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jueves, 30 de mayo de 2019

EL GUATEQUE




El tocadiscos fue el gran descubrimiento de nuestra generación. Tener un tocadiscos te colocaba por encima del resto de la pandilla y convertía el patio de tu casa en el templo lúdico donde los amigos nos citábamos. Lo venerábamos como el primer coche o la primera televisión de nuestros padres.

Era una caja mágica con tapadera que llevaba el altavoz incorporado y que supuso una revolución para aquellos adolescentes de Mágina que ya habían dejado de jugar a las "guerrillas" y habían asumido con resignación al acné como el carnet de identidad delatador de su exploración en la edad del pavo, pero, sobre todo, la excusa perfecta para asociarse en pandillas mixtas los domingos por la tarde, superando así el infranqueable muro de la valla de los Grupos Escolares donde las niñas eran un espacio de deseo diferente e inalcanzable.

Mi primer tocadiscos me lo regaló mi tío Pepe Moles como recuerdo de un viaje familiar de vacaciones que había hecho a Mallorca. Me lo trajo mi primo Quique, su hijo mayor, aquel verano lejano. Tendría yo unos catorce o quince años y aquel verano el patio de mi casa se convirtió en la conquista de un espacio antes desconocido que nos volvió a dar un paso adelante para reconquistar la calle en aquel difícil camino que nos llevaba desde una infancia libre y callejera a la adolescencia encerrada en la habitación.

Elegir los discos de vinilo con las canciones de moda era el reto siguiente. Todavía conservo algunos. Uno de ellos, el del grupo Los Payos con su imperecedera Maria Isabel. Aquella canción que nos torturaba a los niños del interior, de la sierra, plantándonos ante las narices la existencia de otros lugares, de otros mundos, donde al mismo tiempo que la escuchábamos nos restregaba espacios infinitos de sol y playas desiertas a los que te invitaban visitar cogiendo tu sombrero y poniéndotelo ¡poropopó!.

O aquel más atrevido, en un inglés que nadie conocíamos, que Mariano, el hermano de Paquito e hijo de Felipe el alcalde, te recomendaba porque él ya entonces vivía en los madriles: "Everybody´s Talkin".



En aquellas tardes de verano aparecieron nuestros primeros bailes caseros donde las madres, auxiliadas por el hijo pequeño o la abuela a los que, cuando se ausentaban dejaban encargados de vigilar la decencia de su casa, se quedaban sentadas en las sillas del perímetro del patio para vigilarnos.

Programábamos la compleja organización del guateque varias semanas antes pues, además de las pruebas y potencia de los altavoces del tocadiscos y calcular la raya para que no chirriara la aguja al dar los primeros pasos por la superficie del vinilo, había que seleccionar cuidadosamente los singles, ahorrar unas perrillas para algún refresco o polos de hielo de casa con anilina que le dieran presencia y color, o hacer un ponche en el lebrillo de loza con vino blanco, el doble de gaseosa La Casera, azúcar, canela en rama y trozos de los primeros melocotones y peras sanjuaneras de la huerta. Y lo más importante de todo: reclutar la presencia de las chicas a base de confianza invitando a nuestras hermanas para que arrastraran a la amiga por la que cada cual estaba interesado.

Tardes inocentes, a plena luz, cuando nos susurrábamos al oído las primeras palabras de amor mientras sonaba de fondo la voz de Adamo o de Raphael y, a la caída del incipiente anochecer, luchábamos denostadamente en insistentes escaramuzas por vencer su resistencia y acercarnos un poco más doblegando el rígido brazo izquierdo de nuestra heroína inalcanzable que se debatía en mantener el paso del compás impidiendo y marcando la raya al deseo atrevido.

Y el tiempo volaba. Aquel baile acababa temprano porque ella tenía que regresar antes de las diez. Después, la magia desaparecía y quedábamos recogiendo el tocadiscos, limpiando con paño de gamuza los discos y guardándolos en su funda de cartón tras comprobar que no se habían rayado, mientras nuestra imaginación suspendida iniciaba su vuelo prendido de aquella palabra, de aquel gesto que nos esperanzaba y nos daba alas para poder seguir creciendo en los latidos de otro corazón hasta el próximo guateque.



1 comentario:

Paco Martínez dijo...

¡Que tiempos!, de inocencia y de ilusión a partes iguales. Supongo que hoy pasará igual a esas edades. Claro, ahora no hay pikup, dirctamente usan un movil, no hay vinilos, pinchan en streaming, pero al final es lo mismo, chico y chica buscan ayuntamiento. Ha cambiado la tecnologia y la libertad, aunque cuando ellas no quieren, seguro que siguen usando el antebrazo como defensa. El contexto ha cambiado mucho, pero lo sustancial no creo.

Un abrazo hermano


Publicación 2006
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