Niños callejeros que pasábamos los días corriendo por los descampados en busca nidos, o en el tranco de piedra jugando al "cibilicerra", al "chichiveo", a las bolas o al fútbol en la Quebrada. Desgranando bordos en el frío carnaval, untando pez derretida en los hachones, arrancando juncia de los arroyos cercanos para hacer las trallas del Corpus o cortando tobas para la noche de San Juan ....
Otras veces, perdidos por los angostos caminos del Cercaillo y desde allí, subiendo hasta la Serrezuela, batallando a nuestras anchas contra la pandilla del barrio de los Pilrreles.
Inviernos, de pan y aceite, en guerrillas que formaban parte de nuestros juegos diarios y nos enfrentaban a dos ejércitos infantiles, el de los Pilrreles y el del Santo, que luchaban por la supremacía moral de la era de Los Villares. Bastaba un poco de valentía y varias hondas que hacíamos con esparto, unas espadas de madera, y unos escudos de "ocúmen" que nos hacía Agustín, el carpintero, padre de Benito (que era de los nuestros) y unos arcos para tirar flechas a las que poníamos punta de espinas de pita o algodón con alcohol prendido, para que empezara una lucha que siempre se saldaba con el balance de varios escalabrados. Cuando recibir una herida en la cabeza y tener que recibir varios puntos de sutura de don Gonzálo, era todo un orgullo, una muestra de hombría prematura, la señal que distinguía al más valiente, porque, además de eso, tenías que superar una soba "a culo pelao" de la zapatilla de tu madre y algunos días de castigo sin salir de casa. Pero, pasada la cuarentena, eras recibido en el grupo como lo que eras: un héroe.
Primaveras de guerra con arenque y tomate en los trojes, ya limpios de aquellas montañas de aceituna que molturó la torva y la piedra de molino de la almazara, en que junto al poste de la luz, mástil mayor por nuestra imaginación erigido, Tomás, Paquito, Mariano, José Luís, Jorge y "el Pérez", hacinaban capachos usados y bidones oxidados para construir el mejor barco cañonero que cruzaba los imaginarios mares de piedra y cemento. Con golondrinas, por cazas enemigos, que ametrallábamos sin piedad desde el viejo arado convertido en letal antiaéreo, mientras alguien te murmuraba el rezo aprendido de su madre antes de dormir: "no las mates que es pecado. Ellas les quitaron las espinas al Señor". Cuando sin enemigos, rescate, cofre ni botín, Antoñita, hermana siempre pequeña y rondona, acababa atada al mástil y casi olvidada con las premuras de atender el último aviso de sentarse a la mesa, o sometida al martirio de deglutir plátanos hasta el extremo del coma por acetona. Más de tres horas rezando por ella, baños de agua fría y su resurrección. Y nueva paliza. Y nuevas batallas a librar...
Guerrillas, en verano, de pan y miel, en meriendas del Ayozar con Julio y Juan Luís, donde las murallas de nuestro alcázar eran los setos de la piscina y la fortaleza a rendir no era sino el hueco tronco del viejo laurel de la fuente de los peces de colores, para rescatar a Gracia o a Nieves, convertidas, por nuestra pasión infantil, en adoradas princesas.
Y ahora, en estos otoños, guerras incruentas pero más feroces. Cuando los enemigos son etéreos e inmisericordes hipotecas, recibos, facturas y fin de mes. Con mi batallón desertado y el castillo del mañana, siempre por conquistar, os recuerdo a vosotros: Fernando, mi "lugarteniente", Gabrielillo, Juanito, Carlillos, Colasillo, Juan Simón, Juan Antonio, Lucas, Silvestre, Antonio Ferreras ( ¡ que gran abrazo nos dimos en tu Puente de los tres ojos hace poco, tras tantos años¡), Juan Ramón, Pedro, Diego, Antonio, Valentín, Andrés....
Han pasado los años, sí; todo eso pertenece a un tiempo que se fue. A un tiempo ido que, ahora, sólo en el alma permanece.
**
17 comentarios:
Un buen relatillo que imprime al lector cierta nostalgia del pasado. Aunque no conviene retroceder en el tiempo, a no ser que aún nos favorezca el pantalón corto...
Por cierto, lo del juego del cibilicerra nos lo contaste ya en alguna ocasión... pero el juego del chichi-veo (?!) ¿De qué va?
Un abrazo,
Pues el nombre lo dice bien claro: chichi-veo. Y es que parece que en aquellas latitudes, los peques estaban muy adelantadillos.
Me ha gustado mucho, es un buen recuerdo-homenaje al Malvís-niño y a sus colegas de aventuras, relatado con buen arte literario por el gran Malvís de ahora.
Bsos
*
Qué inesperada y a la vez agradable sorpresa, encontrarte con esta faceta lejana de un Malvís canalla y pirata que, aún en juegos de infancia, ya apuntaba maneras de maestro orquesta. Pero me temo que, una vez despertada esa fiera nacional que es el morbo, tendrás que mojarte sobre el chichiveo; claro que, conociéndote y con el arte que tienes, seguro que das buenos capotazos. Por lo demás, me gustaría señalar que, aunque parezca una paradoja, el tiempo, como el recuerdo, nunca se pierde. Ellos permanecen, es el niño el que se va. Aunque ya ves, cuando menos te lo esperas, aparece sobre el alféizar de la ventana, como Peter Pan y te reta a viajar al País de Nunca Jamás. A mí las espadas siempre se me rompían por el pomo. Un abrazo
"A un tiempo ido que, ahora, sólo en el alma permanece".
Y en tus palabras y en nuestros recuerdos, Malvís.
Tesoros compartidos. Gracias, niño guerrero.
Que las guerras incruentas del ahora no perturben tu descanso y tengas una deliciosa y pacífica conquista del castillo del hoy, del mañana.
Me entristece pensar en quienes se han ido.
Como aquella tarde fría de invierno con lluvia tras los cristales de Machado, tu relato nos lleva a esa infancia común, donde efectivamente las golondrinas eran inviolables por haber quitado las espinas a Cristo.
Muy bonito
Un fuerte abrazo
Recordar es fácil, pero a veces un tanto doloroso. Lo que es difícil es poner esos recuerdos por escrito, llegar con ellos a conmover y a remover, a su vez, los recuerdos del lector; también escribir es por momentos doloroso, pero compensa lo que tiene de liberador.
Confesadas con tanto cariño tus inocentes guerras de la infancia, y con tanto acidez los alistamientos forzosos de la madurez, solo me queda agradecerte, Malvis, esa confianza de decir, y esa gracia de despertar, también a mí, el olor a pan blanco de la niñez.
a mi me lo vas a decir,yo era esa prisionera que quedaba atada al mastil del barco pirata mas temido del pueblo,aquella que daba voces pidiendo ayuda"mamá,mamá ",hasta que la tata Angela se asomaba al ventana del cuarto de la plancha y decía:"Señora que la Antoñita está ata a un palo".Y claro que me acuerdo del chichi-veo,como vosotros erais los mayores siempre nos tocaba buscaros en lo alto de la risca detras del arbol grande pero cuando os encontrábamos saliais corriendo y llegabais a la puerta de la casa antes que nosotros y claro se salvaba él y todos los compañeros y vuelta a empezar.Niñez bendita niñez fué la epoca más feliz de mi vida,estabamos todos juntos y vivo.Te quiero chico
Pallaferro, Baruk. Vuestras malévolas y capciosas interrogantes sobre el chichiveo, creo que han sido resueltas. ¡ Señor, señor, qué cruz¡.
Vosotros, que habéis sido testigos directos de esos lugares que me consta amáis profundamente, sin embargo ignorábais la historia que encerraban en el minúsculo mundo de este Malvís. Por eso, y por todo lo demás, gracias por estar siempre ahí.
Abrazos del Cerrillo de Costalo.
Querido Caminante. He de reconocer que tu comentario me ha emocionado. Dices cosas todas ellas correctas, pero, además, pones en el saliente del balcón a un personaje mítico que encierra y comprende todo un arquetipo al que muchos de nosotros ( y te incluyo a tí, ¡bribón bajo ese armadura de hojalata¡)todavía nos resistimos a renunciar. Si a eso se le llama inmadurez, ¡ Bendita sea¡.
Un abrazo de los grandes ( y esto lo digo por tí, porque a mí me viste menguado en Covarrubias. ¿ Será que soy Peter Pan?).
Anderea, el reto del mañana es siempre incierto, pero no dudes que lo acometeré con la misma ilusión que una guerrilla de la infancia. Y para las "pedradas" venideras sustituiré la sutura de mi tía Gonzálo por tus cariñosos consejos.
Gracias por tus buenos deseos.
Un abrazo
Y a tí, Mss. Brillet ¿ qué quieres que te diga?. De verdad que me arrepiento de haberte inducido al coma, pero ya lo pagué con creces cuando "resucitaste". ¡ Paliza de mamá hasta debajo de los párpados¡.
Pero de lo que no acabo de arrepentirme es de dejarte atada al mástil. ¿ O, sí?. Jopé, ¡me parece que me estoy metiendo en un jardín...¡.
¿ Y quien me va a hacer esas suculentas comidas cuando te visito?¿ Y con quien voy a pasar esas interminables tardes-noches de recuerdos junto al fuego de la chimenea en nuestra casa de Mágina?.
Bueno, chica, espero que te haya gustado este reflejo de aquellos años vividos y que vivas muchos más ( Y eso lo digo porque mañana cumples años ¿ verdad?).
Te quiero.
Amigo Ray. Ha sido muy emocionante verte por este rinconcito virtual de la Fraga. Junto a todos los amigos, integrantes y elementos esenciales de sus historias y sucesos.
Tus amables palabras resultan muy estimulantes. Si con un humilde escrito he sido capaz de remover recuerdos, vivencias y olores de tu niñez, no pediría ni siquiera el famoso "vaso de bon víno" bercediano, sino sólo que te sientas como en tu casa.
Gracias por tu comentario.
Querido doctor. Efectivamente puede ser una lectura, un pensamiento a redactar,en una tarde del ya inminente otoño. Y cuando llueva, y llueva tras el cristal de la ventana turbio, la tarde parda y rencorosa, nos traerá esos recuerdos, que no son sino una foma juvenil que un día a nuestro corazón llega.
Un abrazo y ¡ cuidado con las golondrinas¡
Que pena hacerse adulto,
¡y tan pronto!
somos solo tiempo,
¡pero tan corto!
Tienes toda la razón, Anónimo.
Al borde del sendero, un día nos sentamos. Ya, nuestra vida es tiempo, pero, creo, que depende de nosotros la postura que tomemos para aguardar.
Gracias por tu comentario.
No se quien lo dijo, ni pajolera falta que me hace saberlo, pero que gran verdad:
"La verdadera patria del hombre es su infancia..."
A sus buenos ratos quisiéramos siempre retornar, a su inocencia pícara, a su "maldad" inocente, a sus travesuras, a la camaradería, a su sensibilidad, al regazo materno, al abrazo paterno...
Pero es inutil, el "Padre Tiempo" nos arrojó de ese Paraíso, y ya no hay vuelta atrás.
Solo nos queda la eterna nostalgia del tiempo ido, el regusto agridulce de lo que fue, o de aquello que creemos que fue.
Porque el velo piadoso del tiempo ido, empaña los malos recuerdos, los dulcifica, y deja entrever los buenos muy mejorados...
Salud y fraternidad.
Ya no hay niños como los de antes...ahora son todos de piscifactoría.
Un relato muy evocador...
Un abrazo.
Publicar un comentario