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miércoles, 27 de abril de 2011

PAZ SIN CALMA

Relato para una amiga anónima

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Sus padres siempre supieron que era especial. Tenía las hechuras de la cara bien acabadas, una melena negra y densa que le cubría los hombros y una sonrisa de luna menguante que sobrecogía el alma. Su madurez era impropia para su edad. Gustaba jugar haciendo pasar la escoba de su madre entre las piernas, a modo de caballito trotador y soñaba que con ella recorría pueblos, ciudades y países lejanos. Alguna vez, contaba a sus padres las experiencias vividas en sus viajes siderales y explicaba con minucioso detalle experiencias vividas en otros mundos, en otros espacios, con gentes diversas.

Los relatos que contaba, estaban lejos de la imaginación de una niña de tan corta edad. Por eso, le realizaron diversas pruebas y hasta consultaron con un milagrero que le restregó ortigas en la lengua y la purificó con agua bendecida. Así fue como se sembró la creencia mariana de que estaba embrujada. Luego, la compasión se mudó en respeto que, muchas veces, se parecía al miedo.

Con el tiempo, las gentes de aquel pueblo acabaron achacándole todo lo que acontecía: los tullimientos, las tormentas de pedrisco, el malparir de las vacas... Todo lo malo, porque jamás tenía que ver con las buenas noticias y hasta aquella sonrisa que partía su rostro como una tajada fresca de sandía, comenzó a ser un inconveniente, pues eran muchos los que decían que su alegria venia contra la moral y era una llamada al pecado.

El traslado a la gran ciudad no fue tanto una necesidad económica como un remedio. Don Severino, el médico, mantuvo una conversación con sus padres en las que tiró de recetario de curandero y aconsejó que recogieran los trebejos, sentenciando con una seguridad que no dejaba lugar a dudas: -No son imaginaciones, dijo.

La pubertad corrió entre bloques de cemento y clases de mecanografía. A veces, se refugiaba en su cuarto y montaba sobre el barredor, pero nunca tuvo historias qué contar, no volvió a relatar experiencias de otros mundos ni de otras gentes. Podría decirse que fueron tiempos en los que todos creyeron experimentar una gran sensación de paz, de rutina constante, en la que nadie reparaba que ella había perdido la calma de aquellos instantes fugaces en que pendía en el aire como si diera un brinco, como si levitara.

A pesar de su belleza, nunca se le supo de ningún novio hasta bien cercanos los treinta años, cuando un día, por la feria de San Isidro, creyó conocer a un arcángel. Se enamoró de él enseguida, no por sus ojos claros y empavonados, sino por ser el primero que aceptó su condición. -Para ser bruja, eres hermosa, dijo él.

Después, los prolegómenos familiares también le resultaron propicios, pues el día de la presentación oficial y tras que él la hiciera pasar al salón donde les aguardaban sus padres, al explicarles que aquella mujer por la que había perdido la cabeza estaba embrujada, la madre quedó un instante callada sin dejar de observarla y, acariciándole sus manos le dijo:  -¡Eso no es problema si os amáis¡.

Fue tanta su felicidad que le brotó una sonrisa que a punto estuvo de hacerla levitar, como hacía con la escoba infantil, pero cayó pronto en la cuenta de su error y fue aplacando su sonrisa inoportuna hasta descender despacio.

Con él sintió de nuevo la calma y, cogida de sus alas volvió a levitar, subió a los cielos, viajó por países extraños y reconoció a gente tan diversa y tan igual como en su infancia. Engendró y adoptó a un gato de mascota. Comprobó que sus relatos ya no eran criticados por nadie, porque en aquella gran ciudad eran tomados como vivencias normales de viajes en días de vacaciones....

Nunca pudo averiguar si fue la carcoma de la rutina la que se transformó en termita de su entramado vital, o que a fuerza de usarlas, desgastó el polvo de las alas que la soportaban en su mundo ideal, pero la cuestión es que junto con la espada que aquel diagnóstico fatal cernió sobre su cabeza, se estableció un paréntesis que rompió su calma. Y comenzó un período de paz donde los viajes no eran levitaciones del alma, sino simples periplos vacacionales. Bajó al inframundo y se reconoció en figuras que se le antojaban demoníacas y cuasi fantasmales, pero aquella extraña experiencia le dejó enganchado el corazón, aún convaleciente y, al amar, volvió a sonreír con los miedos ajenos hasta mudar su sonrisa en carcajada estentórea que volvió a elevarla.


Fue desde entonces cuando en sus días de calma se la puede ver elevándose hasta convertirse en un punto luminoso en el cielo hasta que llega la paz y aterriza, sumergiéndose en las penas de su particular infierno de confusión, en cuyas llamas purifica y renueva sentimientos y vuelve a forjar su carácter inasequible, porque comprende que no hay ninguna daga exterior capaz de hundirla, sino un gran amor surgido desde dentro y destinado a ser proyectado hacia los demás.

5 comentarios:

juancar347 dijo...

Las brujas son siempre personas especiales, no sólo capaces de volar con la escoba engalanada de su imaginación, sino también de lamer las nubes como si fueran un sorbito de limón. Son tan especiales, que utilizan de mascota al gato, quizás el más desapegado y egoísta de los animales de la Creación, y sin embargo, aguantan sus zarpazos posiblemente pensando que en el fondo hasta la magia puede conseguir el sortilegio de suavizar sus instintos misóginos. Es posible que a fin de cuentas, sean ellas los seres más despiertos de una humanidad dormida y que por eso se las haya temido siempre: por el temor a ser despertados. Es curioso, pero cuando una bruja está en calma o está en paz, el mundo parece ir siempre mejor. Un abrazo

KALMA dijo...

Hola! ¿Qué puedo decir? Me has dejado sin palabras y ... has emocionado a una bruja ¡¡¡Qué bonita, muchas... muchos besos Malvís!!! Qué tú si que eres brujo.

cdeburgos dijo...

Despues de saber su historia dan ganas de conocer a esa bruja con tantos recuerdos y anima mucho que la historia haya tenido un final feliz, Carlota

Baruk dijo...

Esta historia me recuerda a la de mi prima Morganita. Bruja empedernida, tenia la incorregible costumbre de sonreírle siempre a la vida.

Y así permanecía, viajando constantemente en su incorpórea escoba de partículas perceptivas, elevando junto a ella a todos aquellos a los que sonreía.

Alguien me contó que tenía un don ...posiblemente el mismo que el de esa otra bruja a la que describes.


Besos varios

**

Alkaest dijo...

La primera impresión es la que cuenta -o la que descuenta-, y a mi, la primera impresión de las brujas, siempre me desconcierta.

Por suerte, las apariencias nunca son lo que parecen, y además, nunca parecen lo que son.

Porque, lo que de verdad somos, vuela siempre por nuestro universo interior, en escoba o en jet privado, y solo cuando invitamos a otros, para que nos acompañen en ese vuelo, les descubrimos lo que somos, lo que quisimos ser, y lo que posiblemente llegaremos a ser.

Luego, que nos acepten, que nos quieran, o que nos ignoren, es cosa suya.

A buen entendedor, pocas escobas bastan...

Salud y fraternidad.


Publicación 2006
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