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martes, 27 de marzo de 2018

EL LEÓN DE MÁGINA






En mis más de cuarenta años de ejercicio profesional, hoy acabo de recibir una notificación judicial relativa a un proceso de familia en el que, tras haber tenido que oponerme y contestar a una demanda interpuesta contra mi cliente, se me señala un día próximo no para celebrar el juicio sino para que comparezcan demandante y demandado ante un Letrado Mediador y que, de no hacerlo, demos los letrados explicaciones al Juzgado. Dicha admonición me ha resultado irrisoria, pues el procedimiento no solamente debería haber sido anterior a la contestación para lograr ser efectivo sino que su imposición carece de sustento legal alguno. Me imagino que ser "progue" se ha instalado en la judicatura (no quiero imaginar que sea para trabajar menos e intentar evitar tener que estudiarse un pleito) y queremos parecernos a los americanos.

         Cinco casas mas arriba de la mía tras superar la de Bartolomé "el policía", Ramón "el loco pasolargo", Eufrasia "la moñiga" y la de Diego "el cortaor", en la calle Calvo Sotelo que hoy por mor del acendrado espíritu democrático de nuestros próceres políticos ha pasado a ser Federico García Lorca, vivía don León Arboledas Catena, hombre provecto, austero, provisto de pelo cano, luenga barba, chaqueta, impoluta camisa blanca, tirantes y poco hablador. Era el Juez de Paz de Albanchez de Mágina y al que solamente me dirigí aquel día en que una reventona luna llena osó posarse en lo alto del Castillo cuando mi padre me mandó a decirle: " Mire, don León, que dice mi padre que mire eso porque eso no son capaces de hacerlo ni los americanos".

         Don León nunca tuvo Sala, ni despacho ni visitó el Ayuntamiento. Recuerdo como cada día, excepto los lluviosos, sacaba su silla de enea de palos torneados a la puerta de su casa y se sentaba apoyándola en sus dos patas traseras y el respaldo vencido sobre la pared de la fachada. Sabía que la justicia era la que cada uno sentía en función de cómo se resolvieran sus problemas y conflictos, ya que la idea de justicia iusnaturalista, positivista y demás zarandajas, no tenía nada que ver con lo que en su vida longeva sentía y la experiencia le había enseñado.

         Es cierto que en aquellos tiempos la expresión de juzgados colapsados y administración ineficiente no existía, pero don León era consciente que para las gentes del pueblo no hay mejor justicia que la que ellos se dan.




         Aún no se había inventado la mediación pero él, anticipándose a los tiempos, la ejercía creando un espacio plácido y corriente para nuestros y sus vecinos. Inabordable y parco en palabras pero con las mismas que los vecinos utilizaban en las puertas de sus casas, haciendo de hombre bueno entre ellos, era consciente de que el valor de la palabra y de un apretón de manos eran tan o más sentencia que la del semi-dios del Distrito de Mancha Real con su toga negra y "puñetas" bordadas en la bocamanga; que el acuerdo alcanzado quedaba como lex inter partes y sus dictámenes como rectae rationis y la transactio o pacto alcanzado era pacta sunt servanda. Y así lo pronunciaba cuando, tras culminar amigablemente la resolución del pleito entre vecinos, los litigantes estrechaban sus manos sobre las cuales él ponía las suyas y, apretando las de aquellos, se lo advertía.

         No se si es que todo era tan fácil o, nosotros, desde nuestro punto de vista de niños, así lo veíamos. Pero si, debía de ser algo así porque aun puedes hablar con personas que, como yo, lo recuerdan todo fluido y fácil. Claro que eran otros  tiempos, el juez de paz era una autoridad, no solo moral, sino política. La gente no cuestionaba mucho, por no decir nada, esa autoridad, y normalmente aceptaban sus juicios y recomendaciones como sentencias inapelables. Hoy los paisanos son más rebeldes, saben más de leyes que Don Isidro el secretario, "el manquillo", y que Juanita "la de Juanarinas" o el juez de paz, más pedagogía que los maestros y claro, todo es cuestionable, recurrible o denunciable. La autoridad está en permanente estado de prevención, se tiende a la corrección política, que es una forma que se  han inventado para no llamar a las cosas por su nombre. En fin, no se que hubiera hecho hoy aquel juez de paz. Supongo que se adaptaría a los tiempos y todo sería más relativo, opinable, gaseoso que es lo que pasa cuando la autoridad bajo la que vivimos nuestra infancia desaparece y se acaban los referentes. Quizá por eso hoy, algún político, habla como cuando Lenin, añoran las opiniones contundentes, autoritarias, inapelables y cargadas de su razón. Se da cuenta después de tanto relativismo que algo de autoridad debe haber, alguien tiene que hacer de hombre bueno en las discusiones y todo el mundo debe aceptar su juicio.

Y eso, todo eso, ya lo sabíamos nosotros de chicos; lo mamamos con tipos como León que en su proceder nos enseñaba que lo importante en sí mismo no es vivir sino vivir correctamente, aunque nunca tuvo Sala, toga, ni despacho ni visitó el Ayuntamiento. Ni falta que le hizo.





1 comentario:

Baruk dijo...

La idealización en nuestra imaginación infantil producen seres fantásticos cuyo heroísmo sólo tienen una cabida fugaz en ella o perpetua en los libros escritos. Ese es "El valor de la palabra" (escrita, claro).

Salud y Buen libro!


Publicación 2006
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