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domingo, 28 de octubre de 2018

EL HIPO DEL BARBERO



Mis días de lluvia en Mágina olían a migas y barbería. Era Alonso un hombre íntegro, formal y de exquisita amabilidad, pero con necesidades familiares que a veces le resultaban difíciles de atender en un pueblo de mil setecientos habitantes y con dos barberías más, la de Marcos y la de el tío Sardinilla, que estaban situadas en las zonas media y baja donde se concentraba la zona más poblada. 

También era cuando su máxima necesidad se producía, el momento en que esperaba ansioso que sus más adinerados clientes llegaran. En el instante en que tal evento se producía, comenzaba el ritual de colocarte aquel inmenso trapo blanco, a modo de cobertor, anudado al cuello, calentar el agua en el infiernillo eléctrico y mezclarla con el jabón en su bacina de afeitar hasta obtener aquel producto espumoso para amoldarla al cuello del cliente y comenzar a aplicarlo, con brocha de pelos de tejón, sobre la barba.

Escogía, escrupulosamente, la mejor navaja barbera y repasaba su hoja por el instrumento afilador o asentador de cuero mientras iniciaba cualquier tema intrascendente de conversación que solía girar sobre el tiempo, la muerte del último vecino o la desgracia de la última cosecha. Entrado en acción, comenzada a hipar con un ritmo acompasado que producía el normal descompás en su trabajo y entonces, llegado al punto de la garganta, formulaba el ruego, su ruego: "Oye, fulanito, ¿ podrías prestarme veinte mil duros?. Es que tengo unas cosillas por ahí que tengo que atender de manera urgente y estoy pasando una mala racha. Te las devolveré en unos meses y te lo agradecería toda la vida". El cliente, desvalido y en manos de una persona que rondaba su cuello con una hoja afilada de afeitar y con hipo, poca opción tenía y acababa accediendo a la petición más por miedo que por impulso caritativo.

 Cierto es que Alonso siempre y cuando pudo devolvió lo prestado, por lo que mantuvo su clientela doblemente agradecida, pues cuando llegaba el día de la devolución de lo prestado no solo le daban las gracias por la recuperación del dinero sino que, también, por conservar el pescuezo.

4 comentarios:

pallaferro dijo...

Cuando al barbero veas hipar, prepárate para el susto que te vas a llevar!

Es una suerte que, hoy en día, podamos afeitarnos en casa! ;-)

SYR Malvís dijo...

Hay comentarios más peligrosos que el "hipo del barbero", pero el tuyo, Pallaferro, es de los que quitan el hipo. Un fuerte abrazo.

Mara dijo...

Qué "exagerao", Malvís! Jajajaja

SYR Malvís dijo...

¡Cómo se nota que tu no has pasado por la barbería de Alfonso "peseta", Mara!. Un beso.


Publicación 2006
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