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sábado, 11 de abril de 2009

La luciérnaga


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Los sabios ignoran cómo y para qué encienden sus lucecitas las luciérnagas.

Los poetas..., los poetas han dicho muchas tonterías a propósito de estos gusanos.

Los chiquillos de Cecebre afirman que el vermes luminoso oculto en el zarzal es una viejecita que cuida el fuego de su cena de harina de maíz.

Tampoco es verdad. La verdad la sé yo y voy a contárosla:


Ocurrió, amigos míos, que la luciérnaga, cuando no era más que un gusano oscuro y vulgar, vió en una magnífica mañana de sol, una tela de araña magnífica y sutil, luciendo con los colores del iris y adornada con unas gotitas de rocío que fulguraban como polvo de estrellas. Y el humilde gusanito, quedó deslumbrado ante su magnificencia. Recogido e inmóvil sobre su zarza, meditó largo tiempo.

La verdad es – se dijo- que todos somos hijos de Dios, pero la Naturaleza me ha postergado injustamente. Nadie hay más feo, más inútil ni más débil que yo. No soy sino un pobre gusano y ni en mí ni en mis obras puede encontrarse la menor belleza. Sin embargo, tengo un buen corazón y me gustaría alegrar la vida a los demás, cantando como el ruiseñor o tejiendo telas brillantes como las de la araña. A la fuerza, algo habré debido hacer u omitir para que se me haya impuesto este castigo.

Marchó, pues, a ver a la señora araña y le dijo: ¿ Qué has hecho para merecer tanto bien?. La araña, vaciló y respondió: No sé. Procuro librar a los hombres de las pesadísimas y antihigiénicas moscas.

El gusano, sintió su corazoncito inflamado en caridad y decidió peregrinar el mundo para ganar el amor de la Madre Naturaleza.

Vió animales hermosos como las moscas con cuerpo de zafiro; víboras agudas como puñales y color de acero; liebres ágiles; gavilanes de mirada penetrante... La luciérnaga, en su insignificancia, ante todos se humillaba.

Conoció a animales hermosos como el búfalo imponente de melenuda giba; al buitre de cabeza calva, al listado tigre... y ante todos se humilló y comprendió su pequeñez.

Envidió noblemente desde los cantiles, los colmillos de las morsas, la mole de las ballenas y la blanca piel de los osos y hasta las rojas patas de las garzas.

Un día le detuvieron los lamentos angustiosos de un ave herida por la flecha de un cazador. Se sintió estremecida y preguntó: ¿Qué puedo hacer por ti?. El ave le explicó que próximo a ella estaba el árbol con su nido donde su hijo agonizaba de hambre.
- Nada valgo y sólo una cosa puedo hacer. Subiré al árbol y ofreceré mi propio cuerpo a tu hijo. Y subió.

Vió en el borde del nido a un ser pelado y deforme y un pico negruzco ávidamente abierto. El gusano cerró los ojos y dijo: Aquí estoy. Pero el pico abierto no avanzó. Había muerto el polluelo.

La luciérnaga, bajó del árbol y continuó su peregrinar.

Al fin encontró a la Madre Naturaleza atareada en la elaboración de la tintura verde, pues se acercaba la Primavera.

-Madre – dijo el gusano- ¿ qué ha hecho mejor que yo la araña, el rinoceronte, la ballena o el tigre?. Tú no eres sino una deidad monstruosa que te nutres del sufrimiento de criaturas como yo y sólo otorgas dones a las más feroces.

Y volvió a su zarzal.

En cuanto llegó, vió que de su cuerpo brotaba de su cuerpo un resplandor pálido, entre verdoso y azul, que hacía de ella un brillante, un trocito de estrella.

Comprendió que las Naturaleza había querido castigar su osadía haciendo que hasta en las tinieblas se viese su humilde condición de gusano que la delatase a sus enemigos.

Pero aún en lo que da como castigo, pone novedad y hermosura la Naturaleza. Desde entonces, la luciérnaga va condenada a decir: ¡ Ved que humilde soy!.



¡Pero lo dice tan bellamente...¡

4 comentarios:

Clea dijo...

Sea como sea y pase lo que pase... brilla siempre!!

Lucero dijo...

Hay quienes sólo son visibles para los demás en los momentos de oscuridad, ya que son los únicos capaces de brillar con luz propia.

Pilara dijo...

Estima a todos en lo que valen, en su justa medida y ten claro que esto no puede ir en detrimento propio.

Nadie mejor que nosotros conoce nuestras capacidades y lo que estamos dispuestos a ofrecer. El aprecio por los otros no puede en ningún momento significar un desprecio por nuestra valia personal.

Por pequeña que sea nuestra luz brilla por nosotros y seguro iliminará alguna que otra oscuridad.

Muchos y chispeantes besitos.

Anónimo dijo...

Es un texto tan especial.

Me ha impresionado la creatividad, sensibilidad, capacidad de transmitir de su autor.

Sí, lo dice tan bellamente. La luciérnaga.


Publicación 2006
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