En la escuela de Micaela todo era más difícil.
Consistía en un edificio de planta donde la primera albergada a las niñas y la
segunda a los niños. El patio de recreo no era sino el patio de luces del
edificio que, para evitar encuentros, se distribuía en horarios diferentes para
el asueto escolar.
Con los Grupos Escolares todo cambió.
Mandados construir por mi padre, a la sazón su Alcalde, junto al Puente del Ojo
en espacio yermo a la salida del pueblo y dedicados a su amigo el Gobernador
Civil que los subvencionó, constaba de ocho aulas que se edificaron en dos
niveles separados por un cortado mediante desnivel o pretil de piedra; cuatro
para niños y lo mismo para el sexo opuesto, pero la hora del recreo era común y
las podíamos ver.
Creo que fue ese tiempo y aquella
oportunidad las que hicieron que los niños de mi edad fuésemos más promiscuos y
que nos enamorásemos varias veces al año. Por septiembre nos quedábamos
colgados de alguna chica del otro lado del desnivel que llevaba trenzas rubias
y a la que asociábamos a una sirena saltando una comba hecha con algas marinas,
esperando que su gracilidad se interrumpiera con la cuerda enganchada en la
falda para poderle ver los muslos desde el "otro lado de la valla". O
de alguna vecina, o la hermana de un amigo que en el verano dio el estirón
desarrollado y en la que nunca habíamos reparado hasta ahora porque ya si marcaba
pezones.
Los veranos solíamos cambiar de amor
hechizados por la prima de algún amigo o de la hija del vecino que se fue a
trabajar hacía años a Navarra y que tenía esa capacidad de seducción que solo
tienen las niñas de fuera o las que vivían en el extranjero, que eran mucho más
adelantadas según se decía entonces.
El problema era que todos nos
enamorábamos de la misma y nos quedábamos con la boca abierta y el alma en los
pies cuando el guapo del barrio o el hijo del Alcalde, con la adolescencia
recién estrenada, la seducía ante nuestros ojos infantiles y no nos quedaba
otro remedio que asumir que no teníamos madurez suficiente para tanto desengaño
y que lo mejor era volver a jugar al fútbol en la Quebrá o trepar por los
cerros.
Pasaron los años y la adolescencia nos
dio el pasaporte para dejar de ser aspirantes y meros espectadores pasando a la
acción de ser protagonistas de nuestras propias historias de amor.
Los primeros amores estaban llenos de
besos en los portales o en la finca del "Careto" en la curva del
puente de los tres ojos y del miedo a ser descubiertos y que nuestros padres se
enteraran. Todo se hacía de manera furtiva, pero aquel beso se nos colaba hasta
el estómago, nos quitaba el hambre y el sueño y ponía patas arriba nuestros
valores y convicciones más firmes. Por ella renunciábamos a la inquebrantable
pandilla de amigos, nos quedábamos colgados en el techo de la clase de don
Francisco cuando nos explicaba las leyes
de Méndel y descubríamos la subjetividad del tiempo con semanas larguísimas
alimentando la espera y sábados y domingos cortos.
Aquellos fines de semana llevaban el
olor a amores recién estrenados, a colonia de tu hermano mayor y a amargura de
esquina cuando, para no levantar sospechas, no podías concluir el regreso
acompañándola hasta la puerta de su casa para darle el último beso.
Yo descubrí un lugar donde todo era
perfecto. En la carretera de Albanchez a Jimena, jalonada con chopos negros
pintados en su tronco con raya blanca fluorescente, en la curva antes de llegar
a la alberca de "Pedrillo", uno de ellos estaba hueco en su parte
posterior. Era una especie de cueva arbórea que no se por qué motivo siempre
estaba invadido por las mariposas que en él se resguardaban. Era el lugar
perfecto, el nido de amor de tantas y tantas mariposas....
El Progreso aconsejó que los álamos
negros que iluminaban las noches de los conductores con su banda reflectante
constituían un peligro para su seguridad en caso de choque frontal por salida
de la vía, y se ordenó talarlos de todas las carreteras. Hoy sólo queda la
misma carretera, pero sin árboles. Sin embargo, cada vez que regreso a Albanchez
con mi mirada y mi corazón sigo buscando aquellas mariposas, aunque en realidad
lo buscado sean aquellos amores perdidos.
1 comentario:
Cuánta ternura,inocencia ,despertar a la Vida y nostalgia han encontrado refugio y memoria en este relato,Malvís.Sólo el título ya provoca un aleteo expectante como de alas de mariposas.Hay carreteras que nos conducen a recuerdos imperecederos y tan hermosos como el tronco hueco de un álamo negro donde tú y las mariposas encontrastéis el lugar perfecto ,aunque lo talaran en nombre del Progreso.Y sí,¡qué cortos esos sábados y domingos...!
Un aleteo alegre de mis tximeletas para ti,Malvís.
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