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miércoles, 13 de enero de 2016

Elogio al abuelo del Vespino.





El abuelo del Vespino, Derby o Mobilette, es un tipo humano del que ya quedan pocos ejemplares. Pueden verse éstos en el ámbito rural principalmente, siendo el pueblo su medio natural. Para desplazarse hasta la parcela que cultivan suelen usar una motocicleta de las marcas ya citadas. Llevan por lo general una caja frutera sujeta tras el asiento donde ponen la azada y los productos que cosechan. Suelen llevar en ella un perro pequeño, mestizo, que daría la vida por su amo sin pensarlo, de una fiereza extrema ante el intruso que ose acercarse, o al menos eso creen ellos.

Estos jubilados son hijos de una infancia y de una época donde hubo hambre y no sólo de pan. Cuando hablan en los bares siempre es de cosas realmente importantes: del tempero, de si maduran bien los tomates, si es tiempo ya de sembrar los ajos y en general de cómo anda la huerta. A veces tienen algunos animales, no muchos: gallinas, algún corderillo... A pesar del mimo con que los crían, los degüellan en su día sin atisbo alguno de compasión. Pocos han comprendido como ellos la primera y más cruda de las leyes naturales de la supervivencia.

Por las experiencias vividas, su adaptación al medio es de una sabiduría que pasma al que la desconoce. Se les ve en primavera a veces, andando con aire alelado y con una bolsa en la mano por las cunetas que han segado los de Fomento. Ellos recuerdan perfectamente dónde crecían las esparragueras y recogen los tiernos brotes que se apresuran a salir tras las primeras lluvias. Y así, mientras el aire de Mayo trae flotando a la huerta el olor del romero y de la tierra mojada, el abuelo en la cabaña da cuenta de su manjar recién cogido, más fresco que el lucero del alba, canturreando frente a la sartén.

En otras ocasiones por los caminos circulando muy quedo, se paran, se adentran en los bancales y vuelven a salir sin motivo aparente. Conocen sobradamente las choperas y allí donde antiguos tocones crían las setas más finas. Y así, cuando el cielo de Septiembre viste su azul con el raso de los lirios, el abuelo remueve en la cazuela el preciado botín con su cuchara de madera.


Los abuelos del Vespino saben más que los ratones coloraos y no hay quien los alcance ni de lejos en su apolille y merme de los recursos a su alcance. Se atreven a veces incluso a ejercer de apicultores de panales salvajes que encuentran en su merodeo. Y así, mientras el sol de Agosto se filtra entre las uvas de la parra, el abuelo se relame los dedos de lo que se le cae de la tostada.

Reyes y maestros de la rebusca, fueron disciplinados en ella por sus propios padres a los que solían acompañar de pequeños. De este modo es fácil verlos por bancales de cebollas, almendros, olivos... Allí donde algo ha quedado, están ellos. Van y vienen con su motocicleta ahora con medio saco de aceitunas, luego con otro medio de almendras o nueces, después con una pequeña carga de leña. Su actividad en casos así es imparable.

De todos los árboles silvestres del término tienen noticia regular sin que jamás se les haya perdido cosecha alguna por desidia. Antes al contrario, llegan a la sazón de los frutos un minuto después que los pájaros, y siguiendo la norma tácita del pobre, sacian al estómago antes de llenar la bolsa. Albaricoqueros, almendros, cerezos, ciruelos, higueras, membrilleros y nogales diseminados están todos bajo la invisible custodia de estos hombres.

Y así, cuando llega el crudo invierno y la parcela se tiñe del color de la ceniza, al abuelo siempre le pilla junto al fuego, ora desplumando unos tordos, ora degustando sus conservas, pimientos, tomates y berenjenas, pisto, buen aceite al pan y vino.



El Antonio es uno de éstos, al que yo un día ayudo a trasvasar el vino de una barrica a otra. Después de ello desayunamos al calor de la lumbre en la misma parcela, dentro de la caseta. El perro husmea las longanizas y el Antonio le grita: -¡Fuera de aquí, fascista!. Fuma Ideales y lleva boina de toda la vida. –¿Qué pasa?, dice; -Antes todo el mundo la llevaba.

Y se le humedecen los ojos cuando me cuenta su juventud, en parte por la cantidad de brandy que toma. Aunque una vez oída su historia, no entiendo cómo no va borracho todo el día. A mi también se me encoje algo por dentro con lo de los cuatro años que pasó "en el Africa", dos de mili y dos de guerra, mecagoenlaputaquelosparió. Jura, uy!, cómo jura este hombre!, comido de chinches, perdiendo su juventud. Yo pienso en la mía, y en cómo la apuré hasta el límite, mientras que a él se le pudrió en las manos lejos de su hogar.


Aún con todo, no se queja de cómo le ha tratado la vida, pues alcanzó lo que quiso y se culturizó mucho a posteriori. Su actitud ante los de mi quinta es de un desprecio que yo considero inmerecido y así se lo hago saber. Blandos e insolidarios es lo menos que nos llama. -Antes había en los pueblos una hermandad que bla, bla, bla... Cosas que a mí me suenan a que cuando los tiempos son duros, tendemos a "apretarnos" a los demás y, por nuestra condición "humana" -que es como decir baja y mezquina-, lo hacemos más por necesidad que por amor fraterno.

Él insiste e insiste: -Mira, me dice, -¿Tú, para empezar, no sabes de qué te estoy hablando, verdad?. Y yo pongo cara como de que sí. -Cuando has venido por el camino había muchas piedras ¿no?. Y le contesto: "Ya lo creo, que menudo camino de mierda que tenéis". Y me replica: -¿Pero a que tú no te has bajado del coche a sacar ninguna?, pues de ESO, de ESO, es de lo que te estoy hablando ...gilipollas". "No me quieras vender la historieta del feliz pasado de nuestros abuelos, le digo, historias del abuelo Cebolleta no, ¡eh! que tú podrías ser el mío y me has contado muchas privaciones." -Pasamos una guerra, hermano..., me dice mientras me mira a los ojos y me golpea el pecho a la vez con el revés de su mano como si yo fuera un niño. Y sigue el tipo: -Pero si lo de la economía colaborativa lo inventamos nosotros.... "Hala va!", le replico yo. -Nosotros, Rubén, nosotros... 




-Escucha esto: Llegamos a punta de día al pueblo donde mi madre recibió su herencia, llevaba desde muy joven lejos de él, viviendo en la masía de unos señores junto a varias familias. Allí nací yo. Andamos toda la noche con todos nuestros enseres en el carro del que tiraba una mula. Nuestra mula y una luz de carburo. Un vecino nos acomodó en su pajar a la entrada del pueblo junto al que había un pequeño solar. Fue mi padre a ver al alcalde y a decirle que venían a tomar posesión de las tierras heredadas. Era tiempo de siega y el pueblo a pesar de ser mediano estaba casi vacío.

Cuando cayó la tarde estaba en el solar junto al carro cuando empecé a escuchar sonido de gentes y caballerías que volvían de los campos. Se escuchaba cantar a las mujeres -porque antes de la radio las mujeres cantaban ¿sabes?-, ibas por los pueblos y oías cantar en las casas... El caso es que me fijé que la columna iba precedida por varios niños y adolescentes de mi edad con piedras en las manos. En la masía los niños les quitábamos la comida a los ratones, y a mis doce años tenía unos huevos así (y aprieta los puños). Con que mi reacción fue pensar en un escenario hostil mientras se me erizaba el vello y se me aceleraba el corazón. Cogí la primera piedra que vi e instintivamente hice acopio con mi pie de las que se hallaban a mi alrededor, todo sin perder de vista al grupo de cabeza que ya estaba muy cerca.


Se detuvieron los niños en el linde mirándome, yo apreté la piedra en mi mano jurándome abrir la cabeza del primero que pestañeara. Soltaron las piedras uno por uno en un montón frente a mí. Tras ellos, los adultos que venían con mulos y borriquillos y que llevaban otras mayores. Todos iban dejándolas en el montón. 

....Con aquéllas piedras empezó mi padre a construir nuestra casa".





Admiro a estos hombres pacientes, les admiro porque han elegido ser felices a pesar de todo.

Riviere

2 comentarios:

SYR Malvís dijo...

Magnífica descripción con la que Rivi nos ayuda a comprender las claves de la importancia de las cosas sencillas, extraídas, sin duda alguna de sus conversaciones con un sabio de la vida. Su detallada descripción del género, matizada con la sencilla anécdota del personaje, conforman un relato que sorprende, entretiene e induce a meditar.

Un abrazo

escayoleando dijo...

Toda una vida sacrificada,a veces para los demás,aún sin conocerles,fueron fieles a la tierra donde nacieron,a su familia, dejando un legado lleno de humildad y sin egoísmos,yo también les admiro por una parte,por otra les compadezco,.Muchos otros,no emigraron, simplemente huyeron,en parte egoístamente de su tierra en vez de luchar por ella,pero lo comprendo nadie quiere para su prole una vida a si y las oportunidades que da la vida en el mundo rural solo dependen de uno mismo,
Un saludo Esca


Publicación 2006
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