A nuestro entrañable hombre sin apellidos:
Fernando Sebastián Álvaro: "Esca",
amante de todo lo auténtico.
Tenía el rostro cuarteado por la cal de la vida, una sonrisa metálica y la ternura y las entrañas intactas y doradas. Con doce años aprendió el sigilo que ha de tener el mulero y la poderosa vocación que florece con el primer roce de la belleza portentosa que surge cuando, a esos animales, se les viste el aparejo. Y aprendió que esos animales indiferentes tienen la extraña ligereza de las hadas y una bondad infinita…
Con las primeras muestras de aquella pasión, ya supo que su destino siempre iría cercano a los taconazos de las bestias, a su ajetreo diario y a la recompensa de los días claros y de las tardes prolongadas y dulces. Le gustaba contemplar esos amaneceres con la suavidad invertebrada de los días y el cielo transparente que aloja el último destello lunar para oír, entre su primer rumor, el estremecimiento de las mulas con su mensaje fulgurante de vida y el ajetreo incesante de sus sombras perfectas.
Él, mejor que nadie, conocía la esencia milenaria de las mulas porque siempre quiso ampararlas de su desdicha de seres impuros. Y desde que las conoció, siempre les proporcionó la paja mezclada con grano y la bola de sal en el tiempo en que anuncian y reclaman su necesidad lamiendo el salitre calizo de las paredes, y la caricia; y nunca se olvidó de darles trabajo diario, porque sabía que si no se mueven se le paran las carnes y que si no ahondan con las patas la tierra, si no tiran de la reja del arado que abre las entrañas de la tierra y la oxigena, se mueren de tristeza. Conocía su esencia milenaria y sabía que si no se capan, retozan como burros y muerden como perros. Y que si no se hace como se debe, les queda una vena viva por las que le fluye el recuerdo de su pasado fugitivo y, entonces, no atienden y cabecean como bueyes enfermos.
Dormía con ellas. Sobre el jergón relleno con la envoltura seca de panochas de maíz que tendía en el poyato de obra pegado a la chimenea de las cuadras. Entendía sus relinchos inquietos y extraía, con sus manos, las sanguijuelas adheridas en sus lenguas o curaba las espinas clavadas en sus pezuñas.
Los días de primavera y verano, las retornaba montadas sobre su grupa y adornadas las antojeras de su jáquima con matas de albahaca. En los cabujones del serón, grandes cestas con higos recién cogidos, tomates y hortalizas y un ramillete de rosas, lavanda, tomillo y romero para la señora. También, primorosamente protegidos, traía pichones de tórtola que yo aprendí a cuidar enseñándolos a comer y aliviando indigestiones de cañamón con trozos de cebolla hasta hacerlos adultos.
En los días pardos de otoño, cuando la montera del Aznaitín y de Mágina se mostraba más inmisericorde y los encharcados campos impedían la labor, Juan nos hacía migas de harina en la chimenea. Era todo un prodigio contemplarlo: avivaba el fuego con grandes troncos de olivo hasta ponerlos incandescentes, colocaba las trébedes, ponía una gran paila que untaba en aceite de oliva de la última cosecha y sofreía los ajos y pimientos secos. Los retiraba y espolvoreaba, sobre el mismo aceite, la harina blanca de trigo que mezclaba en perfecta proporción con agua y la sazonaba comenzando, entonces, un ritual de remover la pasta hasta deshacerla para lanzarla al cielo y volverla a recoger en la paila, sin mengua alguna. Los chiquillos nos acercábamos a él expectantes, pues comenzando a tostarse la harina de la parte inferior, en cada vuelco, en cada lanzamiento y pirueta al aire de aquel pastel de harina blanca, aparecían "los pegaos" que nos repartía por riguroso orden, mientras aliviaba el sudor de la frente con su pañuelo y su garganta con un trago de la botella de blanco peleón que le acompañaba en el basal.
La limpieza de sus diminutos ojos azules, solo se la vi empañada aquel día en que apareció en el pueblo su hijo Diego conduciendo una máquina infernal que tenía cadenas en lugar de ruedas y que rugía mientras expulsaba un negruzco humo por el tubo que hacía de chimenea. Al día siguiente, Juan lo observó subiendo pendientes y trochas imposibles y maniobrando la máquina en el reducido ruedo de las pozas, bajo los olivos, cargada de los aperos y aparejos más diversos. Y comprendió el futuro, su futuro.
Con el sigilo del mulero, acarició la paja de los pesebres e inspiró el fuerte olor a estiércol fresco de la cuadra. Después, cogió el humilde hatillo de sus escasas pertenencias y la capacha de esparto que colgaba de la alcayata de la pared y salió en silencio. A los pocos días, el palustre de los albañiles convirtió la cuadra en garaje y el ruido ronco del tractor oruga sustituyó al alegre rebuznar de las mulas.
Lo recuerdo vestido con su traje de pana gruesa el día que abandonó la casa. No hubo reproche ni resignación en sus palabras. Me pareció que recitaba una fórmula aceptada de comunión cosmogónica, de identificación con la armonía y el orden natural, cuando musitó unas palabras de despedida con mucha miga: "Casi siempre, todo lo que ocurre, al final, conviene".
FELIZ CUMPLEAÑOS, ESCA!
8 comentarios:
Que pases un día muy feliz, y si no comes migas tanto da.
Besotes
Un relato con mucha "miga", convenga o no convenga...
Pero, lo que si conviene es fecilitar al susodicho.
¡Que sea por muchos años y nosotros que lo veamos!
Salud y fraternidad.
Muchas felicidades, desde Soria
Muchas felicidades, Esca.
Oye, este relatillo... no tendrà moraleja?
Un abrazo!
..lo que tiene es mucha miga!!
Besines
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¡ Hombre¡, está mü requetebién que todo el mundo ( de Malvís) felicite a ese personaje, pero creo que os habéis olvidado que ese mismo día es el santo de lo mejor de aquella casa. Así que, ¡ habrá que acordarse de nuestra Pilonga¡.
Pues vayan para ella, también, nuestros parabienes y deseos positivos. Que la moza los merece.
Y ustedes disculpen nuestro despiste, pero la edad ya nos juega malas pasadas de memoria.
Salud y fraternidad.
Muchas gracias a todos en especialmente a ti Malvis por dedicarme este retazo de vida y recordarme que soy,somos, un tanto por ciento de agua,portadores de un pequeño "hijo de puta"llamado gen,(que luchamos contra lo que nos impone),y no mas que tiempo,que gastamos día a día sin apenas darnos cuenta y que a veces lo que nos queda de ese tiempo son solo recuerdos,gracias a todos por esos tan gratos recuerdos pasados con vosotros,
Un saludo Esca
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