jueves, 3 de noviembre de 2022
AMAR EN OTOÑO
miércoles, 13 de abril de 2022
BESO DE AMOR
Porque hay besos que nadie nos enseñó a dar y que aprendimos con la dulce torpeza de la cándida adolescencia en la carretera vieja de la Quebrá, es por lo que hoy te pregunto: ¿ recuerdas tu primer beso?. Me refiero al beso que fue paso fronterizo, a ese beso que perdió el camino de la mejilla y que buscó sigiloso, a paso lento, la boca en la que esperamos encontrar el siempre en un jamás. Es ese beso que jamás olvidamos y que siempre recordamos como si el tiempo no tuviera medida y el corazón latiera en los labios. El beso que rompió el sello de lacre e hizo que cerrásemos los ojos y contuviésemos por unos segundos el aliento, expectantes; un beso sin manos, un equilibrio de emoción contenida. Justo ese beso que guardamos en el cajón de las cosas pequeñas, las que nos hablan de la belleza que atesoran los momentos únicos e irrepetibles. Un siempre en un jamás, un tatuaje invisible con nombre y lugar en el mapa de nuestra geografía humana.
Yo le pregunté a mi padre cómo se daban los besos de amor. Debía tener unos siete años y de ahí su cara de sorpresa. "Pregunta a tu madre, hijo". Y allí fui. Como mi madre estaba haciendo rosquillos de anís con una señora mayor que olía a naftalina y que pinchaba cuando te daba un beso, no me contestó. La vecina se llamaba Gloria y de mote La Cantora, no porque cantara bien, ya que hasta don Luís, el cura, se desesperaba con sus graznidos en el coro de la parroquia y las risas de quienes asistían a misa mayor los domingos cuando en el cántico del "Señor ten piedad" de don Luís en la misa se convertía casi en una llamada de socorro para que Gloria pillara una faringitis y no pudiese contestar el cántico, sino que tenía que ver con su mala costumbre de cantar todo de lo que se enteraba o le contaban. Vamos, que era la Gacetilla del pueblo y muy cotilla.
Como ese día estaba en casa Gloria La Cantora, en cuanto formulé a mi madre la pregunta de marras, la cara de La Cantora pasó del pálido blanco polvo de azúcar con el que espolvoreaba las rosquillas de anís, al rojo bofetón con carrerilla e impulso de atrás hacia delante; soltó el cedazo, se limpió las manos en el delantal y se santiguó tres veces mientras exclamaba a voz en grito: ¡"Ángela María, chico del demonio, empecatado ya tan niño. La culpa es de su padre que lo lleva a cazar con el rojo de Diego el pintor y el sinvergüenza de don Pedro el farmacéutico"!. Se quitó el mandil y bajó las escaleras a toda mecha murmurando y gesticulando.
Mi madre me miraba y yo metí la mano en la bandeja llena de rosquillas de anís espolvoreadas de azúcar, que sabían a besos. Ella no me contestó y me mandó a la cámara a buscar membrillos para meter en el armario de la ropa. A la vuelta del recado, volví a la carga: " Bueno, mamá, ¿cómo se dan los besos de amor?". "Con cuidado, hijo, con mucho cuidado", respondió. "Por qué con cuidado, mamá?", insistí. "Porque si te ve Gloria, a los pocos minutos lo sabe todo el pueblo y tendríamos que casarte deprisa y corriendo". Y no hubo forma ni manera de sacarle más información.
Menos mal que mi hermano mayor, Tomás, era un enteradillo en todas las cosas y, al día siguiente cuando se lo pregunté, me dijo que había visto besarse a la prima Manolita con Miguel el de Galafate y que había que cerrar los ojos, poner las manos en el culo de la chica, abrir la boca y pasarse un chicle hasta que te cansaras o te lo tragaras. Con semejante respuesta, perdí el interés por los besos de amor y de paso, por los chicles también.
Creo que debí ser el único niño que jamás compré chicles. Y sigo sin hacerlo. Lo de mascar chicle mientras beso, digo.
sábado, 9 de octubre de 2021
¿FUMAR PUEDE MATAR?
Martín es guarda forestal. Días pasados coincidí con el en Gútar y tomamos unas cervezas en el quiosco de Pedro. La conversación era amable y él tenía prisa, pero no recuerdo cuál sería el tema que surgió que lo dejó cautivado. Tanto que, a los requerimientos que le hacían desde el coche para acudir a su cita médica programada en Jaén, él respondió: “Espérate una miaja, que estoy en la escuela”.
Aquello me dejó sorprendido y un poco anonadado. Le pregunté. Me dijo que estaba de baja médica y tenía cita con su médico de referencia.
Mi titi Ramón, el hijo de mi tata Ángela, se prestó a llevarlo a Jaén porque Martín estaba impedido para conducir. Llegaron tarde pero a tiempo sobrado en la sala de espera. Tras ser examinado, Ramón que hervía de nervios en tan larga espera, preguntó: “¿Que te han dicho, Martín”?. “Me ha quitado el tabaco”, contestó Martín, cabreado y un tanto furioso. “Pero, Martín, ¿cómo has estado tan tonto que has dejado que el médico te haya metido la mano en el bolsillo de la camisa y te quitara el paquete”?, respondió Ramón.
Y es que, de tan mal humor estaba Martín que reparó en ese mensaje provocativo que reza en las cajetillas: “Fumar mata”.
jueves, 12 de diciembre de 2019
¡Un divorcio "de huevos"!
viernes, 27 de septiembre de 2019
La extraña llamada.
Ya casado y con 35 años cumplidos, una noche recibí una extraña llamada. Al teléfono una persona que se identificaba como ex alumno de los hermanos Maristas de Lleida me proponía una cena de exalumnos, veinte años más tarde de mi salida del centro. "Para recordar aquello que pasamos", me dice. Decliné cortésmente su invitación sin que aquella persona supiese la tormenta que acababa de desencadenar en mi fuero interno. Y es que el día que abandoné aquel centro educativo, quedó marcado a fuego en mi memoria, y a la vez entró en un deseado olvido, porque yo quería, sobre todo, olvidar.
Olvidar algo que en cierta manera me avergonzaba.
Veinte años más tarde, no hace mucho, desayuno con la noticia en el diario local de que exalumnos de los Maristas denuncian a un "hermano", (pues así se les llama a los que "han hecho los votos"), por abusos sexuales cometidos en la década de los 80. Cuando llego aquel día del trabajo a casa, mi cónyuge me interroga: ¿Tu estuviste entonces allí, no?. Y entonces le cuento lo que a nadie conté jamás, ni a mi propia esposa. Que fui víctima de abusos de aquel señor que citan en la noticia. Noticia que se repite días más tarde para informar de que ya hay tantos ex alumnos que reportan abusos y que se va a presentar una denuncia contra este señor, ya fallecido, para.... (no he conseguido saber para qué, ellos dicen que para que no se repitan estos abusos y tal...). Se publica la foto y el nombre del individuo en el periódico local y vuelvo a ver aquel nombre y aquel rostro que me costó años "olvidar", y revivo mentalmente momentos muy desagradables. Me vienen a visitar fantasmas del pasado que ni eran esperados ni mucho menos bien recibidos. Lo evitaba siempre que podía, yo era de "los chicos del coro" y él tocaba el órgano. (Aquí chiste fácil que se hace solo). Quiero decir que trataba de llegar al coro tarde, cuando él ya tenía las manos ocupadas.
Los casos contra curas y Maristas se habían hecho un hueco en las noticias de periódicos de ámbito nacional y yo callaba, aún viendo cómo las denuncias se sucedían en provincias aledañas. A veces, algunas veces, a lo largo de tantos años, si me volvía el recuerdo, pensaba en aquello y lo odiaba con toda mi alma. Pensaba: "¡Eramos unos niños, joder, y te aprovechaste de nosotros!, te odio por todo éllo....malnacido...así ardas en el infierno."
Pero es que años antes de todo esto, antes de las denuncias, antes de la publicación de la foto del pollo y del relato de sus fechorías en las revisiones médicas anuales, mucho antes, escuché un relato que me hizo trizas por dentro. Y además lo escuché allí: "Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron: maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio.Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices? Mas esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo.Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: el que de ustedes esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra. Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando por ancianos; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio. Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?. Ella dijo: ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: ni yo te condeno; vete, y no peques más."
Y en base a la enseñanza de este relato, yo que soy ateo, entendí que mi propia vida no era un ejemplo a seguir, que quizás nunca abusé de nadie, pero que seguro hice daño alguna vez de manera inconsciente con mi actitud. Entiendo que no puedo tirar la primera piedra ni aunque la tenga en la mano.
Pero es que además, ahora que ya peino canas donde no se peinan, vi claramente que aquel hombre era más esclavo que dueño de su pasión (como yo quizá lo haya sido más de una vez). No era un "hombre malvado" como tal, de hecho su rostro era inspirador de confianza y sus "encuentros" eran más "dulces" que abruptos. Dióme este hombre la misma pena y lástima que yo merezco cuando me dejo llevar por mis deseos. Así que, años antes de que llegasen las denuncias, años antes de que se publicase su foto yo...ya le había perdonado, perdonado porque no podía vengarme puede pensar alguno. Sí, es más humana la venganza que el perdón, pero yo le había perdonado.
Le perdoné con el perdón que para mi deseo cuando me pongo de patas, con el perdón que pido cuando hago daño y no me doy cuenta.
Le perdoné, en la medida que pude, con aquel perdón de Cristo que entienden hasta los que no tenemos dios.
lunes, 24 de junio de 2019
CONSEJOS DE SABIOS
Los había quienes contaban su edad en pesetas y los que contaban su ganado por múltiplo de sus dedos de las dos manos. No sabían leer ni contar y por eso cuando les preguntabas cuantos años tenían y cuantas ovejas eran de su propiedad, te respondían diciendo que tenían la edad de quince duros y una peseta, y cuatro dos manos y tres dedos de cabezas de ganado. Eran nuestros abuelos y abuelas, los viejos de Albanchez.
Te comentaban con naturalidad la Vida mientras sostenían en el sobaco izquierdo una gavilla de esparto y entre los labios cuatro o cinco varetas para insertar en el sogueado de pleita que estaban trenzando para fabricar la espuerta que necesitaban para recoger la inminente cosecha de cerezas de su pequeña huerta.
Recitaban como letanía el tiempo de la siembra, la postura de la reja del arado y la técnica precisa del amocafre para arrancar las malas yerbas de los "arroyos" del vergel fértil y crecido porque habían rescatado de la compuerta del caz un reguero guiado con escardillo para su sustento. Conocían el lugar donde crece la esparraguera y su instinto les permitía distinguir la seta de cardo de la de abedul u olivo. Sabían donde anidaba la tórtola, la perdiz y la tronconera y los colores del abejaruco y la oropéndola.
Nos daban una perra gorda los domingos sin pedírsela y escuetos consejos sólo si se lo pedíamos. Tenían enormes manos trabajadas pero suaves en las caricias, orejas grandes para oírte y ojos pequeños para ver las travesuras. Aparejan el borrico con su jáquima, albarda cinchada y serón al que recubrían con la manta para que no se rozaran las piernas en nuestra montura cuando te llevaban a la huerta para que le ayudaras a cargar las primeras peras sanjuaneras, los malacatones del primer ponche del día de San Juan, y los nísperos y caquis de otoño, dejándote jugar bajo el pasero de cañizo mientras disponían y colocaban los higos y los orejones para las largas y frías tardes de invierno.
Nos hablaban de su juventud, nos contaban las mismas historias y nos llenaban de ternura desde su mecedora del rincón mientras trasteaban en la caja de costura, nos enseñaban los viejos retratos color sepia de su boda o de sus padres, o estampas de santos mientras rezaban el rosario para "echar una tamarilla" cada tarde con Dios.
Adivinaban nuestros gustos e inquietudes sin apenas mirarte. Te conocían. Y conocían todo el mundo que te rodeaba y el que te saldría al encuentro. Hacían gachas con porra el primer día de agosto para prevenir el crudo invierno de Mágina y gazpacho con aceite, sal, vinagre, agua y pepino para refrescar el agobiante verano serrano, y descifraban las "cabañuelas" para predecir la próxima cosecha porque habían estudiado en la universidad de la Vida.
Hemos traducido el respeto y el cariño en un cajón de ladrillo y cemento con mesas de dominó liberando nuestras conciencias. Asumimos el estado de su jubilación desde la única contemplación de perceptores de una mísera paga y nos conformamos creyendo que la sociedad les otorga y compensa por la labor que hicieron. Los arrinconamos a todos en un ghetto, donde entre pastillero, café, bolillos y brisca pasan los días mientras la sociedad busca respuestas a sus problemas cotidianos consultando a Google.
Y ellos callan. Saben que si alguien llama a su puerta que no tiene canas y arrugas, no deben abrirle pues nada tiene que enseñarles. Desperdiciado su potencial humano y humanista, ellos callan, cogen su bastón, se colocan su gorra y suben a paso lento la cuesta para buscar alguien con quien poder hablar en su hogar: el hogar del pensionista.
jueves, 30 de mayo de 2019
EL GUATEQUE
Elegir los discos de vinilo con las canciones de moda era el reto siguiente. Todavía conservo algunos. Uno de ellos, el del grupo Los Payos con su imperecedera Maria Isabel. Aquella canción que nos torturaba a los niños del interior, de la sierra, plantándonos ante las narices la existencia de otros lugares, de otros mundos, donde al mismo tiempo que la escuchábamos nos restregaba espacios infinitos de sol y playas desiertas a los que te invitaban visitar cogiendo tu sombrero y poniéndotelo ¡poropopó!.
martes, 26 de marzo de 2019
GREGUERÍAS JURÍDICAS.
miércoles, 16 de enero de 2019
La comadrona de don Gonzalo.
Siempre que comienza un año se espera que sea mejor que el anterior, eso se pide en los deseos y luego, pasa o no. El último fue malo, muy malo, se fueron seres muy cercanos, de los que dejan vacío, soledad, nostalgia, y recuerdos que son parte de tu vida, que se tienen tan interiorizados y tan vivos que casi parece que con los que los compartiste no se han ido e inconscientemente rechazas que ya no los puedas revivir mas con ellos, y tú los sigues reviviendo como si ya no estuvieras aquí solo, sin ellos. Y de pronto, cuando dejas de soñar y vuelves a lo real, sientes la amargura de la ausencia y sigues en lo cotidiano, más solo, sin nadie con quien compartir las cosas que pasan en clave de intimidad, esa intimidad que solo dan las relaciones honestas y profundas que se han compartido a lo largo de la vida con tus seres más cercanos, sean familia o
amigos. Y se van yendo, y te quedas solo.
La tita María Paula se ha ido este ocho de enero en un hospital de Sabadell, fíjate tu lo injusta que es la vida; ella se tendría que estar yendo en el río Hútar, donde se han ido tantos a los que ella ayudó a nacer, donde vivió sus mejores años de niñez y juventud, donde tuvo sus hijos y los crió junto con la niña de su hermana Gabriela y los niños de su Felipe, como llamaba a su hermano.
A todos les profesaba un amor inmenso. Los acogía, los comprendía y los animaba, como solo lo hacen los buenos maestros, desde la autoridad que siempre emana del cariño y del respeto que ellos le profesan. Mi madre me decía que era casi más madre mía que ella misma, quizá en un exceso de agradecimiento a la ayuda que tuvo de ella desde que la conoció hasta su muerte. Yo, lo tomé muy en serio y le puse a mi primera hija su nombre. Creo que, mi madre lo entendió, aunque nunca me lo dijo.
Manolo, recuerda que ella nos hizo hermanos de leche al encajar la abundancia de leche de tu madre con la escasez de la mía. Ella no sabía que estaba asignando recursos de la forma más eficiente, solo sabía que un recién nacido pasaba hambre y ella sabía donde saciarlo, su inteligencia y la generosidad de tu madre evitaron mi malnutrición y permitieron que fuéramos hermanos de leche.
Tenía cien años, casi ciento uno, los primeros cuarenta y dos en Mágina y el resto en el Vallés de Barcelona, donde como tantos otros tuvo que emigrar en 1960. Mientras pudo, siempre volvía al pueblo con toda la familia donde, y pesar de los años y la ausencia, nunca perdió la condición de paisana, siempre fue María Paula, la comadrona de Don Gonzalo.
Ya no estaba para hablar con ella, su condición física y cognitiva fue empeorando con el tiempo (Señor, para que vivir tanto, decía ella), pero da igual, uno sabe que está ahí en algún sitio alguien que forma parte de tu vida, forma parte de tu andamiaje, de la estructura de tu ser, ahora se ha ido y la vida se resquebraja un poco más, bueno, en esta caso, mucho para mí.
Después de que en el año pasado me quedé sin los Marianos, primo y hermano, le pedí a este que fuera mejor, pero ya ves, la tita se ha ido y aquí seguimos un poco más solos.
Seguro que se ha encontrado con Tomás, con Mariano y tantos y tantos otros a los que ayudó a traer el mundo; que estará atareada contándoles anécdotas y recuerdos que sólo ella pudo vivir incluso en su ausencia. Don Gonzálo la habrá acogido con un abrazo y ya estarán pergeñando algún centro materno-infantil celestial, pero allí lo tienen difícil porque no hay subvenciones, ni partos y los niños ya llevan alas.
Qué terrible paradoja. Alguien que ayudaba a que muchos vinieramos a la vida y, sin embargo, ni la propia vida pudo hacerla eterna. Será que eso que llamamos Eternidad reside solamente en nuestra alma.
*
lunes, 17 de diciembre de 2018
Juegos de la Navidad
También, por entonces, las postales navideñas comenzaron a llamarse vulgarmente christmas, pronunciado “crismas”. Cuando llegaban las vacaciones, las casas se llenaban de dulces, se dejaba de ir a clase sin estar enfermo, se escribía la carta a los Reyes Magos, y se podía ver en persona a Blas, el cartero, que solía portar un maletón de cuero grueso y recurtido lleno de postales navideñas, que llevaba siempre colgado en bandolera, incluso en los ratos en que compatibilizaba su función con la de alguacil junto con Joaquín.
Llegaba la Navidad y el estanco de Juan José, frente a la torre del reloj y de mi tía Rafaela la telefonista del pueblo, se llenaba de las caras de Ferrándiz como anuncio de las felices fechas que llegaban en unos años en que la vida era dura, sin apenas dispendios y con pocas celebraciones, pero en la que, para muchos, los sentimientos se vivían más a flor de piel. Junto a los crismas, la lotería, la música de los villancicos, escribir y echar la carta a los Reyes Magos y poner el belén eran hitos de la Navidad de los niños de mi generación.
El texto de las tarjetas acostumbraba a escribirlo el que tenía mejor letra de la casa y, una vez concluido, se iba pasando a todos los miembros para que firmaran. Hoy resulta muy conmovedor constatar cómo convivían en el mismo espacio las letras inmaduras de los niños, las más redondeadas de los adultos, junto a las picudas de los más ancianos… Si había prisa, algunas veces se hacía trampa y la madre firmaba por todos imitando la letra de los distintos miembros, aunque muchas veces «se notaba».
Una vez terminado el proceso, venía el pegado de los sellos. Aunque en muchas casas había una especie de esponjita en un pequeño envase redondo que se mojaba con agua, los niños solían preferir hacerlo con el básico método del lametón, aunque dejara mal sabor de boca y a veces los sellos así pegados quedaran un poco torcidos.
El siguiente paso era pasar por la estafeta de Correos, aquel minúsculo cuartucho de la calle Calvo Sotelo en donde Carlos, con el habitáculo repleto de papeles y de cajas de mantecados "La Estepeña" de los que era representante local, con una desesperante parsimonia y prudencia se aseguraba, pesando la carta, de la tasa del sello antes de proceder al sellado, con artilugio mecánico, de su franqueo. Eran unos días de tanto ajetreo, que eran los únicos del año en los que no se veía a Carlos dar su vespertino paseo desde Albanchez hasta Gútar rechazándo ser recogido en el Dauphine verde por Valentín o por Pedrillo.
En la mayoría de los hogares, los christmas se convirtieron en importantes elementos decorativos, junto al espumillón, bolas y nacimientos. Algo más tarde llegarían los abetos, naturales o artificiales, que se unirían a la decoración navideña… En algunos salones pudientes, los christmas se situaban encima de la chimenea o sobre el televisor, que parecía ser su lugar natural, pero, como la mayoría de los hogares no lo tenían, se exhibían en la mesita de la entrada o en algún otro lugar destacado. Normalmente se colocaban abiertos por la mitad para que se mantuvieran de pie. Cuando era una cantidad importante, existía un orgullo inherente en exhibir ante propios y extraños lo que simbolizaban: la demostración fehaciente de tanta gente que se había acordado de ellos en esa época, consecuencia del gran afecto y consideración del que gozaba la familia.
En el núcleo familiar se solía comentar lo bonita que había sido la de Fulanita, se echaba en falta la del que siempre solía felicitar y este año no se había recibido, o se comentaba la diligencia de Zutano, siempre el primero que llegaba al buzón.
El mensaje solía ser estándar: «Feliz Navidad y próspero año nuevo»; los más lacónicos: «Felices Fiestas», el hoy olvidado “Felices Pascuas” y otros incluían mensajes personales más o menos informativos de la situación familiar. Muchas empezaban: «Espero que al recibo de esta estéis todos bien. Nosotros bien, gracias a Dios…». Algunos se salían un poco de lo normal: se escribían torcidos en ascendente, en la cara opuesta, o incluían una participación de lotería o algún billete, pero todos terminaban con palabras más o menos afectuosas dependiendo de la proximidad del destinatario: «Os quieren», «No os olvidan, «Con cariño», «Recibe nuestro afecto». En muchos casos, era la única toma de contacto anual entre parientes y amigos de localidades distantes.
Pocos entonces sabían el nombre de Ferrándiz, aunque firmaba todas sus tarjetas en mayúsculas, y hoy posiblemente lo sigan desconociendo, pero puede afirmarse con rotundidad que nadie que fuera niño y no tan niño en estas décadas pudo olvidar este universo de imágenes y escenas beatíficas que quedaron grabadas en el imaginario colectivo de las navidades de antaño para no irse jamás, siendo parte inherente de los recuerdos navideños de un siglo, de una manera silenciosa e inconsciente… pero asombrosamente nítida en la memoria.
El sino de los tiempos acabaría con la costumbre doméstica de escribir felicitaciones en tarjetas navideñas, que parecía tan arraigada que jamás desaparecería. Llegó la prohibición de arrancar musgo por la presión ecologista, la laicalización del alumbrado para que nuestra sociedad fuera respetuosa y no hiriera los sentimientos de una cultura que degolla en su Día a un cordero mientras en nuestras casas se quemaron las artesas y se prohibió la matanza del cerdo; se asiste a clase con velo y se retiran crucifijos, y el abaratamiento de las conferencias telefónicas, la llegada de la mensajería móvil, wassap e internet y, por último, las redes sociales, acabaron de dar la puntilla al más mágico juego del año.
Y mientras hemos descargado el maletón de cuero de aquellos carteros como Blas o los carritos amarillos y azules del Servicio Público de Correos de hoy, ellos se encuentran con un ERE amenazante y nosotros con la pérdida esencial de un cariño, de un juego que nos acercaba y mantenía unidos y que ha quedado reducido y sustituido por el frío, moderno y convencional emoticón que difumina lo que fue el verdadero juego expresivo de un sincero y profundo sentimiento.
martes, 27 de noviembre de 2018
JUGANDO A LAS MAMÁS
domingo, 28 de octubre de 2018
EL HIPO DEL BARBERO
Mis días de lluvia en Mágina olían a migas y barbería. Era Alonso un hombre íntegro, formal y de exquisita amabilidad, pero con necesidades familiares que a veces le resultaban difíciles de atender en un pueblo de mil setecientos habitantes y con dos barberías más, la de Marcos y la de el tío Sardinilla, que estaban situadas en las zonas media y baja donde se concentraba la zona más poblada.
También era cuando su máxima necesidad se producía, el momento en que esperaba ansioso que sus más adinerados clientes llegaran. En el instante en que tal evento se producía, comenzaba el ritual de colocarte aquel inmenso trapo blanco, a modo de cobertor, anudado al cuello, calentar el agua en el infiernillo eléctrico y mezclarla con el jabón en su bacina de afeitar hasta obtener aquel producto espumoso para amoldarla al cuello del cliente y comenzar a aplicarlo, con brocha de pelos de tejón, sobre la barba.
Escogía, escrupulosamente, la mejor navaja barbera y repasaba su hoja por el instrumento afilador o asentador de cuero mientras iniciaba cualquier tema intrascendente de conversación que solía girar sobre el tiempo, la muerte del último vecino o la desgracia de la última cosecha. Entrado en acción, comenzada a hipar con un ritmo acompasado que producía el normal descompás en su trabajo y entonces, llegado al punto de la garganta, formulaba el ruego, su ruego: "Oye, fulanito, ¿ podrías prestarme veinte mil duros?. Es que tengo unas cosillas por ahí que tengo que atender de manera urgente y estoy pasando una mala racha. Te las devolveré en unos meses y te lo agradecería toda la vida". El cliente, desvalido y en manos de una persona que rondaba su cuello con una hoja afilada de afeitar y con hipo, poca opción tenía y acababa accediendo a la petición más por miedo que por impulso caritativo.
Cierto es que Alonso siempre y cuando pudo devolvió lo prestado, por lo que mantuvo su clientela doblemente agradecida, pues cuando llegaba el día de la devolución de lo prestado no solo le daban las gracias por la recuperación del dinero sino que, también, por conservar el pescuezo.
lunes, 24 de septiembre de 2018
BANDERAS AL VIENTO.
Nos hacían besarla, subirla y arriarla a la entrada y salida de la escuela. Nos hicieron jurar una bandera que el tiempo cambió sin reparar que era como besar a otra novia. Inconscientemente, fueron ellos los que introdujeron en nuestra alma la posibilidad de la promiscuidad, y cuando ésta se instauró en todos los países, naciones y pueblos, aquellos mismos intentaron reprimirnos decretando una Ley que restableciera obligatoriedad y orden de preferencia sin comprender que la nuestra, la que nuestra infancia defendía con ardor guerrero hasta la extenuación y el descalabro de la pedrada de la honda de esparto en la cabeza, era la de la calavera con dos tibias cruzadas.
Enarbolando la bandera pirata surcamos mares de rastrojeras abrasadas donde los únicos milagros de humedad brotaban de las lágrimas de los ojos de los burros de los segadores en los que las mariposas, sedientas, bebían.
Si los chicos de mi generación se raparan todos a la vez la cabeza, no solo batiríamos el record Guinnes sino que demostraríamos al mundo con las cicatrices de las brechas cosidas con puntos de sutura, el más fiel juramento que jamás puede hacerse a una bandera.
Éramos alondras que, incontaminadas, buscábamos los lavaderos y las plazas donde sujetar el agua para bañarnos y jugar a la rueda para oír el canto de las muchachas; olíamos a paja y heno tibio nacidos del aliento de las bestias, no conocíamos mojón ni frontera y nuestra patria era la alegría de cada primavera, de cada día. Avanzábamos en manada en pos de conquistar un desvarío desplegando todas nuestras banderas del odio distendido. Hoy, frente al televisor y ante el juez, no es posible la fábula. Yace amortajada la ironía.
Y aquella generación, en nuestras cotidianas guerrillas, sólo tuvo por bandera la camisa sudada de nuestro amigo de pandilla.