedad de nuestra pareja, cuidarla, y valorar y disfrutar de lo que nos pueda dar. ¿Iba por ahí la cosa?

Apesar del escudo lasser activado, Malvís, ya no te pediré que escribas otro relato de amor con el que me resulte más fácil identificarme (piensa que tu querido amigo, el caballero Alkaest, es de afilado verbo y actividad enérgica, y me arriesgo a cambiar de nombre otra vez: no quiero ni pensar de Violante a cuál pasaré. Además veo a LaqueduermeconPedro, Polvorillas y a “algunos otros” amigos de este mundo prestos a hacer causa común de la que difícilmente saldría por propio pie o propia neurona), sólo quisiera, si te parece bien, generoso Malvís, que me dijeras si no ves esto que veo yo en tus relatos de amor y por qué lo haces.

Libertad y arte de vanguardia.

SYR Malvís dijo...

Gracias por seguir ahí, Anderea. La Fraga está concebida no como el espacio de Elena Francis donde todo sea un "pasar la mano por el lomo", sino un espacio agreste inculto e ideal al que no puede ponersele puertas y donde las discrepancias repetuosas, como las tuyas, nos ayudan a mejorar y a entendernos.
Y no es que en mis historias de Amor falte algo, sino que intento decir ( quizá no me expreso bien y tú así lo apuntas en tu percepción) que teniendo AMOR lo demás carece de importancia, y por eso se puede amar con enfermedad, con pobreza y con discapacidad y ser FELIZ. ¿ No estamos contemplando el mismo prisma desde dos caras diferentes?.

Anónimo dijo...

Tiene todo el aspecto, Malvís.

Pilara dijo...

Andrea, encantada de verte de nuevo por la Fraga. Pierde el miedo y liberate de tu armadura, ciertamente aquí nadie peligra. Creo que respetuosamente cada cual puede expresar sus sentimientos, pensamientos y emociones teniendo claro que los demás también disponen de los suyos, siendo tan dignos de respeto como los propios. Somos nosotros mismos los que nos debemos sentir libres tanto para exponer y argumentar como para escuchar y analizar.

Los malentendidos son inevitables, la realidad no presenta una sola cara. Cada día pueden ser nuevas las circunstancias que nos rodean haciéndonos valorar de forma distinta la misma cosa.

Del amor...¿qué quieres que te diga? ... Ignoro que denominación habría que darle al prisma por las innumerables caras que puede presentar y para más complicación cada uno de los millones de seres que poblamos este planeta, con nuestra cultura, nuestro sexo, nuestras vivencias y nuestras rarezas... lo contenplamos de nuestra forma particular dependiendo del día, del mes o del año en que nos pongamos a analizarlo.

Lo que no vamos a negar es que en situaciones ideales y con abundancia de medios todo es más fácil, las crísis ya vemos como se las gastan... Normalmente cuando las dificultades entran por la puerta, el amor salta por la ventana y no podemos olvidar que el amigo cierto es el que encuentras en horas inciertas.

Un afectuoso saludo.

SYR Malvís dijo...

Ya ves, Anderea. Pedro es un amigo entrañable del alma. No sé si es porque la que Duerme, duerme con él, o es porque él duerme con la que Duerme.
Y más ahora, que compartimos el anís del mono y la factura. Yo me bebo la copa de ella y él paga a medias los veinte céntimos que me faltan en la factura.
Como Marco y el mono "Amedias".

Anónimo dijo...

Gracias, Pilara, Malvís, por vuestras palabras que me ayudan a perder miedo a este mundo lleno de vida.

Del amor. Variado, al menos, como los miles de millones de humanos que habitan el planeta azul, y como sus muchas veces increíbles y, a veces para mí, terribles circunstancias.

Buscaba un manual, una carta de navegación y un salvoconducto, evitar vientos desfavorables, escollos demoledores, torpezas en mi pilotaje... para evitar de nuevo el naufragio.

Pero la vida, "siempre maestra", me vuelve a recordar...

Gracias. Y la palabra que he de verificar es "grace", tan parecida.


Publicación 2006
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