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lunes, 3 de febrero de 2025

EL CENICERO.




Se lavó los dientes, lavó el cepillo y el peine. Quitó una mancha rebelde de la falda de su traje beige y deshizo la lazada del cuello de la bata. Recurrió a las pinzas para quitarse dos pelos que acababan de salirle en el lunar. Estaba con el pincelito del esmalte repasándose la uña del dedo meñique cuando sonó el móvil. Tapó el frasco y, poniéndose de pie, abanicó en el aire la mano izquierda pintada y con la mano derecha, seca, tomó un cenicero repleto y se sentó en el sofá.

- Diga- dijo mientras mantenía extendidos los dedos de la mano izquierda lejos de la bata de seda blanca, que era lo único que llevaba puesto, junto con las zapatillas. Los anillos estaban en el cuarto de baño. A través del móvil llegó la voz de un hombre:

- Buenos días, Candela. Soy yo.

- ¿ Alberto? ¿Eres tu?.

- Sí, Candela. ¿Cómo estás?- dijo

- Bien, gracias – dijo ella cruzando las piernas.

- Un segundo, Alberto- dijo la chica. Se acercó al mueble del salón en busca del paquete de cigarrillos que escondía en el cajón central del mueble de caoba. Encendió uno y volvió a sentarse en el sofá depositando el cenicero en el brazo del mueble. ¿ Alberto? – dijo, echando una bocanada de humo.

Al otro lado del teléfono se encontraba Alberto. Hablaba desde la cama. Estaba de espaldas, vestido sólo con los pantalones del pijama y con un cigarrillo encendido en una mano, la izquierda. Tenía la cabeza erguida, apoyada sobre el cabezal, pues la almohada y el cenicero estaban en el suelo, junto a la cama deshecha. Sin levantarse, extendió el brazo izquierdo desnudo y desparramó las cenizas hacia la mesita de noche.

- ¡Vaya con Herminia! –dijo mientras con la mano izquierda arrastraba el cenicero del suelo y lo colocaba en el borde de la mesita de noche de la derecha junto al ventanal que iluminaba la habitación.

- ¿ Es que has vuelto a discutir con ella otra vez, Alberto? – respondió ella.

- ¡No, no, que va! Hoy la asistenta libra y, además, no se llama Herminia, sino

Ana. ¿Cuándo te lo aprenderás?- respondió con un suspiro que parecía un lamento-. Me refiero a esta condenada borrasca que nos está azotando y no me ha dejado pegar ojo en toda la noche.

- ¡Ahhh, perdona! He oído en la radio que están las calles inundadas y los imbornales han saltado porque no pueden absorber más. En Canal Sur ha salido una imagen de que en el Parque Nicolás Salmerón, a la altura de la Fuente de los Delfines, el viento tiró un árbol que ha caído sobre un coche aparcado en el acceso a la calle Arapiles y lo ha hecho añicos. ¡ Fíjate que mala suerte! Cuando han entrevistado a su joven propietaria, ha dicho que lo había comprado hace tres días. Ahora, seguro que la Compañía de Seguros rechazará el siniestro total por fenomenología meteorológica extrema y comenzará con un calvario judicial.

- Yo, ante eso, pondría una reclamación por responsabilidad patrimonial al Ayuntamiento. La Brigada de Parques y Jardines municipal debería haberlo previsto – dijo el interlocutor.

- En definitiva, cariño, que hemos de aplazar nuestra cita y almuerzo por causa de fuerza mayor ¿ no crees?- prosiguió Alberto mientras dejaba escapar una leve sonrisa por la ocurrencia de “fuerza mayor”.

- Esperemos un poco, Alberto. Es temprano aún y puede que escampe.

- De todas formas – replicó Alberto- el día no está como para salir. El viento es de una brutalidad inédita y tú vienes de la Vega de Acá y yo del Centro, por lo que para encontrarnos en el restaurante tendríamos que recorrer una distancia considerable: no hay taxis y coger el coche es una locura.

- Pues yo confío en que pase la racha y, de hecho, me estaba acicalando –contestó ella mientras volvía a repasarse el esmalte rojo de la uñas sosteniéndose el móvil entre el hombro y oreja derecha-. De todas formas, lo voy a comprobar ahora mismo.

Candela se incorporó del sofá, cogió el cenicero y se dirigió a la amplia ventana del salón. Sin retirar las cortinas, depositó el cenicero en el alféizar dejando sobre la hendidura del borde el cigarro y con la mano liberada procedió a abrir el cierre. Por su parte, Alberto, casi al unísono, había abandonado la cama y se dirigió a la ventana para comprobar el tiempo.

Una tremenda ráfaga penetró en sendas estancias volcando las lamparitas, cuadros de fotos y hasta las mantitas. El cenicero de Candela saltó por los aires desparramando su colección de colillas hasta la alfombra del centro del salón mientras el cigarrillo a medio acabar chocaba contra los visillos enredándose en una fogata que lo consumió en un periquete. El cenicero de la mesita de noche de Alberto, cayó sobre la cama mientras se afanaba en ir a buscar en la terraza el cubo de la fregona para sofocar el incendio.

Los móviles quedaron mudos. La conversación interrumpida. Sólo reinaba el ulular furioso de Herminia como un silbido infernal azotando la ciudad que era interrumpido por el sonido de las sirenas de dos camiones de bomberos que se cruzaban en direcciones opuestas.






1 comentario:

Baruk dijo...

Moraleja: No fumes!


Publicación 2006
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