Y en esta inusual tarde de lluvia en la terraza del café Colón, reparo con mi contertulio en las imperceptibles torrenteras viales que se originan y llevan arrastrando multitud de burbujas, como náufragos con cabecita de cristal intentando asirse a la retama del ajardinado. Muchas de ellas se suicidan o estallan de pura alegría; otras, acaban despeñadas en la improvisada cascada del imberlón y siguen su ruta en la alcantarilla como simple líquido vivificador hasta su entrega gozosa al próximo mar.
Me dice José María que últimamente hasta presta más atención a las páginas de obituarios y esquelas de la prensa local que a los homenajes, porque aquellas ya le comienzan a ser familiares, puesto que aparecen nombres con los que compartió momentos, proyectos, ilusiones y actividades. "Nos vamos yendo, Manolo, nos vamos yendo, mecagoendíos", me dice este aragonés de pura cepa sin pena ni nostalgia, sino como constatación empírica de un hecho natural desde su perspectiva profesional de médico jubilado.
Que le produce extrañeza que concurra más a funerales que a ceremonias y actos intelectuales y lúdicos y que no haya encontrado "ningún muerto malo". Que son aquellos mismos quien en vida los denostaron y zancadillearon hasta el límite de la crudeza, sus propios "verdugos", los que hablen de la bondad del ya fenecido y las virtudes y méritos que en vida les adornaron. Queda pensativo y añade: "tuvieron toda una vida para demostrarlo y quieren repararlo en un momento".
Yo le respondo que a mí también me parece que no hay muertos malos, es como si en el tránsito al otro lado se redimiera todo; ¡pobrecillo! se suele exclamar, ¡con lo bueno que era!, aunque en vida hubiera sido un cabrón con pintas. Pero la muerte, nos humaniza e iguala; pobres, ricos, buenos, malos, altos, bajos, feos, guapos,... Es esa sensación lo que yo creo que redime todo lo malo que se haya hecho y borra los malos momentos pasados. Se recuerdan en general los ratos buenos, las alegrías y, el muerto se va con la comprensión e incluso el cariño de sus deudos, incluso de los que declararon odiarle en vida. Que a veces, cuando hablo con mi hermano Tomás o con mi madre les pido si pueden aclararme algo, pero no me dicen nada y que me lo tomo como un "¡déjate ya de tonterías!, ya te enterarás cuando te llegue el momento, como todo el mundo". Que vivir, en cierto modo, es un arte. Se está convirtiendo en un inventario de fechas, guarismos y rostros que se van recuperando o dejando en el desván del olvido, a medida que avanza el tiempo, a veces aliado, a veces enemigo, según la ocasión y el interés. Vivir es una travesía cada vez más pesada y fatigosa entre el dolor y el placer, tan cerca y tan lejos; entre el deber y el deseo de durar lo que se pueda, lo que nos dejen, oiga, lo que vayamos arrancando a la terca realidad. Y aquí seguimos, a la espera de que nos toque prefiriendo que sea muy, muy tarde.
José María, algo agnóstico y de izquierdas de toda la vida, mientras capa la colilla de su enésimo cigarro, me confiesa veladamente su fórmula secreta. Dice que se afana cada día por ofrecer lo poco que en la vida aprendió, por compartir todo lo que tiene e intentar que la gente que ama y a la que conoce, sea feliz cuando estén con él. Que la vida es la mina del más precioso metal que hay que ir depurando para apartar la escombrera de la materia prima esencial y por eso recicla, a diario, el carrito de su vida y planta y riega su jardín de interior arrancando la mala hierba que nada aporta y succiona, ya que nadie ha tenido viaje de vuelta para explicarle lo que es la eternidad ni la vida celestial o infernal gozando de coros angelicales o sufriendo las llamas del averno y en lo único que está empeñado es en preparar su vida y su alma para realizar acciones que queden en la repetida memoria de los demás, sembrar, porque si alguien en un segundo tuviera un recuerdo de él, está seguro que nunca moriría pues será como un pájaro cuco habitando, eternamente, en el nido de los demás.
5 comentarios:
Nada hay como apurar un café en la terraza de un bar viendo como la lluvia arrastra tras de sí todo polvo viviente, para entrar en estado de reflexión profunda.
Que los demás te recuerden no sé bien si significa que estés vivo eternamente, pero no seré yo quien le quite la ilusión de querer ser un pájaro cuco a éste médico jubilado.
De todo el texto y porque también suelo pensarlo, me quedo con mi frase estrella del hoy y del aquí, y es que: "vivir, en cierto modo, es un arte".
PD. Sobre la coletilla final de la gloriosa frase de JoseMaria, nada tengo que objetar, puesto que mi abuelo, aragonés de pura cepa, también solía repetirla.
Disipo mis iniciales reticencias de publicación de este relato, tras leer tu comentario Baruk. Lo que consideré tristón y nostálgico, a la luz de tu perspectiva, comienza a revelárseme como un ejercicio de higiene mental y vital que, como esa lluvia, limpia de estados pasados y recupera el oxígeno de la experiencia; quizá esa pincelada que al cabo, convierte el cuadro de la vida en arte. Y sí, es cierto José Mari con su "blasfemia" habitual aragonesa, pone un rico contrapunto al modo de estar en esta Vida.
Besos.
Mira por dónde, no sé si es Malvis, Syr, Manolo, Tesifón o Jose Maria quien reflexiona así de bien sobre este efímero resplandor de la vida existente entre dos eternas oscuridades.
Pero el relato -y su reflexión- transciende madurez, serenidad y esa agudeza de ingenio que saca aflicción ante ese "Nos vamos yendo..."
Un fuerte abrazo
Nos vamos yendo, Manolo, nos vamos yendo, mecagoendíos
Aunque muy tardíamente,suscribo los comentarios.
Y en esta tarde- noche con olor y luz otoñal voy a cenar con José María y a compartir con él este relato. Malvís y los demás estaréis así también presentes.
Brindaremos por vosotros.
Antes de que nos vayamos, mecagoendíos...
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