Porque las madres
eran lo más parecido a Dios, nunca se cansaban ni se acostaban antes que
nosotros, nunca se permitían el lujo de ponerse enfermas y eran nuestros
propios médicos de cabecera que sólo con mirarte a los ojos sabían si tenías
fiebre o te habías enamorado de una compañera de la escuela, quizá por eso, por
todo eso, las niñas de mi generación querían ser las mamás de sus muñecas.
Recuerdo
a mi hermana pequeña dejar a sus amigas del portal jugando a la comba, para
rebuscar en el viejo arcón de nuestra abuela paterna Isabel su muñeca preferida
y jugar a solas. Aunque a solas no, con su muñeca.
Antoñita,
hoy Toñi en contracción de su verdadero nombre Antonia María del Consuelo,
impronunciable para unos críos de entonces para los que el carnet de identidad
era algo que no existía hasta pasados muchos años, pasaba horas y horas vistiendo
y peinando a aquellas muñecas de trapo a las que hablaba como si fueran sus
hijas, aconsejándolas y reprimiéndolas con las mismas palabras escuchadas por
ella misma de nuestra madre. En los días de frío, cubría su boca con bufanda
recordando la conseja de mamá para quien todas las enfermedades se cogían por
la boca, les limpiaba las velas de mocos imaginarios y los churretes, y en los días
soleados las lavaba con la suave caricia de la esponja para cambiarlas de ropa,
también lavada previamente en su minúscula tabla de madera en el pilón del
patio de la casa familiar que presidía un crucificado de piedra, para que
lucieran radiantes a los ojos del vecindario. Luego, les intentaba dar de comer
en una boquita cerrada que sólo su imaginación veía abrir masticando
delicadamente los trocitos y migas de pan ofrecidos con la cucharilla de pasta
del helado que celosamente guardaba para tal menester, y hasta confeccionaba
trocitos de tela, a modo de pañal, que justificara el proceso de digestión que
el acto de la comida anterior les había producido naturalmente.
Iba
con ellas a las tiendas que había fabricado con cuatro piedras, algún trapo
viejo y unas cajas de cerillas de cocina, donde simulaba el juego de comprar o
vender a las que estaba tan acostumbrada cuando con nuestra madre acudía a los
comercios reales de Sebastián y Paco Moya en la cuesta de la Risca, y les
enseñaba a diferenciar la perra gorda de los dos reales y el tasajo de tocino
magro del medio cuarterón de bacalao seco.
Mi
hermana pudo acceder desde la muñeca de trapo a la más realista de la Mariquita
Pérez aquel día de Reyes en que sus zapatitos encontraron encaramados una caja
rectangular y supergrande que aparecía envuelta en papel de regalo de vivos
colores, y con una pegatina imperceptible a sus espatarrados ojos infantiles
que predicaba que su origen no era del Palacio de Oriente, sino del centro
comercial más grande y deseado de la capital: Galerías Preciados.
Pero
como todas las reinas, también a ellas se les fue cayendo la corona. La de
trapo fue sustituida por la Marquita Pérez y ésta por la Famosa que se dirigía
al portal de Belén en los anuncios televisivos.
Los
nuevos tiempos le trajeron la Nancy, aquella rubia esbelta que a los chicos nos
traía ensueños de las extranjeras que decían se bañaban en bikini en las playas
de Benidorm, y que tenía una serie inabarcable de accesorios coleccionables que
hacían más confortable y atractiva su vida y más prolongado el juego y el deber
de las niñas para llenar su día con su batalla de trabajo y ternura.
Y así sigue esta
mi única hermana, la pequeña, y toda aquella generación ejerciendo su legado de
ternura maternal aprendida con respecto a nosotros, quienes pasamos de ser sus
hermanos mayores a ser los sujetos de sus mimos y cariños cuando en nuestras
visitas nos continúan preparando el embozo de la cama o el plato de andrajos o
de croquetas con el esmero de un amor infinito e inconfesable que aprendieron
jugando con sus muñecas.
2 comentarios:
Pocas veces jugué a muñecas de pequeña. Prefería trastear en el arenero, soñar, imaginar, leer, ver la tele, mirar los libros de arte de la biblioteca, hacer punto, coser, cocinar, escuchar historias, vivencias... Y de todo eso creo que sólo me ha quedado el gusto por escuchar buenas historias y de imaginar de forma muy vívida todo tipo de situaciones extravagantes y poco realistas.
Uno de mis hermanos, sin embargo, jugaba a indios y vaqueros -sus muñecos, ¿no?. Le gustaba mucho. Ese juego no iba desde luego de ser madre ni de cuidar. Iba de dramatizar, ponerse en la piel de unos cuantos personajes, perseguir, amenazar, enjuiciar, matar, esconderse, preparar trampas, vengarse, colaborar... Ahora él no es así, salvo en lo de la colaboración. Pero tiene una impresionante capacidad de visión espacial, una gran inteligencia espacial, verbal, una buena capacidad de prever, estudiar relaciones... No sé si se lo debe a su genética, a sus juegos o a la sistemática formación intelectual que recibió en su colegio.
Otro de mis hermanos jugaba a diseñar vestidos y disfrazarse. Cortaba todo tipo de telas, puntillas... Era el terror de mi madre y su amiga cuando trataban de conservar o recuperar los materiales para hacer sábanas, vestidos, camisones... Ha sido un médico extraordinario. También ha tenido un gusto exquisito para la ropa, la decoración; y ha sido y es práctico y rápido a la hora de visualizar los problemas y sus soluciones. ¿Será por aquellos juegos y la celeridad con la que trabajaba para evitar que le requisaran sus tesoros -materiales y útiles?
¡Cuántos juegos! !Cuántas actividades que nos han llevado a ser quienes hemos sido y somos?
Qué suerte que tu hermana la pequeña te cuide tanto, Malvís. Un chollazo, un regalo de amor continuado. ¿Y esta es la misma hermana que amarrabais a un árbol cuando jugabais a indios y luego olvidabais liberar? Una bendita. Desde luego, ni que hubieras sido bueno.
Gracias por compartir tantas historias y vivencias del pasado.
Pues sí, Mara, es la misma hermana. Comparto tu pensamiento de que la infancia es ese espacio mágico, intenso, del juego, donde el ser humano se forma y desarrolla incorporando los elementos socioculturales y medioambientales que integrarán la personalidad y que sus iguales de la infancia, contribuyeron con sus juegos a hacer de todos nosotros lo que hoy somos. Por ello, recuperando aquellos juegos mágicos, inolvidables aunque perdidos, la cadencia de ese tiempo agotado continúa ofreciendo la posibilidad de poder valorar hoy unos Amaneceres perpetuos.
Gracias por tu comentario
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