Hablo de ti. Hablo de mí. De tu
pueblo y del mío porque, quizá, también tu recuerdes aquella vida,
aquel tiempo.
Era un tiempo en que
la vida se tejía en los trancos de las puertas. Un tiempo
en que las abuelas enlutadas pelaban patatas al sol con una parsimonia de
siglos, mientras los abuelos limpiaban las jaulas de los pájaros y las
enganchaban de un clavo para que tomaran el generoso sol de la mañana, y las
mujeres regaban los geranios, que prendían colgados en el macetero de la fachada,
esperando al marido que araba los campos o trillaba la mies con el tiro de
mulas.
Un tiempo en que las calles rebosaban de carreras
infantiles de niños jugando a las bolas o al fútbol con pelotas hechas de
trapos viejos o vejigas de cerdo de la última matanza, hinchadas, y niñas que jugaban
al corro o saltaban a la comba entonando viejas canciones de la "Chata merigüela" ( aquella que era
tan fina que se pintaba coloretes con vaselina, lirón, lirón, lirón), "Al pasar la barca me dijo el barquero que
las niñas bonitas no pagan dinero" o el "Soy la reina de los mares y si ustedes lo quieren ver, tiro mi pañuelo
al suelo y lo vuelvo a recoger". En las que siempre había un vecino
dando una mano de cal a su fachada y un corro de madres que se contaban sus
pequeñas historias mientras lavaban la ropa con jabón, hecho por ellas mismas
con aceite y sosa cáustica, en el lavadero de la Fuente de la Seda , remendaban calcetines o
sacaban el bajo a los pantalones del niño que había dado el último estirón.
Tiempo para una cultura de no tirar nada, de
aprovechar las cosas hasta al límite, de arreglar ropa de un hermano a otro, de
volver de atrás adelante los abrigos y de compartir la vida con los vecinos.
Era una vida donde el tiempo pasaba lentamente y las horas la
marcaba el único reloj de la torre que había frente al estanco. Una vida sencilla. Con un guión que se repetía de
generación en generación, donde las normas y costumbres se labraban a golpe de
"Enciclopedia Álvarez" en la escuela de Micaela con don Manuel
Quesada y don Jesús o en los Grupos Escolares con don Francisco Muñoz Mulero,
en la mesa a la hora de las comidas y, sobre todo, en las calles y plazas donde
se iban aprendiendo casi todos los secretos para sobrevivir.
Una vida de puertas y ventanas abiertas por donde se
fugaban los sonidos de las casas y los olores de las cocinas para que todo el
mundo supiera lo que cocinaba el de enfrente. Donde todos nos conocíamos por
nuestro nombre, nuestras historias y nuestras ilusiones, porque se exponían en
las largas tertulias de las noches de verano cuando el calor insoportable de
los dormitorios no nos dejaba otro refugio que sentarse en la puerta de la
calle a la espera del sueño.
Una vida blanca como las casas encaladas, donde se
compartía el perejil o la carterilla del azafrán. Y en la que cuando un niño
hacía la Primera Comunión ,
toda la calle se ponía de limpio para darle un duro por la estampita del
recordatorio con la foto vestido de marinero; y cuando alguien moría, todos
iban al velatorio ese día y no se ponía la radio ni las mujeres cantaban
mientras lavaban o hacían patatas con carne para llevar a la familia del
difunto. Donde la pobreza se llevaba con tanta dignidad que se producían
anécdotas infantiles como la de aquel niño que, tras devorar la comida aportada
por el vecindario con motivo de la muerte de su hermano, pedía a su madre que
al día siguiente se muriera otro ( "mama,
¿porqué no se muere mañana el Alonso"?).
Y todos los
jóvenes de la calle, del pueblo, tarde o temprano acababan enamorándose de una
niña con trenzas y los novios se citaban, al atardecer, en las puertas de las
casas y hablaban de pie ante los ojos vigilantes de las madres que,
generosamente, daban algún respiro "para
vigilar el puchero". Y que, cuando volvían de la mili, ya eran todo
unos hombres porque habían estado en Melilla y, entonces, podían casarse y
exponer a todo el vecindario el ajuar que la novia bordó durante tan larga
ausencia.
Y un día,
se casaban y se iban para siempre del pueblo buscando la comodidad de los pisos
de la ciudad. Y cuando volvían para pasar la Fiesta de Mayo o en verano, contaban cómo había
cambiado su vida, cómo habían progresado en sus pisos de moderna construcción
con habitaciones individuales, bidé y hasta bañera. Y nosotros nos quedábamos
pensativos porque no queríamos reconocer que los años habían pasado y aquella
forma de vida se había marchitado. Nos costaba creer que ya no podíamos seguir
lavándonos los sábados en un barreño, ni pasarnos las tardes tirados por las
albercas llenos de churretes.
Y a ti y a
mí, amigo/a, nos costó mucho digerir que las calles de nuestros pueblos empezaran
a quedarse vacías, y reconocer que aquel tiempo tuyo y mío, el de nuestra
infancia, se había agotado.
*
22 comentarios:
Es lo que más cuesta, reconocerlo y digerirlo.
Y ya no sólo como cambia el mundo externo, sino incluso lo más intimo e inmediato de tu existencia, pensamientos, amigos, creencias...
Quizá es la forma de educarnos que tiene esa fuerza infinita que mueve el universo y a todos sus seres. La costumbre hace a los hombres perezosos, que por cierto, es el pecado más monstruoso, y la adaptación es el secreto para seguir estables mientras todo se renueva a nuestro alrededor ...pero sí que cuesta, cuesta muuuucho.
Bsines
*
¿Realmente lo hemos perdido o, como ya nos indicó Marcel Proust, nuestros pasos no son, si no, un discurrir siempre por el laberinto de una existencia que siempre busca el centro?.
Sea como sea, en el fondo y recordando, difícil resulta no encontrar un momento en el que pensar que después de todo, cualquier tiempo pasado fue mejor.
Un abrazo
Y, sin embargo, con el constante cambio y el proceso periódico de "agotar tiempos", se acumula experiencia.
Y haber vivido todas esas experiencias, recordarlas y poderlas sospesar con un buen criterio objetivo, enriquece.
Un fuerte abrazo,
Dijo el poeta: "En la desesperanza y en la melancolía de tu recuerdo, Soria, mi corazón se abreva". Y sí, es tan dulce como doloroso, según el momento, pasearse por la calles del pasado.
En todo caso, debo reconocer que tengo una sana envidia de esas calles tuyas, Malvís, tan pobladas de personajes y de escenas tan emotivas. Los que no hemos tenido esa suerte vagamos por el presente intando rellenar esa ausencia de lo auténtico, y quizás por eso nuestra melancolía no es esa "felicidad de estar triste", sino más bien una tristeza que quiere estar feliz.
Gracias por compartir.
Un abrazo.
Mi compadre Alarcón, el "escribidor", dice siempre que "El olvido nos protege del pasado y la nostalgia nos defiende del futuro..."
Conjugando sabiamente olvido y nostalgia, en dosis homeopáticas precisas, se puede "resbalar" por la existencia con más o menos comodidad mental.
Salud y fraternidad.
Que recuerdos!!!
Este era mi pueblo... Ha cambiado tanto que hasta la gente no parece de allí.
Me quedo con esta frase de Jean Paul
El recuerdo es el único paraíso del cual no podemos ser expulsados.
Me gusta leer lo que escribes Malvís. Lo haces muy bien.
Un abrazo
¡Los recuerdos de la niñez! Mi hija me dice que ya estoy muu mayor jaja, con todos los cambios generacionales y las nuevas tecnologías insertadas en los cerebros infantiles de tal forma que casi toda la comunicación se reduce a un chat, esos tiempos lejanos donde correteaba por las calles sin alfaltar de mi barrio o esos veranos en el pueblo, bañándonos en el río Odiel, que ahora si te bañas coges el tifus, con un flotador colectivo: La cámara de la rueda de un camión ¡Cómo dejarlos en el olvido! Las herencias de primos y hermanos, jaja, me estoy acordando de mi par, Rafa, es el pequeño y el cuarto hermano varón, cundo hizo la comunión más que un marinero parecía quien limpiaba el barco ;D
Me gustan tus recuerdos que invitan a recordar.
Un besote.
Todo ha de volver, paciencia.
Un abrazo.
Bienvenido, Anónimo. Una precisión: ¿ Era, fue, o ES tu pueblo?. Quizá pueda identificarte y revivir, un tiempo que nunca fué perdido, sino que, en nuestro común disfrute, fue agotado. No tengo duda que si ese ES tu pueblo, algunos temas como Guerras Inciviles o Juan Pañoco, el Loco Pasolargo y... otros, te habrán turbado el alma. Un abrazo, paisano Anónimo
Bonita reflexión sobre la adaptación, Baruk.Luchar contra la acedía es complicado, pero perseguir un nuevo tiempo, sin olvidar los alegres momentos de aquel que se agotó, disfrutándolo, puede ser un remedio.
Besos
Gracias por tu comentario Juankar. La verdad es que intentaba construir un relato un poco atemporal, con la idea de que al leerlo, cualquier persona de aquella época, fuere de donde fuere,pudiera sentirse indentificada por una forma de haber vivido su niñez. Podría decirse que era, más que un recuerdo propio, el retrato de un cliché social.
Un abrazo, Caminante
Y más aún, si se hace con personas de tu talla, Pallaferro.
Un abrazo del Caño del Aguadero
Gracias a tí, amigo Ray, por leerlo y enriquecerlo con tus sabios y poéticos comentarios.
Es un placer compartir con tu sensibilidad.
Un abrazo
Ese tu compadre, debe ser un Magister. Pero eso de no resbalar, no creo yo que se lo aplique mucho cuando ve que el tema tiene "cantera".
Gracias por tu comentario y un fuerte abrazo.
Y a mí tus viajes que ayudan e invitan a vivir, Bruji.
Un besote
Hombre, Rivi, dános un poco de esperanza ¡ jopé¡, que no hay mal que cien años dure¡.
Un abrazo
Qué bien relatas ese tiempo pasado, esa infancia y ese pueblo. Me recuerda al mío, y , naturalmente, también al tuyo y al de todos, porque al escribir bien se apunta a lo común y a lo universal.
Desde la Soria machadiana,Un fuerte abrazo.
Es muy halagador que alguien a quien su modestia impide hablar de su descubrimiento y la publicación de un librito de impresionante contenido y cuidado estilo, haga ese comentario. Muchas gracias, querido Chis. Tú si que supiste apuntar a lo común y ellos supieron agradertelo a su manera. Un fuerte abrazo.
Hola malvis este artículo ha llegado a mi wasap, gracias al azar, el hombre del perro y del burro es mi padre.
Es un gran relato que describe aquellos años y situaciones.
Tu recuerdas que en esa foto a la derecha del perro habia una fuente donde las bestias bebian agua cuando iban o venian al campo.
Encima la tienda de Paco el de ramoncillo..... recuerdas...
continuaré leyendo tus relatos.... Un abraz
Hola, paisano Anónimo. Quizá también, gracias al mismo azar, la foto que ilustra el relato fue escogida porque resumía toda la esencia que en él se describe. Y ahora, me siento hasta honrado con que sea la de tu padre y que gracias a él, hayas podido compartir todos aquellos recuerdos y vivencias de nuestra infancia que, aunque agotada, en nuestra alma permanece. Y claro que sí, cómo no recordar el Pilar de la Risca (junto a la casa de Juan "ventiuno" y de la barbería), ni la tienda de Ramoncillo donde nuestras madres nos mandaban a comprar las arenques envueltas en papel de estraza para las meriendas de invierno o las carterillas de azafrán; o la de más arriba, de Sebastián Moya, frente a aquel árbol donde nos escondíamos en nuestros juegos del cibilicerra?. Gracias por tu comentario tan cariñoso y encantado de que te asomes por mi blog de relatos. Seguro encontrarás vestigios de aquel tiempo vivido:https://www.google.es/search?q=el+mundo+de+malv%C3%ADs&oq=el+mundo+de+malv%C3%ADs&aqs=chrome.0.69i59j69i60l2.5992j0j4&sourceid=chrome&espv=210&es_sm=93&ie=UTF-8.
Un abrazo
La barbería de Diego batallón y mas abajo la casa de sable con el" tio frasco "de centinela, y un poco mas abajo la casa de d. Gonzalo el médico, frente a la que creo tu casa,pero en la clle garcia lorca actualmente.
En la calle molino tenia Fermin la panadería y la carpinteria de Agustín, el padre de Benito.....qué tiempos aquellos......
Has hecho pleno, León. De cuántas pedradas nos tuvo que curar mi tío don Gonzálo, cuando llegábamos descalabrados de las "guerrillas" que hacíamos los del barrio del Santo contra los de los Pilrreles con aquellas espadas y escudos de ocúmen que, como bien recuerdas tú, nos hacía Agustín, padre de Benito.
Un abrazo y no dejes de pasarte por aquí.
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