Es curioso que siendo tan de Albanchez te hayas
quedado, para siempre, al otro lado del Puerto. Aunque, en realidad, tu has
pasado más tiempo fuera que en el pueblo. En eso de estar y no permanecer,
tenemos mucho en común.
Pero esto, siendo así, a veces no me lo
parece. En mis frecuentes visitas, en cuanto paso el Barranco del Miedo, ya
noto tu presencia. Probablemente será porque, inmediatamente, uno llega a la
Mojonera, tan cercana a tí. Los recuerdos me llegan de inmediato, claros, a
pesar del tiempo que ha pasado.
Veo a nuestro maestro, don Manuel
Quesada, en la vieja escuela de casa Micaela. Veo la primera banca a la derecha
de la mesa del maestro, Miguel Galafate y tu; la segunda banca, Gregorio Cupido
y yo; tercera banca, Manuel el del Sordo y Antonio el de la Posada...., y así
se me agolpan los recuerdos de aquella infancia que hoy, afortunadamente,
consideraríamos de tercer mundo por las escaseces materiales, pero que tu y yo
sabemos, fue de los períodos más felices de nuestras vidas. Me acuerdo de
tantos detalles, de tantos momentos, en tan variadas circunstancias, que podría
llenar cientos de páginas describiéndolas. Pero, qué curioso, no recuerdo
sensaciones desagradables o malos ratos, pese a que, objetivamente, las hubo.
¿Te acuerdas de nuestros baños en la
alberca de la Fuente de la Seda; tu, Manolo, Juanito "el Curilla",
Mariano y yo?. Creo que tu estabas ya en Jaén, porque recuerdo que ya nadabas
bien, o lo que yo entendía por bien, y no recuerdo haberte visto aprender a la
vieja tradición, es decir, en pelotas, soga a la cintura y... ¡ al medio de la
alberca¡. Además, te la "calabas", y eso te lo debieron enseñar en el
colegio de Jaén.
¿Y cuando tu madre comentaba con la
mía, orgullosa de la proeza gastronómica del niño, que te habías comido doce
croquetas para desayunar?. Mi madre, parece que la estoy viendo, escuchaba
envidiosa; yo siempre fui un melindres, por lo que mostraba una delgadez de
tísico y, como recordarás, eso la ponía enferma.
Cuántas anécdotas: los concursos del
Ripalda, de los que fuiste campeón provincial; el examen de ingreso en el
Instituto Virgen de la Cabeza, que me acuerdo sacaste matrícula. Fue, creo, el
último año de don Manuel. Luego se fue a Quesada, supongo que para hacer honor
a su apellido. Tu te fuiste a Jaén y yo me quedé un par de años más con Paco
Campos. Después, yo también dejé Albanchez.
Dejamos la niñez para ir, en pro de una
mejor formación, al encuentro de lo desconocido. Tú a un colegio de Jaén y yo a
otro de Madrid. Tu solo, yo con mi familia. Todo fue nuevo, extraño,
sorprendente, diferente, duro a veces, fácil las menos. Pero bueno, era lo que
había. Claro que luego, en verano, venía el reencuentro. La vuelta a Albanchez
y otra vez las innumerables anécdotas, ahora ya de pubertad y primera juventud.
¿Recuerdas las tertulias mañaneras en
el teléfono, aquel modem de comunicaciones del pueblo con el resto del mundo,
en la vieja casa bajo la torre del reloj?. Lourdes, Carmencita, Paqui, Fali,
las risotadas, la algarabía y el tito Valentín tratándo de enseñarnos a tocar
la guitarra. ¿Recuerdas?, " ya
están aquí, llegaron ya, a la llamada del amor, se está muriendo la mamá...".
Y el tito: " mi, si, sol,
re, fa, do, la, mi...". No pudo el pobre.
La primera cerveza, los primeros
pitillos, la llegada a la Luna, Casa Canario, Eduardo, "el Checa", Marcos
"la calculadora", Diego y Juan "pacomiguel", Jorge, José Luís,
el Pérez, Mariano y los "guarines": Juan Simón, Manolo, el
Carlillos... Los primeros guateques en el patio de la casa de Jorge, con las
chicas, algunas de sus madres y la abuela Encarnación. Los sesenta, ¡que
tiernos!.
Después tu vida de estudiante en
Granada, de donde yo no tengo referencias directas, pero de las que he oído
tanto de ti y del resto de los que vivisteis allí, que me parece haber estado
con vosotros. ¿Recuerdas cuando Juan Tenorio, el canario, acabó Farmacia a los
cuarenta y muchos años y vinieron a la despedida compañeros, que lo habían sido,
con hijos ya grandes y que ya llevaban ejerciendo más de veinte años?. Eso ya
no pasa.
Así, entre risa y risa, nos fuimos
haciendo mayores. La mili en Jaén con el Pérez. Ahí no os reísteis tanto.
Nuestros primeros noviazgos formales, aquellos que no acabaron en boda como
todo el mundo esperaba, incluso nosotros. El primer disgusto serio. La primera
gran alegría. La carrera que se acaba brillantemente, como no podía ser de otra
forma. Siempre fuiste un empollón, pero no de esos raros, sino majo, bueno,
simpático. Bueno, más que simpático, con don de gentes y facilidad para caer
bien. Ahora, los psicólogos llaman a eso empatía.
Y siempre Albanchez como elemento de
unión. La diáspora nos llevó a cada uno por un lado, pero siempre volvíamos. Y
siempre volveremos, y seguiremos viviendo en el recuerdo; tu desde el otro lado
del Puerto, y yo desde las inhumanas moles de la Gran Capital, pero nuestros
espíritus, esos, siempre juntos, a la sombra de Mágina, en el nido donde
crecimos. Placer de viejos amigos, casi hermanos, hermanos de leche al fin y al
cabo.
Hoy te tengo que dejar. Otros también
quieren saludarte y recordar sus cosas contigo. Pero tenemos que seguir pues
aún me queda todo lo que vivimos como hombres: tu época de Madrid, las
oposiciones, las mujeres, las hijas, el trabajo... ¿recuerdas?.
Nos hicimos mayores sin enterarnos.
Siempre presumiste ser mayor que yo
cinco días, y siempre me exigías el respeto que se debe a los mayores. ¡Por
cinco días¡.
Me dejaste
desolado. Ahora siempre serás mayor que yo, y yo más viejo que tu. Esto es lo único
que no te perdono.
Por Juan
Francisco Martínez
( un día
como éste, de hace diecisiete años)
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