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Dicen que la sanidad va lenta si vas a través de la Inseguridad Social, pero, a veces, la cosa también se toma su tiempo yendo por el sistema privado.
Hacía ya cerca del año y medio que, tras un levantamiento de pasiones, a Aldebarán se le torcieron, entre otras cosas, las letras de los finales de los renglones. Parecía que le habían echado un mal de ojo y, con ello, se le había hecho algún mal en el ojo. La mera idea de perder la vista invadió y amedrentó su mente. Las consecuencias eran tan desoladoras que lo aterraban. Le empezó a picar, el ojo, y ese escozor iba creciendo a medida que notaba que su vista iba decreciendo.
El dictamen del médico oculista de su ciudad le fue expuesto en pie, junto a la escalera, en el mismo quicio de la puerta del consultorio:
- Los resultados de las pruebas, Aldebarán, dicen que has tenido algo así como un desprendimiento de retina pero un tanto rara y, por la tipología de la lesión que tienes, esto no tiene solución ni operación. Tu ojo puede ir degenerando con el tiempo, aunque algunas ocasiones esto se regenera, un poco, por sí solo.
Esas palabras le cayeron como una losa en el interior de Aldebarán. Y ese peso interior, el recordar esas frases sentenciales, lo bloqueaba ante cualquier posible acción. Dicen los que creen en los horóscopos que así son los Tauro, y nuestro Aldebarán no podía ser menos Tauro que los demás. Los picores, la pérdida de enfoque, las líneas torcidas… los temores, fueron protagonistas en la vida de cada día desde entonces. Incluso familiares cercanos le profetizaban que eso de perder un ojo estaba escrito en el libro de su genética.
Tuvo, no obstante, buen ojo en pensar que seria adecuado pedir una segunda opinión y, como Aldebarán –cosa ya sabida por todos los que lo conocen- no se andaba con chiquitas, si la segunda opinión era de una de las primeras eminencias mundiales en la materia, pues mejor. Pero, como el dictamen del oculista de su ciudad era corroborado con la pérdida progresiva de su visión, los picores del ojo malo en aumento y las líneas de texto cada vez más torcidas, Aldebarán ya prejuzgaba, ya sabía con certeza taurina, cual seria la segunda opinión y se justificaba ante las repetidas ocasiones en que le insistían en hacer un viaje hasta la gran capital, Babilonia La Grande, para visitarse de la vista:
- Para coger un avión, irme a la gran capital, que me vean en ese Instituto Ocular y que me digan lo que ya sé: “Que la cura va bien, pero el ojo lo pierde”. Pues, para eso, puedo esperar, que estos días estoy “liao” en otras cosas… todavía tengo que acomodar las cosas en el carrito de mi vida.
No fue hasta que, tras la excusa, o el señuelo, de ver las lucecitas navideñas que engalanan las calles, paseos y avenidas de Babilonia La Grande, que Aldebarán accedió a volar. Tal vez, también, porque en el fondo quiso estar cerca de su mejor amiga, Clea y su marido Alfanik, por estas entrañables y señaladas fechas. Y así, después de un año y pico de creciente picor en el ojo del Tauro, Aldebarán cogió ese avión pensando en que, tal vez, de paso, aprovechando la estancia junto a sus amigos, pediría hora en ese Instituto Ocular para una visita en una futura ocasión. Por cierto, cuanto más tarde, mejor.
Al llegar al aeropuerto de la gran Babilonia, tras los abrazos y besos de bienvenida que transmiten el cariño y sentimiento de un feliz reencuentro de las personas que se quieren con ojos limpios, Clea y Alfanik montaron a Aldebarán en el coche y, con la premeditación y alevosía necesaria, sin parar casi ni en los semáforos para evitar la huída (porque en esto de tirarse de un vehiculo en marcha para huir, Aldebarán ya tenía antecedentes) llevaron directamente al servicio de urgencias 24 horas de ese Instituto Ocular al Tauro y a su ojo tuerto. Sorprendido por ver, ante sus ojos, que estaba donde estaba; preso y custodiado por sus amigos; amenazado por un “de aquí no nos marchamos hasta que no sepamos qué tienes”, Aldebarán no tuvo otra opción que acceder a ser visitado. Pero no sin antes someterse, ante la recepcionista, a un interrogatorio de tercer grado donde le preguntaron hasta su profesión, sexo y talla de los calzoncillos.
- Oiga señorita, que yo vengo a que me visiten de la vista. ¿Qué tiene que ver esto con a lo que yo me dedique?
- Es que al Doctor Oculista le es de interés saber el tipo de profesión del paciente, porque en unos trabajos se fuerza más la vista y se “cansa más”…
Clea acompañó a Aldebarán en las consultas de los doctores del equipo médico que lo fueron atendiendo. Su compañía le calmaba el nerviosismo contenido y consolaba su preocupación. Procuraba ganar autoconfianza a través de sus ocurrentes bromas dialectales. A pesar de ello, le produjo cierta incomodidad cuando le preguntaron sobre su fecha de nacimiento. Tras repetir tres veces la frase en volumen decreciente “Veinte de mayo de mil novecientos dabadabada” la enfermera acabó por intuir un año cualquiera y decidió no desnudar más la intimidad de ese toro bravo que se sentía temblorosamente enjaulado.
Las primeras pruebas fueron esperanzadoras. Aunque en esto de los oculistas hay una mala costumbre de quererte suspender todos los exámenes: siempre te van preguntando acerca de las letras más pequeñas, de las de la fila de más abajo, hasta que te equivocas. Y a partir de ahí, te dejan por inútil.
De una sala de espera a la otra, de una consulta a la otra, de una enfermera a la otra… pero el Doctor Oculista, único. La primera espada, reconocida a nivel mundial, especialista en córnea, tras verificar los resultados de las pruebas, le confirmó que no tenía un problema grave, sino tres distintos:
* Si veía borroso era porque se tenía que comprar unas gafas nuevas, bien graduadas y, de paso, si eran más chulas, pues mejor.
* Si le picaba, era porque debido al fuerte viento que soplaba en su tierra, el ojo se le resecaba. O se ponía a llorar una vez al día o, algo más cómodo, se ponía lágrimas artificiales cuando notara esa sequedad ocular.
* Y si veía las letras de los renglones que se torcían era porque en la retina tenía un insignificante adelgazamiento de una capa que, en un punto muy pequeño, se tocaban otras dos… o algo así. Pero que era una cosa sin la menor importancia y que, por lo inapreciable que resultaba, no merecía la pena ninguna intervención quirúrgica ni tratamiento alguno.
El diagnóstico hizo levitar a Aldebarán, el rostro serio que mostró al bajar del avión se le había convertido, en un par de horas, en una brillante sonrisa. Atrás había dejado el desafortunado crédito de las palabras del oculista de su ciudad, el peso de la losa en su interior, el año y medio de angustia ante el miedo a perder la vista… y delante de él tenía la alegría del futuro. Un provenir esperanzador. Estuvo seguro que, como mínimo, en esos dos cortos días que le quedaban para estar en la Babilonia La Grande, junto a Clea y a Alfanik, percibiría con una mayor intensidad todos los cinco sentidos. Olores, colores, formas, texturas, sonidos, sabores… todo un mundo para seguir viendo, viviendo y disfrutando.
Al salir de ese Instituto Ocular, con ese ánimo reanimado, el frío del día de los Santos Inocentes no les pareció tan intenso. Caía una lluvia fina y soplaba un poco el viento. Alfanik abrió el paraguas que tenía en el maletero del coche y los tres juntos, bajo el mismo cobijo, pasearon por las calles de la gran capital viendo felizmente las lucecitas de la Navidad, como si de un premonitorio sueño se tratara.
miércoles, 2 de octubre de 2013
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3 comentarios:
Sea por medio de esa Inseguridad Social (que a día de hoy es todavía más insegura) o mediante lo Privado (cuyas fauces son como las de un león, cuyo apetito nunca se ve saciado), lo Importante, a fin de cuentas, siempre es el Resultado. Si ves a Aldebarán, dale un fuerte abrazo de mi parte y dile que lo más difícil del Camino ya está hecho: el resto, seguro que es llano. Y por supuesto, otro fuerte abrazo para ese gran entrañable Amigo que es siempre Syr Malvís. ¡Faltaría más!
Es lo que les pasa a las "águilas", que tienen tanta "vista" que la usan sin descanso. Y es que, ni las "águilas" deben abusar de sus cualidades.
Mucho menos, cuando "la vista es la que trabaja" -ya que el resto del cuerpo vive a cuerpo de rey-.
Pero como no hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo aguante, le deseamos al neurasténico de Aldebarán una pronta y feliz recuperación ocular, para que por muchos años siga viendo nuestras feas jetas y leyendo los tostones románicos que parimos.
De lo otro, ¡ay, de lo otro no hay operación que valga...!
Salud y fraternidad.
Deliciosa lectura, como siempre. Anhelos, angustia la de Aldebaran que, como hombre del renacimiento, no prejuzga sino diagnostica. Necesitaba de una tercera opinión. Estoy convencido de que la alegría final de Aldebaran, esconde la inseguridad y certeza de quien con sus dabadabada de años atesora una infinita paciencia y saber hacer en el oficio que le preguntaba la recepcionista del hospital, y por ello, no habrá ojo que se le resista al tauro.
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