Se lavó los dientes, lavó el cepillo y el peine. Quitó una mancha rebelde de la falda de
su traje beige y deshizo la lazada del cuello de la bata. Recurrió a las pinzas para
quitarse dos pelos que acababan de salirle en el lunar.
Estaba con el pincelito del esmalte repasándose la uña del dedo meñique cuando sonó el
móvil. Tapó el frasco y, poniéndose de pie, abanicó en el aire la mano izquierda pintada
y con la mano derecha, seca, tomó un cenicero repleto y se sentó en el sofá.
- Diga- dijo mientras mantenía extendidos los dedos de la mano izquierda lejos de
la bata de seda blanca, que era lo único que llevaba puesto, junto con las
zapatillas. Los anillos estaban en el cuarto de baño.
A través del móvil llegó la voz de un hombre:
- Buenos días, Candela. Soy yo.
- ¿ Alberto? ¿Eres tu?.
- Sí, Candela. ¿Cómo estás?- dijo
- Bien, gracias – dijo ella cruzando las piernas.
- Un segundo, Alberto- dijo la chica. Se acercó al mueble del salón en busca del
paquete de cigarrillos que escondía en el cajón central del mueble de caoba.
Encendió uno y volvió a sentarse en el sofá depositando el cenicero en el brazo
del mueble. ¿ Alberto? – dijo, echando una bocanada de humo.
Al otro lado del teléfono se encontraba Alberto. Hablaba desde la cama. Estaba de
espaldas, vestido sólo con los pantalones del pijama y con un cigarrillo encendido en
una mano, la izquierda. Tenía la cabeza erguida, apoyada sobre el cabezal, pues la
almohada y el cenicero estaban en el suelo, junto a la cama deshecha. Sin levantarse,
extendió el brazo izquierdo desnudo y desparramó las cenizas hacia la mesita de noche.
- ¡Vaya con Herminia! –dijo mientras con la mano izquierda arrastraba el cenicero
del suelo y lo colocaba en el borde de la mesita de noche de la derecha junto al
ventanal que iluminaba la habitación.
- ¿ Es que has vuelto a discutir con ella otra vez, Alberto? – respondió ella.
- ¡No, no, que va! Hoy la asistenta libra y, además, no se llama Herminia, sino
Ana. ¿Cuándo te lo aprenderás?- respondió con un suspiro que parecía un
lamento-. Me refiero a esta condenada borrasca que nos está azotando y no me
ha dejado pegar ojo en toda la noche.
- ¡Ahhh, perdona! He oído en la radio que están las calles inundadas y los
imbornales han saltado porque no pueden absorber más. En Canal Sur ha salido
una imagen de que en el Parque Nicolás Salmerón, a la altura de la Fuente de los
Delfines, el viento tiró un árbol que ha caído sobre un coche aparcado en el
acceso a la calle Arapiles y lo ha hecho añicos. ¡ Fíjate que mala suerte! Cuando
han entrevistado a su joven propietaria, ha dicho que lo había comprado hace
tres días. Ahora, seguro que la Compañía de Seguros rechazará el siniestro total
por fenomenología meteorológica extrema y comenzará con un calvario judicial.
- Yo, ante eso, pondría una reclamación por responsabilidad patrimonial al
Ayuntamiento. La Brigada de Parques y Jardines municipal debería haberlo
previsto – dijo el interlocutor.
- En definitiva, cariño, que hemos de aplazar nuestra cita y almuerzo por causa de
fuerza mayor ¿ no crees?- prosiguió Alberto mientras dejaba escapar una leve
sonrisa por la ocurrencia de “fuerza mayor”.
- Esperemos un poco, Alberto. Es temprano aún y puede que escampe.
- De todas formas – replicó Alberto- el día no está como para salir. El viento es de
una brutalidad inédita y tú vienes de la Vega de Acá y yo del Centro, por lo que
para encontrarnos en el restaurante tendríamos que recorrer una distancia
considerable: no hay taxis y coger el coche es una locura.
- Pues yo confío en que pase la racha y, de hecho, me estaba acicalando –
contestó ella mientras volvía a repasarse el esmalte rojo de la uñas sosteniéndose
el móvil entre el hombro y oreja derecha-. De todas formas, lo voy a comprobar
ahora mismo.
Candela se incorporó del sofá, cogió el cenicero y se dirigió a la amplia ventana del
salón. Sin retirar las cortinas, depositó el cenicero en el alféizar dejando sobre la
hendidura del borde el cigarro y con la mano liberada procedió a abrir el cierre. Por su
parte, Alberto, casi al unísono, había abandonado la cama y se dirigió a la ventana para
comprobar el tiempo.
Una tremenda ráfaga penetró en sendas estancias volcando las lamparitas, cuadros de
fotos y hasta las mantitas. El cenicero de Candela saltó por los aires desparramando su
colección de colillas hasta la alfombra del centro del salón mientras el cigarrillo a medio
acabar chocaba contra los visillos enredándose en una fogata que lo consumió en un
periquete. El cenicero de la mesita de noche de Alberto, cayó sobre la cama mientras se
afanaba en ir a buscar en la terraza el cubo de la fregona para sofocar el incendio.
Los móviles quedaron mudos. La conversación interrumpida. Sólo reinaba el ulular
furioso de Herminia como un silbido infernal azotando la ciudad que era interrumpido
por el sonido de las sirenas de dos camiones de bomberos que se cruzaban en
direcciones opuestas.
1 comentario:
Moraleja: No fumes!
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