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sábado, 22 de noviembre de 2008

Aquelarre

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Hacía un par de lunas que Kurabla y Draude habían organizado un encuentro con otros druidas seguidores de ritos celtas. Se acercaba el año nuevo de la tradición celta, una fecha idónea para un aquelarre que abriera las puertas de acceso al mundo de los espíritus. La ocasión debía aprovecharse ahora que venía de cara, pues su calva no permite agarrar por los pelos la oportunidad una vez ha pasado de largo.

Kurabla era una druida con profundos conocimientos en brujería, con probada experiencia en rituales de magia, blanca o negra (sin estigmas de racismo), de naturaleza práctica y de carácter profundamente crítico. Draude era conocedor de hierbas, especias y setas, de sus propiedades y sus potenciales. También era druida, aunque lo era por extensión de su pareja y, por tanto, tenía conocimientos bastante superficiales en estos temas.

Llegado el día previsto, media hora antes del amanecer, partieron en su carreta rumbo a la posada donde se produciría el encuentro. Tirada por un viejo percherón gris que adquirieron por catorce monedas de plata en un mercado equino hacía ya seis años, y cargando el atuendo y alimento justo y suficiente, el viaje podía realizarse en un día. Atado a una cuerda, en la parte de atrás de la carreta, llevaban su sabueso. Una perra fiel, sumisa e inseparable de Kurabla.

Al atardecer llegaron a su destino. Allí los aguardaba el posadero que los atendió consolando su estómago con una sopa castellana y dirigiéndolos a la habitación reservada para ellos. Esa noche los dos druidas descansaron bajo una colcha de lana y se reconfortaron del largo viaje efectuado. Viaje que habían hecho en un buen tramo bajo una fina y persistente lluvia, no menos adversa que el resto del camino, donde el húmedo frío que había reinado el día, bajo un cielo encapotado, les había llegado a hacerles padecer algunos síntomas de hipotermia.

Al día siguiente, a media mañana, llegó el gran chamán Al.leunam. Vestía turbante azul y túnica blanca con guarniciones doradas en el pectoral. Montaba un joven caballo árabe de lustroso pelo rojizo, bella figura y cubierto con una magnífica silla alforzada de color negro. El chamán procedía de las tierras meridionales de la península, territorio aún bajo los dominios musulmanes; había dedicado muchos años a la lectura, al estudio de la historia y de las leyes, era experto en la contemplación de templos y en el desvelado de enigmas célticos... en fin, que guardaba secretos jamás contados a los habitantes de su ciudad. Secretos que sólo compartía con amigos druidas en encuentros como el que se disponía a vivir.

Al.leunam había cabalgado todo del día anterior hasta llegar a una población cercana a la posada. Allí había pasado una noche en el palacio de unos príncipes cuyo linaje y posesiones se extendían por toda la península. Al.leunam, en sus viajes por tierras cristianas, frecuentaba descansar en los múltiples castillos y palacios de esa noble familia. Las costumbres, la higiene y la distinción de esos lugares se acercaban más a sus hábitos de exquisitez, propios de un chamán de su condición.
En aquel momento llegaba ya a la posada y divisaba a los amigos druidas, Kurabla lo saludó y le indicó que dejara su corcel cerca de la balsa pantanosa para que éste pudiera abrevar. Al.leunam aceptó cortésmente la propuesta y, tras bajar del caballo y sortear entre charcos e islas fangosas el trayecto hasta la entrada de la posada, saludó con un efusivo abrazo a sus ya viejos conocidos mientras comprobaba que el lugar pantanoso donde se encontraba distaba mucho de la tierra firme y seca que él prefería. “Esto, en palacio, no ocurre” les dijo mostrando su preciado calzado mojado, lleno de mierda y barro. “!Es que te metes en todos los charcos!”, le contestaron.

Apenas habían empezado a explicarse las últimas novedades de sus vidas, cuando llegaron en una caravana de cuatro asnos los otros tres invitados al aquelarre de fin de año. Eran el brujo Leafar, junto con las brujas Aciam e Ichuram. Leafar era un instruido hechicero con poder para comunicar con los dioses, con el mismo diablo, con la Madre Tierra y con el “más allá”. Aunque nadie sabía cómo se comunicaba, algunas leyendas lo comparaban al movimiento de bajada de la tapa en un artilugio con el que solía pasar largas horas de observación, como transmitiéndose señales mutuamente. Aciam era una menuda hechicera, oriunda de tierras musulmanas, ocurrente y catalizadora de hechizos y de relaciones. Era la mujer de Leafar, o más bien era Leafar su marido, ya que Aciam, como toda mujer que se preciaba, era la que ordenaba y conducía la vida de su pareja. Y por último, Ichuram, que con su indumentaria negra y su trabajado aspecto se percibía el pacto con Satanás. A pesar de esa visión misteriosa en la que sólo le faltaba la escoba y el sombrero alto acabado en punta, aparecía una bruja que curaba a la gente con plantas medicinales y exorcizando los malos espíritus usando sus poderes mágicos. El cuarto burrito y apreciablemente el más viejo todos, iba cargado con tres mantas enrolladas, un mugriento caldero, un par de cantimploras de barro y unas alforjas con lo que, supuestamente, serian los atuendos y utensilios necesarios para la ocasión.

Tras ocupar las estancias de la posada, se reunieron en el comedor para disfrutar juntos de una buena comida y conversar sobre sus temas comunes. El posadero les ofreció unos chuscos de pan y una vasija con aceite procedente de unos olivos de Úbedum. Por reconocer su proximidad con el origen de ese selecto producto, el chamán se alegró de manera evidente, pero pronto descubrió que habían puesto a macerar unos boletus en su interior con el fin de darle aroma al aceite, y lo que le habían conseguido es un aceite con doscientos gusanos moviéndose en él. Como la vasija no tenía la embocadura adecuada para dosificar cuidadosamente el óleo, el intento de Al.leunam acabó en un chorro de líquido con boletus y gusanos sobre el chusco abierto. “Esto, en palacio, no ocurre: mi vasija tiene una embocadura perforada por donde vierto la cantidad justa y limpia sobre el pan” pensó Al.leunam. Pero tras haber hecho tan efusivo recibimiento al posadero cuando anunció la procedencia del olium, Al.leunam se vio obligado, con disimulo de las arcadas, a tomarse el pan con el aceitón, proteínas incluidas.

El posadero anunció que su mujer había preparado unos garbanzos para la ocasión. No había engaño en que eran garbanzos, pero tampoco había engañifa que acompañase el puchero. Todos comieron los garbanzos sin prestar mayor atención al plato. Todos menos Al.leunam, que no recordaba haber comido nunca unos garbanzos-garbanzos, sin más, ya que en palacio los garbanzos solían acompañarlos con otras exquisiteces. Aunque eso no se pudo comparar con el churrasco seco que se sirvió a continuación. Era igual que se quisiera normal, al punto, muy hecho, pasado o achicharrado. El resultado era el mismo: un trozo de vieja ternera dura como una suela de zapato.

Ante esa comida, todos se quedaron un tanto hambrientos y el chamán estuvo tentado de enviar un maleficio a la cocinera, pero Aciam salió conciliadora de la situación y propuso que ella, junto con las otras compañeras, se encargarían de cocinar la cena de la noche de fin de año. Así el aquelarre previsto aseguraría mejor el éxito de contactar con el más allá.

Tras la comida, los druidas se dispusieron a curiosear por las estancias abiertas de la posada. Kurabla ofreció a su querida sabuesa los restos del churrasco y ésta se los comió tras un largo esfuerzo que, finalmente, zanjó engulléndolos. En un viejo cobertizo, junto a los corrales, los posaderos tenían un número importante de vasijas de barro. Todas llenas de nada. ¿De nada?, ¡No! Del fondo de una de ellas, Kurabla extrajo algo negro. Se trataba de un murciélago muerto que, seguramente, había caído en ese cántaro y, sin capacidad para arrancar el vuelo desde ese desaventajado lugar, acabó pereciendo y desecándose. Tras mostrarlo al grupo de brujos, y ante la cara de repugnancia de Al.leunam que describía su pensamiento de “esto, en palacio, no ocurre”, Aciam replicó ocurrente “nos lo llevamos para la cena”, y se lo guardó en el zurrón de piel que llevaba colgado a todas horas en su espalda.

Luego, al cruzar el patio, en dirección a las habitaciones, resultó que el perro del posadero se había ensañado con la sabuesa de Kurabla. En medio de la pelea de los canes, se encontró Al.leunam medio atropellado por los saltos y revuelcos de éstos prácticamente sobre él. Kurabla dio unas autoritarias órdenes a su sabuesa y ésta se retiró de la pelea. No obstante, la blanca túnica de Al.leunam dejó de ser toda blanca. “Esto, en palacio, no ocurre” pensó una vez más y, sacándole cortésmente importancia al tema y disculpándose por su torpeza, expuso que se iba a asear y a vestirse adecuadamente para el aquelarre.

Al.leunam se fue hasta el riachuelo que ladeaba la posada, allí procuró lavarse un poco con esa agua fría. Acostumbrado a los baños de palacio, con balsas de agua calentada a leña o en aquella ocasión que disfrutó de unas aguas termales, no pudo dejar de pensar que echaba de menos los castillos del príncipe, y se preguntaba cómo era que Kurabla siempre lo ponía en estos charcos. Después, se dirigió a su habitación, se quitó la túnica manchada para ponerse una túnica limpia y se sacó el turbante azul para ponerse un turbante negro. Ahora ya estaba aseado para disfrutar del aquelarre.

Aquella tarde se dedicaron a los preparativos, Kurabla salió a recolectar setas. No le fue difícil encontrar unos boletus y alguna muscaria para hacer una pócima con dotes alucinógenas. Ichuram la acompañó en el recorrido por el bosque y se dedicó a coger las plantas apropiadas para la fiesta: mandrágora, beleño y estramonio básicamente, aunque cogió también secretamente algunas bayas y se las guardó celosamente envueltas en un pañuelo. El resto del grupo, subieron a lo alto de la colina cercana a la posada, allí Aciam fue preparando el caldero para la cena de gala y los demás acopiaron leña para alimentar una hoguera durante toda una noche.

Aciam encargó a Al.leunam y a Draude localizar algunos ingredientes imprescindibles: una pluma de águila, un par de sapos vivos y una cola de lagartija. Ambos pensaron a la par “yo no cataré este brebaje”, así que ambos aceptaron ir a consultar al posadero si disponía de esos ingredientes que, curiosamente, tenía guardados en la despensa la cocinera. Dada la rapidez y la sorprendente fortuna con la que habían obtenido esos poco habituales ingredientes, decidieron tomarse unas copas de aguardiente de tubérculos sentados junto al hogar de la posada. Allí Al.leunam empezó a filosofar sobre cosas como que si sólo que haya una persona buena en la faz de la tierra, ya vale la pena vivir en ella, a ejemplo de Sodoma y Gomorra, que sólo que hubiera habido un hombre justo en esas ciudades, valía la pena salvarlas. También se extendió en su valoración de la gente auténtica por las vivencias, más que por su estatus social. Draude lo escuchaba asintiendo sus razonamientos y, mientras se calentaban por fuera y por dentro a base de fuego y aguardiente, llegaron Kurabla y Ichuram con los productos recogidos del bosque y marcharon todos juntos hacia la cima de la colina donde se celebraría pronto el ritual de brujería.


El principio de Alfa

Ya anochecía. Tras desaparecer el rojizo Sol por el horizonte, se percibió en segundos una bajada de temperatura en el ambiente. Se evidenciaba el frío. El cielo estaba despejado: sería una noche serena. Seguramente no helaría: por las fechas del año nuevo celta no solía helar en esos territorios. La luna llena favorecería la iluminación del escenario. Y también el fuego. La hoguera ya se levantaba por encima de la colina, como prolongación de la tierra hacia el cielo. Como llamando a los mundos superiores, con sus llamas, para que, desde sus atalayas, abrieran las puertas que conectan este mundo con el más allá.

Leafar iba añadiendo leña al fuego mientras rezaba repetitivamente una especie de conjuro e iba dando vueltas levógiras en torno a la hoguera. Aciam removía el caldero con una larga pala de madera de olivo y, al ver llegar al resto de brujos, les solicitó impaciente el resto de ingredientes, sobre todo la cola de lagartija, imprescindible para dar el sabor apropiado al brebaje. Pronto se pusieron a cocer todos los productos. Mientras, se recitaban los hechizos repetidamente. No tardó en que las palabras de los seis brujos se empezaron a confundir en una sola voz. Entonces, iba subiendo el volumen de su fuerza y la pócima se iba cargando de energía. Las burbujas de la ebullición rompían como chisporroteos en el aire y el aroma a boletus con mandrágora, el hedor a muscaria con beleño y estramonio, las vibraciones mágicas del murciélago disecado, machacados previamente en el mortero con la cola de lagartija y las pieles de los sapos recién sacrificados, hacían que la atmósfera que envolvía ese lugar embriagara ya a todos los seis druidas.

Con ese punto de exaltación, con el estado alterado de la conciencia en la que se iban empezando a encontrar, Aciam ofreció un puchero de la pócima a cada uno. El estado de flipe de los brujos invitaba a tomárselo sin pensar en su contenido. Los seis brindaron alegres por la Madre Tierra y por el nuevo año, y se engulleron de un trago el pestilente brebaje.

Empezaron los cantos, los bailes y los delirios. Brujos y brujas se abrazaban y danzaban mientras entonaban un canto rítmico, corto y cíclico. La pala de olivo, impregnada con la pócima y junto con los restos del ungüento obtenido en el mortero, era restregado por las entrepiernas y mucosas corporales. Las vueltas levógiras en torno a la hoguera ayudaban a llamar a las puertas del inframundo y a iniciar algunos contactos con almas en pena que deambulaban por esos entornos esperando la ocasión de entrar en el purgatorio.

El brebaje provocó el vómito a uno de los druidas, Draude, y los demás lo imitaron sin ningún esfuerzo. Era el efecto normal de la ingestión de la muscarina con otros enteógenos. No obstante ahora ya habían asimilado todos los componentes mágicos y alucinógenos de la pócima. Los druidas empezaron a ver cómo los objetos se deformaban, como los árboles aumentaban de tamaño hasta parecer gigantes. El estado de euforia se apoderaba de su mente, los cantos eran entregados al ritual con una convicción que atravesarían el umbral que los trasladaría al más allá y contactarían con el príncipe del averno.

En ese estado de trance, de pronto, como en una levitación, viajaron volando los seis juntos hasta una piedra agujereada que se encontraba en medio de un campo, a modo de mojón de límite entre dos territorios. Allí, en el centro del círculo que formaban los brujos, un macho cabrio fue percibido. Éste conectó mentalmente con Leafar durante un par de segundos e, inmediatamente después, el cabrón se esfumó. Entonces, Leafar trasladó al chamán y a los dos druidas, como si se tratara de dos paquetes compactados de información, todo esa sabiduría que había recibido del mismo demonio. Un paquete hacía referencia a la estirpe de Lucifer y otro a una serie de ritos y mitos de una orden religioso-militar que se constituiría algunos siglos más tarde, en el futuro. Tras ese momento de éxtasis, los seis brujos volvieron súbitamente junto a la hoguera, en lo alto de la colina. Sus corazones latían en fuertes pulsaciones, las respiraciones eran cortas y rápidas, jadeantes. Sus cuerpos temblaban, aunque no tanto por el frío nocturno que les invadía sino por la reacción de la experiencia de haber contactado con el diablo. Se sentaron agrupados en el suelo, frente al fuego. Leafar acabó de poner los cuatro últimos leños que les quedaban. Ichuram ofreció masticar una baya a cada uno para ayudarlos a depurar las toxicidades de los enteógenos consumidos. Se cubrieron las espaldas con unas mantas y permanecieron en silencio, observando juntos el juego aleatorio de las llamas y retomando, poco a poco, el estado conciente de la mente.

Fue entonces, cuando la luna llena estaba por el cenit de su eclíptica, que los seis druidas se propusieron que labrarían una inscripción junto a la piedra agujereada. Algo así como “En este campo hay fania de juntarse los bruxos y las bruxas a sus abominaciones llevadas por el misterio del demonio”.


El final de “O meiga”


La hoguera se había convertido en una pila de brasas medio encendidas. El cielo empezaba a clarear por oriente apagando las infinitas luces que habían presidido esa noche desde el firmamento el aquelarre. Los seis druidas habían ido recuperando la vida consciente dejando atrás el ritual mágico. Cuando, por fin, el Sol apuntó en el horizonte, Leafar dijo “!Feliz año nuevo a todos! y, entre besos y abrazos, los seis brujos se felicitaron efusivamente. Y Leafar añadió “¡Que la Madre Tierra nos dé un año de buena suerte a todos!” y los seis druidas se encontraron inmersos en un baño de alegría recibiendo el año nuevo celta.

En aquel preciso momento y surgiendo del bosque, apareció una tropa de soldados que galopando fueron rodeando a los brujos. El capitán de la escuadra con voz fuerte e imponente mandó : “En nombre de Dios y por el poder que me otorga la Santa Inquisición, quedáis arrestados y seréis juzgados por vuestras prácticas de brujería”. Los seis druidas fueron maniatados y llevados presos corriendo tras el trote de los caballos hasta la iglesia del pueblo. Toda la buena suerte augurada por la llegada del año nuevo estuvo en correr sin caerse, puesto que los jinetes no se hubieran detenido y hubieran arrastrado al que se cayera hasta el pueblo.

Frente a la puerta porticada de la iglesia, bajo una arquivolta esculpida con los ocho pecados capitales, se instaló el tribunal de la Inquisición. Torturaron a los brujos hasta que confesaron sus prácticas de brujería, su relación con el diablo y su devoción por la Madre Tierra. Entonces, fueron condenados a muerte por acción del fuego sagrado de la hoguera inquisidora.

Al llegar esa misma noche, en el rollo de la Plaza Mayor del pueblo, sobre un montón de leña, fueron atados de espaldas a la misma picota los seis brujos, dándole la vuelta entera. Luego, fueron untadas sus ropas con brea y, tras dar una última oportunidad de retractarse de su relación con Satanás, fueron quemados vivos hasta desaparecer entre las llamas. Contaban los soldados que contemplaron la escena, que las últimas palabras que oyeron salir de la pira fueron: “...esto, en palacio, no ocurre!!! ¿Porqué me meteré yo en estos charcos?!!”

Esa dramática muerte de los seis brujos selló con lacre un lazo de unión entre ellos. Aunque eran de procedencia diversa y, tal vez, se podía observar alguna diferencia social, entre ellos se produjo un vínculo virtual. Un fuerte vínculo que se extendería más allá de sus vidas y de sus muertes. Vínculo que, tal vez, con los años, con los siglos, volvería a reunirlos en una vida futura de un modo similar. Seguramente con mejor fortuna, ya que peor no podría ser y la ley del equilibrio es universal. Tal vez al principio, la reunión de los brujos se produciría de un modo virtual, como telepático. Tal vez más adelante, la reunión se materializaría en similares experiencias, en los mismos puntos del espacio y en los mismos días del ciclo anual.

Y tal vez ese lazo de unión, ancestral, sería reconocido por ellos mismos al verse. Al reconocerse. Como si se hubieran conocido “desde siempre”.
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Por Fiz Cotovelo.

Gràcia, 1 de novembre de 1008
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8 comentarios:

Anónimo dijo...

Se precisa empleada. Se ofrece contrato de larga duración por sustitución de la titular que permanece ingresada en UCI por accidente laboral sufrido a consecuencia de inhalación de de efluvios ( pura mierda, ¡ vamos¡) emanados por túnica blanca con adornos dorados en el pecho.

Desconocemos el nombre del propietario de la prenda, que aún permanece en depósito. Testigos presenciales aseguraron tratarse de una persona de aspecto "casi normal", que mascullaba una repetida frase: ¡ Esto, en palacio, no ocurre¡.

Anónimo dijo...

¡Vaya viaje más movido! El mundo está lleno de brujas, brujos y fantasmas. Los caballeros corren en corceles que no tienen al día la ITV y Sodoma y Gomorra parece que son dos barrios de las afueras de Soria (seguro que hay algún hombre bueno en ellos y muchas mujeres que están buenas). Estamos en manos de los druidas y nosotros en la inopia.

Saludos, me voy que tengo que remover la marmita de cordero o mi moucha me transformará en rana.

Anónimo dijo...

después de los aquelarres, en los que todos participamos, porque nos invita la vida, siempre echamos de menos,aquellos momentos en que fuimos felices. un beso. carmina

Baruk dijo...

Hola Carmina!! has conseguido llegar hasta aquí, me alegro mucho, mucho.

En efecto, siempre echaremos de menos los momentos en que fuimos felices, pero afortunados de haberlos experimentado, no como aquellos que no los echan de menos porqué nunca los tuvieron, no crees?

así que... vivan los "aquelarres"!!

Un beso Cramina, sigue!

Pilara dijo...

¡Qué bien!.
Me hubiese gustado participar en el aquelarre. Os veo muy instruidos en estos temas de conjuros y pócimas y espero recibir, en alguna ocasión ,lecciones de
iniciación. Para una "bruxa" novata, como yo, sería un placer que unos druidas, chamanes y brujas tan expertos la acompañasen en su ritual de inicio... aunque al final acabásemos en la pira purificadora.

Un cariñoso saludo.

Anónimo dijo...

muchas gracias por tus comentarios,y tambien, por querer publicar alguna poesía mía en tu blog.Me siento muy halagada, y seguro que peco de vanidad, como dirían "mis monjas", en el Colegio claro.un beso carmina.

Anónimo dijo...

Que aquelarre más divertido!, aunque el final fue algo durillo, los momentos intensos son los que cuentan!!

Por cierto, ...Hace otro plato de garbanzos, garbanzos??

Alkaest dijo...

Señor "cuenta-cuentos", autor de tal historia, me descubro ante vos y agito mi sombrero en señal de reverente saludo. Sin embargo, aunque no sea demérito para su obra, me sospecho que no todo el relato ha salido de su imaginación, quizá algo ha copiado de la vida "real" sobre determinados "bruxos e bruxas". Pues estos personajes, se parecen como gotas de agua a unos con los que en cierta ocasión coincidí en un divertido aquelarre.
Lo que me inquieta, es si los tales "brujos" no buscarán venganza por haber delatado su existencia. La grey brujeril, es muy celosa de su intimidad. No hay que fiarse de tales personajes, quizá usen sus maleficios para condenarlo -con gran regocijo de Al.leunam- a no probar nunca "garbanzos-garbanzos" con su debido acompañamiento, a que se aloje siempre en malas posadas, y a que caiga en todos los charcos del camino.
Aunque, el mundo brujeril, es tan voluble, que igual les hace gracia y lo colman de dones.
Si yo les contara...

Salud y fraternidad.


Publicación 2006
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