Ni
llanuras ni tierras ociosas. Sus calles, antaño empedradas, discurren,
perpendiculares, desde la cima del cerro en que se empotra, hasta el barranco
por donde discurre el arroyo de sus deshielos.
En
Albanchez, sus gentes no andan, escalan. Sus callejas son tan intrincadas y
pendientes que resbalar en una supondría descender tres. Y sin embargo, no se
recuerda accidente traumatológico de ningún vecino, pese a que su población
está constituida, mayoritariamente, por octogenarios. Se diría que la capacidad
de adaptación del hombre ha llegado en Albanchez a su grado supremo de mutación
y, a diferencia de los plantígrados urbanitas, aquí los pies mutaron en
ventosas.
Parece
que está en el fin del mundo, porque no constituye lugar de paso a parte alguna.
Está allí y únicamente podrás
encontrarlo si has decidido ir allí.
Es decir, lejos de parecerse a otros pueblos de su entorno que se comunican y
surgen en el cruce y confluencia de caminos, para intercambio de ideas y
mercancías, Albanchez es, en sí mismo, un destino. Aún más, es el único
destino.
Porque el ramal de carretera que parte para Albanchez no conduce a otra parte y en él se agota. La orografía hace el resto. O, ¿acaso lo uno no es sino consecuencia de la otra?. Tal vez sí, pero cualquiera que sea el motivo, esa característica ha condicionado desde siempre la forma de ser de sus gentes. Gente honesta que gusta del vino nuevo y costumbres antiguas.
Porque el ramal de carretera que parte para Albanchez no conduce a otra parte y en él se agota. La orografía hace el resto. O, ¿acaso lo uno no es sino consecuencia de la otra?. Tal vez sí, pero cualquiera que sea el motivo, esa característica ha condicionado desde siempre la forma de ser de sus gentes. Gente honesta que gusta del vino nuevo y costumbres antiguas.
Parece que está en el fin del mundo, porque tardó en conocer el cine y la televisión (los cerros que lo cierran y fortifican impidieron durante décadas la entrada de la “señal”) y son escasas las gentes que lo visitan, por lo que carece de influencias externas que aporten noticias y flujos nuevos de la modernidad que a su alrededor se desarrolla y fluye, con lo que, al paso de tantos años, las tradiciones se han convertido en la capa más impermeable de su desarrollo. Y, sin embargo, apenas se salvan treinta kilómetros se encuentra
Nada más pasar la pronunciada
curva del Barranco del Miedo, la carretera se torna empinada en un desnivel que
apunta al cielo y que tras una curva a la derecha desemboca en un remanso de
terreno – el único- por donde la voluntad del hombre tiene trazada, desde
antiguo, la imaginaria línea divisoria de los términos municipales de los dos
pueblos vecinos.
Esa
línea imaginaria, no sólo deslinda propiedades sino que, desde siempre, ha
separado paisanajes y personas y tejido una especie de infranqueable muro de
incomprensión que hacía que cualquier
“forastero” que osara cruzarla, acabara siendo sumergido en el Pilar de la Risca como rito necesario
para borrar el pecado original que cometió por haber nacido al otro lado del
Barranco.
Por
eso, el Barranco del Miedo es más que un accidente geográfico. Es la frontera;
la puerta de entrada a un lugar, mitad real mitad sueño, con el que resulta
fácil la identificación si se es capaz de desprenderse de cotidianas
preocupaciones y ambiciones y rebuscar un poco en la ternura infantil necesaria
para que todo hombre pueda gustar de sus historias.
Después, la carretera termina su pronunciado y repentino ascenso y divide en dos franjas una extensión plana de terreno donde los olivos conviven con frutales y éstos con una pequeña huertecilla donde se cultivan pimientos, tomates, pepinos y calabazas, en surcos de arroyos horizontalmente trazados y franqueados en sus extremos por matas de albahaca.
Desde la carretera, al lado izquierdo, un camino terrizo jalonado de acequia y pinos, conduce hasta una amplia explanada donde se alza un pequeño cortijo. Enfrente del cortijo, cuatro nogales y dos higueras, darían al foráneo la impresión de que casi lo ahogan y parecen querer aniquilarlo, pero, sin embargo, lo que en realidad ocurre es que
El
cortijo era un cajón rectangular de oscura piedra pizarrosa primorosamente
encalada, cubierta por tejas árabes rojizas a las que los líquenes adornaron
con redondeles dorados y plateados, como viejas monedas antiguas, entre las que
salía un humo vacilante cuando Juana María encendía el hogar. Entonces, también
el ventanuco lateral, que nunca tuvo cristales, dejaba salir por entre su
enrejado en forma de cruz, un vaho que parecía recordar a un dragón adormecido.
Dentro, su rectangular espacio de la única planta se dividía en tres partes
desiguales destinadas a entrada (la más espaciosa para albergar aperos), cocina
y dormitorio, que se delimitaban mediante sendas cortinas a izquierda y
derecha, sin necesidad de obra alguna.
Durante
el día, la vivienda de Perico “Ponela”
parecía un blanco montón de virginal harina de artesa o de sal marina. Durante
la noche, su ventana se iluminaba con la luz del carburo que parecía salir de
lo más profundo de los olivares. Hoy, su ruina, sólo es un proyecto.
En ella vivieron y continuaran haciéndolo para mí, desde y hasta que la memoria recuerde, Pedro y Juana María. Su hija, Ángela, fue, y sigue siendo, "mi tata".
***** ** |
Ese
Barranco del Miedo, con su pronunciada curva, no es sólo una frontera natural y
política del término municipal. Marca mucho más (o al menos así lo percibo). Es
susceptible de imbuirte o despojarte de tu propia consideración personal,
porque marca el límite entre lo que lo que pensamos que "somos" o el
"tal como éramos": franquicia social y convencional que te devuelve a
los orígenes, te despoja de pretenciosidad vana y te resitúa, pues nada más
comenzar su ascensión, te sientes despojado de la púrpura social que te
acompaña.
Porque durante el tiempo que en Albanchez permaneces, te sientes liberado de ser notario, economista, profesor, perito, abogado, doctor, político o funcionario. Y sólo serás, lo que realmente eres, siempre fuiste y nunca dejarás de ser.
Con el agradecimiento a Javier Catena Muñoz por facilitar estos nombres y apodos. |
10 comentarios:
Me pregunto Malvis,si el presente tendrá recuerdos?,si serán tan agradables y añorados como los de nuestro pasado?,y si el futuro tendrá pasado,el tiempo y solo el tiempo y no el tiempo pasado si no el tiempo futuro me sacará de dudas,
Que decir de tu pueblo,es el tuyo,
Un saludo Esca
Malvis has estado sembrado de oportunidad. Hoy he vuelto de ese pueblo que esta "colgado como un nido", he pasado por la curva del Barranco del Miedo después de cruzar el llano billete, la frontera, como tu bien dices; he dejado atrás la niñez y sus recuerdos.
Venía con una sensación especial de nostalgia. Recuerda las fechas del 3 al 6 de Mayo; fiestas en honor del Santo Patrón. Y allí me he visto el día tres en el castillo de los fuegos, el cuatro en la misa y la procesión de San Francisco, en el cambio de comisarios, el cinco, en otra misa y otra procesión, esta vez con los hermanos de San Francisco y finalmente,el día seis, otra misa y comida de hermandad con algunos integrantes de la asociación de jubilados, donde han sido homenajeados, entre otros, Felipa la del cuco y Pablo el tite.
Y por supuesto; las cunicas, los puestos de turrones y golosinas, de los cigarros de matalauva, el tiro de pichón; y he creido ver a Felipe, a Valentín billete, a Pedrillo y al tio Martín el pelao, presidiendo la comitiva procesional con Don Antonio Román el cura y Pepitón. A Carmela y a Asunción con sus mantillas, todas de negro muy elegantes y con sus niños detrás, Antoñita,Tomás, Mariano, Manolo y Paquito, que nada mas finalizar el cortejo, se iban corriendo a montarse en el tiovivo y en las cunicas y a corretear con todos esos que se ven en la foto de la escuela de don Francisco.
Era comisaria la prima Fali de la tita Rafaela que me convidó a acompañarla y además a comer morcilla de res, albóndigas secas y con caldo, y a almendraos y hojuelas, y he visto a la Lurdes, a la Carmen y a la Paqui, que están en tu foto de comunión.
La conjunción entre tu relato y mi vivencia esta vez ha sido fuerte. Ha sido la leche, en el sentido estríctamente literal.
Hola Malvís qué bonito, así se describe un pueblo, desde el corazón, desde la ternura del pasado, veo las fotos y parece que ya lo conozco y sin embargo, nunca me he dirigido expresamente a él por lo que siempre lo he dejado a un lado del camino pero todo se volará, ya lo creo, como las oropéndolas ¡Dando "saltitos"!Eso lo veo en el futuro.
Esas calles empinadas guardan tus huellas desde niño, por cierto, que buenos culos tienen que tener tus paisanas jaja. Y en el presente, un beso grande.
Me ha encantado revivir ese paisaje de olivos y montañas, casas blancas y calles empinadas, fraga de cortijo y Mojonera, castillo enriscado y sonoros topónimos árabes.
Digo revivir por haber tenido la fortuna de vivirlo de la mano de un cicerone que ama lo que muestra, con su familia, su tata y sus amigos en cálida y amistosa acogida.
Todavía tengo el sabor de los andrajos, del aceite, de los dulces "andalusíes" y del anís del mono compartidos.
Me identifico con esa vivencia de lo próximo, donde más y mejor "somos quienes somos".
Un fuerte abrazo
Y a ese niño de la esquina inferior izquierda, que mañana cumple años, zorionak!
Derecha, derecha... Ains!
Disfruto viendo la luz que se cuela hasta la ¿hornacina? donde están las tres botellas.
Las fotos de Pallaferro son una belleza.
Según el dicho, "la única patria del hombre es su infancia". Un territorio al que siempre querríamos volver, siquiera fuese por un instante y a algunos momentos concretos.
Evidentemente, no siempre "cualquier tiempo pasado fue mejor", pero a veces...
Salud y fraternidad.
No cabe duda de que el relato tiene que ser mágico a la fuerza, cuando ha sido capaz de 'resucitar' a todo un Magister. Por lo demás, mis recuerdos de Albanchez son todavía una agradable fantasía, como la niebla desciendo de las cimas del Aznaitín, cubriendo de misterio esas calles empinadas que parecen una escalera al cielo, protegiendo los secretos familiares detrás de las encaladas paredes de unas casitas en cuya contemplación se tiene la curiosa sensación de que, después de todo, y quizás por un milagro de los sentidos, el tiempo parece haberse detenido...
El "Magister" no ha resucitado, es únicamente su alma en pena, que vaga errante del Aznaitín a la Fraga, como un murciélago que ha trasnochado en demasía y ahora no encuentra su cueva...
Salud y fraternidad.
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