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miércoles, 16 de enero de 2019

La comadrona de don Gonzalo.


Siempre que comienza un año se espera que sea mejor que el anterior, eso se pide en los deseos y luego, pasa o no.  El último fue malo, muy malo, se fueron seres muy cercanos, de los que dejan vacío, soledad, nostalgia, y recuerdos que son parte de tu vida, que se tienen tan interiorizados y tan vivos que casi parece que con los que los compartiste no se han ido e inconscientemente rechazas que ya no los puedas revivir mas con ellos, y tú los sigues reviviendo como si ya no estuvieras aquí solo, sin ellos. Y de pronto, cuando dejas de soñar y vuelves a lo real, sientes la amargura de la ausencia y sigues en lo cotidiano, más solo, sin nadie con quien compartir las cosas que pasan en clave de intimidad, esa intimidad que solo dan las relaciones honestas y profundas que se han compartido a lo largo de la vida con tus seres más cercanos, sean familia o
amigos. Y se van yendo, y te quedas solo.

La tita María Paula se ha ido este ocho de enero en un hospital de Sabadell, fíjate tu lo injusta que es la vida; ella se tendría que estar yendo en el río Hútar,  donde se han ido tantos a los que ella ayudó a nacer, donde vivió sus mejores años de niñez y juventud, donde tuvo sus hijos y los crió junto con la niña de su hermana Gabriela y los niños de su Felipe, como llamaba a su hermano.

A todos les profesaba un amor inmenso. Los acogía, los comprendía y  los animaba, como solo lo hacen los buenos maestros, desde la autoridad que siempre emana del cariño y del respeto que ellos le profesan. Mi madre me decía que era casi más madre mía que ella misma, quizá en un exceso de agradecimiento a la ayuda que tuvo de ella desde que la conoció hasta su muerte. Yo, lo tomé muy en serio y le puse a mi primera hija su nombre. Creo que, mi madre lo entendió, aunque nunca me lo dijo.

Manolo, recuerda que ella nos hizo hermanos de leche al encajar la abundancia de leche de tu madre con la escasez de la mía. Ella no sabía que estaba asignando recursos de la forma más eficiente, solo sabía que un recién nacido pasaba hambre y ella sabía donde saciarlo, su inteligencia y la generosidad de tu madre evitaron mi malnutrición y permitieron que fuéramos hermanos de leche.

Tenía cien años, casi ciento uno, los primeros cuarenta y dos en Mágina y el resto en el Vallés de Barcelona, donde como tantos otros tuvo que emigrar en 1960. Mientras pudo, siempre volvía al pueblo con toda la familia donde, y pesar de los años y la ausencia, nunca perdió la condición de paisana, siempre fue María Paula, la comadrona de Don Gonzalo.

Ya no estaba para hablar con ella, su condición física y cognitiva fue empeorando con el tiempo (Señor, para que vivir tanto, decía ella), pero da igual, uno sabe que está ahí en algún sitio alguien que forma parte de tu vida, forma parte de tu  andamiaje, de la estructura de tu ser, ahora se ha ido y la vida se resquebraja  un poco más, bueno, en esta caso, mucho para mí.

Después de que en el año pasado me quedé sin los Marianos, primo y hermano, le pedí a este que fuera mejor, pero ya ves, la tita se ha ido y aquí seguimos un poco más solos.

Seguro que se ha encontrado con Tomás, con Mariano y tantos y tantos otros a los que ayudó a traer el mundo; que estará atareada contándoles anécdotas y recuerdos que sólo ella pudo vivir incluso en su ausencia. Don Gonzálo la habrá acogido con un abrazo y ya estarán pergeñando algún centro materno-infantil celestial, pero allí lo tienen difícil porque no hay subvenciones, ni partos y los niños ya llevan alas.

Qué terrible paradoja. Alguien que ayudaba a que muchos vinieramos a la vida y, sin embargo, ni la propia vida pudo hacerla eterna. Será que eso que llamamos Eternidad reside solamente en nuestra alma.


Por Juan Francisco Martínez.
(El hijo de Felipe)

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1 comentario:

Mara dijo...

Qué mujeres valientes, generosas, llenas de coraje y extraordinariamente bellas.

Qué fortuna haber estado tan cerca de ellas.

Gracias por publicar estas vivencias, sus fotografías...


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