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viernes, 24 de octubre de 2008

Un día normal

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Mira, si no fuera por la cuestión del bocadillo realmente no se habría notado casi nada.
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Bueno, casi nada o nada tampoco es cierto. Era evidente la diferencia en algunas ropas, en algunas caras, un acento algo extraño y ya está.
De jamón, de atún y de queso. Habíamos dejado guardados los últimos para los alumnos que venían del otro centro educativo.
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Resulta que aún siendo de un barrio con alta población gitana solamente venían niños y niñas hijos de inmigrantes, nacidos ya aquí o recién llegados, sin tener en cuenta todavía el método de ingreso en este nuestro primer mundo.

El éxito de los años anteriores nos animaba a seguir con el camino. Nos parecía bueno para todos, una forma diferente de abrir algo las mentes. Como en el anuncio, hay otros mundos, pero parecen peores, hay otros mundos, pero resulta que el más atractivo es éste. Está muy bien lo de la tradición, lo de los valores y el patrimonio cultural, pero es difícil pensar con la barriga vacía o con los pelos del cogote erizados por si vienen a por ti. La mayoría de los que vienen de por ahí fuera buscan mejorar en sus necesidades, lo que deviene a veces en hacerlas más grandes. La vorágine del consumismo, antes desconocido, ataca a todas las personas que se acercan a cualquier superficie comercial de gran tamaño y, claro, también a ellos, en eso no somos tan distintos.
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En los niños no se traslucen esos problemas. La única diferencia era que los de fuera pedían “atón”, con un baile de vocales, y los de aquí “de jamón”. Los profes del pueblo comían jamón, los de allí, los monitores y monitoras, le entraban al atún y al queso. El zumo no tenía color cultural, suena casi igual, naranja, y les gusta a todos. Eso y el fútbol.
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El taller de más éxito es el que se practica con un balón y un equipillo en cada mitad del campo. El gol es la salsa que calienta y exalta los ánimos . Los equipos se hacen mixtos y aquí no hay tampoco colores, alguna patada, algún agarrón, y al final se entregan las medallas. A todos les gustan las medallas. Es normal, son niños, o al menos gente joven y pasan de muchas ataduras que todavía aprietan la mente de sus mayores.

Aquí, en mi centro, no hay muchos inmigrantes matriculados. Iba a escribir “demasiados”, pero ignoro cuál sería la tasa o el tanto por ciento que hace pasar la cifra de lo aceptable, lo permisible, a lo ya superador de las expectativas, lo realmente insoportable a los ojos de muchos; el porcentaje que nos llevaría a ser nosotros la minoría, a pasar de ser “nuestro” a ser “de los otros”.

Resulta que en este centro, sin demasiados alumnos inmigrantes, hay varios de este grupo que son de los que generan más problemas, y a la vez, algunos de los mejores alumnos o alumnas también son extranjeros, lo que choca. ¿Será si acaso porque los niños que se empeñan en ser puñeteros nacen donde les da la gana a ellos, ya sea en Almería, en Nador, en Murcia o en Lituania? Con lo que entramos en algunas otras disquisiciones y sutilezas, que llevan quizás al fondo del asunto. A ningún profesor le gusta trabajar con tensión, con alumnos sin interés, no se hacen distingos, ya sean de color blanco, negro, amarillo o de rayas verdes y blancas. Resulta que pasamos ahora ya a tratar con personas no con números de visado, de pasaporte o con entelequias y aquí las diferencias empiezan en el nombre propio.

Como ya se viene haciendo desde hace varios cursos, la experiencia ayuda en los talleres y realmente funcionan. Es curioso, los alumnos, ellos solos, acaban por olvidar que el otro es el otro. Cuando yo les dije al grupo que tenía asignado, antes de recibir a los visitantes, que no tenía muy claro lo que haríamos en el “taller de convivencia”, sugerí buscar temas de interés común. La propuesta, la demanda más rápida y evidente, era la esperada, nada de filosofía o del encuentro de las culturas : “¿Cómo ligan ellos?”. Yo les dije, “hombre, me imagino que lo mismo que aquí”.
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A mí los niños que vinieron, los varones, no me parecieron especialmente guapos (la misma opinión tengo sobre los “míos”), las niñas en cambio sí me resultaron más agraciadas (más de los mismo con las “mías”). Es decir, queda claro que no soy racista, si acaso machista, tampoco lo creo, solamente hombre, quiero decir varón. Antes de irse, antes de irnos todos, uno de los míos vino con una visitante, buscando un papel donde apuntar un teléfono o una dirección y yo pensé: “no está mal, así que de cultura y antropología no habremos aprendido mucho, pero el que sí ha funcionado es el taller de ligoteo”. La convivencia es así, no hay que buscar nada extraño. Parece que estaban todos contentos, los profesores, los alumnos, las profesoras, las alumnas e incluso el director.

Por allí apareció una periodista, entrevistando a las autoridades, con las cámaras de la televisión autonómica, multitud de fotos, más periodistas ¡Qué barbaridad! ¡Yo no sé dónde estaba la noticia! Ni los unos tenían cuernos ni los otros iban vestidos con traje de torero o de gitana, se reían lo mismo, con la misma vergüenza inicial y el cachondeo progresivo. La risilla que les iba entrando minaba lentamente los pilares de la diferencia y unía sus intereses en lo fundamental de su edad, que no es otra cosa que el ir ahondando en lo que antes se llamaba el misterio de la vida y las relaciones humanas y que ahora se trata sin tapujos en los múltiples chats de internet.
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Por cierto en el campo de la informática no se deja ver inicialmente, a primera vista, el origen del usuario y está derribando murallas; pese al engaño contumaz y al disimulo de los defectos, si se conecta con alguna persona que hace mella en nuestro ánimo se le llega a conocer sin haberle visto la cara ni una sola vez.
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Hace unos días, en un centro comercial de la ciudad, vi cogidos de la mano a dos personas, quizás se habían conocido en la red que tiende a pescarnos a todos. No tenían nada de especial o de escandaloso, sin embargo me llamaron la atención, y eso que yo soy moderno, coeducativo, y todas esas cosas que decimos cuando queremos quedar bien y aparecer en la foto como “progres” y demócratas. A mí me llamaron la atención y puse ojos y orejas al servicio de mi insana curiosidad.
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Resulta que iban de la mano un hombre, joven, alto, de unos treinta años, con unos rasgos faciales norteafricanos y un español chapurreado con un acento especial que denotaba su origen magrebí, y una mujer, también joven, rubia y que hablaba con acento de haberse criado en Andalucía y aún más en Almería. Yo pensé que hace unos años eso habría sonado raro, raro. Seguramente incluso a alguien le habría parecido preocupante.
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Sin embargo allí nadie pareció darse cuenta, todos los clientes seguían comprando, iban a lo suyo y ellos, la pareja, a lo propio, sonrientes ambos. Yo no escuché mucho de lo que hablaban por puro respeto a su intimidad, lo justo, pero hacían planes, hablaban también de un tercero, un tal Mohamed, que tenía problemas para venir a España. Ellos pensaban ayudarle, buscarle un trabajo y quizás una novia, alguna amiga de ella.
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Unos amigos buscando la forma de ayudar a otro. Normal. Nadie diría que era un inmigrante peligroso, un forajido, sino un señor cualquiera, preocupado por el bienestar de otro señor deseoso de conocer el país donde no le va tan mal a otros que han llegado antes.

Después de la compra fuimos a comer a un restaurante chino donde ya nos conocen, además los hijos del dueño habían sido alumnos míos en años anteriores. Son muy amables todos, especialmente los niños, y me saludan muy educadamente. Incluso intentaron que mi hija aprendiera algo de su idioma. Yo, que soy muy torpe para eso, sólamente recuerdo que “hola” se dice “Ni Hau”, o algo así, con la hache inspirada ¡Qué difícil! Sin embargo los condenados niños hablan un español perfecto y un chino endemoniadamente rápido, además de inglés y un poco de francés. Piden los platos, los rollitos, el arroz, con una jerga incomprensible, fulgurante, y discuten con los mayores, a veces en voz alta, con un idioma que imagino no será muy diferente del que se está hablando en ese momento en Cantón o en Pekín.

Lo más curioso es que ahora, en los fines de semana, tienen contratado de camarero a José Luis, un muchacho del barrio, y parece que se apaña bien con ellos. Le viene bien para pagarse la universidad y el tío, que es listo, es incluso capaz de aprender idiomas. Antes de él tenían a una muchacha rumana, Válery, muy agradable y guapa, que siempre nos traía caramelos al terminar. Como sigue por aquí, nos vemos por la calle de vez en cuando y nos saludamos con agrado. Ya ves, si no nos conocemos de casi nada, pero parece que nos caemos bien (también es cierto que, no lo niego, es atractiva o a mí me lo parece y me alegra verla). Yo le sonrío sin artificio, de corazón, y ella me devuelve el brillo de sus ojos.
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Ahora trabaja en una inmobiliaria y va vestida como una ejecutiva de Nueva York o París, lo sé porque estuve buscando un piso hace unos meses y me la encontré detrás de su mesa, luchando por sus comisiones, pero tan simpática como siempre. No le compré el piso, pero me sigue saludando. Está bien.
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Si me toca la lotería primitiva, además de comprarme el ático con vistas a la playa, me gustaría ir a China, a ver la Gran Muralla. Dicen que se puede observar desde el espacio exterior. Claro que tampoco pruebo la suerte todos las días. Hoy es viernes y toca.

Por un euro se puede soñar. Es barato soñar. El dueño del estanco donde sello los boletos me dice con su acento argentino que “la próxima vez vos tendréis suerte”. Me gusta ir allí porque tiene cosas extrañas, junto al tabaco y los productos habituales. Cosas típicas de su tierra, como el mate y el dulce de leche y botes de esos especiales para hacerse el mate. Se pasa el día chupando del cacharro ese, con esa cosa que parece una pajita metálica, repujada y adornada como una montura de paseo.
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Siempre le digo que mi acera, la suya, la nuestra, es internacional, más que una terminal de aeropuerto. Sales de hablar con un argentino y le compras el pan y algunos refrescos a las niñas rusas de al lado, andas un poquito y tropiezas con los chinos y el bazar de un pakistaní y más adelante entras de lleno en Nador o en Marrakech. Él se ríe, “vos tenés razón, pero qué se la va a hacer, es la vida”. Y el negocio le va bien. Muy bien. Tanto que ha comprado dos pisos en el edificio contiguo y los tiene alquilados, uno a un grupo de colombianos que se buscan la vida montando muebles de cocina y el otro a un matrimonio mejicano, bastante joven, que están abriendo un pequeño negocio de venta de frutas y verduras.
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Y es lo que él dice; “Allí en Buenos Aires la plata ya no valía nada. Te mueres de hambre y no te dan ni agua”. Aquí no tiene queja. Los niños al colegio a los dos días de haber llegado. Se adaptaron muy bien, vinieron muy pequeños y ya están en el bachillerato. Hace un par de años se trajo de allí a su madre y la ha puesto al cuidado de una muchacha rusa o lituana, de por ahí arriba, que era enfermera o auxiliar de clínica en su país.
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Cobraba muy poco y se intentó venir a España como pudo. Primero parece que le engañaron con algo raro, con un contrato que era para otra cosa, lo que tú piensas, pero se pudo escabullir del enredo al llegar aquí y ahora no le falta trabajo. Cumple bien y es seria. También es guapa, pero eso a las señoras mayores que cuida no les molesta. Ya te he dicho que es seria y honrada. No creo que se fíen de mucha gente para dejarla en su casa por la noche, vigilando su sueño.

Como le dije a mi estanquero lo de ir a ver la Gran Muralla me comentó que para conocer obras humanas que se puedan ver desde el espacio no hay que ir muy lejos, sólo unos treinta kilómetros. Se refería a los campos de invernaderos del Poniente almeriense, el famoso mar, más bien océano, de plástico. Él conoce la zona porque estuvo trabajando allí más de dos años, cuando llegó a Almería, en un almacén de envasado de productos hortícolas. Metía en las cajas, con su bolsa o su embalaje, los pepinos, tomates y pimientos que luego se comían en Alemania. Él hacía su turno y todo lo que pillaba, horas extras y fines de semana, y fue formando un pequeño ahorro. Se trajo después a la mujer y a los niños y se enteró por casualidad de lo del estanco, en venta por la jubilación del dueño. Se entrampó hasta los ojos pero le salió bien. Como sabe lo difícil que es empezar le ayuda un poquito a los que llegan, especialmente a los argentinos, y está montando una asociación.
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También es cierto que el idioma ayuda y la gente parece que le mira mejor que a los que no entiende, prejuicios humanos de todos los sitios, como sí tu vas a un pueblo del interior de un país africano y, haciendo un chiste, pasas a ser el blanco de todas las miradas. Pero el idioma lo aprenden rápido, sobre todo los niños. A mi centro han llegado hace poco dos hermanos rumanos que no sabían ni palabra, pero que jugaban bien al fútbol.
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Ya no son vistos como inmigrantes sino como jugadores internacionales a fichar por el equipo local, donde ya juega Felipe, que vino de Guinea y es un buen defensa, y Hassan, un argelino que es el mejor portero que hemos visto en muchos años. Han tardado muy poco en aprender los saludos, las bromas, los nombres de los niños y especialmente los de las niñas.
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Además, todos ellos son altos y guapos, fuertes y simpáticos con lo que se las llevan de calle. Es cierto que también han tardado poco en aprender los insultos, los tacos y las primeras frases para desenvolverse por aquí. Eso lo primero. Lo normal. Hay que vivir. Y si no, imagínate tú que te vas a otro país, a Argelia, a Lituania o a la chimbamba, no por gusto, sino por narices, las del hambre, el progreso o la “presión” ¿Tú qué harías allí para buscarte la vida?
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... Pues claro. Normal.-

14 comentarios:

SYR Malvís dijo...

Amigo. Otra vez más nos vuelves a sorprender ( bueno, a mí ya casi no porque te conozco y quizá, hasta por eso te quiero) con una imagen de la realidad cotidiana desde otro plano. Nos hablas de integración como una realidad cotidiana, vivida y normalizada, frente a las noticias sensacionalistas que explotan el desconocimiento en favor de la audiencia.
Y, sin embargo, todo es normal. Tan normal como la foto con la que encabezan tu relato. Un " robado", pero "normal".

Un abrazo

Fiz dijo...

Cada mañana, de camino al trabajo, comparto el tren de las siete repleto de gente. Gente de todas las rayas y colores.

Personas normales, habituales aunque no compartas más que con algunas un cruze de miradas en sordo saludo. Unos con turbante, otros con sudor, unos con corbata, otros con mochila,... Hasta hay una con minifalda que ayuda a despertar a más de uno !

Enfín, que tu artículo me ha recordado que, efectivamente, estamos juntos... y revueltos.

Un abrazo cordial.

Anónimo dijo...

Sí, la biología, la física y la química nos igualan, inexorablemente, a todos...
Mira que me gustan esas “asignaturas” y es que tienen más poder aglutinador que la Alianza de Civilizaciones de ZP.

Anónimo dijo...

La convivencia del día a día nos acostumbra, pero eso no significa que lo que veamos sea normal.

Anónimo dijo...

¡ES QUE HAY TANTOS TIPOS DE NORMALIDAD, TODAS ELLAS TAN NORMALES!...

UN FUERTE BESO

Anónimo dijo...

Sí, eso me recuerda también que la VERDAD absoluta no existe, que quizás esté hecha de muchas pequeñas verdades todas ellas subjetivas, y no por ello menos ciertas.

Besitos.

Anónimo dijo...

Pues yo diria que las muchas verdades subjetivas son un coñazo, me inclino por creer que la verdad absoluta existe y que por descontado es la mía.

Besotes

Anónimo dijo...

¿La verdad absoluta...dices?

Que Yo sepa es mía y ...¡Yo no se la he cedido a nadie!...

Y... ¡¡Menos arrumacos!!

Anónimo dijo...

¡Haya paz!

Repartámosla como buenos hermanos de tal manera que, como con la RAZÓN, todos nos sintamos suficientemente cargados de ella.

¿Puedo mandar abrazos?...Pues eso.

Anónimo dijo...

¡Pero bueno! ya salió mi burdo imitador... ¡ese si que es un coñazo!

Por qué no te dejas la barba de una vez? ¡coño!

Anónimo dijo...

Con la Ley de Paridad (que no de paridas)en esta ocasión corresponde un ¡ cojonudo! .

¡Vamos a poyas!

Anónimo dijo...

Cara - Cruz
Blanco -Negro
Alto - Bajo
Ancho - Estrecho
Arriba - Abajo
Detrás - Delante

La realidad, como las monedas, siempre tiene dos caras... ¡por lo menos!

Así me gustan las cosas, con talante ...

Anónimo dijo...

¿Normal o no normal? ...ese es el dilema

Anónimo dijo...

Parece mentira que no te lo haya dicho Shakespeare...
"Nada es verdad o mentira, todo es del color del cristal con el que se mira"
Lo extraordinario traspasa la normalidad.

Abrazos.


Publicación 2006
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