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miércoles, 28 de enero de 2009

Esos ojos que me miran

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¿Cómo me metí en esto?

Cuando tenía 13 años, mi padre tuvo la feliz idea de llevarnos a toda la familia de visita a San Climent de Taüll. La visión del pantocrátor produjo en mí una vivísima impresión.

Sobretodo la mirada de Cristo. Aquella mirada que, a priori, parecía perdida y que se convertía al pasar el tiempo en penetrante. Tanto que a mi me se me figuraba que me traspasaba.

Y en la inocencia del prepúber, pensaba: cuando nadie queda aquí y la iglesia se cierra, ¿hacia adónde mira el pantocrátor?. Y le daba muchas vueltas a la idea.

Ésta idea sentida, siendo como era un fervoroso creyente en aquel tiempo, y las sensaciones recogidas, fueron una delicia.

Pasados unos años, compartí un curso educativo con un libro de religión que, casualmente, reproducía el ábside de Taüll. Aquella mirada, aunque mi fervor iba en merma franca, seguía fija en mis pensamientos. Reviví a mi pesar aquellas sensaciones de mi niñez y, siendo todavía un adolescente, y quizá por eso también, volví a fantasear con ése algo lejano de hacia dónde mira el pantocrátor, sin hallar respuesta.

Y con esos ojos convertidos en dos clavos en mi memoria, que fui incapaz de arrancar.

Aquella profunda mirada que ya se hacía obsesiva, pronto iba a relegarla por unos ojos más terrenales.

No fueron los montes territorio extraño para mi; antes bien, los tome por derecho a la busca, primero de fósiles, luego de restos megalíticos, paleolíticos, romános, íberos... Íbamos en bicicleta y no teníamos novia.

Comprábamos libros de especialistas de arqueología y revistas, aconsejados por los mayores, que ya eran universitarios, y nos hicimos nuestro pequeño museo (era nimio nuestro expolio) privado, por supuesto. Ninguno acabamos los estudios: había que trabajar.

Ya en solitario, con algunos años más a cuestas, di rienda suelta a dos aficiones que me volvían a sacar al monte, si es que lo abandoné alguna vez: la pesca y la escalada deportiva.

Había que moverse, y en ése movimiento me empezaba a encontrar, en ocasiones, en solitarios parajes de singular belleza que, casi siempre, presidía un templo cristiano,"románico" pensaba en mi interior, sin sospechar lo que la palabra iba a significar para mi más adelante.


Hallándome una tarde cansado de pescar, me acerqué a un templo cercano, por descansar a la sombra de su bóveda.

La imagen de un tipo con chaleco verde, botas altas de neopreno y una caña de 2´10 en la mano, al abrigo del cister, no la hubiera delirado ni el mismo Dalí. Chocante de veras, pensé.

En éstas estaba cuando se acercó a mi un hombre que, abandonando su 4x4 dijo: "mucho ha de gustarte esto para llegar hasta aquí."
- Es cierto, le respondí.
- Lástima, afirmó, que el monasterio esté como está. Aún vi el agua correr por sus gárgolas, y mis bisabuelos, tomaron aquí lección con las monjas.

Me recomendó visitar una serie de lugares con edificios donde, como el decía, todavía se conservan les voltes, esto es, los arcos.

Marchóse y quedéme en la más absoluta soledad. Y fue recorriendo con la mirada los muros cuando las vi las marcas de cantería en las que nunca reparé y, puesto en pie, rodeé el templo como un sabueso rastreando su presa.

Había muchas. Hice fotos y empecé a conjeturar sin base alguna, por lo que pasaron a la categoría de misterio.

Pasado un tiempo y a raíz del interés por lo "sobrenatural" del vástago que ha de redimir, espero, esta vida caduca, me atreví una tarde a enseñarle mis fotos. Mira, le dije, yo también tengo un misterio: ¿quién hizo éstas marcas y por qué?. A partir de aquel momento nos pusimos a "trabajar" hasta encontrar unas explicaciones, más o menos convincentes.

Otra vez al monte, y ya con otras intenciones y habiendo descubierto otro mundo dentro de éste, decidí echar el resto y me impuse como norma que siempre que visitase un lugar, lo haría buscando sus restos megalíticos, paleolíticos, íberos, romanos, románicos y góticos, y si poseyera un río truchero, dar buena cuenta de él.

Y así, a mi libre albedrío, pasaba felices jornadas con el disfrute del románico, principalmente y demás objetos de mi observación.

Como el casado casa quiere, la que a mi me deparó la banca conservaba una parte antigua, en piedra arenisca, cuya parte baja recorrí por primera vez comprobando que una plancha de hierro frisona, de algo más de un metro cuadrado, descansaba sobre el suelo.

La curiosidad, un día que estaba solo, me llevó a buscar una palanca ad hoc para levantarla.
Bajo sí, se abría un paso cuadrado de unos cuarenta centímetros de lado. Linterna en mano, me introduje en el estrecho pozo, hasta tocar de pies en unos escalones; me agaché y ya dentro, la oquedad de la antigua bodega se hizo visible.

Sobre el suelo unas tinajas vacías, botellas, humedad.

No creo en el destino y menos en las coincidencias, bien lo sabe quien me conoce, más lo que hallé en el suelo de aquella cripta me sumió en una perplejidad de la que aun no me he repuesto.

Era y es una herramienta, que si no me hubiese fascinado el románico, jamás hubiese reconocido: ¡un martillo de cantero¡. Y aquí lo tengo, para quien quiera verlo.

No llegaré nunca a saber, ni probablemente alcanzar, aquel lugar en la lejanía hacia donde mira el pantocrátor, pero cuando estuve delante YO, a quién miró, fue a MI.
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Así fue.....
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Riviere en La Fraga. enero 2009

12 comentarios:

SYR Malvís dijo...

Un estilo sencillo,directo y, a veces, hasta vibrante, para desnudar una experiencia vital, íntima, que nos has hecho el honor de compartir.

Felicidades, amigo. Es una gran alegría tenerte en la fraga. Aunque, creo, tú ya naciste en ella.

Rubén Oliver dijo...

No,no,al contrario,soy yo el honrado al cederme un espacio en el tuyo,que suele estar ocupado por relatos y reflexiones,de más sutil factura que las mías.
Afortunadamente,la naturaleza esquíva de mi caracter,no dará ocasión a que dé la brasa con mis historias...Más aptas quizá,de ser oídas junto a un buen fuego.

Gracias,amigo,otra vez.

Pilara dijo...

¡Qué encuentro más agradable!

Me ha encantado la sencillez del relato. Las pasiones, las grandes pasiones, al contrario de lo que se piensa, por lo menos para mí, no son cosa de un momento.Son semillas que anidan de casualidad, se desarrollan con lentitud y cuando te vienes a dar cuenta han enraizado tan profundo que te encuentras entregado en algo que no te supone esfuerzo, es más te alivia de tensiones y te hace la vida más grata y llevadera.

¡Bienvenido!

P.D.¡¡ La foto ...espectacular!!

Baruk dijo...

A esa experiencia que tuviste en la niñez, algunas líneas de pensamiento lo llaman "el despertar". Es la inquietud del alma que busca sintonías afines.

En tu caso, esa sintonía afín fue la fuerza que transmite el halo del románico, y como estas haciendo tu, lo más importante de todo es darse cuenta de ello para conseguir atraer esa fuerza hacia sí.

El relato de tu historia transmite esa emoción de una forma franca y clara. Molt bé, felicitats!!

Tons

pallaferro dijo...

Una entrañable historia. De alguna manera me identifico con esa forma de alimentar el espíritu, disfrutar de esos paisajes que nos brinda la naturaleza mientras practicas uno de tus hobbies es todo un lujo.

Un saludo

Rubén Oliver dijo...

Gracias por tu comentario Pilara y Pallaferro.
Quizá sea así,que las grandes pasiones,se generan fuera de nuestro alcance,es decir,ajenas a nuestro control,con lo que adquieren categoría,a veces,de destino,preescrito.No entra ésta historia en tal categoría,pues el que la suscribe,no crée en las predeterminaciones.Al menos de momento.

Y si,Pallaferro,alimento para el espíritu es la visión desde parajes donde se ubícan muchos templos,donde la naturaleza muestra su esplendor,su esencia grandiosa...
Nutrir el espíritu de tal alimento,no se si es malo o bueno.Bueno será,en tanto lo séa para mi,que deseo ver como hasta el último capilar de mis venas,se inflama de una sangre que arrastra en su ser un póso antiguo,muy antiguo,cavernario...luego,de moda!

Saludos.

Anónimo dijo...

"Aléjate de las personas que menosprecian tus ambiciones. La gente pequeña hace eso; pero los verdaderamente grandes te hacen sentir como si tú también pudieras ser uno de ellos."

Fendetestas dijo...

Amigo Riviere, el mismo Pantocrator del que hablas me ha llamado siempre mucho la atención a mí. Las iglesias de la zona donde está son un autentico regalo para quien las pueda contemplar directamente y entiendo el efecto que produjo en tu ánimo.
También de vez en cuando he intentado buscar fósiles, quizás tras la respuesta a las famosas preguntas: "¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos?". No tengo nada claro, pero se agradece buena compañía en el camino.
Un saludo y un abrazo.

Anónimo dijo...

La verdadera grandeza es saber ser feliz con las pequeñas grandes cosas.

Un saludo a todos

Alkaest dijo...

"El símbolo convierte nuestra vida en una aventura del espíritu al estimular nuestro deseo de conocer el armazón de la realidad oculto bajo las tejas coloreadas del tejado..."

Salud y fraternidad.

Pilar Moreno Wallace dijo...

Qué magnifico texto, he disfrutado con la lectura y la vista del paisaje.
(desde aquí quiero agradecer tu visita y lectura en mi blog)

Fiz dijo...

Ojos de mirada hierática, trascendente.

Sombras de proyección efímera, intrascendente.

Sim embargo, eterna búsqueda mútua. Con muestras. Como el martillo de cantero... o hasta esta entrada en tu nuevo lugar. Nuestra Fraga.

Bienvenido. Y sigue compartiendo con nosotros.


Publicación 2006
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