hola! bienvenidos

domingo, 18 de febrero de 2018

El árbol de las mariposas.






En la escuela de Micaela todo era más difícil. Consistía en un edificio de planta donde la primera albergada a las niñas y la segunda a los niños. El patio de recreo no era sino el patio de luces del edificio que, para evitar encuentros, se distribuía en horarios diferentes para el asueto escolar.

Con los Grupos Escolares todo cambió. Mandados construir por mi padre, a la sazón su Alcalde, junto al Puente del Ojo en espacio yermo a la salida del pueblo y dedicados a su amigo el Gobernador Civil que los subvencionó, constaba de ocho aulas que se edificaron en dos niveles separados por un cortado mediante desnivel o pretil de piedra; cuatro para niños y lo mismo para el sexo opuesto, pero la hora del recreo era común y las podíamos ver.

Creo que fue ese tiempo y aquella oportunidad las que hicieron que los niños de mi edad fuésemos más promiscuos y que nos enamorásemos varias veces al año. Por septiembre nos quedábamos colgados de alguna chica del otro lado del desnivel que llevaba trenzas rubias y a la que asociábamos a una sirena saltando una comba hecha con algas marinas, esperando que su gracilidad se interrumpiera con la cuerda enganchada en la falda para poderle ver los muslos desde el "otro lado de la valla". O de alguna vecina, o la hermana de un amigo que en el verano dio el estirón desarrollado y en la que nunca habíamos reparado hasta ahora porque ya si marcaba pezones.

Los veranos solíamos cambiar de amor hechizados por la prima de algún amigo o de la hija del vecino que se fue a trabajar hacía años a Navarra y que tenía esa capacidad de seducción que solo tienen las niñas de fuera o las que vivían en el extranjero, que eran mucho más adelantadas según se decía entonces.

El problema era que todos nos enamorábamos de la misma y nos quedábamos con la boca abierta y el alma en los pies cuando el guapo del barrio o el hijo del Alcalde, con la adolescencia recién estrenada, la seducía ante nuestros ojos infantiles y no nos quedaba otro remedio que asumir que no teníamos madurez suficiente para tanto desengaño y que lo mejor era volver a jugar al fútbol en la Quebrá o trepar por los cerros.

Pasaron los años y la adolescencia nos dio el pasaporte para dejar de ser aspirantes y meros espectadores pasando a la acción de ser protagonistas de nuestras propias historias de amor.



Los primeros amores estaban llenos de besos en los portales o en la finca del "Careto" en la curva del puente de los tres ojos y del miedo a ser descubiertos y que nuestros padres se enteraran. Todo se hacía de manera furtiva, pero aquel beso se nos colaba hasta el estómago, nos quitaba el hambre y el sueño y ponía patas arriba nuestros valores y convicciones más firmes. Por ella renunciábamos a la inquebrantable pandilla de amigos, nos quedábamos colgados en el techo de la clase de don Francisco  cuando nos explicaba las leyes de Méndel y descubríamos la subjetividad del tiempo con semanas larguísimas alimentando la espera y sábados y domingos cortos.

Aquellos fines de semana llevaban el olor a amores recién estrenados, a colonia de tu hermano mayor y a amargura de esquina cuando, para no levantar sospechas, no podías concluir el regreso acompañándola hasta la puerta de su casa para darle el último beso.

Yo descubrí un lugar donde todo era perfecto. En la carretera de Albanchez a Jimena, jalonada con chopos negros pintados en su tronco con raya blanca fluorescente, en la curva antes de llegar a la alberca de "Pedrillo", uno de ellos estaba hueco en su parte posterior. Era una especie de cueva arbórea que no se por qué motivo siempre estaba invadido por las mariposas que en él se resguardaban. Era el lugar perfecto, el nido de amor de tantas y tantas mariposas....

El Progreso aconsejó que los álamos negros que iluminaban las noches de los conductores con su banda reflectante constituían un peligro para su seguridad en caso de choque frontal por salida de la vía, y se ordenó talarlos de todas las carreteras. Hoy sólo queda la misma carretera, pero sin árboles. Sin embargo, cada vez que regreso a Albanchez con mi mirada y mi corazón sigo buscando aquellas mariposas, aunque en realidad lo buscado sean aquellos amores perdidos.

           



1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuánta ternura,inocencia ,despertar a la Vida y nostalgia han encontrado refugio y memoria en este relato,Malvís.Sólo el título ya provoca un aleteo expectante como de alas de mariposas.Hay carreteras que nos conducen a recuerdos imperecederos y tan hermosos como el tronco hueco de un álamo negro donde tú y las mariposas encontrastéis el lugar perfecto ,aunque lo talaran en nombre del Progreso.Y sí,¡qué cortos esos sábados y domingos...!
Un aleteo alegre de mis tximeletas para ti,Malvís.


Publicación 2006
Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.