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martes, 1 de enero de 2008

El secreto de tu nombre (o de las antiguas derrotas de Cádiz)


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A Coti, nuestro primogénito;
Jinete de las mareas e intérprete vital de las noches con Estrellas.
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Mi nombre es Párrhasis, hijo de Pîlos, el Navegante, natural de Sidón, argonauta, jefe de guías de la flota de Hiram, Rey de Tyro y su territorio, quien sólo en un rincón más allá de Oggia y a la orilla de Sûrya (1), de muy corta extensión en longitud, casi sin latitud, había hecho un Estado muy famoso y opulento al que los pueblos vecinos dieron en llamar Phoenîcia, debido a nuestro descubrimiento del phoenix o púrpura con el que tintábamos nuestras túnicas.

Mientras los pueblos vecinos ejercían con timidez su comercio y navegaban costeando sin atreverse a apartarse de las orillas y sin emprender viaje alguno dilatado, mi padre ya tenía correspondencias y aún establecimientos muy buenos en todas las Costas del Mediterráneo. Sus Colonias, junto con una multitud de nombres propios tomados del lenguaje fenicio, se hallaban extendidas en las tres costas de Sicilia, y aún en medio de la Isla. Esto mismo sucedía en las otras seis principales Islas del Mediterráneo, que son las de Cerdeña, Corcyra, Creta, Chipre, Eubéa y Lesbos. También hacía navegaciones frecuentes a las Islas Medianas o de segundo orden, como Lemnos, Chîo, Samo, Naxôs, Rhodas, Zante, Cephâlonia y a las tres Baleares.

Fue Pîlos, mi padre, quien descubrió y dio a conocer todas las Islas Pequeñas como son las Cycladas, que ocupan la izquierda del Archipiélago, y las Spórades, que están dispersas a la derecha.

En Iberia tenía muchos Puertos, principalmente en el País de Tharsis o Thartesia. Los vinos excelentes, las maderas a propósito para fábricas, lo escogido del trigo y casta de los ganados; pero particularmente el oro, el estaño y la plata de que había entonces minas abundantes y principalmente hacia el nacimiento de su río (2), atrajo muy gustoso a mi pueblo a estas costas. Por eso, los navíos grandes y la flota mandada por mi padre que estaba destinada a tan largo viaje, era la llamada la de los Navíos de Tharsis.

Pero este fue por largo tiempo el término de sus viajes marítimos, sin que se extendiesen sus navegaciones más adelante.

Con el tiempo, Pîlos, mi padre, el argonauta jefe de la flota de Hiram y conocido como el Navegante de Tharsis, echó de ver que había ciertas Estrellas que no se ocultaban, y que observándolas en el tiempo sereno, se veían todas las noches hacia el lado a donde jamás se ve el Sol o, lo que es lo mismo, hacia el lado que tenía a su izquierda, volviendo la vista hacia el Oriente. No deliberó largo tiempo acerca del uso que podía hacer de estas Estrellas que les mostraban siempre el mismo lado del Mundo. Y así, cuando alguna tempestad o viento le apartaba de su rumbo, separando la proa de su Navío hacia alguna parte diversa de aquella que había llevado antes, mandaba corregir su derrota, de modo que el aplustro (3) mirase en el viaje a aquellas Estrellas siempre constantes, del mismo modo que las miraba antes del inicio de su navegación. De este modo venía a servir la inmovilidad de esta parte de los Cielos de regla y seguridad a sus navegantes, porque volviendo a dejarse ver estas Estrellas, le mostraban el camino, de tal modo, que parecía le estaban hablando.

Entre todas las Estrellas, mi padre señalaba aquella que, entre otras, tiene siete muy brillantes y que ocupa gran espacio. Siempre la veía ya arriba, ya abajo, ya de lado, y que siempre volvía a empezar la misma vuelta. Era a ella a la que Pîlos siempre se volvía para recibir sus instrucciones. Y por esa razón llamó a aquella estrella Calitsa (4), esto es libertad y salud de marineros, y a mí, su hijo primogénito, Párrhasis, la instrucción, la indicación, la regla.

El conocimiento de esta Estrella le hizo más atrevido y de más feliz navegación. Con el tiempo, se atrevió a pasar el Estrecho y trasponiendo el fin del mundo conocido, se hizo dueño de una Isla, a la que dio el nombre de Gadír. (5)

Era esta Isla para nosotros un retiro ventajoso e inaccesible a los demás Pueblos poco experimentados en la marina. Nos aseguraba la posesión de los ricos efectos que traíamos de nuestra Phoenîcia o de otras partes, para cambiarlos por la Plata y Oro del País, conservando todo cuanto habíamos recibido a cambio en el País de Tharsis. Por eso mi padre hizo que le diesen el nombre de Gadír, que en nuestra lengua significa Refugio.

Allí permanecimos por período de tres años. Ejerciendo ventajoso comercio; trocando algunos instrumentos de ningún valor, por preciosas mercaderías. Al tiempo que nuestra fortuna aumentaba, la fama de mi padre se engrandecía. Me instruyó en el conocimiento de las Estrellas y del Comercio. También en la mezcla de miedo y curiosidad hacia los fondos marinos, que me enseñó a bajar respirando el aire contenido en odres de piel de carnero para pescar esponjas, gusanos, ascidias, ostras y mejillones, estrellas de mar y erizos, junto con moluscos, crustáceos, pulpos, congrios, meros, morenas, escórporas y otros peces pequeños y otros de mayor tamaño como doradas y sargos, tan abundantes en aquella Isla.

Su fama aun se aumentó cuando decidió volver a nuestra Phoenîcia abriendo una nueva ruta por las Costas de la Berbería, ignorando aquella inicial de las Islas del Mediterráneo por la que habíamos venido.

Las Ciudades de Adrúmeto, Clypea, Carthágo, Utica, Hippóna, y otras muchas a lo largo de la Costa de Berbería, son otros tantos establecimientos que los Sydonios y Tyrios formaron en ellas en diferentes tiempos, debido al valor y destreza en el arte de la navegación de mi padre, Pîlos el Guía o Conductor.

Como no ignorare mi padre que las lluvias del Verano arruinarían en lo interior del África lo que se siembra en Primavera, mandó tomar tierra en Otoño y esperar la cosecha sin apartarse jamás de las Costas de La Berbería, para hecha la siega, volver a embarcar. Pero perturbóle en esta empresa la envidia, las falsas acusaciones y parcialidades de algunos ánimos orgullosos y llenos de vanidad, siempre prontos a decidir aún aquello que entienden y conocen menos.

El gusto y deseo de su Fama llegó a ser universal y conduciendo la avaricia a la mayor parte de los marineros que con mi padre viajaban, se dieron a conocer a él como monstruos de ingratitud, de injusticia y de crueldad.

No pudo concluir su segunda derrota a Tharsis, que era la primera para mí. Ciertos pilotos de la flota que gobernaba mi padre, fueron del parecer de quitar la vida a un hombre cuyos avisos iban a engrandecer al Rey de Tyro y, amotinados a la embocadura del Puerto de Jaffa, le dieron muerte tras torturarle para obtener sus Cartas y Secretos de Navegación.

Llegué a ver su agonía y a estrecharle la mano antes de expirar. Cerré sus ojos cuando se quedaron fijos en el cielo y lloré amargamente su negro destino. Me dolió, más que nada, el injusto perdón que sus ojos parecían pedirme por haber escondido sus secretos en mi nombre y me atormentó el pensamiento de no haber tenido el valor ni la imaginación suficientes para haber urdido algún ardid capaz de retenerlo con vida.

No encontraron sus Cartas porque nunca las tuvo. No pudieron desvelar sus Secretos porque cuando en el tormento de la tortura dirigía su mirada hacia mí, nadie supo entender que su secreto estaba escondido en mi nombre: Párrhasis, la indicación de la estrella Calitsa.

Respirando aire contenido en odres de piel de carnero, como me había enseñado mi padre, escapé de las flechas de los amotinados traidores bajo las aguas del Puerto de Jaffa mientras ellos entraban triunfantes al son y eco de la gritería y aclamaciones de todo mi Pueblo.

Logré llegar a la ciudad de Salom, donde intercambiando pequeños utensilios y aderezos personales que cubrían y embellecían mi cuerpo, elaborados en ámbar amarillo que obtuve en la Costa de Berbería y de Coral encarnado que extraje de los fondos marinos de Gadír, me permitieron adquirir un caballo y pocas provisiones para atacar el proyecto de atravesar el Desierto que separa el Reino de Tyro del Mar Iduméo o Mar Roxo, así llamado por traer los habitantes de sus cercanías su origen de Esaú, que se sabe haber tenido el sobrenombre de Edóm ó Roxo, por el color de su cabello y poblada barba.

Mis habilidades como navegante, resultaron de utilidad como viajero en el desierto. Siguiendo las observaciones de la Estrella Calitsa, y fiel a su regla e indicaciones, llegué al puerto que el Pueblo Iduméo llama Esiongáber, y que se halla en el extremo más septentrional del Mar Roxo ó Iduméo (6).

Liquidé lo poco que había obtenido y vendí hasta el caballo que me acompañó en mi doloroso primer éxodo. No tardé en darme cuenta de los peligros, pero también de las posibilidades de medrar en aquella ciudad portuaria. Puse en práctica el oficio bien aprendido de comerciante, especializándome, al principio, en distribuciones secundarias y trueques de mercaderías a pequeños clientes establecidos en las vecinas poblaciones costeras. Mi dominio de las lenguas y dialectos aprendidos en los viajes que con mi padre había realizado, me fueron de gran utilidad para situarme en medio de las rutas que venían de La Fenicia. Otros proveedores con los que me entendí, traían desde la misma Persia orfebrerías o perfumes muy codiciados.

Adquirí un barco que iba a la ribera opuesta del Mar Idumeo, donde establecí factoría para comerciar con el país de Egypto. Es ésta una tierra cálida y húmeda que, contenida toda ella en la parte meridional del mundo habitado y extendida a mediodía, es llamada Khemia (7) por sus habitantes y a la que comparan con un corazón, porque como éste, en el cuerpo del hombre, se halla extendida a la izquierda. Allí trabé amistad con Thot, sacerdote custodio del Templo de la Justicia y la Verdad, del que aprendí a reconocer la invención de los signos y pinturas que él llamaba el Arte de Escribir. La primera A, era la imagen de los cuernos del Carnero. La segunda B, es visiblemente la parte anterior de una cabeza de Buey. La tercera C, la reunión de dos cabezas de Cabritos. La séptima G, la vara o brazos de un peso o Balanza. La octava H, un dibujo exacto de las patas, larga cola y dardo de Escorpión. La novena I, la flecha misma del Arquero o del Cazador. La undécima L denota una corriente de Agua. La duodécima M, dos Peces, espalda con espalda.... También me enseñó a distinguir el Viento Ethesio, que lleva y amontona los vapores en Ethyopía y causa la inundación soplando a fines de primavera, del Viento de Medio día, que ayuda a que bajen las aguas y desemboquen en el Mediterráneo. Al primero, que sopla de norte a sur, lo representaba con la figura del Gavilán, porque éste extiende sus alas mirando al Medio día para renovar sus plumas con la vuelta de los calores; al segundo, que propicia la bajada de las aguas del Nilo, lo simbolizaba mediante la Abubilla, que viene de Ethyopía a buscar gusanos en el cieno o tarquina.

Me hizo comprender el valor telúrico, casi divino, del número catorce. Es éste el símbolo sagrado, el valor del equilibrio, la equidad y la justa y precisa medida, porque representa la variedad de las avenidas del Nilo, que suelen ser bien ventajosas a Egypto, cuando suben a la altura de catorce codos; y se ve amenazado del hambre cuando suben menos, pero es cierta la abundancia, el año que se elevan hasta quince codos, y dañan mucho si suben a dieciséis. Por eso, la medida que más proporcionada es a una excelente cosecha, son los catorce codos.

Este sabio sacerdote custodio me inculcó el respeto, casi reverencial, por la planta de Loto, porque de ella se saca pan o tortas; por el Ibis, especie de cigüeña que limpia el País de serpientes, y por el Ichneumon y el Hipopótamo, que pelean con el Cocodrilo.

En justo pago de sus enseñanzas y en reconocimiento a su sincera amistad, yo le revelé algunos de mis conocimientos heredados sobre observaciones que mi difunto padre hiciera de los Cuatro Tiempos del año. Le conté, cómo Pîlos había visto que el Sol, aún dentro de la misma Estación o Tiempo, se hallaba sucesivamente colocado debajo de diferentes Estrellas. Entonces fue cuando Thot, para mayor exactitud y para dividir el año de un modo invariable y cómodo, dio a cada uno de los Cuatro Tiempos o Estaciones del año, tres domicilios de diferentes Estrellas; y a todo el año lo dividió en doce casas o domicilios del Sol, dándole doce diversos nombres de animales, cada uno relativo a lo que pasaba sobre la tierra en cada porción del año. Así, en la Primera o Primavera en la que el Sol colma la tierra de bienes, y como las Ovejas, Cabras y Vacas son aquellos animales más deseados por los hombres, dio los nombres de estas especies de animales a las tres Constelaciones de Estrellas que corre el Sol en esa Estación, para significar la fecundidad que les traía de nuevo consigo. La primera Constelación, debajo de la que se halla el Sol después del Invierno, cuando los días y las noches son iguales, obtuvo el nombre de Aries o Carnero, por ser entonces el tiempo más oportuno para comerle; a la segunda, le dio el nombre de Toro, porque por lo común las vacas están en esa época en celos, y al tercer conjunto de Estrellas, porque las cabras están en su preñado que dura cinco meses sin que tarden más en parir dos hijos que uno sólo, le dio el nombre de Gemelos o de Cabritos. Cuando el Sol ha llegado ya al solsticio del Verano, cesa de acercarse a nuestro Polo y empieza a retroceder hacia el Ecuador, volviendo, por así decirlo, sobre sus pasos, por lo cual, Thot juzgó debía dar a las Estrellas, debajo de quienes se halla entonces, el nombre de Cangrejo, porque no existe otro animal más propio para significar la retrogradación del Sol. Los calores excesivos, que se siguen, hacen mirar al Sol como en su mayor fortaleza, y así lo significó, dándole a la Constelación en que entonces está, el nombre de León, el más terrible y poderoso de los animales. La siega, que se sigue muy poco después, da el carácter a la sexta Constelación por medio de la figura de una Doncella que lleva una espiga o sibbula en su mano, significando las jóvenes que ganan su vida en espigar siguiendo a los segadores para recoger espigas en el tiempo en que la tierra da las provisiones necesarias para igualar a los pobres y a los ricos. No pudo explicar mejor el conjunto de Estrellas o asterismo debajo del cual sucede el Equinoccio que iguala las noches con los días, sino por medio de una Balanza puesta en equilibrio; las enfermedades que el retiro del Sol suele ocasionar o que sobrevienen en medio del Otoño, le hicieron dar a las Estrellas de la Constelación siguiente, el nombre de Escorpión, porque este animal trae en su cola un aguijón o botellita o vaso de veneno y, huyendo, usa de uno y de otro. El Arquero que viene después dice relación con la caza, que se sigue a la caída de la hoja. Como el cangrejo, que anda para atrás, le había servido para caracterizar el Solsticio de Verano, así por el contrario, para significar el de Invierno, mi maestro escogió el signo del Cabrón o Capricornio, porque estos animales tienen la costumbre de trepar cuando pacen y continúan en subir al mismo tiempo que roen y despuntan las hierbas hasta colocarse en las cimas de los montes, rocas y colinas, como el Sol sube y continúa en subir hasta el otro Trópico. Las nieves, y lluvias del triste Invierno que están entonces en su fuerza, las representaba con el cántaro de agua o Aquario y, en fin, los Peces unidos entre sí, significaban la pesca que, por entonces, empieza a ser abundante y feliz.

Este nuevo orden cosmológico surgido a raíz de las observaciones de mi padre, liberó a Egypto de la esclavitud que profesaban sus Faraones a los diferentes aspectos o fases de la Luna, pues para distinguir los varios tiempos del año y ordenar los trabajos de cada estación se usaban las fases de la Luna a quienes recurrían siempre para señalar sus labores, ya que estaban persuadidos que lo que sembraban en Creciente o Luna llena, tendría más vigor y fortaleza, como los cangrejos y ostras que se hallaban gruesos y bien sustentados hacia el tiempo de esa fase; y que, al contrario, lo que se sembraba en Menguante, participaba de la flaqueza y decaimiento de este Astro. Después de conocer las nuevas doctrinas de Thot y experimentar tan claramente la acción del Sol y los vientos, fue su regla y proverbio que no había cosa más frívola que entretenerse en observar los cuartos de Luna cuando se quiere plantar o podar, y que en realidad lo que conviene y necesita es ejecutar cada cosa en su Estación, escoger el tiempo benigno y favorable y esperar, después, el buen éxito, no del día que se ha escogido, sino de la acción del Sol, del temperamento del aire y disposición de la atmósfera.

Para evitar equívocos respecto al orden terrestre y el celeste, estableció la correspondencia entre la puerta solsticial de invierno, o el signo de Capricornio como el Norte en el año, y la puerta solsticial de verano, o signo de Cáncer, como Sur, determinando los sentidos y movimientos ascendente y descendente del Sol, que representados por el delfín y el pulpo, trasmitían el culto a la libertad de circulación de las almas en la tierra, ya ascendiendo al éter por la “puerta de los dioses”, ya descendiendo y cayendo a tierra por la “puerta de los hombres”. Esta división del ciclo anual en sus dos mitades, ascendente y descendente, las cuales se abren en las dos puertas solsticiales con su correspondencia cíclica, fue hábilmente utilizada por el sabio sacerdote para legitimar el carácter polar de su estamento sacerdotal frente al solar, que no dudó en atribuir a su Faraón.


Tampoco fue ajeno el Faraón a esta nueva enseñanza de su sacerdote custodio surgida de la contemplación de las Estrellas por mi padre Pîlos, pues siendo el eje principal de su teoría la acción del Sol, se apresuró a aprovechar el efecto de su influjo para reclamar la unidad de las deidades en su representación del Dios Ra, padre de faraones, al que se dio en llamar Horus cuando aparece y Osiris cuando se pone y que, en su majestad, recorre diariamente el cielo, como guerrero poderoso y de oriente a occidente, en su barca dorada.

Con motivo de la fundación de On (8), Thot justificó la esencia cósmica del Universo modificando el plano tradicional de la ciudad para adaptarlo al carácter duodenario zodiacal que aprendiera de las observaciones celestes que mi padre Pîlos había efectuado. Desde entonces, la organización urbana quedó señalada por dos vías ortogonales dirigidas de Sur a Norte y de Este a Oeste. En sus extremidades estaban las puertas de la ciudad, que se encontraban así ubicadas, exactamente, en los cuatro puntos cardinales, quedando estructurada la misma en forma de circulo Solar dividido en cuatro cuarteles o barrios que se correspondían a los cuatro solsticios y en donde se procedía a ubicar a los pobladores con repartición por orden de su tribu o casta de pertenencia, principiando por el situado al Norte como correspondiente al de Invierno.

No olvidó Thot el valor de la amistad, y tras su llamamiento a la Corte fue pródigo conmigo en ofrendas, regalos y concesiones comerciales, por lo que en tres años, me vi dueño de una importante fortuna, antes no imaginada. Tuve una casa con precioso jardín, un gran rebaño de cabras con doce pastores a su cuidado y hasta una pequeña, pero escogida, cuadra de caballos. Logré un desdén ostentoso que me llevó a otros modos de ebriedad, irrumpiendo en todos los prostíbulos, orgías, apuestas caprichosas y porfías inútiles. Recibí el halago al tiempo que despertaba extremas envidias. Fui presa del feroz ensañamiento de los Envidiosos sufriendo el expolio y ruina de mis negocios de tinte con jugo de murex (9), y hasta el riesgo de mi propia decapitación, si no hubiera huido a tiempo a Elaht.

Establecí escuela de navegación entre los aún novicios pilotos del pueblo hebreo, con tan feliz éxito que mis enseñanzas y conocimiento de las estrellas sirvieron para ganar fama entre los guías de las flotas que Shlomoh (10) había establecido en los vecinos Puertos de Elath. Este sabio Príncipe, hecho por las conquistas de su padre, Dueño de Iduméa y del centro del Mar Roxo y cuyo nombre significa el “Pacífico”, se proponía, a la verdad, introducir en sus Estados la opulencia con el Comercio; pero su blanco principal era desterrar de ellos la ociosidad y mendiguez. El Estado floreciente de mi pueblo, los Tyrios, había enseñado a Salomón que a donde se halla honrada la Navegación, no se diferencia de un delincuente un mendigo que tiene dos manos; y que casi no había culpas que castigar en un Reino cuando una Marina floreciente le abre a todos el camino para vivir y un recurso infatigable para utilizarse.

Instruidos los Hebreos por mí en la navegación, comenzaron a ir de conserva a Ophîr, y traían de esta ciudad prodigiosas sumas de oro, maderas preciosas y pedrerías.

Fue tan grande la prosperidad y estabilidad alcanzada por el pueblo hebreo, que su Rey decidió acometer la reedificación de un campamento que, dedicado a la Paz, albergara el Templo donde custodiar el Tabernáculo depositario del Arca de la Alianza protegida por dos Kerubines. Y así, quedó en efecto construida la Kerú-Salem celeste o Ciudad de la Paz, que, con forma cuadrada por no tener necesidad de ser protegida contra enemigo alguno, tenía doce puertas zodiacales, sobre las que estaban escritas los nombres de las doce tribus de Israel; y esas puertas se repartían de la misma manera en los cuatro lados: tres a Oriente, tres a Septentrión, tres a Mediodía y tres a Occidente, acampando Judá al Este, Rubén al Sur, Efraín al Oeste y Dan al Norte, mientras que los Levitas formaban un circulo solar interior en torno al Tabernáculo divididos en cuatro grupos situados en los cuatro puntos cardinales.

Aumenté mi fama al compás de mi fortuna, lo que me permitió ser un miembro influyente en la comunidad del pueblo que me acogió en mi obligado exilio. Mi prestigio social entre los navegantes y mi dote, me permitieron un ventajoso desposorio con una gran dama de aquella ciudad llamada Dobebé o Doubé, nombre que en su lengua significa habladora, la que habla o da avisos y recetas, porque su oficio era la de instructora de las cocineras del rey de Judá. Su belleza era un exceso hiriente. Tenía ojos verdes, grandes y muy oblicuos; la frente ancha y bien curvada, la nariz huesuda y de aletas vibrantes como las de los purasangres, la boca grande y defendida por carnosos y húmedos labios. De cuerpo prieto, sus senos eran duros y blancos como dos manzanas de alabastro.

Nuestra felicidad corría paralela a nuestra Fama y Fortuna. Su Dios nos honró permitiéndonos engendrar a tres varones que llamamos Job, Eliphâs y Jonás.

En mi escuela se instruían los conductores de la flota real sobre el conocimiento de la Navegación, el Comercio y el lenguaje de las Estrellas. Mientras yo investigaba la derrota de Gadír desde el Mar Roxo y el Puerto de Ophîr costeando África, mi mujer Doubé hacía valer su cocina ante sus futuras nueras y, por extensión, a las cocinas reales. Estableció la receta de la Alboronía, una fritada de pimiento, berenjena, tomate y calabaza; en los rigores invernales caldeaba el desconsuelo de estómago con sabrosos guisos como la Ros Hasaná o Hodra, sopa de siete verduras entre las que incluía zanahorias, nabo, berenjena, calabacín, ñora, puerro y cebolla, y la Pessah, sopa de habas y verduras con jaroser, unas bolitas de manzana, nuez, dátil, canela y jengibre, que recordaban la argamasa de las pirámides y se celebraba en conmemoración de la salida de su Pueblo de Egipto; la lechuga y el apio, simbolizaban la amargura de esa esclavitud egipcia, al contrario de los fartelejos, dulces de queso y miel, protagonistas de la celebración o fiesta del Shavonot, la entrega de la Torah o Biblia de los judíos.

Fue tanto mi reconocimiento que mi nombre, Párrhassis, tomó carácter hebraico y fue sustituido por Parash. Con el tiempo y mis enseñanzas que tanto aprovecharon las flotas de los reyes de Judá, se transformó en el de Phâriséo, esto es Doctor.

Mi dulce esposa concilió el valor religioso de la cocina con las consideraciones dietéticas. Hizo de la obsesión por la pureza, el realce de los sabores naturales y de la sencillez, la máxima del fuego lento, sostenido y purificador. Así, fruto de sus investigaciones, nacieron las recetas de las burekas, albóndigas de merluza animadas con salsa untosa a base de aceite de oliva, ajo, limón, yemas de huevo y hebras de azafrán, agua sal y pimienta. Rellenó pimientos con gustosa carne y trabajó los pescados en el escabeche. Fiel seguidora de las Leyes del Talmud, enseñó el talante Kosher, que prohíbe mezclar leche con carne y comer carne de cerdo, el caballo o el conejo, y a comer solamente pescados con escamas y aletas, nunca marisco ni molusco. Asimismo, enseñaba a sus discípulas a respetar y rubricar la fiesta del Sabbath (11), preparando las adafinas en crudo que, cerradas herméticamente a base de papiro y engrudo, mandaba cocer al horno público para que nadie metiera la mano y profanara el ceremonial.

Mis hijos Job y Eliphâs, llamados los fariseos o hijos de Phâriséo, hicieron la derrota de la África Feliz y llegaron a los Torrentes de Ophîr, famosos por razón de las hojuelas de oro que dejaban por donde pasaban, ya que después de haberlas arrancado y raído en el interior de las minas de los Montes Maníca, bajaban por el Río de Sophâra. Hecho célebre el nombre de Ophîr por las arenas de oro que arrojaban las corrientes a sus orillas, se le dio el nombre de País de Sóphâla, estableciendo en él un próspero comercio, yendo y viniendo constantemente. A la vuelta a su Patria, podían cortar, sin gasto alguno, el mejor ébano y otras maderas para embutidos y taracéa en Madagascar y Mozambique y otras maderas preciosas de las Costas de la Arabia Feliz, después de haber pasado el Estrecho de Babelmandél, a la entrada del Mar Iduméo.

Tan grande fue el florecimiento del Reyno Iduméo que no teniendo los Hebreos puertos cómodos en el Mediterráneo, y deseando participar en el rico comercio de Tharsis, supo Josaphât, el rey más pío y juicioso de todos los de Judá, que según las instrucciones que yo impartía a los guías y pilotos de su flota, era posible que siguiendo tierra a tierra, o costeando África, se llegara, finalmente, al Estrecho de Gadír; y que aún en el camino mismo, podrían sacar innumerables utilidades. Noticioso, pues, de todo ello, fui mandado llamar y nombrándome Jefe de guías o conductores de sus flotas, ordenóme pasar el País de Sóphâla hasta el Promontorio Meridional (12), y que, continuando su camino de Costa a Costa, siguiera la orilla Occidental, subiendo hacia el Norte, restituyéndome después a su País para venir luego a darle cuenta.

Bien instruido por la narrativa de mi padre, Pîlos, así como del camino y del modo de subsistir en él, sin cargar demasiadas provisiones que sirvieran de embarazo, partí con cuatro barcos; tres, de los del tipo que llaman penteconteras (13) mandados por mis hijos Job, Eliphâs, y Jonás, y la triera (14) que abría derrota, capitaneada por mí mismo.

Salidos del Puerto de Elath, mandé volver el primer navío cargado de oro y marfil que cogimos en la Costa que llaman de los Dientes, a donde los elefantes son más comunes que en ninguna otra parte, así como de monos y pavos reales, que con facilidad se encuentran en las Costas de África. El segundo barco volvió tras remontar el Promontorio Meridional y arribar en las Costas de Benín. Lo mandé a mi Rey y Señor, cargado de hermoso jaspe y otras muchas pedrerías que se trafican y que se hallan en el interior del país.

Tres años gastamos en dar la vuelta al África y llegar al Estrecho de Gadír. Otros tres años se gastaban en viaje, antes de volver, desde Tharsis, a entrar en el Puerto de Elath cargados de géneros de oro, plata marfil y algunos animales y pescados extraordinarios.

Pero también estos viajes se interrumpieron en adelante y se dejaron este comercio y estas navegaciones, porque la codicia de los ambiciosos Reyes Babilonios los procuraron arruinar, antes de emprender la destrucción de Iduméa, quemando sus ciudades y todos los Puertos del Mar Roxo.

Muerta mi amada Doudé y quemados vivos mis tres hijos con su tripulación, pude huir en la noche disfrazado de escriba. Atravesamos el Mar Iduméo y tomamos tierra en la orilla opuesta, dirigiéndonos a la Corte de Necáo, que reinaba en Egipto.

Este Príncipe, que quería restablecer el antiguo esplendor de este reino, creía, con razón, no poder llegar a conseguirlo, sino por medio de la Navegación y del Comercio marítimo. Con estas miras, había emprendido la tarea de juntar el Océano con el Mediterráneo, abriendo un paso o comunicación, que llegase desde el Nilo hasta el Mar Roxo. Pero en habiéndome concedido su asilo y protección, precedido como estaba de mi fama y conocimientos de navegante de la derrota de Tharsis, habiendo renunciado a la perfecta ejecución de este Canal, hizo que me embarcara en el Mar Roxo y me ordenó dar la vuelta al África, dejar de lado el Estrecho de Gadír y penetrar hasta el Mar del Norte, viniendo luego a dar cuenta. Su designio, no era instruirse de la posibilidad de esta navegación para utilizarse con su comercio, pues en las instrucciones que me daba y en su narrativa, se dejaba ver que tenía como cosa muy conocida el circuito del África y el viaje de Gadír por el Mar Roxo, teniendo un conocimiento perfecto del camino. Su intención, pues, era, que se hiciese algo más de lo que se hacía, y que dirigiéndome por el Mar Roxo al Estrecho de Gadír, probasen fortuna sus vasallos penetrando hasta el Mar del Norte y que hecho este viaje, se le diese exacta noticia, para ver si por aquel paraje podía hacerse algún nuevo y útil descubrimiento con que se adelantase o estableciese el Comercio.

Tomamos tierra en Otoño y esperamos la cosecha en la Costa de la Isla de Kerne (15) y, hecha la siega, volvimos a embarcar. Al cabo de dos años de navegación, arribamos a Gadír, el Refugio de mi padre, y, pasando el Estrecho, volvimos el tercer año a Egipto por el Mar Mediterráneo.

Contáronle al Rey Necáo sus navegantes, que habían llegado a un país en que la sombra de sus cuerpos, al medio día, caía hacia el Norte y que vueltos en la misma hora al Occidente, veían a la mano izquierda al Sol; al contrario de lo que ellos experimentaban, pues, considerando los egipcios a su Khemia como el corazón del universo, tenían el Oriente como el rostro del mundo, el Norte como la derecha y el Mediodía como la izquierda, con lo que, en su país de origen, veían al mediodía la sombra de sus cuerpos dirigida hacia el Sur. Añadiéronle también los egipcios a su Rey una segunda circunstancia: que caminando hacia el Occidente, habían tenido al Sol a la mano derecha.

Fue entonces cuando realmente supe que el secreto de mi padre Pîlos, estaba verdaderamente guardado en mi nombre. Sólo la Estrella Parrasha instruye y es la regla y seguridad de los navegantes, pues el Sol, en el discurso del año en las diversas situaciones que toma, experimenta dos proyecciones de sombras totalmente diferentes: los que están de la parte de acá del Trópico, ven al Sol a la izquierda si se vuelven de cara al Occidente y su sombra se extiende hacia el Norte, mientras que los que están de la parte de allá, experimentan todo lo contrario. Guiados por el Sol, nunca podrían haber vuelto por las bocas del Nilo, después de haber empezado su viaje por el Mar Roxo.
Ese fue pues, el secreto y la herencia de mi padre Pîlos, el Navegante, natural de Sidón, argonauta, jefe de guías de la flota de Hiram, Rey de Tiro y su territorio, el que dio valor por medio de su industria particular a las cualidades de su Tierra y al aspecto de su Cielo, comunicándome los frutos de sus trabajos para que yo, su primogénito hijo, formase e instruyese a la Sociedad de estas felices novedades, obra, simplemente, de la observancia de las Estrellas.



NOTAS A PIE DE PÁGINA

(1) Actual Siria, nombre sánscrito del Sol, es el logah sûrâniyah o lugar de la iluminación solar.
(2) Guadalquivir.
(3) Friso zoomórfico que, representando la cabeza de un caballo, culminaba la curvilínea proa de los barcos fenicios. La popa, redondeada, acababa con otro friso, generalmente en forma de pescado o viruta.
(4) También conocida como Ursa u Osa. Las tres estrellas que forman o están en la cola, por levantarse en forma de línea curva, imitan mejor la forma de un perro que de una osa, por cuyo motivo esta parte de la constelación también fue conocida con el nombre de Cinosúra. La última estrella de la cola de Ursa, por estar a muy corta distancia del Polo, es la denominada Estrella Polar.
(5) La actual Cádiz.
(6) El Golfo Arábico.
(7) Kêmi, en lengua egipcia, significa “tierra negra” y de la que proviene alquimia (donde al- no es sino el artículo árabe), que designaba originariamente la ciencia hermética, es decir, la ciencia sacerdotal de Egipto.
(8) On, la Heliópolis o ciudad del Sol egipcia de Josefo
(9) Molusco muy abundante en las costas de Líbano, de cuyo jugo el pueblo fenicio extraía el tinte púrpura
(10)Salomón.
(11)El Talmud divide la duración del mundo en períodos milenarios por término de seis, a los cuales hacen alusión la seis primeras palabras de Génesis (En El Principio Fue La Luz), y estos seis milenarios son análogos a los seis días de la Creación. El séptimo día, es el Sabbath, es decir la fase de descanso y retorno al Principio.
(12) El Cabo de Buena Esperanza.
(13)Embarcación fenicia de veinticuatro metros de longitud y una tripulación de cincuenta hombres en los remos, dispuestos veinticinco por cada lado, además del capitán, el piloto y los hombres encargados de las velas. El ritmo del movimiento de los remos, lo marcaba un flautista.
(14)Dueña indiscutible del mar entre los siglos VII y IV a.C., esta embarcación fenicia de treinta y seis metros de longitud, albergaba una tripulación de unos ciento ochenta hombres, de los que ochenta y cinco, por cada lado, se aplicaban a los remos que, para no estorbarse ni levantar los costados del barco, se disponían superpuestos en tres filas desiguales.
(15) Isla del Galgo, en el Río de Oro en el antiguo Sahara español.




1 comentario:

Henri Ambossat dijo...

Buenos días. Me pregunto ?qué es este relato?. Hiram, Tiro, las naves de Tarsis, el trayecto del Sol, Gadir,los Fenicios y el Mediterráneo,...Solo le faltan los bancos-de-atún para que me recuerde mucho a otra historia particular dentro de una más general que yo llamé Atunología.
Pero perdone que sea tan directo ¿qué relación guarda este texto con mi post sobre Arsitóteles?


Publicación 2006
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