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martes, 1 de septiembre de 2015

Tú, más mayor y yo, más viejo.




            Es curioso que siendo tan de Albanchez te hayas quedado, para siempre, al otro lado del Puerto. Aunque, en realidad, tu has pasado más tiempo fuera que en el pueblo. En eso de estar y no permanecer, tenemos mucho en común.
        
         Pero esto, siendo así, a veces no me lo parece. En mis frecuentes visitas, en cuanto paso el Barranco del Miedo, ya noto tu presencia. Probablemente será porque, inmediatamente, uno llega a la Mojonera, tan cercana a tí. Los recuerdos me llegan de inmediato, claros, a pesar del tiempo que ha pasado.

         Veo a nuestro maestro, don Manuel Quesada, en la vieja escuela de casa Micaela. Veo la primera banca a la derecha de la mesa del maestro, Miguel Galafate y tu; la segunda banca, Gregorio Cupido y yo; tercera banca, Manuel el del Sordo y Antonio el de la Posada...., y así se me agolpan los recuerdos de aquella infancia que hoy, afortunadamente, consideraríamos de tercer mundo por las escaseces materiales, pero que tu y yo sabemos, fue de los períodos más felices de nuestras vidas. Me acuerdo de tantos detalles, de tantos momentos, en tan variadas circunstancias, que podría llenar cientos de páginas describiéndolas. Pero, qué curioso, no recuerdo sensaciones desagradables o malos ratos, pese a que, objetivamente, las hubo.

         ¿Te acuerdas de nuestros baños en la alberca de la Fuente de la Seda; tu, Manolo, Juanito "el Curilla", Mariano y yo?. Creo que tu estabas ya en Jaén, porque recuerdo que ya nadabas bien, o lo que yo entendía por bien, y no recuerdo haberte visto aprender a la vieja tradición, es decir, en pelotas, soga a la cintura y... ¡ al medio de la alberca¡. Además, te la "calabas", y eso te lo debieron enseñar en el colegio de Jaén.

         ¿Y cuando tu madre comentaba con la mía, orgullosa de la proeza gastronómica del niño, que te habías comido doce croquetas para desayunar?. Mi madre, parece que la estoy viendo, escuchaba envidiosa; yo siempre fui un melindres, por lo que mostraba una delgadez de tísico y, como recordarás, eso la ponía enferma.

         Cuántas anécdotas: los concursos del Ripalda, de los que fuiste campeón provincial; el examen de ingreso en el Instituto Virgen de la Cabeza, que me acuerdo sacaste matrícula. Fue, creo, el último año de don Manuel. Luego se fue a Quesada, supongo que para hacer honor a su apellido. Tu te fuiste a Jaén y yo me quedé un par de años más con Paco Campos. Después, yo también dejé Albanchez.

         Dejamos la niñez para ir, en pro de una mejor formación, al encuentro de lo desconocido. Tú a un colegio de Jaén y yo a otro de Madrid. Tu solo, yo con mi familia. Todo fue nuevo, extraño, sorprendente, diferente, duro a veces, fácil las menos. Pero bueno, era lo que había. Claro que luego, en verano, venía el reencuentro. La vuelta a Albanchez y otra vez las innumerables anécdotas, ahora ya de pubertad y primera juventud.




         ¿Recuerdas las tertulias mañaneras en el teléfono, aquel modem de comunicaciones del pueblo con el resto del mundo, en la vieja casa bajo la torre del reloj?. Lourdes, Carmencita, Paqui, Fali, las risotadas, la algarabía y el tito Valentín tratándo de enseñarnos a tocar la guitarra. ¿Recuerdas?, " ya están aquí, llegaron ya, a la llamada del amor, se está muriendo la mamá...". Y el tito: " mi, si, sol, re, fa, do, la, mi...". No pudo el pobre.

         La primera cerveza, los primeros pitillos, la llegada a la Luna, Casa Canario, Eduardo, "el Checa", Marcos "la calculadora", Diego y Juan "pacomiguel", Jorge, José Luís, el Pérez, Mariano y los "guarines": Juan Simón, Manolo, el Carlillos... Los primeros guateques en el patio de la casa de Jorge, con las chicas, algunas de sus madres y la abuela Encarnación. Los sesenta, ¡que tiernos!.

         Después tu vida de estudiante en Granada, de donde yo no tengo referencias directas, pero de las que he oído tanto de ti y del resto de los que vivisteis allí, que me parece haber estado con vosotros. ¿Recuerdas cuando Juan Tenorio, el canario, acabó Farmacia a los cuarenta y muchos años y vinieron a la despedida compañeros, que lo habían sido, con hijos ya grandes y que ya llevaban ejerciendo más de veinte años?. Eso ya no pasa.

         Así, entre risa y risa, nos fuimos haciendo mayores. La mili en Jaén con el Pérez. Ahí no os reísteis tanto. Nuestros primeros noviazgos formales, aquellos que no acabaron en boda como todo el mundo esperaba, incluso nosotros. El primer disgusto serio. La primera gran alegría. La carrera que se acaba brillantemente, como no podía ser de otra forma. Siempre fuiste un empollón, pero no de esos raros, sino majo, bueno, simpático. Bueno, más que simpático, con don de gentes y facilidad para caer bien. Ahora, los psicólogos llaman a eso empatía.

         Y siempre Albanchez como elemento de unión. La diáspora nos llevó a cada uno por un lado, pero siempre volvíamos. Y siempre volveremos, y seguiremos viviendo en el recuerdo; tu desde el otro lado del Puerto, y yo desde las inhumanas moles de la Gran Capital, pero nuestros espíritus, esos, siempre juntos, a la sombra de Mágina, en el nido donde crecimos. Placer de viejos amigos, casi hermanos, hermanos de leche al fin y al cabo.

         Hoy te tengo que dejar. Otros también quieren saludarte y recordar sus cosas contigo. Pero tenemos que seguir pues aún me queda todo lo que vivimos como hombres: tu época de Madrid, las oposiciones, las mujeres, las hijas, el trabajo... ¿recuerdas?.

         Nos hicimos mayores sin enterarnos.

         Siempre presumiste ser mayor que yo cinco días, y siempre me exigías el respeto que se debe a los mayores. ¡Por cinco días¡.

 Me dejaste desolado. Ahora siempre serás mayor que yo, y yo más viejo que tu. Esto es lo único que no te perdono.






Por Juan Francisco Martínez
( un día como éste, de hace diecisiete años)

         

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Publicación 2006
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