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jueves, 3 de noviembre de 2022

AMAR EN OTOÑO



Había pasado, hacía tiempo, la edad en que es conveniente engañarse para conservar algún misterio en torno a uno mismo que mantenga la ilusión de vivir.
La verdadera belleza siempre provoca nostalgia. Nostalgia de ser otro, de estar en otro sitio, porque la verdadera belleza, la honda, la profunda, es invivible.
Eso pensaba Eva, después de haber hecho el amor, desde la ventana de su habitación mientras contemplaba el paisaje de un rigor casi intolerable, que ahora mostraba una tonalidad sombría. Apurando su cigarrillo, contemplaba el cuerpo aun desnudo de Carlos sobre la cama mientras la ciudad parecía descansar aliviada porque faltaba una noche menos para el último día del mundo. Una noche menos para la desaparición del momento definitivo de echar la vista atrás y rendir cuentas de la vida pasada.
Hasta entonces, sentía que llevaba años reconstruyendo un esqueleto. Había pasado años hablando con sombras. Hacía tiempo que, por culpa de unas experiencias poco gratificantes, no miraba a un hombre con alguna esperanza, pero desde aquella foto, veía a Carlos con esa percepción subjetiva de los que están obsesionados por algo, revestido de una magia especial que la ligaba al mundo cercano. La fotografía la turbó. Esa intromisión de la realidad tangible, de la carne viva y deseable de Carlos en el mundo abstracto y lleno de fantasmas por donde flotaba habitualmente, le había provocado algo más caluroso que admiración.
Y con él encontró un hueco que le faltaba, que no sería capaz de llenar si no lo conocía. Sintió la necesidad de conocerlo. Poder oler su pelo, darle movimiento a su imagen obsesiva en fotografía, se fue convirtiendo, poco a poco, en medio de una involuntaria inconsciencia, en otra de las obsesiones que amenizaban su vida insípida.
Sin embargo, nada más verlo, le pareció que Carlos era de esas personas que ralentizan el tiempo, y eso le gustaba; odiaba a los ansiosos que multiplican la ya de por sí asfixiante velocidad del reloj. Pero a la vez que racionalizaba algunas sensaciones, una parte de su cuerpo deseaba ya a Carlos con todas sus fuerzas. Quería poseerlo como si lo conociera desde siempre. Comprendió que pese a tener los cinco sentidos puestos sobre la vida real, era capaz de aprender mucho. Por eso, lo que encontró más importante, lo que le indicaba que había acertado, fue descubrir que todavía era capaz de desear. Que no era tarde.
Recordó que dos cuerpos, cuando se desean, están movidos siempre por resortes extraños. Qué más daba que en este caso se atrajeran imantados por la intervención de un espíritu, de una afición común. Miró a su lado un momento para buscar a Carlos, y vio todo ese tesoro que había descubierto, esa sabiduría instantánea, concentrada en dos ojos que brillaban en medio de la noche.
Todo sucedió entonces como en los cuentos orientales, con la misma naturalidad con la que se acercan los cuerpos que se desean, en ese movimiento instintivo sobre las sábanas, que equipara el día a la noche, el invierno al verano, lo infinito a lo perecedero. Y volvió a sentirse con ganas de volver a nacer para reescribirse con su propia caligrafía, la suya, la única, y descubrir las nuevas letras de un alfabeto olvidado que le sirvieran para reconstruir su mundo, si acaso existía, porque hasta entonces, no había pensado jamás que un páramo arrasado pudiera ser una raíz válida y digna para edificar un reino lleno de tesoros, un oasis casi verde en medio de un mar de basuras.
Agotada, volvió a deslizarse en el lecho casi al amanecer. Como un avaro, recopiló sensaciones y olores porque ya nada sería igual. La cercanía de la piel de Carlos, había disparado su sensibilidad hasta extremos desconocidos que desafiarían el tiempo y el espacio y comprendió que no había nada qué decir, que le bastaba saberse unida a él y en paz. Le hubiese gustado eternizar el momento, pero pensó en lo huidizo que es el tiempo y en que no se deja capturar en foto ni tampoco encerrarse en las estrofas de un soneto, y sin resistirse al deseo, como quien no quiere ya renunciar a la esperanza recuperada, musitó: ¡ Tanta hermosura, duele¡. Mientras Carlos, furtivamente, apuntaba en la hoja del bloc de la mesita de noche: " Hoy, Eva, ha llorado"; y todavía, para más precisa memoria, agregaba la fecha: Otoño, 9 de noviembre.





miércoles, 13 de abril de 2022

BESO DE AMOR

 


Porque hay besos que nadie nos enseñó a dar y que aprendimos con la dulce torpeza de la cándida adolescencia en la carretera vieja de la Quebrá, es por lo que hoy te pregunto: ¿ recuerdas tu primer beso?. Me refiero al beso que fue paso fronterizo, a ese beso que perdió el camino de la mejilla y que buscó sigiloso, a paso lento, la boca en la que esperamos encontrar el siempre en un jamás. Es ese beso que jamás olvidamos y que siempre recordamos como si el tiempo no tuviera medida y el corazón latiera en los labios. El beso que rompió el sello de lacre e hizo que cerrásemos los ojos y contuviésemos por unos segundos el aliento, expectantes; un beso sin manos, un equilibrio de emoción contenida. Justo ese beso que guardamos en el cajón de las cosas pequeñas, las que nos hablan de la belleza que atesoran los momentos únicos e irrepetibles. Un siempre en un jamás, un tatuaje invisible  con nombre y lugar en el mapa de nuestra geografía humana.

Yo le pregunté a mi padre cómo se daban los besos de amor. Debía tener unos siete años y de ahí su cara de sorpresa. "Pregunta a tu madre, hijo". Y allí fui. Como mi madre estaba haciendo rosquillos de anís con una señora mayor que olía a naftalina y que pinchaba cuando te daba un beso, no me contestó. La vecina se llamaba Gloria y de mote La Cantora, no porque cantara bien, ya que hasta don Luís, el cura, se desesperaba con sus graznidos en el coro de la parroquia y las risas de quienes asistían a misa mayor los domingos cuando en el cántico del "Señor ten piedad" de don Luís en la misa se convertía casi en una llamada de socorro para que Gloria pillara una faringitis y no pudiese contestar el cántico, sino que tenía que ver con su mala costumbre de cantar todo de lo que se enteraba o le contaban. Vamos, que era la Gacetilla del pueblo y muy cotilla.

Como ese día estaba en casa Gloria La Cantora, en cuanto formulé a mi madre la pregunta de marras, la cara de La Cantora pasó del pálido blanco polvo de azúcar con el que espolvoreaba las rosquillas de anís, al rojo bofetón con carrerilla e impulso de atrás hacia delante; soltó el cedazo, se limpió las manos en el delantal y se santiguó tres veces mientras exclamaba a voz en grito: ¡"Ángela María, chico del demonio, empecatado ya tan niño. La culpa es de su padre que lo lleva a cazar con el rojo de Diego el pintor y el sinvergüenza de don Pedro el farmacéutico"!. Se quitó el mandil y bajó las escaleras a toda mecha murmurando y gesticulando.

Mi madre me miraba y yo metí la mano en la bandeja llena de rosquillas de anís espolvoreadas de azúcar, que sabían a besos. Ella no me contestó y me mandó a la cámara a buscar membrillos para meter en el armario de la ropa. A la vuelta del recado, volví a la carga: " Bueno, mamá, ¿cómo se dan los besos de amor?". "Con cuidado, hijo, con mucho cuidado", respondió. "Por qué con cuidado, mamá?", insistí. "Porque si te ve Gloria, a los pocos minutos lo sabe todo el pueblo y tendríamos que casarte deprisa y corriendo". Y no hubo forma ni manera de sacarle más información.

Menos mal que mi hermano mayor, Tomás, era un enteradillo en todas las cosas y, al día siguiente cuando se lo pregunté, me dijo que había visto besarse a la prima Manolita con Miguel el de Galafate y que había que cerrar los ojos, poner las manos en el culo de la chica, abrir la boca y pasarse un chicle hasta que te cansaras o te lo tragaras. Con semejante respuesta, perdí el interés por los besos de amor y de paso, por los chicles también.

Creo que debí ser el único niño que jamás compré chicles. Y sigo sin hacerlo. Lo de mascar chicle mientras beso, digo.




sábado, 9 de octubre de 2021

¿FUMAR PUEDE MATAR?

 


Martín es guarda forestal. Días pasados coincidí con el en Gútar y tomamos unas cervezas en el quiosco de Pedro. La conversación era amable y él tenía prisa, pero no recuerdo cuál sería el tema que surgió que lo dejó cautivado. Tanto que, a los requerimientos que le hacían desde el coche para acudir a su cita médica programada en Jaén, él respondió: “Espérate una miaja, que estoy en la escuela”.

 

Aquello me dejó sorprendido y un poco anonadado. Le pregunté. Me dijo que estaba de baja médica y tenía cita con su médico de referencia.

 

Mi titi Ramón, el hijo de mi tata Ángela, se prestó a llevarlo a Jaén porque Martín estaba impedido para conducir. Llegaron tarde pero a tiempo sobrado en la sala de espera. Tras ser examinado, Ramón que hervía de nervios en tan larga espera, preguntó: “¿Que te han dicho, Martín”?. “Me ha quitado el tabaco”, contestó Martín, cabreado y un tanto furioso. “Pero, Martín, ¿cómo has estado tan tonto que has dejado que el médico te haya metido la mano en el bolsillo de la camisa y te quitara el paquete”?, respondió Ramón.

 

Y es que, de tan mal humor estaba Martín que reparó en ese mensaje provocativo que reza en las cajetillas: “Fumar mata”.


jueves, 12 de diciembre de 2019

¡Un divorcio "de huevos"!





 - Con la venia de Su Señoría para fijar los hechos aceptados y no controvertidos.

Mi representada, María del Mar, es persona de reputado prestigio profesional en el ámbito de la industria farmacéutica donde viene asumiendo la responsabilidad del departamento de Registros y Control de Calidad que le obliga a jornadas laborables interminables. Su marido, profesional preparado, fue víctima de un ERE despreciable e injustamente decretado que lo mantiene desde hace ocho meses en situación de desempleo con nulas perspectivas de inserción laboral por su edad. En el ámbito doméstico dicha situación fue aceptada y ambos se reparten de forma paritaria sus tareas sin problema alguno y con profundo respeto al principio igualitario que ambos comparten.

No fue sino hasta aquel fatídico lunes del mes de febrero cuando tras la vuelta de su agotadora jornada laboral ella preguntó a su marido: "Hola, cariño, ¿qué has hecho de comida hoy"?. "He freído unos huevos con patatas", respondió él al tiempo que besaba unos labios de bienvenida."¿Qué has dicho?"¡Será frito!. Has frito unos huevos", contestó ella mientras se despojaba del abrigo. "Freído, estúpida", contestó él.

Y así comenzó, Señoría, la discusión que mantuvo mi defendida con su marido y que ha derivado en la demanda de divorcio que hoy sometemos a su superior criterio.

La Jueza, levantando sus miopes ojos del imponente tomo de actuaciones respondió: "Propongo a las partes resolver el caso mediante avenencia o, a la vista de lo presentado y alegado por las partes, mi sentencia será condenatoria para ambas partes con expresa condena en costas procesales de por mitad a los Letrados".

Yo, por mi parte formule la correspondiente protesta al tiempo que anunciaba el pertinente recurso legal frente a tal predisposición. La contraparte hizo lo mismo.

-"Señores Letrados -argumentó la jueza-, no pongo en duda su profesionalidad ni capacidad jurídica que de ambos son conocidas por este Tribunal en las muy frecuentes actuaciones en que ante el mismo han comparecido y actuado, pero mi condena de que asuman las costas procesales no lo será tanto por criterios de temeridad en sus argumentaciones sino por su temeridad gramatical. Ustedes están propiciando una patada al diccionario de la RAE que enseña que existen verbos como freír, elegir o imprimir, que presentan dos formas de participio, una regula y otra irregular y que ambas son válidas, así que tanto "frito" como "freído" son correctas. Les sugiero, señores, que en lo sucesivo y para no provocar colapsos en la Administración de Justicia con asuntos banales, preocúpense de leer a los clásicos en lugar de jurisprudencia".

Y haciendo poner en pie al matrimonio pleitista, añadió: "Y a ustedes, un consejo. Salgan de la Sala y celebren su reconciliación con una comida en el Restaurante La Gruta y un buen vino de Ribera de Duero, y en lo sucesivo procuren decir que habéis preparado unos abortos de gallina deconstruidos en esencia de oliva y guarnición de tubérculos".

¡ Asunto archivado!.




viernes, 27 de septiembre de 2019

La extraña llamada.




Ya casado y con 35 años cumplidos, una noche recibí una extraña llamada. Al teléfono una persona que se identificaba como ex alumno de los hermanos Maristas de Lleida me proponía una cena de exalumnos, veinte años más tarde de mi salida del centro. "Para recordar aquello que pasamos", me dice. Decliné cortésmente su invitación sin que aquella persona supiese la tormenta que acababa de desencadenar en mi fuero interno. Y es que el día que abandoné aquel centro educativo, quedó marcado a fuego en mi memoria, y a la vez entró en un deseado olvido, porque yo quería, sobre todo, olvidar.

Olvidar algo que en cierta manera me avergonzaba.

Veinte años más tarde, no hace mucho, desayuno con la noticia en el diario local de que exalumnos  de los Maristas denuncian a un "hermano", (pues así se les llama a los que "han hecho los votos"), por abusos sexuales cometidos en la década de los 80. Cuando llego aquel día del trabajo a casa, mi cónyuge me interroga: ¿Tu estuviste entonces allí, no?. Y entonces le cuento lo que a nadie conté jamás, ni a mi propia esposa. Que fui víctima de abusos de aquel señor que citan en la noticia. Noticia que se repite días más tarde para informar de que ya hay tantos ex alumnos que reportan abusos y que se va a presentar una denuncia contra este señor, ya fallecido, para.... (no he conseguido saber para qué, ellos dicen que para que no se repitan estos abusos y tal...). Se publica la foto y el nombre del individuo en el periódico local y vuelvo a ver aquel nombre y  aquel rostro que me costó años "olvidar", y revivo mentalmente momentos muy desagradables. Me vienen a visitar fantasmas del pasado que ni eran esperados ni mucho menos bien recibidos. Lo evitaba siempre que podía, yo era de "los chicos del coro" y él tocaba el órgano. (Aquí chiste fácil que se hace solo). Quiero decir que trataba de llegar al coro tarde, cuando él ya tenía las manos ocupadas.

Los casos contra curas y Maristas se habían hecho un hueco en las noticias de periódicos de ámbito nacional y yo callaba, aún viendo cómo las denuncias se sucedían en provincias aledañas. A veces, algunas veces, a lo largo de tantos años, si me volvía el recuerdo, pensaba en aquello y lo odiaba con toda mi alma. Pensaba: "¡Eramos unos niños, joder, y te aprovechaste de nosotros!, te odio por todo éllo....malnacido...así ardas en el infierno."

Pero es que años antes de todo esto, antes de las denuncias, antes de la publicación de la foto del pollo y del relato de sus fechorías  en las revisiones médicas anuales, mucho antes, escuché un relato que me hizo trizas por dentro. Y además lo escuché allí: "Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron: maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio.Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices? Mas esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo.Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: el que de ustedes esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra. Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando por ancianos; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio. Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?. Ella dijo: ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: ni yo te condeno; vete, y no peques más."

Y en base a la enseñanza de este relato, yo que soy ateo, entendí que mi propia vida no era un ejemplo a seguir, que quizás nunca abusé de nadie, pero que seguro hice daño alguna vez de manera inconsciente con mi actitud. Entiendo que no puedo tirar la primera piedra ni aunque la tenga en la mano.

Pero es que además, ahora que ya peino canas donde no se peinan, vi claramente que aquel hombre era más esclavo que dueño de su pasión (como yo quizá lo haya sido más de una vez). No era un "hombre malvado" como tal, de hecho su rostro era inspirador de confianza y sus "encuentros" eran más "dulces" que abruptos. Dióme este hombre la misma pena y lástima que yo merezco cuando me dejo llevar por mis deseos. Así que, años antes de que llegasen las denuncias, años antes de que se publicase su foto yo...ya le había perdonado, perdonado porque no podía vengarme puede pensar alguno. Sí, es más humana la venganza que el perdón, pero yo le había perdonado.

Le perdoné con el perdón que para mi deseo cuando me pongo de patas, con el perdón que pido cuando hago daño y no me doy cuenta.

Le perdoné, en la medida que pude, con aquel perdón de Cristo que entienden hasta los que no tenemos dios.




lunes, 24 de junio de 2019

CONSEJOS DE SABIOS



Los había quienes contaban su edad en pesetas y los que contaban su ganado por múltiplo de sus dedos de las dos manos. No sabían leer ni contar y por eso cuando les preguntabas cuantos años tenían y cuantas ovejas eran de su propiedad, te respondían diciendo que tenían la edad de quince duros y una peseta, y cuatro dos manos y tres dedos de cabezas de ganado. Eran nuestros abuelos y abuelas, los viejos de Albanchez.

Te comentaban con naturalidad la Vida mientras sostenían en el sobaco izquierdo una gavilla de esparto y entre los labios cuatro o cinco varetas para insertar en el sogueado de pleita que estaban trenzando para fabricar la espuerta que necesitaban para recoger la inminente cosecha de cerezas de su pequeña huerta.

Recitaban como letanía el tiempo de la siembra, la postura de la reja del arado y la técnica precisa del amocafre para arrancar las malas yerbas de los "arroyos" del vergel fértil y crecido porque habían rescatado de la compuerta del caz un reguero guiado con escardillo para su sustento. Conocían el lugar donde crece la esparraguera y su instinto les permitía distinguir la seta de cardo de la de abedul u olivo. Sabían donde anidaba la tórtola, la perdiz y la tronconera y los colores del abejaruco y la oropéndola.

Nos daban una perra gorda los domingos sin pedírsela y escuetos consejos sólo si se lo pedíamos. Tenían enormes manos trabajadas pero suaves en las caricias, orejas grandes para oírte y ojos pequeños para ver las travesuras. Aparejan el borrico con su jáquima, albarda cinchada y serón al que recubrían con la manta para que no se rozaran las piernas en nuestra montura cuando te llevaban a la huerta para que le ayudaras a cargar las primeras peras sanjuaneras, los malacatones  del primer ponche del día de San Juan, y los nísperos y caquis de otoño, dejándote jugar bajo el pasero de cañizo mientras disponían y colocaban los higos y los orejones para las largas y frías tardes de invierno.

Nos hablaban de su juventud, nos contaban las mismas historias y nos llenaban de ternura desde su mecedora del rincón mientras trasteaban en la caja de costura, nos enseñaban los viejos retratos color sepia de su boda o de sus padres, o estampas de santos mientras rezaban el rosario para "echar una tamarilla" cada tarde con Dios.

Adivinaban nuestros gustos e inquietudes sin apenas mirarte. Te conocían. Y conocían todo el mundo que te rodeaba y el que te saldría al encuentro. Hacían gachas con porra el primer día de agosto para prevenir el crudo invierno de Mágina y gazpacho con aceite, sal, vinagre, agua y pepino para refrescar el agobiante verano serrano, y descifraban las "cabañuelas" para predecir la próxima cosecha porque habían estudiado en la universidad de la Vida.

Hemos traducido el respeto y el cariño en un cajón de ladrillo y cemento con mesas de dominó liberando nuestras conciencias. Asumimos el estado de su jubilación desde la única contemplación de perceptores de una mísera paga y nos conformamos creyendo que la sociedad les otorga y compensa por la labor que hicieron. Los arrinconamos a todos en un ghetto, donde entre pastillero, café, bolillos y brisca pasan los días mientras la sociedad busca respuestas a sus problemas cotidianos consultando a Google.

Y ellos callan. Saben que si alguien llama a su puerta que no tiene canas y arrugas, no deben abrirle pues nada tiene que enseñarles. Desperdiciado su potencial humano y humanista, ellos callan, cogen su bastón, se colocan su gorra y suben a paso lento la cuesta para buscar alguien con quien poder hablar en su hogar: el hogar del pensionista.



jueves, 30 de mayo de 2019

EL GUATEQUE




El tocadiscos fue el gran descubrimiento de nuestra generación. Tener un tocadiscos te colocaba por encima del resto de la pandilla y convertía el patio de tu casa en el templo lúdico donde los amigos nos citábamos. Lo venerábamos como el primer coche o la primera televisión de nuestros padres.

Era una caja mágica con tapadera que llevaba el altavoz incorporado y que supuso una revolución para aquellos adolescentes de Mágina que ya habían dejado de jugar a las "guerrillas" y habían asumido con resignación al acné como el carnet de identidad delatador de su exploración en la edad del pavo, pero, sobre todo, la excusa perfecta para asociarse en pandillas mixtas los domingos por la tarde, superando así el infranqueable muro de la valla de los Grupos Escolares donde las niñas eran un espacio de deseo diferente e inalcanzable.

Mi primer tocadiscos me lo regaló mi tío Pepe Moles como recuerdo de un viaje familiar de vacaciones que había hecho a Mallorca. Me lo trajo mi primo Quique, su hijo mayor, aquel verano lejano. Tendría yo unos catorce o quince años y aquel verano el patio de mi casa se convirtió en la conquista de un espacio antes desconocido que nos volvió a dar un paso adelante para reconquistar la calle en aquel difícil camino que nos llevaba desde una infancia libre y callejera a la adolescencia encerrada en la habitación.

Elegir los discos de vinilo con las canciones de moda era el reto siguiente. Todavía conservo algunos. Uno de ellos, el del grupo Los Payos con su imperecedera Maria Isabel. Aquella canción que nos torturaba a los niños del interior, de la sierra, plantándonos ante las narices la existencia de otros lugares, de otros mundos, donde al mismo tiempo que la escuchábamos nos restregaba espacios infinitos de sol y playas desiertas a los que te invitaban visitar cogiendo tu sombrero y poniéndotelo ¡poropopó!.

O aquel más atrevido, en un inglés que nadie conocíamos, que Mariano, el hermano de Paquito e hijo de Felipe el alcalde, te recomendaba porque él ya entonces vivía en los madriles: "Everybody´s Talkin".



En aquellas tardes de verano aparecieron nuestros primeros bailes caseros donde las madres, auxiliadas por el hijo pequeño o la abuela a los que, cuando se ausentaban dejaban encargados de vigilar la decencia de su casa, se quedaban sentadas en las sillas del perímetro del patio para vigilarnos.

Programábamos la compleja organización del guateque varias semanas antes pues, además de las pruebas y potencia de los altavoces del tocadiscos y calcular la raya para que no chirriara la aguja al dar los primeros pasos por la superficie del vinilo, había que seleccionar cuidadosamente los singles, ahorrar unas perrillas para algún refresco o polos de hielo de casa con anilina que le dieran presencia y color, o hacer un ponche en el lebrillo de loza con vino blanco, el doble de gaseosa La Casera, azúcar, canela en rama y trozos de los primeros melocotones y peras sanjuaneras de la huerta. Y lo más importante de todo: reclutar la presencia de las chicas a base de confianza invitando a nuestras hermanas para que arrastraran a la amiga por la que cada cual estaba interesado.

Tardes inocentes, a plena luz, cuando nos susurrábamos al oído las primeras palabras de amor mientras sonaba de fondo la voz de Adamo o de Raphael y, a la caída del incipiente anochecer, luchábamos denostadamente en insistentes escaramuzas por vencer su resistencia y acercarnos un poco más doblegando el rígido brazo izquierdo de nuestra heroína inalcanzable que se debatía en mantener el paso del compás impidiendo y marcando la raya al deseo atrevido.

Y el tiempo volaba. Aquel baile acababa temprano porque ella tenía que regresar antes de las diez. Después, la magia desaparecía y quedábamos recogiendo el tocadiscos, limpiando con paño de gamuza los discos y guardándolos en su funda de cartón tras comprobar que no se habían rayado, mientras nuestra imaginación suspendida iniciaba su vuelo prendido de aquella palabra, de aquel gesto que nos esperanzaba y nos daba alas para poder seguir creciendo en los latidos de otro corazón hasta el próximo guateque.



martes, 26 de marzo de 2019

GREGUERÍAS JURÍDICAS.


Hoy la conflictividad es tremenda. Se discute todo. Somos más rebeldes, sabemos más de leyes que don Isidro, el secretario, María Dolores Fernández Novillo, la oficial, o don Cristóbal, el Juez y, claro, todo es cuestionable, recurrible o denunciable. Se reclama todo, incluso derechos inexistentes, insólitos y, además, muchas cosas hasta salen adelante.

Los juzgados antes de constituirse aparecen ya colapsados. No hay sentido del humor ni cabida a la ironía. Ahora los jueces son jóvenes muy preparados, pero se ve todo muy crispado. Así, no se puede trabajar. En mi tiempo había jueces divertidísimos y muy mayores. Algunos rozaban la senectud o, tal vez yo era muy joven y así me lo parecían. La primera vez que informé en la Audiencia Territorial de Granada, con tres Magistrados, veía que el Juez más cercano me animaba con la cabeza, mientras que el de la izquierda negaba. Salí desconcertado, hasta que supe que ambos tenían un tic, fruto de la edad.

Teníamos un miedo reverencial. La Sala imponía y recuerdo los prolegómenos de la entrada como espacios de tiempo eternos, interminables, donde era difícil controlar el temblor de las piernas y el birrete calzado en la cabeza. Hoy, un testigo al ser preguntado por el Juez si prometía o juraba decir la verdad de todo lo que supiera y por lo que se le preguntara, ha contestado: "¡Eso depende de lo que se me pregunte"!.

Ya no se producen situaciones tan graciosas como la de aquella pareja de gitanos que acudieron al Registro Civil cuando ella dijo al funcionario: "Aquí que el Curro y yo nos queremos deseparar, y venimos a que nos borre del libro de los casaos". O aquella otra que se produjo en un juicio de faltas por agresión y lesiones en la que al ser preguntada la perjudicada si era cierto que había recibido un golpe en la refriega, ella contestó: "En la refriega no, un poco más arriba, entre la refriega y el ombligo".

Sé de un camionero bilbaíno que vino a Sevilla, a juicio, tras un accidente. El Juez de la tierra y con su acento seseante, interrogó: "Explíqueme usté el suseso". ¿Que le explique mi sexo?¿Es que no se nota?", respondió el vasco con voz de trueno.

Dos individuos que se habían pegado, recurrieron a un testigo sordo. A cada pregunta que Don Cristóbal, el Juez de Distrito N-1 le formulaba, el testigo, con la mano en la oreja derecha decía: "¿Mande?". Don Cristóbal le hizo acercarse al estrado y le preguntó a gritos: "¡Que me diga usted por qué sabe que este señor pegó al otro!". Y el testigo contestó: "Por oídas".

En la actualidad, el material probatorio que se aporta al acto de la vista ha de ser acompañado mediante escrito detallado de las mismas. Ya no suceden episodios tan hilarantes ni graciosos como los sucedidos con respeto a la inmediación probatoria en aquel juicio por el robo de un loro que cantaba por Marifé de Triana. La dueña denunció al que se lo había quitado y, como carga de la prueba, llevó al ave a la Sala. Después de revolotear, le dio un picotazo al ladrón y con el fiscal bajo la mesa, se posó en el hombro de la señora y cantó "Torre de arenaaaaa". Aquello y no esto eran periciales irrefutables y objetivas.

Manuel Gila Puertas
Colgdo. Nº 802





miércoles, 16 de enero de 2019

La comadrona de don Gonzalo.


Siempre que comienza un año se espera que sea mejor que el anterior, eso se pide en los deseos y luego, pasa o no.  El último fue malo, muy malo, se fueron seres muy cercanos, de los que dejan vacío, soledad, nostalgia, y recuerdos que son parte de tu vida, que se tienen tan interiorizados y tan vivos que casi parece que con los que los compartiste no se han ido e inconscientemente rechazas que ya no los puedas revivir mas con ellos, y tú los sigues reviviendo como si ya no estuvieras aquí solo, sin ellos. Y de pronto, cuando dejas de soñar y vuelves a lo real, sientes la amargura de la ausencia y sigues en lo cotidiano, más solo, sin nadie con quien compartir las cosas que pasan en clave de intimidad, esa intimidad que solo dan las relaciones honestas y profundas que se han compartido a lo largo de la vida con tus seres más cercanos, sean familia o
amigos. Y se van yendo, y te quedas solo.

La tita María Paula se ha ido este ocho de enero en un hospital de Sabadell, fíjate tu lo injusta que es la vida; ella se tendría que estar yendo en el río Hútar,  donde se han ido tantos a los que ella ayudó a nacer, donde vivió sus mejores años de niñez y juventud, donde tuvo sus hijos y los crió junto con la niña de su hermana Gabriela y los niños de su Felipe, como llamaba a su hermano.

A todos les profesaba un amor inmenso. Los acogía, los comprendía y  los animaba, como solo lo hacen los buenos maestros, desde la autoridad que siempre emana del cariño y del respeto que ellos le profesan. Mi madre me decía que era casi más madre mía que ella misma, quizá en un exceso de agradecimiento a la ayuda que tuvo de ella desde que la conoció hasta su muerte. Yo, lo tomé muy en serio y le puse a mi primera hija su nombre. Creo que, mi madre lo entendió, aunque nunca me lo dijo.

Manolo, recuerda que ella nos hizo hermanos de leche al encajar la abundancia de leche de tu madre con la escasez de la mía. Ella no sabía que estaba asignando recursos de la forma más eficiente, solo sabía que un recién nacido pasaba hambre y ella sabía donde saciarlo, su inteligencia y la generosidad de tu madre evitaron mi malnutrición y permitieron que fuéramos hermanos de leche.

Tenía cien años, casi ciento uno, los primeros cuarenta y dos en Mágina y el resto en el Vallés de Barcelona, donde como tantos otros tuvo que emigrar en 1960. Mientras pudo, siempre volvía al pueblo con toda la familia donde, y pesar de los años y la ausencia, nunca perdió la condición de paisana, siempre fue María Paula, la comadrona de Don Gonzalo.

Ya no estaba para hablar con ella, su condición física y cognitiva fue empeorando con el tiempo (Señor, para que vivir tanto, decía ella), pero da igual, uno sabe que está ahí en algún sitio alguien que forma parte de tu vida, forma parte de tu  andamiaje, de la estructura de tu ser, ahora se ha ido y la vida se resquebraja  un poco más, bueno, en esta caso, mucho para mí.

Después de que en el año pasado me quedé sin los Marianos, primo y hermano, le pedí a este que fuera mejor, pero ya ves, la tita se ha ido y aquí seguimos un poco más solos.

Seguro que se ha encontrado con Tomás, con Mariano y tantos y tantos otros a los que ayudó a traer el mundo; que estará atareada contándoles anécdotas y recuerdos que sólo ella pudo vivir incluso en su ausencia. Don Gonzálo la habrá acogido con un abrazo y ya estarán pergeñando algún centro materno-infantil celestial, pero allí lo tienen difícil porque no hay subvenciones, ni partos y los niños ya llevan alas.

Qué terrible paradoja. Alguien que ayudaba a que muchos vinieramos a la vida y, sin embargo, ni la propia vida pudo hacerla eterna. Será que eso que llamamos Eternidad reside solamente en nuestra alma.


Por Juan Francisco Martínez.
(El hijo de Felipe)

*

lunes, 17 de diciembre de 2018

Juegos de la Navidad







A mediados de los 50, a comienzos de diciembre, semanas antes de la Navidad oficial, los niños cogíamos tortas de musgo adheridas al peñón del Cerrillo de los Villares para adornar un belén de figuras entrañables que transitaban por un camino de aserrín que nos regalaba Benito, el hijo de Agustín el carpintero, y al que coronábamos con un matiz de polvo de talco para conceder realismo de la verdadera capa de nieve que cubría las casas y calles de nuestro pueblo, Albanchez.

También, por entonces, las postales navideñas comenzaron a llamarse vulgarmente christmas, pronunciado “crismas”. Cuando llegaban las vacaciones, las casas se llenaban de dulces, se dejaba de ir a clase sin estar enfermo, se escribía la carta a los Reyes Magos, y se podía ver en persona a Blas, el cartero, que solía portar un maletón de cuero grueso y recurtido lleno de postales navideñas, que llevaba siempre colgado en bandolera, incluso en los ratos en que compatibilizaba su función con la de alguacil junto con Joaquín.

Llegaba la Navidad y el estanco de Juan José, frente a la torre del reloj y de mi tía Rafaela la telefonista del pueblo, se llenaba de las caras de Ferrándiz como anuncio de las felices fechas que llegaban en unos años en que la vida era dura, sin apenas dispendios y con pocas celebraciones, pero en la que, para muchos, los sentimientos se vivían más a flor de piel. Junto a los crismas, la lotería, la música de los villancicos, escribir y echar la carta a los Reyes Magos y poner el belén eran hitos de la Navidad de los niños de mi generación.
Para "echar" las cartas, era imprescindible comprar el sello. Los sellos (hoy elementos casi desconocidos para aquellos menores de 25 años) también tenían su atractivo para los niños, ya que eran elementos codiciados… Aun usados, se aprovechaban para fines solidarios (aunque antes no se llamaban así y se preferían las palabras “caritativos” o “humanitarios”). Fernando el de "jarrucho" y yo los recogíamos y hacíamos paquetes de cien que atábamos con goma elástica y los enviábamos a una dirección concreta aunque desconocida. Se decía que eran «para los negritos» (hoy expresión políticamente incorrecta), o «para las misiones», y nosotros, ingenuos, no llegamos nunca a comprender la existencia de numismáticos aprovechados.

El texto de las tarjetas acostumbraba a escribirlo el que tenía mejor letra de la casa y, una vez concluido, se iba pasando a todos los miembros para que firmaran. Hoy resulta muy conmovedor constatar cómo convivían en el mismo espacio las letras inmaduras de los niños, las más redondeadas de los adultos, junto a las picudas de los más ancianos… Si había prisa, algunas veces se hacía trampa y la madre firmaba por todos imitando la letra de los distintos miembros, aunque muchas veces «se notaba».

Una vez terminado el proceso, venía el pegado de los sellos. Aunque en muchas casas había una especie de esponjita en un pequeño envase redondo que se mojaba con agua, los niños solían preferir hacerlo con el básico método del lametón, aunque dejara mal sabor de boca y a veces los sellos así pegados quedaran un poco torcidos.

El siguiente paso era pasar por la estafeta de Correos, aquel minúsculo cuartucho de la calle Calvo Sotelo en donde Carlos, con el habitáculo repleto de papeles y de cajas de mantecados "La Estepeña" de los que era representante local, con una desesperante parsimonia y prudencia se aseguraba, pesando la carta, de la tasa del sello antes de proceder al sellado, con artilugio mecánico, de su franqueo. Eran unos días de tanto ajetreo, que eran los únicos del año en los que no se veía a Carlos dar su vespertino paseo desde Albanchez hasta Gútar rechazándo ser recogido en el Dauphine verde por Valentín o por Pedrillo.

En la mayoría de los hogares, los christmas se convirtieron en importantes elementos decorativos, junto al espumillón, bolas y nacimientos. Algo más tarde llegarían los abetos, naturales o artificiales, que se unirían a la decoración navideña… En algunos salones pudientes, los christmas se situaban encima de la chimenea o sobre el televisor, que parecía ser su lugar natural, pero, como la mayoría de los hogares no lo tenían, se exhibían en la mesita de la entrada o en algún otro lugar destacado. Normalmente se colocaban abiertos por la mitad para que se mantuvieran de pie. Cuando era una cantidad importante, existía un orgullo inherente en exhibir ante propios y extraños lo que simbolizaban: la demostración fehaciente de tanta gente que se había acordado de ellos en esa época, consecuencia del gran afecto y consideración del que gozaba la familia.

En el núcleo familiar se solía comentar lo bonita que había sido la de Fulanita, se echaba en falta la del que siempre solía felicitar y este año no se había recibido, o se comentaba la diligencia de Zutano, siempre el primero que llegaba al buzón.

El mensaje solía ser estándar: «Feliz Navidad y próspero año nuevo»; los más lacónicos: «Felices Fiestas», el hoy olvidado “Felices Pascuas” y otros incluían mensajes personales más o menos informativos de la situación familiar. Muchas empezaban: «Espero que al recibo de esta estéis todos bien. Nosotros bien, gracias a Dios…». Algunos se salían un poco de lo normal: se escribían torcidos en ascendente, en la cara opuesta, o incluían una participación de lotería o algún billete, pero todos terminaban con palabras más o menos afectuosas dependiendo de la proximidad del destinatario: «Os quieren», «No os olvidan, «Con cariño», «Recibe nuestro afecto». En muchos casos, era la única toma de contacto anual entre parientes y amigos de localidades distantes.



Pocos entonces sabían el nombre de Ferrándiz, aunque firmaba todas sus tarjetas en mayúsculas, y hoy posiblemente lo sigan desconociendo, pero puede afirmarse con rotundidad que nadie que fuera niño y no tan niño en estas décadas pudo olvidar este universo de imágenes y escenas beatíficas que quedaron grabadas en el imaginario colectivo de las navidades de antaño para no irse jamás, siendo parte inherente de los recuerdos navideños de un siglo, de una manera silenciosa e inconsciente… pero asombrosamente nítida en la memoria.

El sino de los tiempos acabaría con la costumbre doméstica de escribir felicitaciones en tarjetas navideñas, que parecía tan arraigada que jamás desaparecería. Llegó la prohibición de arrancar musgo por la presión ecologista, la laicalización del alumbrado para que nuestra sociedad fuera respetuosa y no hiriera los sentimientos de una cultura que degolla en su Día a un cordero mientras en nuestras casas se quemaron las artesas y se prohibió la matanza del cerdo; se asiste a clase con velo y se retiran crucifijos, y el abaratamiento de las conferencias telefónicas, la llegada de la mensajería móvil, wassap e internet y, por último, las redes sociales, acabaron de dar la puntilla al más mágico juego del año.

Y mientras hemos descargado el maletón de cuero de aquellos carteros como Blas o los carritos amarillos y azules del Servicio Público de Correos de hoy, ellos se encuentran con un ERE amenazante y nosotros con la pérdida esencial de un cariño, de un juego que nos acercaba y mantenía unidos y que ha quedado reducido y sustituido por el  frío, moderno y convencional emoticón que difumina lo que fue el verdadero juego expresivo de un sincero y profundo sentimiento.



martes, 27 de noviembre de 2018

JUGANDO A LAS MAMÁS





Porque las madres eran lo más parecido a Dios, nunca se cansaban ni se acostaban antes que nosotros, nunca se permitían el lujo de ponerse enfermas y eran nuestros propios médicos de cabecera que sólo con mirarte a los ojos sabían si tenías fiebre o te habías enamorado de una compañera de la escuela, quizá por eso, por todo eso, las niñas de mi generación querían ser las mamás de sus muñecas.

Recuerdo a mi hermana pequeña dejar a sus amigas del portal jugando a la comba, para rebuscar en el viejo arcón de nuestra abuela paterna Isabel su muñeca preferida y jugar a solas. Aunque a solas no, con su muñeca.

Antoñita, hoy Toñi en contracción de su verdadero nombre Antonia María del Consuelo, impronunciable para unos críos de entonces para los que el carnet de identidad era algo que no existía hasta pasados muchos años, pasaba horas y horas vistiendo y peinando a aquellas muñecas de trapo a las que hablaba como si fueran sus hijas, aconsejándolas y reprimiéndolas con las mismas palabras escuchadas por ella misma de nuestra madre. En los días de frío, cubría su boca con bufanda recordando la conseja de mamá para quien todas las enfermedades se cogían por la boca, les limpiaba las velas de mocos imaginarios y los churretes, y en los días soleados las lavaba con la suave caricia de la esponja para cambiarlas de ropa, también lavada previamente en su minúscula tabla de madera en el pilón del patio de la casa familiar que presidía un crucificado de piedra, para que lucieran radiantes a los ojos del vecindario. Luego, les intentaba dar de comer en una boquita cerrada que sólo su imaginación veía abrir masticando delicadamente los trocitos y migas de pan ofrecidos con la cucharilla de pasta del helado que celosamente guardaba para tal menester, y hasta confeccionaba trocitos de tela, a modo de pañal, que justificara el proceso de digestión que el acto de la comida anterior les había producido naturalmente.

Iba con ellas a las tiendas que había fabricado con cuatro piedras, algún trapo viejo y unas cajas de cerillas de cocina, donde simulaba el juego de comprar o vender a las que estaba tan acostumbrada cuando con nuestra madre acudía a los comercios reales de Sebastián y Paco Moya en la cuesta de la Risca, y les enseñaba a diferenciar la perra gorda de los dos reales y el tasajo de tocino magro del medio cuarterón de bacalao seco.

Mi hermana pudo acceder desde la muñeca de trapo a la más realista de la Mariquita Pérez aquel día de Reyes en que sus zapatitos encontraron encaramados una caja rectangular y supergrande que aparecía envuelta en papel de regalo de vivos colores, y con una pegatina imperceptible a sus espatarrados ojos infantiles que predicaba que su origen no era del Palacio de Oriente, sino del centro comercial más grande y deseado de la capital: Galerías Preciados.

Pero como todas las reinas, también a ellas se les fue cayendo la corona. La de trapo fue sustituida por la Marquita Pérez y ésta por la Famosa que se dirigía al portal de Belén en los anuncios televisivos.

Los nuevos tiempos le trajeron la Nancy, aquella rubia esbelta que a los chicos nos traía ensueños de las extranjeras que decían se bañaban en bikini en las playas de Benidorm, y que tenía una serie inabarcable de accesorios coleccionables que hacían más confortable y atractiva su vida y más prolongado el juego y el deber de las niñas para llenar su día con su batalla de trabajo y ternura.

Y así sigue esta mi única hermana, la pequeña, y toda aquella generación ejerciendo su legado de ternura maternal aprendida con respecto a nosotros, quienes pasamos de ser sus hermanos mayores a ser los sujetos de sus mimos y cariños cuando en nuestras visitas nos continúan preparando el embozo de la cama o el plato de andrajos o de croquetas con el esmero de un amor infinito e inconfesable que aprendieron jugando con sus muñecas.





domingo, 28 de octubre de 2018

EL HIPO DEL BARBERO



Mis días de lluvia en Mágina olían a migas y barbería. Era Alonso un hombre íntegro, formal y de exquisita amabilidad, pero con necesidades familiares que a veces le resultaban difíciles de atender en un pueblo de mil setecientos habitantes y con dos barberías más, la de Marcos y la de el tío Sardinilla, que estaban situadas en las zonas media y baja donde se concentraba la zona más poblada. 

También era cuando su máxima necesidad se producía, el momento en que esperaba ansioso que sus más adinerados clientes llegaran. En el instante en que tal evento se producía, comenzaba el ritual de colocarte aquel inmenso trapo blanco, a modo de cobertor, anudado al cuello, calentar el agua en el infiernillo eléctrico y mezclarla con el jabón en su bacina de afeitar hasta obtener aquel producto espumoso para amoldarla al cuello del cliente y comenzar a aplicarlo, con brocha de pelos de tejón, sobre la barba.

Escogía, escrupulosamente, la mejor navaja barbera y repasaba su hoja por el instrumento afilador o asentador de cuero mientras iniciaba cualquier tema intrascendente de conversación que solía girar sobre el tiempo, la muerte del último vecino o la desgracia de la última cosecha. Entrado en acción, comenzada a hipar con un ritmo acompasado que producía el normal descompás en su trabajo y entonces, llegado al punto de la garganta, formulaba el ruego, su ruego: "Oye, fulanito, ¿ podrías prestarme veinte mil duros?. Es que tengo unas cosillas por ahí que tengo que atender de manera urgente y estoy pasando una mala racha. Te las devolveré en unos meses y te lo agradecería toda la vida". El cliente, desvalido y en manos de una persona que rondaba su cuello con una hoja afilada de afeitar y con hipo, poca opción tenía y acababa accediendo a la petición más por miedo que por impulso caritativo.

 Cierto es que Alonso siempre y cuando pudo devolvió lo prestado, por lo que mantuvo su clientela doblemente agradecida, pues cuando llegaba el día de la devolución de lo prestado no solo le daban las gracias por la recuperación del dinero sino que, también, por conservar el pescuezo.

lunes, 24 de septiembre de 2018

BANDERAS AL VIENTO.




Nos hacían besarla, subirla y arriarla a la entrada y salida de la escuela. Nos hicieron jurar una bandera que el tiempo cambió sin reparar que era como besar a otra novia. Inconscientemente, fueron ellos los que introdujeron en nuestra alma la posibilidad de la promiscuidad, y cuando ésta se instauró en todos los países, naciones y pueblos, aquellos mismos intentaron reprimirnos decretando una Ley que restableciera obligatoriedad y orden de preferencia sin comprender que la nuestra, la que nuestra infancia defendía con ardor guerrero hasta la extenuación y el descalabro de la pedrada de la honda de esparto en la cabeza, era la de la calavera con dos tibias cruzadas.

Enarbolando la bandera pirata surcamos mares de rastrojeras abrasadas donde los únicos milagros de humedad brotaban de las lágrimas de los ojos de los burros de los segadores en los que las mariposas, sedientas, bebían.

Si los chicos de mi generación se raparan todos a la vez la cabeza, no solo batiríamos el record Guinnes sino que demostraríamos al mundo con las cicatrices de las brechas cosidas con puntos de sutura, el más fiel juramento que jamás puede hacerse a una bandera.

Éramos alondras que, incontaminadas, buscábamos los lavaderos y las plazas donde sujetar el agua para bañarnos y jugar a la rueda para oír el canto de las muchachas; olíamos a paja y heno tibio nacidos del aliento de las bestias, no conocíamos mojón ni frontera y nuestra patria era la alegría de cada primavera, de cada día. Avanzábamos en manada en pos de conquistar un desvarío desplegando todas nuestras banderas del odio distendido. Hoy, frente al televisor y ante el juez, no es posible la fábula. Yace amortajada la ironía.

Y aquella generación, en nuestras cotidianas guerrillas, sólo tuvo por bandera la camisa sudada de nuestro amigo de pandilla.



sábado, 1 de septiembre de 2018

HASTA LUEGO MARIANO, NOS VEMOS EN EL JARDÍN

(Carta póstuma)


No voy a hacer un panegírico de lo que has sido, es innecesario, todo el mundo sabe que eras, por utilizar tres adjetivos, bueno, paciente y generoso. Con eso queda todo dicho. Te recordarán como un enorme campeón de la bonhomía y la tolerancia.

Yo, además de eso, te recordaré como el hermano que se crió, creció y vivió contigo los años de la niñez y la juventud, juntos, bajo el mismo techo, siempre en armonía. Que aprendimos juntos en la escuela, en la Universidad y en la Vida, a amar la lectura, la música, el cine, a hablar de todo, con o sin respeto, a discutir, a aceptar las decisiones de los padres, razonadas o no, y en fin, a ir por la vida con dignidad y molestando lo menos posible.

Y ahora te vas, o quizá sea más preciso decir que te llevan, y nos dejas sumidos en un pozo de pena y desolación. Me gustaría decirte adiós por seguiriyas, pero ya sabes que ni por voz ni por oído puedo, y me consuelo pensando que tal vez tu marcha sea muy mala para nosotros pero no necesariamente para ti.

Tengo creído que a la gente buena se la llevan antes. La quitan de sufrir en este valle de lágrimas. Ahora se vive mucho, quizás demasiado, y la mayoría malamente. La Iglesia quitó lo del Purgatorio hace algunos años, puede ser porque la gente lista de la Curia se dio cuenta que, con tanto vivir, el Purgatorio estaba en los últimos años de la vida.

Te has ido pronto "pal" Jardín, como decía nuestro admirado Beni de Cádiz. Alguien, seguramente tu madrina Carmela, ha decidido que  entraras directamente, acompañado por la Virgen del Carmen, sin estos últimos veinte o treinta años de penurias por hospitales, consultas y residencias, quién sabe si discapacitado y/o abstraído. ¡Pues sabes que te digo! , que mejor para ti y peor para nosotros.

Nosotros nos quedamos aquí, sumidos en dolor y desesperación y tú estarás allí, tan ricamente. Me figuro la alegría con la que te habrán recibido Tomás y el Pérez, y la sonrisa del tito Andrés, el tito Juan José, el tito Pablo y tu suegro Paco diciendo: ¡ nene, ahora si que viene un buen "ligaor"!.

Mariano, espéranos ahí, iremos cuando nos toque. Entretanto, te echaremos permanentemente de menos. Que la tierra te sea leve, querido hermano. Hasta luego, Mariano.




Por Juan Francisco Martínez Pérez.


Y todo esto ocurrió en la Fraga de Malvís, un fatídico 16 de Julio de 2018. 







Publicación 2006
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